viernes, 26 de febrero de 2010

37. ¿Proporción sexual?

Las condiciones de amor son las exigencias a las que obedece un sujeto, exigencia de rasgos muy específicos en la persona que se elige como pareja. Estos pueden ir desde las características más evidentes, hasta el detalle más pequeño o aparentemente insignificante: un lunar, un gesto, el modo de reírse, de tocarse el pelo, etc.; en ocasiones se trata de rasgos subjetivos: “es inteligente”, “parece una virgen”, “es simpático”, etc. En el género humano no hay una condición universal de elección de pareja y cada uno tiene sus particulares condiciones de amor.

Partir de estas condiciones permite pensar lo que significa la relación sexual entre los seres humanos. Se podría hablar de proporción sexual si la condición fundamental para que un sujeto elija su pareja fuese que ésta resultara ser alguien del otro sexo; se sabe que esto no es lo que sucede en todos los casos. Si la condición de elección de pareja en la especie humana fuese la condición del otro sexo, entonces la reciprocidad sexual sería admisible.

Si la proporción sexual -entendida como armonía, correspondencia, complementariedad- existiera, no habrían las dificultades de las que se quejan las parejas cuando aman. La pareja que se separa, que se pelea, que se desencanta, que se disgusta, se enfrenta a la inexistencia de dicha proporción. Si el psicoanálisis habla permanentemente del amor es porque en él se manifiesta la falta de esa proporción sexual entre hombres y mujeres. Esta disarmonía fundamental enseña que un sexo no es nunca el complemento del otro.

Si la proporción sexual fuese posible, su fórmula sería la siguiente: todos aquellos que son hombres desean o aman mujeres. Lo mismo para el otro sexo. La condición de amor sería puramente la condición de que el otro sea de sexo contrario; bastaría reconocer en un individuo el otro sexo para elegirlo. Si el psicoanálisis insiste en que no hay proporción entre los sexos, es en tanto que no hay una condición necesaria y suficiente que haga a ambos sexos complementarios.

viernes, 19 de febrero de 2010

36. El lenguaje humaniza.

El ser humano tiene una relación fundamental con el lenguaje. Todo lo que se relaciona con el sujeto está estructurado, organizado y depende directamente del símbolo. Inclusive su constitución psíquica -su personalidad, su forma de ser- es un efecto de su relación con el lenguaje.

Para explicar esta dependencia del ser humano con el lenguaje, se puede decir que es gracias al lenguaje que un sujeto puede hacerse una representación, una idea de lo que es el mundo y de quién es él. Al nacer, lo que hay es un organismo, el cual nace con un sistema nervioso central -cerebro o hardware- que sirve de base para recibir en él al lenguaje -software-; con éste podrá organizar su percepción, su pensamiento y su acción. El organismo como tal no tiene una representación de sí mismo: no sabe quién es, que sexo tiene, a qué familia pertenece, en que lugar del mundo vive, cuál es su nombre y el de sus parientes, cómo regresar a casa, etc. Toda esta información le será transmitida y la adquirirá gracias al lenguaje. Cuando un sujeto se hace una representación de sí mismo y del mundo, se dirá que se ha humanizado, lo que es solo posible con lo simbólico, con el lenguaje. Un organismo humano sin lenguaje sería una especie de planta con pies, o un mono sin pelos y sin cola.

Quien transmite todas las representaciones del mundo y de sí mismo, necesarias para que un sujeto se oriente en la vida, es, esencialmente, la madre. Ella también atribuye al sujeto una imagen de sí con la que él se identifica: “ese que está frente al espejo soy yo, soy hombre o soy mujer, soy inteligente o tonto, bien parecido o feo, etc." La madre cumple una función primordial en tanto que es la que transmite al sujeto la estructura del lenguaje, la lengua -que bien se le llama "lengua materna"-, la cultura y las normas de una sociedad; en otras palabras, socializa al sujeto.

