La repetición es uno de los cuatros conceptos fundamentales del
psicoanálisis introducidos por Freud. Freud la encontró primero en los
fenómenos de trasferencia de los neuróticos, pero él la extendió a la
vida de personas no neuróticas, cuando estas tienen la impresión de ser
víctimas de “un destino que las persiguiera, de un sesgo demoníaco en su
vivenciar” (Freud, 1920). Freud concluye que esa compulsión que se
exterioriza en la vida de todos los sujetos, no es diferente de la
compulsión de repetición de los neuróticos, a pesar de que ellos nunca
presenten los signos de un conflicto neurótico tramitado mediante la
formación de síntoma. El síntoma mismo es una manifestación de dicha
compulsión a la repetición. Este «eterno retorno de lo igual» fue lo
que llevó a Freud a pensar la condición del analizante, su enfermedad,
no como un episodio histórico, sino como un poder actual.
La repetición es lo que hace que la condición patológica del neurótico
vaya entrando pieza por pieza dentro del horizonte y del campo de acción
de la cura, y mientras el enfermo lo vivencia como algo real-objetivo y
actual, es que el análisis se puede realizar como tal. Así como Freud
se preguntó «¿Qué repite o actúa el sujeto, en verdad?», Lacan se
preguntó sobre el status conceptual que se le debe dar a este término,
sobretodo en la vía de responder un problema fundamental para él: “¿el
psicoanálisis en sus aspectos paradójicos, singulares, de aporía, puede
considerarse, entre nosotros, como constituyentes de una ciencia?”
(Lacan, 1977).
Fue a propósito de la experiencia de la
transferencia que Freud se aproximó a la repetición; él le abrió a la
repetición el camino de la trasferencia para que allí se desplegara con
libertad, escenificando para el analista todo el empuje pulsional que
permanece escondido en la vida anímica del analizante. De esta forma, el
tratamiento analítico sustituye la neurosis del sujeto por una
«neurosis de trasferencia», enfermedad artificial que hace asequible al
analista lo real en juego en la cura del sujeto. De las reacciones de
repetición, que se muestran en la trasferencia, se abre el camino al
despertar de los recuerdos, vía regia para que el analizante encuentre
la respuesta a la pregunta que lo divide.
Como la repetición fue
descubierta en el curso de la experiencia de la transferencia, esto
condujo a una serie de malentendidos respecto de la una como de la otra.
Por eso Lacan vendrá a decirnos que la transferencia no es una
repetición. A partir de esto, su esfuerzo se encaminará a discernir, de
la manera más lógica posible, ambos conceptos, de tal manera que la
tesis que Lacan tratará de demostrar en su Seminario XII será que «el
concepto de repetición nada tiene que ver con el de transferencia».
UN BLOG SOBRE PSICOANÁLISIS LACANIANO. Los textos cortos aquí publicados, aparecieron en el semanario La Hoja de Medellín, entre los años 1995 y 1999, en una columna titulada «Sentido Común». A partir del 18 de julio de 2007, he empezado a publicar otros textos cortos, reflexiones, ideas, desarrollos teóricos del psicoanálisis lacaniano. Espero les sea de utilidad para pensar al sujeto y como introducción al psicoanálisis. Bienvenidos!!
lunes, 26 de enero de 2015
domingo, 11 de enero de 2015
416. Sexuación y posición femenina.
Lo que hace que una mujer se interese en un hombre es el falo. "Buscar
el falo en el cuerpo del hombre es lo que hace del falo fetiche para la
mujer" (Brodsky, 2004). Pero además de interesarse en el órgano, la
mujer se interesa en las palabras de amor; es más, a veces solo quiere
palabras de amor. Hay un efecto de goce sobre el cuerpo de la mujer
producido por las palabras de amor. Ella obtiene goce de la palabra, "de
las palabras de amor, se extrae goce en el cuerpo" (Brodsky).
"Esta capacidad de obtener goce, goce en el cuerpo a partir de las palabras de amor, es lo más típico de la posición femenina" (Brodsky, 2004), por eso la mujer le demanda tanto al Otro que le hable de amor. Ahora bien, como la mujer es tomada como un objeto, ¿de qué manera una mujer se convierte en objeto para el hombre? Aquí es donde se pone en juego la estrategia femenina de la mascarada; pero se trata de una estrategia en relación con el falo. Ella está del lado del que no lo tiene, por eso se puede colocar, imaginariamente, del lado del tener: “es una solución de la castración vía la identificación viril, es decir, hacerse a un tener” (Brodsky), lo cual la masculiniza.
