Algo que caracteriza a los toxicómanos que son psicóticos es que son sujetos que no se presentan bajo el modo “yo soy toxicómano” (Laurent, 1988). Ellos son diferentes a los sujetos neuróticos que sí se presentan así, identificados a su síntoma, lo cual le ayuda al drogadicto a hacerse a una «identidad» en la medida en que hay una «identificación» con el objeto-droga. «Ser alcohólico» o «ser drogadicto» es tener ya asegurada una identidad, un lugar en el mundo, a la vez que recurrir a una sustancia psicoactiva le cierra al drogadicto el acceso a la cuestión de resolver su «identidad» como hombre o como mujer. De cierta manera, cuando la droga brinda una respuesta al nivel de la «identidad», el sujeto se aparta de la pregunta por su «identificación» sexual. Esta es otra manera de decir que el sujeto toxicómano rompe con el goce fálico.
El psicótico que consume alguna sustancia, se puede decir de él que para nada es toxicómano. Su goce está, como dice Laurent (1988), perfectamente limitado; además, ellos escapan a las leyes del mercado, ya que ellos quieren algo específico. La mayoría de los toxicómanos no quieren algo preciso, sino que consumen lo que el mercado les ofrece, dependiendo de la mercancía que esté circulando o del lugar donde se encuentren; puede ser cocaína, cannavis, crack, perico, opio, no importa. Esto es algo que caracteriza al toxicómano: toma lo que haya en el mercado, toma lo que se presenta. Y es un drama, dice Laurent, “porque cuando la policía logra eliminar ciertos mercados abiertos, zonas de producción, otra se presenta inmediatamente, y en el fondo eso cambia. Esta es la idea justamente, que la ruptura con el goce fálico suprime las particularidades” (Laurent, párr. 14).
Esta supresión de las particularidades en la toxicomanía tiene su importancia, sobretodo respecto de la estructura perversa. Se puede sostener con toda seguridad (Laurent, 1988), que el toxicómano no es un perverso, ya que la perversión supone el uso de las particularidades del fantasma. El fantasma, en el psicoanálisis, es la manera singular que tiene un sujeto de gozar o hacer uso de un objeto que satisface la pulsión sexual, y cuando se habla de fantasma hay que incluir en él a la castración. La perversión supone el uso del fantasma -es la estructura donde mejor se puede ver esto-, en cambio, en la toxicomanía hay un uso del goce por fuera del fantasma. Es una especie de cortocircuito, dice Laurent, en el que la ruptura con el “pequeño pipí” tiene como consecuencia que se puede gozar sin fantasma.
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