En 1952, Lacan era el hombre que se imponía para suceder a Nacht en la presidencia de la Sociedad Psicoanalítica de París [S.P.P.]. El 17 de junio de este año se inicia la crisis que conducirá a una división en el seno de la S.P.P. y la creación de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis [S.F.P.]. Habiendo sido elegido director del Instituto en diciembre y presidente de la sociedad el 20 de enero de 1953, Lacan renuncia a su mandato el 16 de junio de este año, después de soportar la presión de Nacht y sus partidarios, quienes promovían la idea de una escisión dentro de la Sociedad.
Lagache, Dolto y Favez–Boutonier dimiten de la S.P.P. y junto con Blanche, Reverchon–Jouve y Jacques Lacan, crearán la nueva Sociedad Francesa de Psicoanálisis [S.F.P.]. El reconocimiento por parte de la Asociación Psicoanalítica Internacional [I.P.A.] se convirtió para la naciente S.F.P. en uno de sus objetivos primordiales, pero el 6 de julio de 1953 la misma I.P.A. informa a Lacan, pocos días antes del Congreso de Londres, que se lo considera renunciante a la organización internacional, y que se lo censura a él y a los otros separatistas.
En Julio de ese año, la S.F.P. decide, entonces, reunirse en Roma para escuchar el informe de Lacan sobre Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis, texto crucial y subversivo, probablemente el que más consecuencias ha tenido sobre el discurso psicoanalítico desde 1953, y que inaugura la elaboración de Lacan sobre lo simbólico como lugar de constitución del sujeto del inconsciente.
El «discurso de Roma», informe con el que el propio Lacan dice haber entrado de lleno en el campo del psicoanálisis, hacía parte de la crítica que Lacan dirigía a los analistas de su época, que pretendían regular de manera autoritaria la formación del psicoanalista, desalentando cualquier nueva iniciativa e investigación que se presentara como opuesta a la opinión de los doctos, quienes no hacían sino cumplir con la autoridad heredada por Freud.
UN BLOG SOBRE PSICOANÁLISIS LACANIANO. Los textos cortos aquí publicados, aparecieron en el semanario La Hoja de Medellín, entre los años 1995 y 1999, en una columna titulada «Sentido Común». A partir del 18 de julio de 2007, he empezado a publicar otros textos cortos, reflexiones, ideas, desarrollos teóricos del psicoanálisis lacaniano. Espero les sea de utilidad para pensar al sujeto y como introducción al psicoanálisis. Bienvenidos!!
lunes, 31 de diciembre de 2012
viernes, 21 de diciembre de 2012
359. El Ideal del Yo: origen del Superyó.
El enamoramiento consiste, en términos de Freud, “en un desborde de la libido yoica sobre el objeto. Tiene la virtud de cancelar represiones y de restablecer perversiones. Eleva el objeto sexual a ideal sexual” (Freud, 1914). El ideal sexual puede entonces entrar en relación con el ideal del yo.
El ideal del yo, según Freud, es el sustituto del narcisismo perdido de la infancia, y sobre él recae ahora el amor a sí mismo, de tal modo que el narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. En un primer momento, Freud no distingue entre yo ideal e ideal del yo. Pero sí es importante aclarar que cuando Lacan se refiere al «yo ideal», se trata de ese que se origina en la imagen especular del estadio del espejo; es esa promesa de síntesis futura hacia la cual tiende el yo, la ilusión de unidad que está en la base del yo. El yo ideal siempre acompaña al yo en un intento incesante por recobrar, dice Freud, ese original narcisismo infantil. Formado en la identificación primaria, el yo ideal desempeña un papel como fuente de todas las identificaciones secundarias. Entonces, mientras que el yo ideal tiene un estatuto imaginario en Lacan, el ideal del yo tendrá un estatuto simbólico: es una introyección simbólica, es un significante que opera como ideal y que le sirve al sujeto para orientar su posición sexual en el orden simbólico: llegar a ser hombre o mujer.
