En el primero de sus seminarios, Lacan decía, hablando del hombre
contemporáneo, que este “prefiere resolver las cosas en términos de
conducta, adaptación, moral de grupo y otras pamplinas” (Lacan, citado por López, 2015).
Hay pues una banalidad del pensamiento en el mundo de hoy. Vivimos una
época de idiotez generalizada, la cual se observa tanto en las letras de
las canciones de reggaetón, como en la forma de escribir sin tener en
cuenta las reglas de gramática, pasando por los videos donde la gente se
hace famosa haciendo estupideces en las que exponen hasta la vida,
etc.; los ejemplos son tan infinitos como la misma “pelotudez” humana.
Ya lo había dicho Albert Einstein (1879-1955), "hay dos cosas infinitas:
el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro".
El
mismo discurso científico también parece caer en esa trivialidad del
pensamiento al reducir los problemas humanos a causas genéticas o
neurológicas; igualmente el campo de la psicología, la cual busca la
adaptación o normalización del sujeto: hacerlo “funcional”. Así pues, el
saber contemporáneo parece dejar de lado “«la experiencia de la verdad»
en su sentido más fuerte, aquella de la que el sujeto sale
transformado, habiendo visto algo de sí mismo que hasta entonces
desconocía” (López, 2015).
Todo este saber científico, que reduce
el sujeto a una cifra, tiene, al parecer, un propósito, que responde a
su vez a una política del discurso imperante: “que la experiencia de la
verdad desaparezca, que el sujeto quede excluido de la responsabilidad
de su propia vida, que se transforme en un objeto de estudio, como las
ratas de laboratorio, sobre el cual la ciencia impone su mirada y la
ideología de la evaluación, su compulsión a reducirlo a cifras medibles”
(López, 2015). Esta es la razón por la que el sujeto termina eludiendo
las grandes preguntas sobre la condición humana: “¿Por qué deseamos
aquello que es más contrario a nuestros ideales? ¿Cómo es que sentimos
una insatisfacción imposible de colmar y al mismo tiempo encontramos una
satisfacción en el sufrimiento? ¿Por qué hoy amamos y mañana odiamos?”
(López), preguntas que llevaron a Freud y a Lacan a postular los
conceptos de pulsión de muerte y de goce.
Se vive pues una época
que “odia las preguntas y no soporta el enigma” (López, 2015), época a
la que el psicoanálisis se resiste sosteniendo una “ética de la
interrogación del sujeto” (López), una ética de los “porqués”, una ética
que no aniquile las preguntas existenciales del sujeto, que no destruya
su subjetividad. “Privado de la posibilidad de preguntar, el ser
hablante se deshumaniza y queda reducido a una piltrafa” (López).
La
experiencia psicoanalítica es una experiencia solo para los que son
capaces de interrogarse sobre aquello que se revela como lo más
horroroso del sujeto, un horror que también se presenta en él como
“«horror a saber» sobre la castración como ausencia de relación sexual”
(López, 2015). Lacan apuesta por la emergencia, en el sujeto, de un
deseo de saber inédito, un saber atravesado por lo imposible de saber:
un resto de real que no se resuelve por la vía del saber. “Ni el estudio
del genoma humano, ni el del cerebro podrán franquear esta barrera. El
análisis propone aceptar la castración como el límite del saber, pero
sin ahorrarnos el esfuerzo de llevar el saber hasta su límite” (López).
Ahora
bien, si ese horror al saber es consustancial al ser humano, ¿por qué
hablar de una crisis del saber en la actualidad? Lo que se observa en el
mundo de hoy es que “los dispositivos científicos, técnicos, políticos y
culturales en general, van a contrapelo de las grandes preguntas porque
ofrecen infinidad de medios para taponarlas. Entonces, tenemos un
sujeto cada vez más autista en un medio plagado de falsas respuestas”
(López, 2015). La sociedad contemporánea se está transformando en “una
máquina de rendimiento autista” (Byung-Chul Han, citado por López).
Así
pues, el sujeto moderno “no alienta el lazo social sino la separación,
pues cada uno vive encerrado en su fatiga más propia sin interrogarse
por la causa del deseo” (López, 2015). Ese nuevo imperativo que circula
hoy por todas partes en el discurso actual, la competitividad y/o el
emprendimiento –imperativo superyóico-, desaloja las preguntas del
sujeto por su existencia, y coloca en su lugar la adoración por los
resultados y las evidencias (López). ¡Todos hiperactivos! es la consigna
del mundo contemporáneo, en la que el sujeto “se alimenta de múltiples
fuentes de información en una deriva metonímica sin fin”: La navegación
online es su paradigma. Y a esto se le suma ese “exceso de objetos de
goce” (López) que ayudan al sujeto a escapar de su aburrimiento,
taponando su falta de ser.
Esta pasión por la ignorancia que se
observa hoy, implica un rechazo generalizado del saber del inconsciente.
Los sujetos, atiborrados de información, caen en una anorexia con
respecto a las verdaderas preguntas de la existencia (López, 2015).
Afortunadamente, mientras existan psicoanalistas y personas que se
interrogan por la causa de su sufrimiento, el psicoanálisis seguirá
existiendo, pero se puede llegar a extinguir si se sigue en la vía de
que “todo sea comunicable, calculable y visible (…) Por fortuna hay algo
incalculable en el ser hablante que impide reducirlo a un algoritmo y,
por ello mismo, le da una oportunidad para cambiar.” (López).
