381. El poder discrecional del oyente.

¿Qué pasa cuando el analizante habla, cuando un hablante se dirige a un oyente? Desde el momento en que hay uno que habla, se puede ubicar también el lugar del Otro, que es el lugar en el que se encuentra el analista que escucha. Lo que sucede es que el oyente es quien tiene la decisión respecto de lo que el hablante ha dicho; esto porque la estructura misma de la palabra hace que lo que uno quiere decir sea decidido, no por el sujeto que habla, sino por el que escucha; depende del Otro el sentido de lo dicho.

El sentido profundo de la palabra es decidido por el receptor; a esto Lacan lo llamó "el poder discrecional del oyente"; es un poder que implica una gran responsabilidad por parte de la persona del analista, ya que con él puede hacer sugestión o desciframiento; la práctica analítica es una práctica de desciframiento, y de esta manera se vincula con la función de la palabra. Freud (1976), al respecto dice: "En verdad, entre la técnica sugestiva y la analítica hay la máxima oposición posible: aquella que el gran Leonardo Da Vinci resumió, con relación a las artes per vía di porre y per vía di levare. La pintura, dice Leonardo, trabaja per vía di porre; en efecto, sobre la tela en blanco deposita acumulaciones de colores donde antes no estaban; en cambio la escultura procede per vía di levare pues quita de la piedra todo lo que recubre las formas de la estatua contenida en ella. De manera en un todo semejante, señores, la técnica sugestiva busca operar per vía di porre; no hace caso del origen, de la fuerza y la significación de los síntomas patológicos, sino que deposita algo, la sugestión, que, según se espera, será suficientemente poderosa para impedir la exteriorización de la idea patógena. La terapia analítica, en cambio, no quiere agregar ni introducir nada nuevo, sino restar, retirar, y con ese fin se preocupa por la génesis de los síntomas patológicos y la trama psíquica de la idea patógena, cuya eliminación se propone como meta" (p. 250).

Esta estructura de la palabra demuestra que hay una escisión entre lo que uno dice y lo que se quiere decir, o sea que el lenguaje hace del ser hablante un ser dividido siempre entre enunciado y enunciación. El hablante depende entonces de la respuesta del oyente; el analista en cuanto intérprete opera desde este lugar y desde ahí también operan todos las psicoterapias que lo único que terminan haciendo es sugestión, puesto que se dirigen al sujeto del enunciado olvidando el sujeto de la enunciación. Si Freud rechaza las técnicas de la hipnosis y la sugestión es porque él se da cuenta que dirigiéndose al Yo, el psicoanalista no puede hacer otra cosa que sugestión, y esta no permite la emergencia del sujeto del inconsciente (sujeto de la enunciación) desconociendo, por lo tanto, la significación de los síntomas y la emergencia de su deseo, el cual aparece velado en las palabras o el decir del paciente. Es al analista al que le toca correr ese velo por medio de la interpretación que se debe ceñir a las leyes del Otro o del lenguaje: "Jeroglíficos de la histeria, blasones de la fobia, laberintos de la Zwangsneurose; encantos de la impotencia, enigmas de la inhibición, oráculos de la angustia; armas parlantes del carácter, sellos del autocastigo, disfraces de la perversión; tales son los hermetismos que nuestra exégesis resuelve, los equívocos que nuestra invocación disuelve, los artificios que nuestra dialéctica absuelve, en una liberación del sentido aprisionado que va desde la revelación del palimpsesto hasta la palabra dada del misterio y el perdón de la palabra" (Lacan, 1981, p. 270).

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