En el psicoanálisis, goce y placer son fundamentalmente opuestos. El placer tiene que ver con lo que hace desaparecer la tensión, de tal manera que el placer es lo que le pone un límite al goce. El goce, en cambio, "es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es sólo a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro modo aparece velada" (Lacan citado por Rodríguez, 2006).
Lo que Freud llamó “principio del placer”, no es otra cosa que reducción de una tensión; se experimenta tensión antes de presentar un examen, y se siente un descanso -placer-, cuando se sale de ese compromiso. El paradigma del placer es el orgasmo: es la máxima experiencia de placer en el momento en que hay alivio de la tensión sexual -la cual está del lado del goce-. El goce, el cual se experimenta en el cuerpo -se necesita de un cuerpo para que haya goce-, es algo del orden de la tensión, del dolor, del malestar, del displacer, es decir, del forzamiento. Mientras el placer no se fuerza, el goce gasta (Rodríguez, 2006), gasta y desgasta al sujeto -es la expresión de la pulsión de muerte-. Así pues, se habla de goce en el psicoanálisis cuando comienza a aparecer el dolor, cuando se experimenta malestar en el cuerpo. Sólo cuando aparecer el dolor, el cuerpo se empieza a experimentar; por ejemplo, los intestinos pasan inadvertidos hasta que se producen retortijones. (Rodríguez).
El cuerpo, entonces, goza, y goza de sí mismo, de tal manera que se podría decir que el goce que experimenta el sujeto es un goce autista, un goce que tiene como causa el significante, es decir, el hecho de que el organismo es atravesado, inundado por el lenguaje. El significante es algo que limita el goce; esto se observa claramente con el goce fálico. El goce fálico, el goce que se localiza en el pene, está limitado por el significante. Junto al goce fálico, que está localizado, está el goce Otro, un goce que es infinito, ilimitado. Se trata aquí de un goce del que "no se puede dar cuenta; es un goce inefable que no pueden transmitir, no lo pueden expresar en palabras" (Rodríguez, 2006). El goce fálico identifica al hombre, y el goce Otro identifica a la mujer... y al psicótico, ya que el psicótico se constituye en objeto del goce del Otro.
Junto a lo dicho hasta aquí sobre el goce, Lacan también va a desarrollar el tema del goce del Otro como fantasma neurótico. "Es uno de los fantasmas neuróticos más lamentables, más graves para las sociedades: buena parte del racismo, de las guerras, de las luchas o encontronazos sociales tiene que ver con esa ilusión neurótica de que, mientras uno no goza, el otro sí goza" (Rodríguez, 2006).
UN BLOG SOBRE PSICOANÁLISIS LACANIANO. Los textos cortos aquí publicados, aparecieron en el semanario La Hoja de Medellín, entre los años 1995 y 1999, en una columna titulada «Sentido Común». A partir del 18 de julio de 2007, he empezado a publicar otros textos cortos, reflexiones, ideas, desarrollos teóricos del psicoanálisis lacaniano. Espero les sea de utilidad para pensar al sujeto y como introducción al psicoanálisis. Bienvenidos!!
lunes, 30 de abril de 2012
viernes, 13 de abril de 2012
339. Dialéctica del amo y el esclavo y circuito de reconocimiento.
Si el deseo humano es el deseo del Otro, esto introduce la dimensión del reconocimiento: el deseo es en última instancia, dice Kojève, deseo de reconocimiento. Lacan adopta esta tesis que viene de Hegel y explica como, para lograr el reconocimiento deseado, el sujeto tiene que arriesgar su propia vida en una «lucha de puro prestigio». El deseo humano está mediado por el deseo de otro que dirige su deseo hacia un objeto. A partir de este momento, se desea lo que el otro desea, y el sujeto puede hacer que el otro reconozca su derecho a poseer ese objeto. Es humano desear lo que otros desean, por el sólo hecho de que ellos lo desean.
