miércoles, 25 de diciembre de 2013

387. Clínica de lo real.

Como el síntoma es la presencia de lo real del inconsciente, es decir, que vale como un real, por esto Miller (1999) habla de la «clínica de lo real» como lo imposible de soportar; en efecto, y el síntoma es eso que el sujeto no soporta y que lo puede llevar a consultar a un psicoanalista. Habría entonces una clínica de la obsesión en la que lo real se presenta, por ejemplo, en el síntoma de la duda, en el síntoma mismo de la obsesión, como eso que el sujeto no logra hacer desaparecer, eso de lo cual el sujeto no logra deshacerse. En la histeria ese real se presenta, por ejemplo, en la mentira del histérico, en la falsedad, en esa demanda de la verdad que en ocasiones es tan exacerbada en la histérica, que vive pendiente de los signos de amor del otro, para estar segura de que es amada (Miller). Esto vale como real en la medida en que eso insiste en el sujeto; es algo que se le impone al sujeto, que se le presenta a pesar suyo; es algo que insiste, así el sujeto no lo quiera. Es algo de lo que el sujeto no se puede abstener.

El síntoma en el psicoanálisis coincide entonces también, con algo que el sujeto se ve empujado a hacer, así le produzca preocupación o vergüenza, pero que, definitivamente, no puede privarse de hacer. Se trata de una voluntad que le puede y que lo domina sin que sirvan para nada las razones, los consejos o el saber. El síntoma esta en el sujeto del lado de «lo que no puede dejar de hacer»: el sujeto sabe que fumar, beber, pelear o comer en exceso le hace daño, pero saber esto no le sirve de nada, porque lo sigue haciendo muy a su pesar.

Esta hiancia real que es el síntoma, es ocupada precisamente por la pulsión. La pulsión designa un nivel que se puede llamar acéfalo, un punto donde el pensamiento y la razón ya no funcionan ni operan más. La pulsión es como un cuerpo sin cabeza; un nivel donde, para todos los seres humanos, hay suspensión del pensamiento y queda anulada la razón.

Allí donde el síntoma insiste, se repite, vuelve siempre al mismo lugar, se puede decir que la pulsión está en juego. La pulsión designa un nivel donde su empuje -ante el cual toda persona está indefensa- resulta del hecho de que el ser humano, por hablar, ha perdido sus instintos, y en su lugar viene la pulsión a ocupar ese lugar vacío dejado el instinto.

jueves, 12 de diciembre de 2013

386. Lo real del inconsciente: su discontinuidad.

Hay una impotencia de lo simbólico para reducir lo real. Esto significa que el trabajo del inconsciente tiene un límite, y que la cura misma tiene un límite. Ese límite es lo que Miller (1999) denomina «la experiencia de lo real en la cura». El inconsciente es definido por Lacan a partir de la estructura del lenguaje; se trata de un inconsciente regido por la ley de la palabra, que, como se ve en Función y campo de la palabra..., es la ley del reconocimiento: toda palabra, dice Miller, da una identidad al sujeto, quien recibe su propio mensaje desde el lugar del Otro en forma invertida. Junto a la ley de reconocimiento hay también la ley de la cadena significante, en la cual hay una combinación de significantes a partir de la metáfora y la metonimia; es el automatón del inconsciente. Este inconsciente ordenado, regularizado y legalizado, va a ser descrito “al revés”, como lo indica Miller, en el seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. El inconsciente no solamente tiene un aspecto combinatorio y sistemático, sino que también tiene una dimensión de disfuncionamiento, “al que no se puede escapar” (Miller, 1999, p. 14). Y agrega Miller: “El inconsciente se manifiesta a través de un disfuncionamiento, como algo que no funciona, algo que fracasa a través de lo irregular, a través de lo discontinuo...” (p. 14), lo que conducirá a Lacan a oponer la ley a la causa. Nos encontramos aquí con dos caras del inconsciente: una simbólica, la de la estructura, y otra real, la del disfuncionamiento.

La ley está del lado de la continuidad, en cambio la causa la ubicamos en el lugar de una discontinuidad, de una hiancia. A partir de aquí para Lacan importará más la causa que la ley, le importará más la causa del deseo que la ley del deseo. Más importante que lo sistemático es “el agujero en el cual, eventualmente, se produce el hallazgo, donde no es el sujeto quien encuentra, sino que, en cierto modo, es encontrado por la palabra, con un efecto de sorpresa.” (Miller, 1999, p. 14).

A partir de este énfasis en la causa, Lacan va a acentuar la sorpresa, la hiancia, la discontinuidad en el inconsciente; se trata aquí de una hiancia misteriosa, inexplicable, que Lacan sitúa entre la causa y el efecto, haciendo del concepto de causalidad algo esencialmente problemático. A su vez, la función de lo imaginario se puede pensar como lo que viene a llenar esa hiancia, recubriendo la división del sujeto y presentando un sentido de unidad y completud. Pero la escisión del sujeto es irreductible, es decir, es real.

Lacan pasará a pensar el inconsciente como un fenómeno transitorio y evasivo. Las formaciones del inconsciente aparecerán en un tiempo de apertura y cierre del inconsciente, bajo la forma de una pulsación que sorprende al sujeto. “...esta hiancia corresponde a algo que es del orden de lo no realizado, que no es irreal ni real sino no realizado; que no es ser, que no es nada, que es un real que querría realizarse.” (Miller, 1999, p. 15). Pero entre las formaciones del inconsciente, hay una que se distingue por apartarse de este funcionamiento discontinuo: el síntoma. El síntoma posee una continuidad temporal; es como la presencia de lo real del inconsciente. Así pues, todo síntoma vale como un real, tanto si se trata de un síntoma obsesivo o un síntoma histérico.

553. Las clínicas de urgencias subjetivas

Las clínicas de urgencias subjetivas son espacios dedicados a atender crisis emocionales o psíquicas desde una perspectiva psicoanalítica la...