A raíz de la explosión social y el paro nacional que se presentó en nuestro país (Colombia) desde el 5 de mayo de 2021, muchas instituciones educativas les recomendaron a sus docentes no asumir posturas que generen malestares entre los estudiantes y adoptar una actitud imparcial. Yo me pregunto, ¿esto es posible? ¿Acaso, siempre que se asume una posición, sobre todo de carácter crítico, frente a lo que sucede de injusto en un país, esto no generará algún malestar en muchas personas? Colombia es uno de los países con mayor corrupción:
“El Índice de Percepción de Corrupción (IPC) 2020 mide los niveles percibidos de corrupción en el sector público en 180 países a través de una puntuación con una escala de 0 (corrupción elevada) a 100 (ausencia de corrupción). En esta edición más de dos tercios de los países obtuvieron una puntuación inferior a 50. El promedio global se situó en tan solo 43 puntos. En este año Colombia obtuvo una calificación de 39 puntos sobre 100, y ocupa la posición 92 entre 180 países evaluados. Aunque, en esta edición el país consiguió dos puntos más que el año pasado, estadísticamente esta variación no es considerada como un avance significativo” (Transparency International, 2021, párr. 1). Y ocupaba el año pasado el segundo puesto en desigualdad en Latinoamérica (Pasquali, 2019); a estos problemas se le suman además el de narcotráfico: 1.137 toneladas de cocaína (Infobase, 2020), paramilitarismo: 35 masacres durante este año (El Espectador, 2021), desplazamientos forzosos: 8 millones (El Tiempo, 2019), falsos positivos: 6402 (La silla vacía, 2021), pobreza: 42.5% (Dane, 2021), etc. ¿Cómo tapar el sol con un dedo?
La justificación para ser imparcial es no adoctrinar a los estudiantes. ¿Acaso no se los adoctrina cuando se les enseña una teoría? Adoctrinar, según la RAE (2020), significa “inculcar a alguien determinadas ideas o creencias”. Yo, por ejemplo, creo en el inconsciente, con lo difícil que es creer en esto, y enseño el discurso psicoanalítico, en el que me he formado como profesional y en el que creo. ¿No estoy adoctrinando a los estudiantes cuando les enseño las ideas del psicoanálisis, aportando los argumentos necesarios para justificar los conceptos en los que dicho discurso cree? Además, siempre que se adopta una posición desde este discurso, o se piensa una situación de la realidad humana desde el psicoanálisis, muchas veces esto genera algún malestar en las personas, al fin y al cabo, como bien lo indica Freud en Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1914), "el inevitable destino del psicoanálisis es mover a contradicción a los hombres e irritarlos" (p. 8). Y los irrita porque el psicoanálisis es crítico con todo lo que abarca al ser humano: sus ideales, sus creencias, sus pensamientos, la posición que asume en la vida.
Entonces, con relación a asumir posturas, ¿por qué se censura hablar de la realidad política de un país con la idea de que no hay que adoctrinar a los estudiantes en determinada corriente política? ¿Acaso no se lo adoctrina, también, cuando se le enseña neuropsicología, cognitivismo, humanismo, psicología clínica o psicología social? Ahora bien, se le inculca toda una serie de teorías y conocimientos a los estudiantes, y se le deja a él, como sujeto de pleno derecho, la posibilidad de elegir en que corriente y en qué ámbito de la psicología se va a inscribir; es él el que elige, aunque muchas veces se trata de una elección forzada, es decir, porque toca. Ahora bien, es muy diferente un adoctrinamiento en el que se obliga al otro a creer lo que se le inculca, como sucede, por ejemplo, con el adoctrinamiento en una religión en los niños desde el momento en que nacen, o el adoctrinamiento que reciben unos niños cuando los recluta una guerrilla, a la transmisión de un conocimiento a sujetos que ya hacen uso de un pensamiento crítico.