Es por esto que el psicoanálisis sostiene que no hay ser humano más que por efecto del lenguaje. El lenguaje es lo que le va a permitir a cualquiera adquirir un saber sobre sí mismo y el mundo. Lo simbólico es ese lugar donde un sujeto puede ser representado -por su nombre, su apellido, su nacionalidad, su carácter, etc.- como perteneciendo al conjunto de los seres humanos.

miércoles, 17 de febrero de 2010

35. Lo alterno en el amor.

La mujer, a través de la historia, ha sido vista por el hombre como un ser extraño; ella aparece como enigmática, incomprensible, misteriosa, enemiga, voluble, etc. La mujer no es semejante al hombre, pero tampoco es semejante a ella misma. En otras palabras, ella tiene una particular dificultad para identificarse con su propia imagen. Esto se observa cuando las mujeres se sientan frente al espejo para maquillarse, cambiar de peinado, son la clientela más numerosa de los salones de belleza y de los cirujanos plásticos, en un esfuerzo por tratar de ser otras diferentes de las que ya son. Las mujeres, en su mayoría, se identifican con su propia imagen solo bajo la condición de ser diferentes a ellas mismas. Este hecho de la psicología de la mujer enseña que hay una alteridad, que hay algo «alterno» en ella.

Esta dimensión de alteridad, este ser otra de lo que ella es, explica por qué muchas mujeres engañan a los hombres. Ser la mujer legal de un hombre, cónyuge o compañero, puede significar para ella la desaparición de su alteridad. Este es el problema analítico de la convivencia en pareja, porque compartir la vida puede constituir un aplastamiento de esa alteridad, ya sea por parte del hombre o de la misma mujer.

Con el matrimonio se hace parte de un juego peligroso, ya que se empuja a la semejanza: se acostumbra dar a los dos el mismo apellido, se los identifica con las mismas cosas, los mismos gustos, intereses, etc., y si bien esto es casi siempre necesario para que haya un apego entre la pareja, puede ocurrir que una mujer no logre reconocer su propia alteridad, la vea reducida, de tal manera que le resulte necesario ser la mujer ilegítima de otro para recuperar dicha alteridad. Hay aquí una paradoja: conviviendo, la pareja tiende a una uniformidad, pero al mismo tiempo, la mujer reclama una identidad que le sea propia. Entonces ella puede tratar de ser otra, diferente de lo que es, siéndole infiel a su marido -los hombres, se sabe, también son infieles, pero su motivación es otra-. Por esta razón, que exista esta dimensión de alteridad entre los sujetos que se aman es, excepto algunos casos, necesaria.

domingo, 14 de febrero de 2010

34. ¿Amarás a tu prójimo?.

El psicoanálisis es un crítico del mandamiento cristiano “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esto porque, si se lo examina, resulta irrealizable. Se sabe que el sujeto es, por su naturaleza, muy egoísta; siempre piensa en su propia conveniencia antes que en la de los demás. Además, posee una serie de tendencias agresivas y autodestructivas que le es difícil de controlar y conciliar con las exigencias de la cultura. El precepto cristiano es uno de los pretendidos ideales de la sociedad civilizada, que reclama del hombre una renuncia a su egoísmo y agresividad.

Si se adopta frente a este mandamiento una actitud ingenua, será motivo de asombro y extrañeza, por eso Freud se pregunta en El malestar de la cultura: ¿Por qué tendríamos que amar al prójimo?, ¿de qué podría servirnos? Y ante todo, ¿cómo llegar a cumplir este precepto? El amor que cada uno posee es para cada cual un bien muy preciado, que no se derrocha permanentemente o con cualquiera. Si se ama a alguien es necesario que éste lo merezca por algún motivo.

Muchos seres humanos no parecen alimentar por sus semejantes el más mínimo amor; prefieren más bien ser hostiles y hasta odiar a los extraños, sin demostrar la menor consideración. Siempre que les sea de alguna utilidad, no vacilarán en perjudicar al otro sin preguntarse por las consecuencias. Les bastará probar el menor placer para que no tengan ningún escrúpulo en denigrarlo, ofenderlo, difamarlo, exhibir su poder sobre él y cuanto más inerme encuentren a su semejante, tanto más se puede esperar de ellos esta actitud.

Este precepto, que hace parte de una ética cristiana y que, como toda ética, busca regular la acción del hombre, es imposible de realizar por la misma naturaleza humana. La mayoría lo habrán experimentado en algún momento de la vida: lo difícil que es amar al que agrede, al canalla, al asesino, al violento, al que engaña, etc. A este tipo de ética, basada en el cumplimiento de ideales, el psicoanálisis opone una ética del deseo, es decir, una interrogación, dirigida a cada sujeto, sobre sus deseos de destrucción y autodestrucción.

jueves, 11 de febrero de 2010

33. Amor, ética e Ideal.

Los seres humanos se afligen mucho por el amor: si son amados, cómo llegar a serlo, cómo amar a otro, etc. El “cómo amar” está determinado por esta pregunta: “¿Qué es necesario para que yo sea amado?”. Esto introduce dos aspectos del psiquismo que son fundamentales: la identificación y los ideales. El enamorado asigna unos ideales al sujeto que ama, y amará en el otro lo que él es, lo que fue, o lo que quisiera ser. El amor tiene como referencia la imagen de sí mismo; por esta razón recibe la denominación de «narcisista».

