domingo, 21 de agosto de 2011

311. El paradigma indiciario en la investigación con el psicoanálisis.

El paradigma indiciario es un enfoque formalizado por el historiador Carlo Ginzburg, el cual le permitió fundar a la sucesora de la historia de las mentalidades bajo el título de microhistoria (Ramírez, 2001). Según Ramírez, este paradigma pudo haber partido en Freud en la medida en que él se ocupó de un orden de fenómenos inédito: los fenómenos psíquicos. “Fue a partir de indicios despreciados por la ciencia de inspiración galileana, la escoria refusée -los sueños, los lapsus, los chistes y los síntomas- que pudo descubrir en esos productos desechados del pensamiento dominante las formaciones del inconsciente, como concepto sistemático, ya que inconsciente era una palabra corriente, incluso utilizada por Morelli al hablar de esos detalles que él resaltaba y que el pintor hacía plasmando en ellos su singularidad” (p. 39).

El paradigma indiciario se diferencia del galileano -que domina en la ciencia positivista-, en que, mientras este último da prioridad a lo repetible, a lo medible, a lo comunicable, a las generalizaciones y coincidencias, privilegiando lo cuantitativo y volcando su interés sobre lo universal y la regla, descartando las características individuales, el paradigma indiciario prioriza lo irrepetible, lo singular, lo original, lo sorprendente, por tanto, su intervención es más cualitativa, en la medida en que se ocupa de lo excepcional, volcando su interés hacia lo individual, hacia el caso particular (Pulice, Mason, & Zelis, 2000).

El paradigma indiciario se pone de relieve en la contemporaneidad en 1979, con la publicación del texto titulado Spie. Radici di un paradigma indiziario de C. Ginzburg, en el texto compilado por Gargani, Crisidellaragione. Dicho artículo es traducido inmediatamente a varios idiomas y editado en español en las obras El signo de los tres: Dupin, Holmes, Peirce de Eco & Sebeok (1989, pp. 116-163), con el título “Morelli, Freud y Sherlock Holmes: indicios y método científico”; y en Mitos, Emblemas, Indicios - Morfología e Historia (Ginzburg, 1994, pp. 138-175), con el mismo título del artículo ya indicado (Padvalskis, 2010).

Según Ginzburg (1979, citado por Padvalskis, 2010) existen ciertos elementos –huellas, indicios, síntomas, signos–­ que hacen posible descifrar la realidad que habitualmente se presenta opaca. Dicho desciframiento puede considerarse un saber que constituye el fundamento de las denominadas ciencias conjeturales, que ha sido utilizado desde las épocas más remotas, cuando la humanidad vivía de la caza y se dedicaba a rastrear hechos aparentemente insignificantes: huellas en terrenos blandos, olores, ramitas rotas, excrementos, etc. Se trata de un “saber rastreador en el que se busca reconstruir casos particulares a partir de huellas, síntomas o indicios, a través de las mismas operaciones intelectuales, el análisis, la comparación y la clasificación” (Padvalskis, 2010). La filología, el arte de reconocer manuscritos, la grafología y la práctica de los “entendidos” en arte, son ejemplos claros del uso eficaz del paradigma indiciario, al igual que la práctica diagnóstica utilizada en la medicina y en lectura de señales de la escena del crimen, hoy conocida como CSI, investigación de la escena del crimen, en la investigación forense (Ramírez, 2001).

Según Ramírez (2001), la relevancia del texto de Ginzburg es la relación que él muestra que existe entre los métodos de investigación de tres autores de finales del siglo XIX: Giovani Morelli, dedicado a la investigación de la autenticidad de las obras de arte; Conan Doyle, quien encarna en su personaje Sherlock Holmes el método de investigación detectivesca; y Freud, con su método de investigación con el psicoanálisis, basándose los tres en la observación de síntomas, signos y señales que a los ojos de otros pueden parecer irrelevantes (Padvalskis, 2010). Un ejemplo paradigmático del empleo del método indiciario en Freud, es el texto El Moisés de Miguel Ángel (1914), en el cual su autor se aplica en el estudio de los detalles de la figura de Moisés hecha por Miguel Ángel.

domingo, 7 de agosto de 2011

310. El psicótico no es toxicómano y el toxicómano no es un perverso.

Algo que caracteriza a los toxicómanos que son psicóticos es que son sujetos que no se presentan bajo el modo “yo soy toxicómano” (Laurent, 1988). Ellos son diferentes a los sujetos neuróticos que sí se presentan así, identificados a su síntoma, lo cual le ayuda al drogadicto a hacerse a una «identidad» en la medida en que hay una «identificación» con el objeto-droga. «Ser alcohólico» o «ser drogadicto» es tener ya asegurada una identidad, un lugar en el mundo, a la vez que recurrir a una sustancia psicoactiva le cierra al drogadicto el acceso a la cuestión de resolver su «identidad» como hombre o como mujer. De cierta manera, cuando la droga brinda una respuesta al nivel de la «identidad», el sujeto se aparta de la pregunta por su «identificación» sexual. Esta es otra manera de decir que el sujeto toxicómano rompe con el goce fálico.

El psicótico que consume alguna sustancia, se puede decir de él que para nada es toxicómano. Su goce está, como dice Laurent (1988), perfectamente limitado; además, ellos escapan a las leyes del mercado, ya que ellos quieren algo específico. La mayoría de los toxicómanos no quieren algo preciso, sino que consumen lo que el mercado les ofrece, dependiendo de la mercancía que esté circulando o del lugar donde se encuentren; puede ser cocaína, cannavis, crack, perico, opio, no importa. Esto es algo que caracteriza al toxicómano: toma lo que haya en el mercado, toma lo que se presenta. Y es un drama, dice Laurent, “porque cuando la policía logra eliminar ciertos mercados abiertos, zonas de producción, otra se presenta inmediatamente, y en el fondo eso cambia. Esta es la idea justamente, que la ruptura con el goce fálico suprime las particularidades” (Laurent, párr. 14).

Esta supresión de las particularidades en la toxicomanía tiene su importancia, sobretodo respecto de la estructura perversa. Se puede sostener con toda seguridad (Laurent, 1988), que el toxicómano no es un perverso, ya que la perversión supone el uso de las particularidades del fantasma. El fantasma, en el psicoanálisis, es la manera singular que tiene un sujeto de gozar o hacer uso de un objeto que satisface la pulsión sexual, y cuando se habla de fantasma hay que incluir en él a la castración. La perversión supone el uso del fantasma -es la estructura donde mejor se puede ver esto-, en cambio, en la toxicomanía hay un uso del goce por fuera del fantasma. Es una especie de cortocircuito, dice Laurent, en el que la ruptura con el “pequeño pipí” tiene como consecuencia que se puede gozar sin fantasma.

553. Las clínicas de urgencias subjetivas

Las clínicas de urgencias subjetivas son espacios dedicados a atender crisis emocionales o psíquicas desde una perspectiva psicoanalítica la...