La segunda solución de la mujer respecto del falo no es que lo tenga, sino que lo es: ser el falo; esta es propiamente la mascarada femenina. “La estrategia de la mascarada implica ser lo que el hombre desea. No es una estrategia del tener, es una estrategia del ser” (Brodsky, 2004). Si el hombre desea el falo, la estrategia de la mascarada es “aquí me tienes, soy el falo”. Es una estrategia de la mujer a partir del “no lo tengo”: es la famosa mujer fálica, la mujer que se viste de falo, y como el falo es el objeto de deseo, ella pasa a ser deseada por el hombre (Brodsky).
La otra estrategia de la mascarada es no jugarse del lado del “soy el falo”, sino del lado “soy el objeto”, el objeto a. “Son dos maneras de jugar el juego de la mascarada. “¿Quieres mi nuca?, soy tu nuca, acá me tienes”” (Brodsky, 2004). En esta posición, la mujer consiente ser el objeto del fantasma del hombre. Es así como ella obtiene el falo que no tiene: ubicándose como objeto del fantasma masculino. “Porque, finalmente, lo que está (en juego) en toda esta estrategia es cómo procurarse el falo” (Brodsky). Ella no lo tiene, quien lo tiene es el hombre, entonces “soy el falo” o “soy el objeto causa de deseo”, lo que es una estrategia para obtener el falo: mascarada femenina.
Pero Lacan no ubica la posición propiamente femenina ni del lado del ser, ni del lado del tener; tener y ser son estrategias vinculadas al falo. La posición propiamente femenina es la de la mujer desinteresada en el falo; la verdadera mujer es la que se ubica del lado del no tener, la que se reconoce castrada y no se interesa ni en tener, ni en ser, porque ser el falo es una estrategia para tenerlo, y la que se muestra como teniéndolo, se masculiniza, asusta al hombre y este sale corriendo. “Lacan ubica la posición femenina más allá del ser y más allá del tener” (Brodsky, 2004). Pero cuidado, porque cuando Lacan describe a una verdadera mujer “es mejor sacar un seguro de vida, porque no tiene nada de encantador. Es la ferocidad de la posición del no tener” (Brodsky).
"Esta capacidad de obtener goce, goce en el cuerpo a partir de las palabras de amor, es lo más típico de la posición femenina" (Brodsky, 2004), por eso la mujer le demanda tanto al Otro que le hable de amor. Ahora bien, como la mujer es tomada como un objeto, ¿de qué manera una mujer se convierte en objeto para el hombre? Aquí es donde se pone en juego la estrategia femenina de la mascarada; pero se trata de una estrategia en relación con el falo. Ella está del lado del que no lo tiene, por eso se puede colocar, imaginariamente, del lado del tener: “es una solución de la castración vía la identificación viril, es decir, hacerse a un tener” (Brodsky), lo cual la masculiniza.
La segunda solución de la mujer respecto del falo no es que lo tenga, sino que lo es: ser el falo; esta es propiamente la mascarada femenina. “La estrategia de la mascarada implica ser lo que el hombre desea. No es una estrategia del tener, es una estrategia del ser” (Brodsky, 2004). Si el hombre desea el falo, la estrategia de la mascarada es “aquí me tienes, soy el falo”. Es una estrategia de la mujer a partir del “no lo tengo”: es la famosa mujer fálica, la mujer que se viste de falo, y como el falo es el objeto de deseo, ella pasa a ser deseada por el hombre (Brodsky).
La otra estrategia de la mascarada es no jugarse del lado del “soy el falo”, sino del lado “soy el objeto”, el objeto a. “Son dos maneras de jugar el juego de la mascarada. “¿Quieres mi nuca?, soy tu nuca, acá me tienes”” (Brodsky, 2004). En esta posición, la mujer consiente ser el objeto del fantasma del hombre. Es así como ella obtiene el falo que no tiene: ubicándose como objeto del fantasma masculino. “Porque, finalmente, lo que está (en juego) en toda esta estrategia es cómo procurarse el falo” (Brodsky). Ella no lo tiene, quien lo tiene es el hombre, entonces “soy el falo” o “soy el objeto causa de deseo”, lo que es una estrategia para obtener el falo: mascarada femenina.
Pero Lacan no ubica la posición propiamente femenina ni del lado del ser, ni del lado del tener; tener y ser son estrategias vinculadas al falo. La posición propiamente femenina es la de la mujer desinteresada en el falo; la verdadera mujer es la que se ubica del lado del no tener, la que se reconoce castrada y no se interesa ni en tener, ni en ser, porque ser el falo es una estrategia para tenerlo, y la que se muestra como teniéndolo, se masculiniza, asusta al hombre y este sale corriendo. “Lacan ubica la posición femenina más allá del ser y más allá del tener” (Brodsky, 2004). Pero cuidado, porque cuando Lacan describe a una verdadera mujer “es mejor sacar un seguro de vida, porque no tiene nada de encantador. Es la ferocidad de la posición del no tener” (Brodsky).
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