“El adoctrinamiento es en cierto grado inevitable en la enseñanza padre-hijo, pues los seres humanos son animales sociales que inevitablemente se ven afectados por el contexto en el que se desarrollan. Sin embargo, esto puede ser mitigado por prácticas que favorezcan el libre pensamiento y el uso de la razón crítica, siendo esta la principal diferencia entre el adoctrinamiento y la educación: el primero, a diferencia de la educación, nunca pretende convertir al sujeto en un individuo autónomo con juicio propio, sino que se caracteriza por la fe ciega y la ausencia de pensamiento crítico” (Wikipedia, 2021, párr. 2).
Así pues, el adoctrinamiento es una práctica educativa ejercida por una autoridad, la cual busca infundir determinados valores o formas de pensar en los sujetos a los que van dirigidas, por lo tanto, el adoctrinamiento está necesariamente ligado a la educación; aquel siempre soporta procesos educativos, pero se espera que la educación, esa que apunta a la libre expresión de las ideas, de forma democrática y multicultural, no se convierta en un adoctrinamiento. Entonces, volviendo a las preguntas iniciales, ¿se adoctrina cuando se habla de la realidad política de un país?
Lo que suele suceder en toda sociedad, es que el conflicto es muy mal visto; pero los conflictos sociales se constituyen, a su vez, en el motor de toda sociedad. Por esta razón, cuando se enseña a pensar críticamente, se espera que dicho razonamiento desestructure lo que se denomina el «sentido común». Las ciencias sociales y humanas, pienso yo, así como nos lo enseña el psicoanálisis y la filosofía, sirven para desestabilizar, desestructurar dicho «sentido común».
“¿Qué es el sentido común? Heidegger dice que el sentido común es el impersonal «se»: pensamos lo que se piensa, sentimos lo que se siente, deseamos lo que se desea, creemos en lo que se cree, hasta amamos como se ama; uno cree que ama, y que es espontáneo, autónomo, auténtico, que uno es dueño de sus sentimientos, y cada vez más te vas dando cuenta que en realidad no estás amando, sino que estás inserto en un sistema que previamente delinea y define las formas de amar, y uno cuando ama no hace más que reproducir, repetir formatos previos que nos condicionan” (Sztajnszrajber, 2021).
Igual sucede con lo que se piensa, con lo que se siente, lo que deseamos, ¡y todo en lo creemos! Es decir, hay un Otro generalizado (Berger y Luckmann, 1986): el sistema, el establecimiento, la institución, la estructura social, que, primero, nos preexiste, y segundo, determina casi todo lo que nosotros somos como seres humanos en el mundo que nos tocó. Eso es tremendo; si seguimos con el ejemplo del amor, todos nos podemos hacer esta pregunta: ¿por qué amo así?, ¿quién me enseñó que es de este modo y no de otro? Y lo que sucede cuando alguien quiere salirse de ese “sentido común” (la forma como espera el Otro que tu ames), es que pasa a ser un subversivo, un anómalo, un enfermo (Sztajnszrajber, 2021), un loco o un delincuente.
Es por esto que el psicoanálisis, al igual que la filosofía, son discursos subversivos, porque interrogan al establecimiento. Pero incomodar es muy importante y necesario, y, sobre todo, incomodarse a uno mismo. Y lo que te van a enseñar estos discursos es que lo que tú crees de manera natural, normal, también es una construcción, es un efecto de algo que trasciende al sujeto, y que ese Otro, que no es otro que el establecimiento, lo establecido socialmente, es lo que te exige determinados comportamientos. Y eso determina lo que se puede denominar, la agenda cotidiana, la misma que repiten los medios de comunicación, “la agenda diaria que está fijada de acuerdo a ciertos intereses; esto ya de por sí es absolutamente cuestionable. Lo que la filosofía ve es algo mucho más estructural, lo que son los formatos; no tanto lo que se discute en un programa de panelistas, sino la “panelización” de nuestro cerebro, o sea, la “panelización” del discurso público. Es fundamental entender que hay un problema de formato, el formato que está instalado y que la filosofía permanentemente trata de desarmar, de deconstruir, es un formato que estructura, una realidad siempre binaria, siempre jerárquica, siempre con amigos y enemigos” (Sztajnszrajber, 2021).
