viernes, 21 de junio de 2013

374. Culpa, psicoanálisis y religión.

La conciencia de culpa, eso que los creyentes llaman pecado, es en muchos casos inconsciente; se podría decir de la culpa que es una "enfermedad silenciosa" del psiquismo, ya que puede afectar al sujeto sin que él la perciba o tenga noticias de ella. Así pues, son innumerables los sujetos que llevan una vida atormentada, o que se "entregan a toda clase de acciones autopunitivas, se sumergen una y otra vez en al fracaso, empujados por un sentimiento de culpabilidad del que no tienen la más mínima sospecha y que, para colmo, no se fundamenta en ninguna transgresión real" (Dessal, 2013).

En efecto, el psicoanálisis ha descubierto que la culpa no depende de la transgresión a la ley o de la realización de un acto prohibido; ella es una "misteriosa sustancia que no emana de ninguna realidad [y que] se destila en la profunda alquimia del inconsciente" (Dessal, 2013). De ahí lo paradójica que es, ya que hay asesinos que no se arrepienten de nada –como sucede con las personalidades psicopáticas–, como personas que no han hecho nada y, sin embargo, se sienten culpables de todo –como sucede en la melancolía–. En todo caso, la culpa es un elemento esencial del ser humano, de tal manera que si falta o si es excesiva, provocará graves desajustes en el sujeto. "Una culpa excesiva puede hacer que alguien busque su propia destrucción, y un sujeto sin culpa es un instrumento apto para causar la destrucción de los otros" (Dessal). La culpa es necesaria ya que ella hace posible que un sujeto se haga responsable de las consecuencias de sus actos –la culpa es la enfermedad de la responsabilidad (Miller, 1991)– y ayuda a que el sujeto pueda vivir en comunidad.

Son precisamente las religiones monoteístas las que se han ocupado de administrar y comercializar el sentimiento de culpa, "cuya manipulación es altamente eficaz y rentable para dominar a poblaciones y colectividades enteras (...) Esta característica de la condición humana ha sido exitosamente aprovechada por la Iglesia católica, que hizo de la confesión, el arrepentimiento y la penitencia una fabulosa empresa de lavado [de conciencias]" (Dessal, 2013). Así pues, no hay nada más fácil de manipular que la culpa que todos llevamos por dentro por el solo hecho de existir, existencia que, además, no tiene ningún sentido y carece de todo fundamento. "¿Puede haber algo más absurdo y condenable que ser una criatura humana, aspirante a buscar un sentido trascendente a una existencia que carece de todo propósito predefinido?" (Dessal).

viernes, 14 de junio de 2013

373. La declinación del padre en la modernidad.

La declinación de la figura paterna se inició con la llegada del discurso de la ciencia, el cual pone en cuestión el poder de la Iglesia en occidente y la existencia de Dios. "La idea de que «Dios ha muerto» se estaba preparando desde la mitad del milenio [año mil] y floreció en el siglo XIX" (Ramírez, 1999, p. 39). Ya no será más Dios la referencia fundamental para dar cuenta de la miseria, el sufrimiento personal y las catástrofes del mundo. Producto de esta declinación de la figura paterna, tenemos una exacerbación de la angustia en el sujeto contemporáneo.

Anteriormente, era Dios quien le daba sentido a los miedos y temores de los hombres. Existía el "temor de Dios" y las figuras paternas -el Rey, el Papa, el padre de familia- eran respetadas y admiradas, y servían como referente para la organización social del mundo -cosa que no sucede más hoy-.  "...el hombre del año mil había proyectado sobre los cielos la figura del Padre protector de la infancia personal" (Ramírez, 1999, p. 42), un Dios que le brindaba amparo y protección ante las vicisitudes de la vida y el mundo, prometiendo felicidad y una vida eterna en el más allá.