A partir de lo anterior, Freud va a pensar en formalizar una instancia psíquica particular, que tenga como función “velar por el aseguramiento de la satisfacción narcisista proveniente del ideal del yo, y con ese propósito observase de manera continua al yo actual midiéndolo con el ideal” (Freud, 1914). Freud hace coincidir dicha instancia con la «conciencia moral», la cual permitirá comprender el «delirio de ser observado» que se presenta en la sintomatología de la paranoia. “Los enfermos se quejan de que alguien conoce todos sus pensamientos, observa y vigila sus acciones; son informados del imperio de esta instancia por voces que, de manera característica, les hablan en tercera persona. («Ahora ella piensa de nuevo en eso»; «Ahora él se marcha».)” (Freud). De hecho, concluirá Freud, un poder así, “que observa todas nuestras intenciones, se entera de ellas y las critica” (Freud), existe en todos los sujetos dentro de su vida normal.
Este ideal del yo se forma “de la influencia crítica de los padres, ahora agenciada por las voces, y a la que en el curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y, como enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio (los prójimos, la opinión pública)” (Freud, 1914). Este es el comienzo, en Freud, de la elaboración que lo llevará a introducir el concepto de «superyó» a partir de 1920.
El ideal del yo, según Freud, es el sustituto del narcisismo perdido de la infancia, y sobre él recae ahora el amor a sí mismo, de tal modo que el narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. En un primer momento, Freud no distingue entre yo ideal e ideal del yo. Pero sí es importante aclarar que cuando Lacan se refiere al «yo ideal», se trata de ese que se origina en la imagen especular del estadio del espejo; es esa promesa de síntesis futura hacia la cual tiende el yo, la ilusión de unidad que está en la base del yo. El yo ideal siempre acompaña al yo en un intento incesante por recobrar, dice Freud, ese original narcisismo infantil. Formado en la identificación primaria, el yo ideal desempeña un papel como fuente de todas las identificaciones secundarias. Entonces, mientras que el yo ideal tiene un estatuto imaginario en Lacan, el ideal del yo tendrá un estatuto simbólico: es una introyección simbólica, es un significante que opera como ideal y que le sirve al sujeto para orientar su posición sexual en el orden simbólico: llegar a ser hombre o mujer.
A partir de lo anterior, Freud va a pensar en formalizar una instancia psíquica particular, que tenga como función “velar por el aseguramiento de la satisfacción narcisista proveniente del ideal del yo, y con ese propósito observase de manera continua al yo actual midiéndolo con el ideal” (Freud, 1914). Freud hace coincidir dicha instancia con la «conciencia moral», la cual permitirá comprender el «delirio de ser observado» que se presenta en la sintomatología de la paranoia. “Los enfermos se quejan de que alguien conoce todos sus pensamientos, observa y vigila sus acciones; son informados del imperio de esta instancia por voces que, de manera característica, les hablan en tercera persona. («Ahora ella piensa de nuevo en eso»; «Ahora él se marcha».)” (Freud). De hecho, concluirá Freud, un poder así, “que observa todas nuestras intenciones, se entera de ellas y las critica” (Freud), existe en todos los sujetos dentro de su vida normal.
Este ideal del yo se forma “de la influencia crítica de los padres, ahora agenciada por las voces, y a la que en el curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y, como enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio (los prójimos, la opinión pública)” (Freud, 1914). Este es el comienzo, en Freud, de la elaboración que lo llevará a introducir el concepto de «superyó» a partir de 1920.
lunes, 10 de diciembre de 2012
358. ¿Por qué se sufre en el amor?
