viernes, 26 de abril de 2013

369. El inconsciente es el discurso del Otro.

La originalidad del método freudiano esta hecho de los medios de que se priva, es decir, la hipnosis que Freud abandonó (Lacan, 1981). Dicho método tiene como medio a la palabra, y la palabra es esencialmente un proceso intersubjetivo, es decir, que la alocución del sujeto supone un alocutor y por lo tanto, dice Lacan, el locutor está constituido en ella como intersubjetividad. A su vez, la interlocución psicoanalítica incluye la respuesta del interlocutor, y en esa continuidad intersubjetiva del discurso es donde se constituye la historia del sujeto. “Por eso es en la posición de un tercer término donde el descubrimiento freudiano del inconsciente se esclarece en su fundamento verdadero y puede ser formulado de manera simple en estos términos: El inconsciente es aquella parte del discurso concreto en cuanto transindividual que falta a la disposición del sujeto para restablecer la continuidad de su discurso consciente.” (Lacan, p. 248).

Así pues, el inconsciente es esa parte del discurso del sujeto que le falta para restablecer su historia. Es en este momento que Lacan introduce al Otro con mayúscula, alteridad radical, lugar donde está inscrito el orden simbólico y lugar en el cual está constituida la palabra. Es decir que la palabra no se origina en el yo ni en la conciencia; ella se origina en este lugar, el lugar del Otro, desde donde se da “al acto del sujeto que recibe su mensaje el sentido que hace de ese acto un acto de su historia y que le da su verdad” (Lacan, 1981, p. 249).

Es por lo anterior que se puede definir al inconsciente como el discurso del Otro –«El inconsciente es el discurso del Otro»–, ese inconsciente que Lacan (1981) va a definir como:
“...ese capítulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede volverse a encontrar; lo más a menudo ya está escrita en otra parte. A saber:
—en los monumentos: y esto es mi cuerpo, es decir el núcleo histérico de la neurosis donde el síntoma histérico muestra la estructura de un lenguaje y se descifra como una inscripción que, una vez recogida, puede sin pérdida grave ser destruida;
—en los documentos de archivos también: y son los recuerdos de mi infancia, impenetrables tanto como ellos, cuando no conozco su proveniencia;
—en la evolución semántica: y esto responde al stock y a las acepciones del vocabulario que me es particular, como al estilo de mi vida y a mi carácter;
—en la tradición también, y aun en las leyendas que bajo una forma heroificada vehiculan mi historia;
—en los rastros, finalmente, que conservan inevitablemente las distorsiones, necesitadas para la conexión del capítulo adulterado con los capítulos que lo enmarcan, y cuyo sentido restablecerá mi exégesis.” (p. 249).

El inconsciente ya no es más, a partir de aquí, sede de los instintos ni algo interior, sino primariamente lingüístico, y en él lo que hay que ver es los efectos de la palabra sobre el sujeto. El inconsciente es la determinación del sujeto por el orden simbólico, por eso “...él opera en el dominio propio de la metáfora que no es sino el sinónimo del desplazamiento simbólico, puesto en juego en el síntoma.” (Lacan, 1981, p. 250).

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