399. Repetición y tyché.

La referencia esencial de la repetición es la escritura, y esta es la razón para que se pueda vincular el síntoma a la modalidad de la necesidad. El síntoma es definido entonces por Lacan como «lo que no deja de escribirse», lo cual permite captar la dimensión de la repetición en él, y hace necesaria la referencia a la escritura. La repetición, al igual que el inconsciente, también nos presenta dos caras: una simbólica y otra que es real. La repetición como retorno de lo reprimido es la vertiente simbólica de la repetición, que se funda en el automatón del inconsciente, o en el inconsciente automatón. La repetición en su vertiente real no tiene que ver con esta repetición simbólica, sino con la tyché (Miller, 2002).

La tyché tiene que ver con lo real como encuentro, es decir, con el trauma, y lo traumático de un sujeto es siempre algo inasimilable: el goce sexual. Precisamente, la repetición no es otra cosa que la huida del sujeto de ese real sexual que es inasimilable. A medida que el sujeto se aproxima a lo real, la repetición es una huida a fin de no encontrar ese real. Por eso Miller (2002) corrige, si se puede decir así, la definición de Lacan de lo real como lo que vuelve siempre al mismo lugar, diciendo que “...lo real es lo que vuelve al mismo lugar donde el sujeto, en tanto piensa, no lo encuentra, lo evita: esta en el mismo lugar en tanto el sujeto lo evita.” (p. 55).

El tratamiento de lo real por lo simbólico se hace con la interpretación. Y la interpretación necesita, primero, que la transferencia ya esté instalada en el dispositivo, y segundo, que el inconsciente haya tenido tiempo para realizarse, es decir que el inconsciente no se realiza de un solo golpe. El inconsciente necesita de una regularidad –las sesiones mismas del análisis– para que ocurra lo que se llama el acontecimiento imprevisto. Un acontecimiento imprevisto es un acontecimiento que importa, que no se borra, que transforma lo real en un saber; es el acontecimiento mismo del inconsciente, y a esto hay que darle tiempo para escucharlo (Dassen, 2000). El ritmo mismo de las sesiones de análisis, se da a partir de las irrupciones del inconsciente, es decir, que ese inconsciente, a partir de las escansiones, se va convirtiendo en un saber, un saber que cifra un goce particular: la realización sexual.

Una sesión orientada por lo real hace que un analista dirija el tiempo de la sesión. Pero las sesiones cortas no funcionan si el analista no puede leer los efectos de sus actos; las sesiones cortas no son tampoco un estándar, ni un ideal. Las sesiones cortas, dice Dassen (2000), tienen una estructura homóloga a la del inconsciente. Hay sujetos que necesitan un tiempo fijo de la sesión, y otros que necesitan ser movilizados gracias a las sesiones de duración variable –p. ej. En el caso de un obsesivo homeostático: hay que interferir esa homeostasis, reventar el goce masturbatorio del obsesivo, citándolo con cierta variabilidad–.

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