Amar es fundamentalmente querer ser amado y esto lleva a que el enamorado quede sometido a los Ideales que le propone el amado. El amante intentará ser amado a partir de los Ideales que el otro le ofrece. Amor e identificación -proceso psíquico que lleva a alguien a ser o parecerse a otro- confluyen; su efecto es la identificación del amante con los ideales del amado.

Lo anterior explica por qué hay cambios radicales en la forma de pensar y actuar de los enamorados. Estos cambios se deben precisamente a ese proceso de identificación con los ideales del otro y responden al esfuerzo que el sujeto hace para ser amado por aquel. En ocasiones el cambio llega a ser radical, siendo su motor la idealización que anima al amor. Cuando esto sucede, las personas cercanas al enamorado -sus padres, por ejemplo- se preocupan por los cambios, a veces radicales, por los que pasa aquel.

Si bien el amor establece un lazo social, dicho lazo se podría crear en función de una ética y no en función de unos ideales. Esto porque los Ideales no necesariamente están del lado de la Ley; lo están de muy diversas maneras del lado de la destrucción y la trasgresión, y empujan a ellas. Piénsese en los ideales que alientan a todos los movimientos fascistas, racistas, xenófobos y nacionalistas, pero también a diferentes grupos humanos, ya sean éstos religiosos, políticos, militares, de fanáticos, de mafiosos, etc., los cuales llevan a un rudo individualismo que destruye el lazo social. De aquí la necesidad de una ética que ayude a establecer unos vínculos que reconozcan la función de los ideales en una comunidad y sus peligros; una ética que haga responsable a cada sujeto de sus vínculos.

martes, 2 de febrero de 2010

32. Eros y Tánatos.

El impulso de amor fue personificado desde Grecia por Eros, dios del amor y fuerza creadora del cosmos. Éste fue pensado como un dios carente, en tanto que busca un otro que sería su complemento. Eros orientaría el alma del hombre con un anhelo de recuperar lo que alguna vez fue su otra mitad. Así, el amor sería el deseo y la persecución de ese todo que le faltaría al sujeto. En la mitología, Eros es hijo de Penía, la pobreza, y de Poros, la riqueza. Fue concebido durante un festín en el que se celebraba el nacimiento de Afrodita. Este origen daría cuenta de su doble condición de mendigo menesteroso que busca lo bello y lo bueno, o sea, lo que no tiene.

El amor también fue pensado desde la antigüedad en su relación con el deseo: se desea y ama lo que no se posee. Sócrates decía que cualquiera que sintiera deseo, es porque quiere lo que no tiene, lo que no está presente o lo que no es. El deseo es fundamentalmente una falta y ésta es constituyente del amor.

El psicoanálisis también designa con Eros el conjunto de los impulsos que apuntan a la vida en oposición a los de muerte. Eros sería esa fuerza primordial que produce ligazones entre los seres humanos, en cambio, Tánatos, que en griego significa muerte, es aquella fuerza que destruye y empuja al aniquilamiento y que junto al Eros conforman esos dos valores antagónicos que se mezclan y crean todas las manifestaciones que se observan en el comportamiento del ser humano. En el sujeto existen entonces tanto fuerzas creadoras como las que hacen de él un ser que se autodestruye y que destruye a otros.

Eros y Tánatos conforman la denominada dualidad pulsional. La pulsión es el nombre que el psicoanálisis da al impulso sexual, en tanto que éste no es instintivo en él. La sexualidad es casi siempre pensada al servicio de la vida, pero el psicoanálisis enseña que dicha pulsión también lleva consigo un empuje hacia la destrucción y la muerte, lo que explicaría por qué se observa en el sujeto una disposición a hacerse daño a sí mismo y a otros.

553. Las clínicas de urgencias subjetivas

Las clínicas de urgencias subjetivas son espacios dedicados a atender crisis emocionales o psíquicas desde una perspectiva psicoanalítica la...