En esa lucha por puro prestigio en el que el sujeto se debate por el reconocimiento de su deseo por parte de otro, en esta situación, decía, cada uno debe querer dar muerte al otro, único camino para resolver la confrontación por el objeto de deseo. Aquí no hay acuerdo posible, de tal modo que en esta relación dual aparece un "o yo o el otro" esencial que, según Hegel, se resuelve en la división entre el amo y el esclavo: “el amo se enfrenta con la muerte y el esclavo cede ante el riesgo de la muerte, porque reconoce al otro pero no es reconocido por él.” (Miller, 1998. p.52).
A partir de aquí Lacan va a fundar un «circuito de reconocimiento» que va más allá de la posición variable del amo y del esclavo, en la que el amo, por no reconocer a nadie, no es reconocido en su humanidad ni siquiera por el esclavo. Así pues, el sujeto necesita reconocer al otro para poder ser reconocido por él. La identidad del sujeto emerge en el reconocimiento que el otro le devuelve. Aquí se puede ver la vertiente simbólica del deseo en el deseo de reconocimiento, en la medida en que se introduce un pacto entre los sujetos.
Así pues, Lacan introduce una fórmula general del deseo, que diría que el deseo es deseo de reconocimiento del deseo; se trata aquí de un deseo que tiene como único objeto y única satisfacción, el ser reconocido por el otro. Es un deseo sin sustancia, evanescente, que depende profundamente del reconocimiento. Entonces a la pregunta ¿qué es el deseo?, la respuesta es: deseo de hacer reconocer el deseo. “El propio deseo no es nada más que el reconocimiento del deseo” (Miller, 1998. p.55).
En esa lucha por puro prestigio en el que el sujeto se debate por el reconocimiento de su deseo por parte de otro, en esta situación, decía, cada uno debe querer dar muerte al otro, único camino para resolver la confrontación por el objeto de deseo. Aquí no hay acuerdo posible, de tal modo que en esta relación dual aparece un "o yo o el otro" esencial que, según Hegel, se resuelve en la división entre el amo y el esclavo: “el amo se enfrenta con la muerte y el esclavo cede ante el riesgo de la muerte, porque reconoce al otro pero no es reconocido por él.” (Miller, 1998. p.52).
A partir de aquí Lacan va a fundar un «circuito de reconocimiento» que va más allá de la posición variable del amo y del esclavo, en la que el amo, por no reconocer a nadie, no es reconocido en su humanidad ni siquiera por el esclavo. Así pues, el sujeto necesita reconocer al otro para poder ser reconocido por él. La identidad del sujeto emerge en el reconocimiento que el otro le devuelve. Aquí se puede ver la vertiente simbólica del deseo en el deseo de reconocimiento, en la medida en que se introduce un pacto entre los sujetos.
Así pues, Lacan introduce una fórmula general del deseo, que diría que el deseo es deseo de reconocimiento del deseo; se trata aquí de un deseo que tiene como único objeto y única satisfacción, el ser reconocido por el otro. Es un deseo sin sustancia, evanescente, que depende profundamente del reconocimiento. Entonces a la pregunta ¿qué es el deseo?, la respuesta es: deseo de hacer reconocer el deseo. “El propio deseo no es nada más que el reconocimiento del deseo” (Miller, 1998. p.55).
miércoles, 4 de abril de 2012
338. El carácter del neurótico obsesivo.
El carácter, ese conjunto de cualidades propias de una persona, que
la distingue por su modo de ser u obrar, es un tema que Freud desarrolló
en su texto Carácter y erotismo anal (1908). Freud aborda allí tres
rasgos del carácter del neurótico obsesivo -el orden, la avaricia y la
terquedad- y explica cómo se forman éstos a partir de mecanismos
psíquicos como las formaciones reactivas (expresión opuesta a la de un
deseo reprimido que el sujeto evita expresar) y la sublimación (orientar
la pulsión sexual hacia objetos de la cultura). El neurótico obsesivo,
entonces, fue un sujeto que, en su infancia, gozaba de metas sexuales en
la zona erógena del ano. Como las excitaciones provenientes de las
zonas erógenas -como las del ano- se vuelven inutilizables para metas
sexuales en nuestra civilización actual, se crean en la vida psíquica
formaciones reactivas como la vergüenza, el asco y la moral -denominados
por Freud diques psíquicos, en cuanto que se oponen a la activación de
la satisfacción sexual pulsional- (Freud, 1976). Por tanto, en los
rasgos de carácter que presentan los antiguos poseedores del erotismo
anal, es decir, los neuróticos obsesivos, se verán los efectos de esas
formaciones reactivas y la sublimación: orden, avaricia y terquedad.
