Freud planteó que la religión es una neurosis colectiva y que la
neurosis es una especie de religión privada. Para Freud, dios es una
expresión del anhelo infantil de tener un padre protector y
todopoderoso, es decir que dios es el sustituto del padre de la primera
infancia; él llegó a calificar la religión como una neurosis obsesiva de
carácter universal. “Dios es tal vez la palabra que ha tenido y sigue
teniendo más poder en la humanidad. Se sigue masacrando en su nombre,
aunque se hagan también en su nombre las acciones más piadosas” (Bassols, 2016). Tanto Freud como Lacan se consideraban ateos, como también lo son científicos tan reconocidos e influyentes como Stephen Hawking, Neil deGrasse Tyson y Richard Dawkins, quien es un decidido activista del ateísmo y tiene una famosa fundación denominada Fundación para la Razón y la Ciencia.
Freud sostenía que la humanidad debía abandonar las religiones y
remplazarlas por la ciencia; para él las religiones tienen como función
proteger al sujeto del dolor psíquico por medio de una construcción
delirante de la realidad, por lo que él clasificaba a las religiones
como unos delirios colectivos de la humanidad.
Pero ser ateo no
es una cosa fácil. Es más, para serlo pareciera necesitarse de la idea
de dios, es decir, de cierta manera, todos los ateos lo son gracias a
dios, a la idea de dios –idea que no es más que una construcción social;
todos los niños nacen siendo ateos, de tal manera que los creyentes han
sido objeto de un adoctrinamiento tenaz desde su primera infancia; en
otras palabras: nadie escogió la religión ni el dios en el que cree–.
“El sentido religioso es viral, se extiende y se cuela por todas partes”
(Bassols, 2016). Incluso la idea de dios se sigue colando
inevitablemente por algunos agujeros de la ciencia, así, por ejemplo, a
la hora de pensar qué causó la gran explosión, el Big Bang, que dio
origen al universo, como causa de dicha explosión se coloca la mano de
dios. Así pues, “no es nada fácil exorcizar a Dios de la ciencia”
(Bassols).
Ciencia y religión han sido discursos opuestos,
disímiles; el religioso es un discurso cerrado, ortodoxo, dogmático,
irrefutable; en cambio, el discurso de la ciencia, si algo lo
caracteriza, es que es un discurso abierto, refutable, que se puede
cuestionar permanentemente, falible, y por eso cambia permanentemente,
aunque a veces lentamente, y en otras ocasiones quedan hechos y leyes
universales que son fijos (por ahora), como por ejemplo, la ley de
gravedad, o la evolución de las especies, o la ley de incertidumbre de
Heisenberg. En un momento se llegó a pensar que el discurso de la
ciencia desplazaría al discurso religioso; “Freud, viejo optimista de
las Luces, creía que la religión no era más que una ilusión que sería
disipada en el futuro por el avance del espíritu científico. Lacan, en
absoluto: pensaba, por el contrario, que la verdadera religión, la
romana, al final de los tiempos engatusaría a todos, derramando sentido a
raudales sobre ese real cada vez más insistente e insoportable que
debemos a la ciencia” (Miller, 2005). Al develar la ciencia ese real
imposible de soportar, del que tanto habla el psicoanálisis, se hace
necesario el discurso religioso para darle sentido a ese sinsentido que
revela la ciencia, ese sinsentido que nos enseña que la existencia del
ser humano no tiene ningún propósito. Es por esto que, a pesar de los
avances de la ciencia, el discurso religioso se ha exacerbado por todos
lados.
Entonces, “soy ateo, gracias a dios”; y sin embargo llegar
a ser ateo no es para nada difícil; basta con leer la Biblia, o el
Corán, etc., pero de manera racional, tomando nota de todas las
contradicciones e ideas absurdas que allí se encuentran, y listo. El
problema con la mayoría de los creyentes contemporáneos es que creen
ciegamente en una ideología sin siquiera haber leído el texto en el que
basan su fe. Y muchos otros sí lo leen pero de una manera
fundamentalista, al pie de la letra, literalmente, pensando que esa es
la palabra de dios, sin interrogarlo o haciendo uso de un pensamiento
crítico. Pero quien lea con una lógica racional esos textos,
probablemente termine siendo ateo. Ateo también se vuelve el que pasa
por experiencias difíciles y se empieza a preguntar “¿por qué me pasa
esto a mí?”, sobre todo si es un creyente practicante que espera la
benevolencia de un dios protector. Es la experiencia que describe el
escritor Héctor Abad Faciolince en su libro El olvido que seremos –sobre la vida y asesinato de su padre Héctor Abad Gómez–,
cuando a una de sus hermanas, una bella, juiciosa y devota joven, que
rezaba el rosario diariamente, le da un cáncer de piel que la termina
matando. O también es fácil volverse ateo si se empiezan a hacer
preguntas como: ¿dónde está dios cada vez que se abusa de un niño?, ¿por
qué no son “bendecidos y afortunados” todos los creyentes, sino solo
algunos, y en muchos casos los más intolerantes, injustos y abyectos?,
¿por qué se mueren las buenas personas y no las malas? En un mundo lleno
de injusticias, enfermedades penosas, catástrofes naturales,
holocaustos, guerras y masacres, ¿dónde está la mano de dios?
Cabe
aclarar que, por supuesto, todas las personas tienen derecho a creer en
lo que quieran y afortunadamente Colombia es un país laico, tal y como
lo determinó la Constitución de 1991. Ya lo decía claramente el escritor
y ateo José Saramago
(1922-2010), Premio Nobel de Literatura (1998), “He aprendido a no
intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de
respeto, en un intento de colonización del otro”.
UN BLOG SOBRE PSICOANÁLISIS LACANIANO. Los textos cortos aquí publicados, aparecieron en el semanario La Hoja de Medellín, entre los años 1995 y 1999, en una columna titulada «Sentido Común». A partir del 18 de julio de 2007, he empezado a publicar otros textos cortos, reflexiones, ideas, desarrollos teóricos del psicoanálisis lacaniano. Espero les sea de utilidad para pensar al sujeto y como introducción al psicoanálisis. Bienvenidos!!
miércoles, 23 de agosto de 2017
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