Pero el racionalismo científico "hizo desvanecer esa figura magnánima de Dios" (Ramírez, 1999), por eso, el problema de nuesra modernidad es el vacío y la falta de sentido de la existencia y de la vida. La declinación de ese Dios-Padre a nivel colectivo, tiene como efecto el surgimiento de un Dios personal y oscuro en cada sujeto contemporáneo (Ramírez), lo cual se observa en ese empuje al goce -a la satisfacción en los objetos de consumo-, que el discurso capitalista promueve hoy.

Lo que se encuentra en las obras de Freud, es una añoranza del Padre, de ese padre que precedía al discurso de la ciencia: omnipotente, omnisapiente, hasta terrible. Pero ese Dios-Padre mítico ya no se puede recuperar, por eso la tarea de los psicoanalistas hoy, es liberar a la humanidad de esa nostalgia del Padre (Ramírez, 1999, p. 52). "El padre del año mil ha declinado por siempre y eso, para bien o para mal, ha modificado las relaciones laborales, sociales, familiares, de género y hasta el psiquismo de los hombres contemporáneos. Es un hecho." (Ramírez). El Padre ya no es más un ideal social, modelo edípico, Dios todopoderoso, garantía última, por eso lo que Lacan propone, ante esa declinación del padre, ante ese desfallecimiento de la figura paterna, es "el deber de encontrar para el Padre «el uso que convenga». (...) poder vivir más allá del Padre, saber qué hacer con ese vacío. Lacan, a propósito de Joyce, lo dice así: «se puede prescindir del padre a condición de servirse de él»" (Ramírez, p. 53).

jueves, 6 de junio de 2013

372. El síntoma está estructurado como un lenguaje.

El inconsciente es el discurso del Otro. Es lo que enseñó Freud desde la Traumdeutung, en donde muestra claramente “que el sueño tiene la estructura de una frase, o más bien, si hemos de atenernos a su letra, de un rébus [acertijos gráficos], es decir de una escritura...” (Lacan, 1981, p. 257). También otras «formaciones del inconsciente» enseñan claramente que el discurso del sujeto es el discurso del Otro, es decir, que dichas formaciones, como el acto fallido –del que Lacan dice que es un discurso logrado– y el lapsus, designan al inconsciente como el efecto sobre el sujeto de la palabra que le es dirigida desde otro lugar, desde «otra escena» –lugar psíquico con el que Freud describió al inconsciente–. Así pues, el gran Otro es el lugar desde donde está constituida la palabra, palabra que está, por tanto, determinada desde ese lugar. Esta es la razón por la que “el síntoma [así como todas las formaciones del inconsciente] se resuelve por entero en un análisis del lenguaje, porque él mismo está estructurado como un lenguaje, porque es lenguaje cuya palabra debe ser librada.” (Lacan, p. 258).

La sobredeterminación se constituye así, en una característica general de las formaciones del inconsciente. Lacan dirá entonces que “...para admitir un síntoma, sea o no neurótico, en la psicopatología psicoanalítica, Freud exige el mínimo de sobredeterminación que constituye un doble sentido, símbolo de un conflicto difunto que terminó más allá de su función en un conflicto presente no menos simbólico...”. (Lacan, 1981, p. 258). La razón de ello es que el síntoma se halla «estructurado como un lenguaje», y por consiguiente constituido por deslizamientos y superposiciones de sentido; jamás es el signo unívoco de un contenido inconsciente único, de igual modo que la palabra no puede reducirse a una señal. El resorte propio del inconsciente lo vamos a encontrar, entonces, en la naturaleza misma del lenguaje, y “es en el orden de existencia de sus combinaciones, es decir en el lenguaje concreto [...], donde reside todo lo que el análisis revela al sujeto como su inconsciente.” (Lacan, p. 258).

553. Las clínicas de urgencias subjetivas

Las clínicas de urgencias subjetivas son espacios dedicados a atender crisis emocionales o psíquicas desde una perspectiva psicoanalítica la...