UN BLOG SOBRE PSICOANÁLISIS LACANIANO. Los textos cortos aquí publicados, aparecieron en el semanario La Hoja de Medellín, entre los años 1995 y 1999, en una columna titulada «Sentido Común». A partir del 18 de julio de 2007, he empezado a publicar otros textos cortos, reflexiones, ideas, desarrollos teóricos del psicoanálisis lacaniano. Espero les sea de utilidad para pensar al sujeto y como introducción al psicoanálisis. Bienvenidos!!
viernes, 23 de octubre de 2015
viernes, 9 de octubre de 2015
435. Sobre la técnica psicoanalítica.
Siempre es pertinente preguntarse por la técnica psicoanalítica, es
decir, por el qué hacer cuando se recibe a un paciente en el
consultorio. Lo primero que hay que tener en cuenta es que “no hay
ningún punto técnico en el análisis que no se vincule con la cuestión
ética” (Miller, 1997, p. 13). En al análisis las cuestiones técnicas son
siempre cuestiones éticas por una razón muy precisa: porque el análisis
va dirigido al sujeto. Como bien lo dice Miller, “la categoría de
sujeto no es una categoría técnica” (1997), sino una categoría ética.
En la experiencia psicoanalítica de orientación lacaniana, no hay estándares ni patrones, pero sí hay principios de la práctica, los cuales se transmiten fundamentalmente a través del propio análisis y de la supervisión de los casos clínicos (Miller, 1997), pero también es importante hacer el esfuerzo de hacer transmisión de dichos principios formalizándolos en la teoría. Esto abarca tanto desde cómo se recibe a un paciente, hasta cómo es un final de análisis; desde que se hace con la demanda del paciente, hasta cómo se tramita la transferencia.
Miller (1997) plantea tres niveles para la entrada en análisis: la avaluación clínica, que abarca un diagnóstico preliminar de la estructura clínica del sujeto que demanda un análisis, es decir, si se trata de un neurótico, un perverso o un psicótico o prepsicótico; la localización subjetiva del sujeto, es decir, la posición que el paciente asume en su relación con su queja y sus síntomas; y la introducción al inconsciente, que tiene que ver con cómo el analista contribuye en el aprendizaje, por parte del paciente, del bien-decir, es decir, de cómo aproxima al paciente a decir lo que desea.
Así pues, la localización subjetiva no es sólo una avaluación de la posición del sujeto, sino también un acto ético del analista, en el que hay una reformulación de la demanda del paciente, un cuestionamiento de su deseo y una rectificación subjetiva. La rectificación subjetiva, uno de los aspectos más importantes en el momento de entrar en análisis, consiste en pasar de quejarse de los otros, para empezar a quejarse de sí mismo. Por lo general, la posición “normal” de todo sujeto neurótico, es quejarse de los demás. El acto analítico consiste en “implicar al sujeto en aquello de lo que se queja, implicarlo en las cosas de las cuales se queja” (Miller, 1997, p. 70).
Entre los principios que rigen la práctica clínica psicoanalítica están: estudiar el saber clínico y utilizarlo en la experiencia –lo cual abarca el diagnóstico en base a las estructuras clínicas–; es esencial localizar el sujeto de la enunciación –y distinguirlo del sujeto del enunciado–; no comprender al paciente –lo que se denomina principio de comprensión–; y cansar al deseo del sujeto –lo que es una política del psicoanálisis–.
En la experiencia psicoanalítica de orientación lacaniana, no hay estándares ni patrones, pero sí hay principios de la práctica, los cuales se transmiten fundamentalmente a través del propio análisis y de la supervisión de los casos clínicos (Miller, 1997), pero también es importante hacer el esfuerzo de hacer transmisión de dichos principios formalizándolos en la teoría. Esto abarca tanto desde cómo se recibe a un paciente, hasta cómo es un final de análisis; desde que se hace con la demanda del paciente, hasta cómo se tramita la transferencia.
Miller (1997) plantea tres niveles para la entrada en análisis: la avaluación clínica, que abarca un diagnóstico preliminar de la estructura clínica del sujeto que demanda un análisis, es decir, si se trata de un neurótico, un perverso o un psicótico o prepsicótico; la localización subjetiva del sujeto, es decir, la posición que el paciente asume en su relación con su queja y sus síntomas; y la introducción al inconsciente, que tiene que ver con cómo el analista contribuye en el aprendizaje, por parte del paciente, del bien-decir, es decir, de cómo aproxima al paciente a decir lo que desea.
Así pues, la localización subjetiva no es sólo una avaluación de la posición del sujeto, sino también un acto ético del analista, en el que hay una reformulación de la demanda del paciente, un cuestionamiento de su deseo y una rectificación subjetiva. La rectificación subjetiva, uno de los aspectos más importantes en el momento de entrar en análisis, consiste en pasar de quejarse de los otros, para empezar a quejarse de sí mismo. Por lo general, la posición “normal” de todo sujeto neurótico, es quejarse de los demás. El acto analítico consiste en “implicar al sujeto en aquello de lo que se queja, implicarlo en las cosas de las cuales se queja” (Miller, 1997, p. 70).
Entre los principios que rigen la práctica clínica psicoanalítica están: estudiar el saber clínico y utilizarlo en la experiencia –lo cual abarca el diagnóstico en base a las estructuras clínicas–; es esencial localizar el sujeto de la enunciación –y distinguirlo del sujeto del enunciado–; no comprender al paciente –lo que se denomina principio de comprensión–; y cansar al deseo del sujeto –lo que es una política del psicoanálisis–.
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