La vida amorosa de los seres humanos es paradigmática de la dimensión imaginaria en los seres humanos, es decir, de la relación del sujeto con su propia imagen. Es por esto toda elección de objeto es una elección narcisista, es decir, que amar es fundamentalmente querer ser amado por el otro, nuestro semejante. La denominación de narcisista está dada por tener como límite o referencia la imagen que el sujeto tiene de sí mismo, la cual se obtiene por una identificación con la propia imagen en el espejo. Esto significa que cuando un sujeto ama a otro, lo que verdaderamente ama es la imagen que encuentra de sí mismo en el otro, ya sea bajo la forma de lo que uno fue, de lo que es, o de lo que quisiera ser. Cuando se ama, se está amando, de una u otra manera, en el otro, algo de sí mismo que ha sido idealizado. Si la imagen que aviva la pasión es cautivadora, es porque aparece próxima a representaciones que tiene el sujeto de sí mismo, y esto es básicamente lo que lo enamora.
El amor narcisista, que no es más que amor a la propia imagen, introduce una dimensión de engaño, en la medida en que se ama a otro en tanto que representa la imagen que un sujeto ha tenido, que tiene o le gustaría llegar a tener de sí mismo. El amor narcisista suele ser, por tanto, egoísta; el sujeto enamorado espera que el otro le corresponda en todo lo que anhela. El amante quiere al otro hecho a su imagen y semejanza, y cuando no se siente correspondido en esto, aparecen las diferencias en la pareja. Cuando el otro no corresponde más a la imagen que se tenía o se esperaba de él, esa imagen cambia, decae, surgen las diferencias y con ellas el sufrimiento en el amor.
«Si buscas amar, prepárate para sufrir», dice una frase popular. Se sufre en el amor porque el otro no es como yo quisiera que fuera. Por esta razón todo amor, por tener una estructura narcisista, conlleva siempre una dosis de sufrimiento. Cuando aparecen esas "pequeñas diferencias" entre los amantes, se presenta el desamor, ya que esas "pequeñas diferencias" suelen ser insoportables. El amor que se sostiene en un enamoramiento así, narcisista, es muy probable que conlleve siempre una gran dosis de displacer. Por lo cual se puede decir que hay algo en la naturaleza misma del amor que lo hace desfavorable al logro de la plena satisfacción.
El amor narcisista, que no es más que amor a la propia imagen, introduce una dimensión de engaño, en la medida en que se ama a otro en tanto que representa la imagen que un sujeto ha tenido, que tiene o le gustaría llegar a tener de sí mismo. El amor narcisista suele ser, por tanto, egoísta; el sujeto enamorado espera que el otro le corresponda en todo lo que anhela. El amante quiere al otro hecho a su imagen y semejanza, y cuando no se siente correspondido en esto, aparecen las diferencias en la pareja. Cuando el otro no corresponde más a la imagen que se tenía o se esperaba de él, esa imagen cambia, decae, surgen las diferencias y con ellas el sufrimiento en el amor.
«Si buscas amar, prepárate para sufrir», dice una frase popular. Se sufre en el amor porque el otro no es como yo quisiera que fuera. Por esta razón todo amor, por tener una estructura narcisista, conlleva siempre una dosis de sufrimiento. Cuando aparecen esas "pequeñas diferencias" entre los amantes, se presenta el desamor, ya que esas "pequeñas diferencias" suelen ser insoportables. El amor que se sostiene en un enamoramiento así, narcisista, es muy probable que conlleve siempre una gran dosis de displacer. Por lo cual se puede decir que hay algo en la naturaleza misma del amor que lo hace desfavorable al logro de la plena satisfacción.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
553. Las clínicas de urgencias subjetivas
Las clínicas de urgencias subjetivas son espacios dedicados a atender crisis emocionales o psíquicas desde una perspectiva psicoanalítica la...
-
El padre alcahuete es el que encubre a su hijo en algo que se quiere ocultar. Este padre suele ser permisivo y prodiga un amor incondicional...
-
El sueño, lo dice Freud (1915-16) claramente, "es un sustituto de algo cuyo saber está presente en el soñante. pero le es inaccesible...
-
La estructura del lenguaje nos somete a la lógica de la diferencia significante, la cual es siempre una diferencia binaria. “La cuestión de ...