miércoles, 26 de septiembre de 2012

353. La agresividad es correlativa al Yo.

Cuando ciertos análisis de finalidad didáctica reducen el encuentro psicoanalítico a una relación dual imaginaria, esta reducción de la cura a un encuentro de «yo a yo» deberá desencadenar la agresividad inherente a toda relación imaginaria. Cuando el paciente ve en su analista una réplica exacta de sí mismo, esto no haría sino generar un “exceso de tensión agresiva” (Lacan, 1984), como la que se presenta entre sujetos que son semejantes o muy parecidos, o entre los que ocupan funciones o cargos que son equivalentes. De lo que se trata, entonces, es de evitar que la intención agresiva del paciente encuentre el apoyo en la persona, en el Yo del analista. La experiencia demuestra que dicha tensión agresiva es característica de la instancia del Yo en el diálogo, en la medida en que éste se soporta en una alineación fundamental, la de la identificación con su propia imagen en el espejo, que lo hace opaco a la reflexión de sí mismo y soporte de un pensamiento paranoico (Lacan, 1984).

Cuando la agresividad es explicada desde el behaviorismo, se produce una mutilación de los datos subjetivos más importantes del sujeto. Éste reduce la agresividad humana a un comportamiento instintivo procedente de nuestra herencia animal. El conductismo, entonces, termina explicando la agresividad humana a partir de un soporte material como el cerebro o los genes, reduciendo el sujeto al organismo, lo cual no permite “concebir la imago, formadora de la identificación” (Lacan, 1984). Para el psicoanálisis, la identificación imaginaria es el mecanismo por el cual se crea el Yo del sujeto en el estadío del espejo. Es la constitución del Yo por identificación con su propia imagen, lo que “estructura al sujeto como rivalizando consigo mismo” (Lacan), lo cual no hace sino implicar a la agresividad en el campo de lo imaginario, de las relaciones con sus semejantes. “La agresividad es la tendencia correlativa de un modo de identificación que llamamos narcisista y que determina la estructura formal del yo del hombre y del registro de entidades característico de su mundo” (Lacan).

Es en la fase del espejo donde se presenta esa especie de “encrucijada estructural, en la que debemos acomodar nuestro pensamiento para comprender la naturaleza de la agresividad en el hombre y su relación con el formalismo de su yo y de sus objetos. Esta relación erótica en que el individuo humano se fija en una imagen que lo enajena a sí mismo, tal es la energía y tal es la forma en donde toma su origen esa organización pasional a la que llamará su yo.” (Lacan, 1984). Así pues, el Yo se cristalizará junto con esa tensión agresiva que es interna al sujeto, conflicto que determina el despertar de su deseo por el objeto del deseo del otro y que lo lleva a una permanente competencia agresiva con su semejante.

jueves, 13 de septiembre de 2012

352. La agresividad es constitutiva de las relaciones humanas.

En la fase del espejo, por la que pasa el infante entre los seis y dieciocho meses de edad, encontramos una “gestalt propia de la agresión en el hombre” (Lacan, 1984). En dicha fase el infante ve su reflejo en el espejo como una totalidad, en contraste con la falta de coordinación del cuerpo real; este contraste es experimentado como una tensión agresiva entre la imagen especular y el cuerpo real del sujeto, ya que la completud de la imagen amenaza al cuerpo con la fragmentación; es decir, el infante percibe su imagen en el espejo como completa, y la completud de esa imagen es amenazante para el él porque le recuerda su “incompletud”, su falta de coordinación motriz, surgiendo entre él y su imagen una tensión agresiva.

Así es como Lacan ubica a la agresividad como constitutiva de todas las relaciones duales entre el yo y el semejante. Es gracias a esta estructura que se pueden comprender tanto los celos mortíferos de los niños para con sus hermanos –de los cuales San Agustín nos da una imagen ejemplar–, como la rivalidad, la envidia e intenciones agresivas entre los seres humanos. Es decir, la agresividad hace parte de toda relación del sujeto con su semejante y está ligada, también, a lo simbólico. Si la agresividad está ligada a lo simbólico, es en la medida en que lo imaginario está estructurado por lo simbólico. Mientras que lo imaginario se caracteriza por relaciones duales, lo característico de lo simbólico son estructuras triádicas, de tal manera que la relación intersubjetiva esta siempre mediada por un tercer término que es lo simbólico. De aquí que se haya hecho tanto énfasis, aún hoy, en el diálogo como una posibilidad de renunciar a la agresividad. Hay que advertir, eso sí, que “el fracaso de la dialéctica verbal no ha hecho sino demostrarse con harta frecuencia” (Lacan, 1984), como sucede frecuentemente entre parejas, vecinos, rivales o enemigos que se sientan a dialogar.

En el dispositivo analítico el psicoanalista se ofrece al diálogo analítico, pero la posición del aquel en el dispositivo es el de “un personaje tan despojado como sea posible de características individuales; nos borramos, salimos del campo donde podría percibirse este interés, esta simpatía, esta reacción que busca el que habla en el rostro del interlocutor, evitamos toda manifestación de nuestros gustos personales, ocultamos lo que puede delatarnos, nos despersonalizamos, y tendemos a esa meta que es representar para el otro un ideal de impasibilidad.” (Lacan, 1984) ¿Por qué el psicoanalista hace esto? Precisamente para no establecer con al analizante una relación dual que evite una emboscada de su reacción hostil, sobre todo cuando el analista adopta la posición, siempre tentadora, de “jugar al profeta”. A esta situación Lacan la denominó «contragolpe agresivo a la caridad», asunto éste que no debe ya asombrarnos, en la medida en que el psicoanálisis ha sabido muy bien denunciar “los resortes agresivos escondidos en todas las actividades llamadas filantrópicas” (Lacan, 1984), las cuales no hacen sino exacerbar esa “resistencia del amor propio, para tomar este término en toda la profundidad que le dio La Rochefoucauld y que a menudo se confiesa así: "No puedo aceptar el pensamiento de ser liberado por otro que por mí mismo"” (Lacan).