De ahí la importancia de correrse de esa agenda pública, esa que nos transmiten los medios de comunicación. “La televisión educa, no solo la escuela, un presentador de televisión diciendo pavadas también educa, y educa en pavadas” (Sztajnszrajber, 2021). Igual sucede con los docentes en sus clases. Por eso, si se enseña a pensar críticamente, eso implica, no solo dudar de todo, sino deconstruir el mundo, ese mundo que se nos presenta, o se nos vende, como un mundo en calma. Es el poder del establecimiento, y no hay poder más eficiente que aquel que no se ve; se trata de un poder que nos anestesia, para que el sistema funcione en su comodidad, en su tranquilidad, “el poder es siempre farmacológico (…) Y qué difícil es moverse de eso, ¿quién se va a mover de esos lugares tan acomodados? Pero un día, todo explota, del modo a veces más inusual. Foucault decía: donde hay poder, hay resistencia” (Sztajnszrajber).
Es lo que ha sucedido en Colombia, pero también en Chile, Bolivia y ahora Cuba, y en su momento en Argentina, Perú, Ecuador y EEUU. El poder funciona normalizando sus intereses y reproduciendo sus privilegios. Por eso, cuando se devela cómo funciona el establecimiento, se asume una posición política, y eso no le va a gustar a muchos, sobre todo a los que están adormecidos, acomodados, los que cumplen con la agenda pública, todos los que están insertos en ese sistema denominado «sentido común»; por eso el que se siente ofendido es el que no quiere renunciar a un privilegio. “La política es para el otro, no es para defender lo propio. Si no es para el otro, es negocio” (Sztajnszrajber, 2021). Y “por eso la lucha es contra el sentido común, ese sentido común que es visto como algo positivo y que condiciona la forma de pensar, que establece etiquetas acerca de lo que está bien y lo que está mal, lo normal y lo anormal, lo correcto y lo incorrecto; todos esos binarios hay que desarmarlos” (Sztajnszrajber, 2021).
Y como dice Sztajnszrajber (2021), no se lucha para ganar, se lucha para luchar, para incomodar, para cuestionar, para irritar, para pensar, y de todos modos siempre habrá quien se irrite y se sienta mal, ¿cómo evitarlo? Se espera, eso sí, que el que sienta algún malestar, responda con argumentos y respete al otro a pesar de las diferencias que puedan tener, y no simplemente disparando. ¿Y para qué hacer todo esto? Para, tal vez, así poder cambiar el establecimiento, así sigamos del lado de los derrotados, los segregados, los discriminados, los desposeídos. ¿No es de este lado que se deberían, en un sentido ético, poner las universidades, y más si son católicas? Lo que me lleva a preguntarme: ¿cuál es el papel que debe cumplir la universidad frente a sus alumnos, cuando hay un estallido social de reivindicación de derechos como el sucedido aquí en Colombia en este momento? ¿La universidad quiere sujetos adormecidos, o sujetos críticos y despiertos?
¿Y cuál la posición del psicoanálisis ante este tipo de fenómenos político-sociales? ¿Acaso la tarea del psicoanálisis no es “llamar la atención sobre las mentiras de la civilización” (Laurent, 2007)? ¿Acaso los psicoanalistas no están llamados a entender cuál fue su función y cuál le corresponde ahora? “Nuestra práctica clínica tiene como partenaire permanentemente a la civilización contemporánea. Por eso un psicoanalista --como dice Lacan-- debe estar a la altura de la subjetividad de su época” (Delgado, 2011): “Mejor que renuncie quien no pueda unir su horizonte a la subjetividad de la época. ¿Cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico?” (Lacan, 2003, p. 209).
UN BLOG SOBRE PSICOANÁLISIS LACANIANO. Los textos cortos aquí publicados, aparecieron en el semanario La Hoja de Medellín, entre los años 1995 y 1999, en una columna titulada «Sentido Común». A partir del 18 de julio de 2007, he empezado a publicar otros textos cortos, reflexiones, ideas, desarrollos teóricos del psicoanálisis lacaniano. Espero les sea de utilidad para pensar al sujeto y como introducción al psicoanálisis. Bienvenidos!!
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