martes, 12 de diciembre de 2023

537. Sobre la psicología del amor

Los seres humanos no eligen a cualquiera para amar, eligen a alguien. En esa elección se ponen en juego unos requisitos que se denominan condiciones de amor. Estas suelen ser muy variadas y en ocasiones son inexplicables o asombrosas y operan cada vez que nos enamoramos o cuando alguien nos llama la atención. En la mayoría de los casos las condiciones de amor son inconscientes y remiten a la infancia de cada individuo, es decir, al momento en que se empezó a amar y se tenía un primer objeto de amor: la madre o su sustituto. Las condiciones de amor son tomadas de este período de nuestra vida y de las personas a las que se dirigía nuestro amor.

Los motivos de consulta más frecuentes y comunes en la clínica psicológica son los problemas y el sufrimiento que los seres humanos y las parejas padecen cuando aman, por eso es importante dar cuenta de las lógicas de la vida amorosa de los seres humanos, para comprender el origen psíquico de una serie de comportamientos y fenómenos de los sujetos, referidos todos al amor, como por ejemplo: el enamoramiento, la condición del “tercero perjudicado”, la elección de “mujeres fáciles”, las dos corrientes del amor: la tierna y la sensual o pasional, la impotencia sexual masculina, la frigidez femenina, la infidelidad, la degradación de la persona amada, las exigencias que le impone la cultura a la conducta amorosa del hombre civilizado, la servidumbre sexual de las mujeres y los hombres, el fetichismo, los rasgos perversos que se ponen en juego en el encuentro sexual, los juegos sexuales, el sadismo y masoquismo en las relaciones amorosas, el narcisismo, el descontento, el odio, la dependencia, la repetición, la ética, el ideal y la alteridad en el amor.

Mucho de lo referido al amor en Freud se encuentra resumido en una serie de textos publicados bajo el título de «Contribuciones a la psicología del amor». El primero de esos textos se llama Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre, de 1910; el segundo se denomina Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa, de 1912, y por último su texto Sobre el tabú de la virginidad, escrito en 1917.

El impulso de amor fue personificado desde Grecia por Eros, dios del amor y fuerza creadora del cosmos. Éste fue pensado como un dios carente, en tanto que busca a un otro que sería su complemento. Eros orientaría el alma del hombre con un anhelo de recuperar lo que alguna vez fue su otra mitad. Así, el amor sería el deseo y la persecución de ese todo que le faltaría al ser humano. En la mitología, Eros es hijo de Penía, la pobreza, y de Poros, la riqueza. Fue concebido durante un festín en el que se celebraba el nacimiento de Afrodita. Este origen daría cuenta de su doble condición de mendigo menesteroso que busca lo bello y lo bueno, o sea lo que no tiene. Por esta razón, las telenovelas y películas más exitosas en el tema del amor son aquellas en las que un sujeto pobre o carente de recursos y otro rico y pudiente se enamoran; se trata siempre de una relación llena de dificultades y complicaciones, por eso gustan tanto.

El amor también fue pensado desde la antigüedad en su relación con el deseo: se desea y ama lo que no se posee. Sócrates decía que cualquiera que sintiera deseo, es porque quiere lo que no tiene, lo que no está presente o lo que no es. El deseo es fundamentalmente una falta y ésta es constituyente del amor. El psicoanálisis también designa con Eros el conjunto de los impulsos que apuntan a la vida en oposición a los de muerte. Eros sería esa fuerza primordial que produce ligazones entre los seres humanos; en cambio, Tánatos, que en griego significa muerte, es aquella fuerza que destruye y empuja al aniquilamiento y que junto al Eros conforman esos dos valores antagónicos que se mezclan y crean todas las manifestaciones que se observan en el comportamiento del hombre. En el ser humano existen entonces tanto fuerzas creadoras como las que hacen de él un ser que se autodestruye y que destruye.

Eros y Tánatos conforman la denominada dualidad pulsional. La pulsión es el nombre que el psicoanálisis le da al impulso sexual, en tanto que éste no es instintivo. La sexualidad es casi siempre pensada al servicio de la vida, pero el psicoanálisis enseña que dicho impulso también lleva consigo un empuje hacia la destrucción y la muerte, lo que explicaría por qué se observa en el ser humano una disposición a hacerse daño a sí mismo y a otros, y muy especialmente en el campo del amor.

El amor, para el psicoanálisis, se divide en dos tendencias que podemos diferenciar como la corriente tierna del amor y la corriente sensual o pasional. Freud pensaba que la reunión de estas dos corrientes en una sola es lo que asegura una conducta amorosa «normal». La primera de estas corrientes tiende al cuidado y respeto del amado, y la segunda ayuda a hacerlo deseable, sexualmente hablando. De las dos corrientes, la tierna es la más antigua y proviene de la infancia. Se dirige a los sujetos que integran la familia y a las que tienen a su cargo la crianza del niño. En esta corriente tierna se ponen en juego intereses eróticos. Todo esto tiene que ver con la elección que hace todo niño de un sujeto al que amará, primeramente, el cual, en la mayoría de los casos, no es otro que la madre. La ternura de ésta, de los integrantes de la familia y de las personas a cargo del cuidado del niño, contribuye a acrecentar la corriente tierna del amor.

Cuando esta ternura es exacerbada, sucede que el niño se aferra a ella y a su madre que se la brinda, creándose una fijación que puede continuar a lo largo de la infancia y de la vida. Pero llega un momento, el de la pubertad, en el que se despierta la otra corriente del amor: la poderosa corriente sensual, la cual se añade a la tierna en la búsqueda y elección de un sujeto a quien amar. Para que el adolescente pueda llegar a elegir una novia o compañera, él deberá dar un paso importante: ser capaz de dirigir su ternura y pasión a este nuevo sujeto con quien pueda cumplir una real vida sexual, sin quedar fijado en sus sentimientos de ternura a los padres. Es, en cierto sentido, un abandono de los primeros amores de la infancia. Este paso que tiene que dar el sujeto, de la fijación a la ternura de los padres, a la elección de un objeto de amor, puede ser algo muy difícil y llegar hasta fracasar; esto debido a dos factores: el primero tiene que ver con la dificultad que él pueda tener para encontrar a otro a quien amar, y el segundo, con el monto de apego que el sujeto llegue a tener a la ternura de los primeros objetos de amor de la infancia.

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