Ahora bien, no se trata para nada de evitar la aparición de la agresividad en el dispositivo. Ella se pone en juego en “la transferencia negativa, que es nudo inaugural del drama analítico” (Lacan, 1984), es decir que representa en el paciente la transferencia imaginaria sobre la persona del analista de una de las imagos más o menos arcaicas del sujeto. En la histeria el mecanismo es “extremadamente simple”: el sujeto se identifica con “la constelación de los rasgos más desagradables” (Lacan) que realizaba para él el objeto de una pasión, como puede ser la imago paterna. En la neurosis obsesiva, el asunto es más complicado, ya que “su estructura está particularmente destinada a camuflar, a desplazar, a negar, a dividir y a amortiguar la intención agresiva” (Lacan). Así pues, mientras que en la histeria la agresividad se manifiesta fácilmente con el apoyo en una identificación, en la obsesión se la oculta bajo una serie de fortificaciones defensivas. “En cuanto al papel de la intención agresiva en la fobia, es por decirlo así, manifiesto” (Lacan).

jueves, 6 de septiembre de 2012

351. Violencia y agresividad: la intención agresiva.

Lacan abordó el tema de la «agresividad» en su texto La agresividad en psicoanálisis aspirando a hacer un uso científico de este concepto en la clínica, no solo para explicar hechos de la realidad y de la experiencia humana, sino, sobre todo, para aclarar ese concepto que Freud denominó «pulsión de muerte», probablemente el más importante de los conceptos freudianos, sin el cual, como lo indica Lacan en La significación del falo, no es posible entender la doctrina freudiana en su totalidad.

¿Qué lugar darle a la noción de agresividad en la economía psíquica? (Lacan, 1984) Lo primero que nos aclara Lacan en el texto citado, es que, cuando se habla de la agresividad en la experiencia analítica, ella se presenta como una “presión intencional”, es decir que, con respecto a la agresividad, Lacan hablará siempre de una «intención agresiva». Y hace un listado de los momentos en la que ella aparece en el dispositivo analítico: se la lee en el sentido simbólico de los síntomas, está implícita en la finalidad las conductas del sujeto, se la encuentra “en las fallas de su acción”, en la confesión de los sus fantasmas privilegiados y en los sueños. También se la encuentra “en la modulación reivindicadora que sostiene a veces todo el discurso, en sus suspensiones, sus vacilaciones, sus inflexiones y sus lapsus, en las inexactitudes del relato, las irregularidades en la aplicación de la regla, los retrasos en las sesiones, las ausencias calculadas, a menudo en las recriminaciones, los reproches, los temores fantasmáticos, las reacciones emocionales de ira, las demostraciones con finalidad intimidante” (Lacan, 1984). En cambio, aclara Lacan, que cuando se trata de la violencia propiamente dicha, esta es muy rara cuando en el dispositivo se privilegia el diálogo. Así pues, Lacan diferencia la agresividad –como intención– de la agresión, refiriendo esta última sólo a los actos violentos.

No por ser una intención, la agresividad deja de ser eficaz. Dice Lacan que se la comprueba "en la acción formadora de un individuo sobre las personas de su dependencia: la agresividad intencional roe, mina, disgrega, castra; conduce a la muerte” (Lacan, 1984). Ella tampoco es menos eficaz por la vía de la expresividad: “un padre severo intimida por su sola presencia y la imagen del castigador apenas necesita enarbolarse para que el niño la forme. Resuena más lejos que ningún estrago” (Lacan, 1984). Estos son apuntes clínicos que Lacan ilustra para mostrar los efectos tan dañinos que puede llegar a tener dicha intención agresiva, tanto si se trata de la agresividad de una madre viril hacia sus hijos, como la de un padre severo que intimida con su sola presencia. Se trata justamente de imagos –dice Lacan– y tienen una función formadora en el sujeto, es decir, actúan como estereotipos que influyen sobre el modo que el sujeto tiene de relacionarse con los otros, y el psicoanálisis es quien mejor ha develado la realidad concreta que representan dichas imagos.

Estas imagos cumplen, entonces, una función al nivel de la intención agresiva: actúan como “vectores” que la orientan, y Lacan da como ejemplo una imago que hace parte de la estructura misma de la subjetividad humana: la imago del cuerpo fragmentado. “Son las imágenes de castración, de eviración, de mutilación, de desmembramiento, de dislocación, de destripamiento, de devoración, de reventamiento del cuerpo... los ritos del tatuaje, de la incisión, de la circuncisión en las sociedades primitivas...” (Lacan, 1984), y todas aquellas imágenes que se escucha de la fabulación y los juegos de los niños entre dos y cinco años.

553. Las clínicas de urgencias subjetivas

Las clínicas de urgencias subjetivas son espacios dedicados a atender crisis emocionales o psíquicas desde una perspectiva psicoanalítica la...