Pero el orden, la avaricia y la obstinación no son las únicas características del neurótico obsesivo. También se caracteriza por la procrastinación (aplazar actividades que deben atenderse, sustituyéndolas por otras más irrelevantes), la ubicuidad (querer presenciarlo todo) y la oblatividad (la entrega al deseo del Otro), que hace del obsesivo un sujeto que rebaja su deseo a la demanda del Otro, presentándose como muy complaciente -"le pertenezco", "hay que cumplir con el patrón"-, o mejor, con una gran pasión por la esclavitud (García, 2007). Esto lo hace un trabajador leal, que gusta del trabajo forzado. Esto mismo es lo que hace que él espere la muerte del Amo, con la ilusión de que su vida recién comenzará cuando muera su jefe.
También el obsesivo suele renegar de la muerte; se suele sentir culpable de todo -es un sujeto muy moralista-; su deseo se suele manifestar como deseo de lo imposible (la imposible satisfacción del deseo del Otro); suele sostener una eterna deuda que no paga, y es cruel y déspota con las personas que ama; le cuenta sobremanera manifestar sus sentimientos, por eso parece tener un "corazón de piedra"; si manifiesta sus sentimientos, se presenta como un sujeto en falta, y si algo aterra al obsesivo, es mostrarse castrado, en falta. Por esta misma razón es que no reconoce fácilmente sus errores, presentándose terco y obstinado en sus argumentos -"yo tengo la razón, el que se equivoca eres tu"-. Suele ser también un sujeto narcisista y, por tanto, rechaza con vehemencia las diferencias -"los que no están conmigo, están contra mi"-. Sus preguntas existenciales se dirigen al ser y la muerte y, finalmente, la pregunta estructural del obsesivo bordea una imposibilidad lógica: "¿cómo ser padre sin matar a mi padre?" (García, 2007).
Pero el orden, la avaricia y la obstinación no son las únicas características del neurótico obsesivo. También se caracteriza por la procrastinación (aplazar actividades que deben atenderse, sustituyéndolas por otras más irrelevantes), la ubicuidad (querer presenciarlo todo) y la oblatividad (la entrega al deseo del Otro), que hace del obsesivo un sujeto que rebaja su deseo a la demanda del Otro, presentándose como muy complaciente -"le pertenezco", "hay que cumplir con el patrón"-, o mejor, con una gran pasión por la esclavitud (García, 2007). Esto lo hace un trabajador leal, que gusta del trabajo forzado. Esto mismo es lo que hace que él espere la muerte del Amo, con la ilusión de que su vida recién comenzará cuando muera su jefe.
También el obsesivo suele renegar de la muerte; se suele sentir culpable de todo -es un sujeto muy moralista-; su deseo se suele manifestar como deseo de lo imposible (la imposible satisfacción del deseo del Otro); suele sostener una eterna deuda que no paga, y es cruel y déspota con las personas que ama; le cuenta sobremanera manifestar sus sentimientos, por eso parece tener un "corazón de piedra"; si manifiesta sus sentimientos, se presenta como un sujeto en falta, y si algo aterra al obsesivo, es mostrarse castrado, en falta. Por esta misma razón es que no reconoce fácilmente sus errores, presentándose terco y obstinado en sus argumentos -"yo tengo la razón, el que se equivoca eres tu"-. Suele ser también un sujeto narcisista y, por tanto, rechaza con vehemencia las diferencias -"los que no están conmigo, están contra mi"-. Sus preguntas existenciales se dirigen al ser y la muerte y, finalmente, la pregunta estructural del obsesivo bordea una imposibilidad lógica: "¿cómo ser padre sin matar a mi padre?" (García, 2007).

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