480. Escrito en el cuerpo

Sigmund Freud, en Más allá del principio del placer, decía que en el psiquismo -esto tan extraño, que no se localiza en ningún lugar, que parece más una función del cerebro- "se encuentran dos terrenos heterogéneos: el cuerpo y el lenguaje. Entre ellos parece no haber un acuerdo total" (González, 2019).

El cuerpo -la representación que el sujeto se hace de sí mismo y de su organismo- pareciera ser algo con lo que el sujeto se encuentra embarazado, es decir, no sabe que hacer con él, dónde ponerlo, manejarlo, de qué manera lo colocarlo, con qué postura, etc. ¡Todo un encarte! "Siempre hay algo del cuerpo que se nos escapa, que va por delante de nosotros, que no podemos nombrar a cabalidad y que no podemos controlar" (González, 2019). Esto se observa en el sin número de tratamientos que le aplicamos al cuerpo, o a cada parte del cuerpo: dietas, ejercicios, cirugías estéticas, bebidas de todo tipo, cremas, ungüentos, maquillajes, fajas, baños; tratamientos para el pelo, el rostro, las piernas, el abdomen, los pies, etc., etc. ¡Cómo nos pesa el cuerpo! Esto no sucede con los animales, los cuales no tienen conciencia de lo que son y cómo son. Son como son y listo. Con el cuerpo el sujeto pareciera tener una insatisfacción permanente, algo no le gusta de él. El ser humano es el único que quiere llegar a ser como otros. En la naturaleza nunca se ve a una gallina queriendo ser como un pavo real, o a un gato queriendo ser como un león, en cambio el sujeto quiere llegar a ser como Ken, como Barbie -solo para dar un ejemplo-, y es capaz de someterse a una serie de cirugias estéticas para lograrlo.

A esto se le suma que el discurso contemporáneo le demanda al sujeto que se identifique con su organismo: ‘eres tu cuerpo’, él te representa (González, 2019), impidiendo que al cuerpo se lo pueda escuchar (un paréntesis: el cuerpo tiene un carácter imaginario; es la imagen que el sujeto se hace de sí mismo. El organismo tiene un carácter real; son los órganos del cuerpo de los cuales el sujeto no tiene una representación, a menos que estudie medicina). Lo más importante que descubre el psicoanálisis con relación al cuerpo es que ¡él habla!, dice cosas que el sujeto calla, por eso es importante "escuchar subjetivamente los “desajustes” de nuestro cuerpo" (González). El cuerpo habla a través de los síntomas que se presentan en el cuerpo, síntomas que lo ponen a funcionar mal; son esos síntomas que no tienen una causa orgánica sino psíquica "y que nos viene a manera de disrupción, de algo que nos parece siempre extraño, como si no fuera nuestro" (González).

El síntoma psíquico que se presenta en el cuerpo, eso que no anda bien en él -un trastorno alimenticio, o digestivo, o del aparato reproductor, o un dolor en alguna parte del cuerpo (hiperalgésia y/o fibromialgia), contracturas, anestesias (frigidez, anorgasmia), mareos, vómitos, dolores de cabeza (migraña), etc.-, eso que no marcha en el cuerpo nos enseña que algo escapa al control del cuerpo; nos hace saber que el cuerpo habla por nosotros, que en el cuerpo, como en un pergamino, algo queda escrito. Escrito en el cuerpo (título de una película de Peter Greenaway), como si, muy a pesar del sujeto, ello hablara. Y en efecto, si el cuerpo habla a través de sus síntomas, es por esa intersección del organismo con el lenguaje. El problema del ser humano con su cuerpo es que se trata de un ser hablante, es decir, un organismo afectado por el lenguaje, esa especie de parásito que toma el organismo como su huésped, produciendo al sujeto, es decir, el psiquismo.

González (2019) se pregunta: "¿qué es esa parte desconocida que sentimos en nuestro cuerpo y que es parte importante de la sensación de no poderlo controlar?" La respuesta es:  "algún evento traumático que nos marcó y que ha quedado reprimido o, también, sin ser hablado" (González), es decir, se trata de una experiencia, casi siempre de la primera infancia, que el sujeto no logro simbolizar, no logró nombrar, precisamente porque se trata de una experiencia que su cuerpo no logra controlar, y que le brindó una extraña satisfacción. Es el encuentro del sujeto con el goce del Otro, una experiencia traumática que el sujeto reprimió, olvidó, y de la que el sujeto no quiere saber nada. El problema aquí es que el sujeto no quiere saber nada de ello, de eso, pero ello no se olvida del sujeto, y retorna -retorno de lo reprimido-, regresa, regresa escrito en el cuerpo, como síntoma psíquico, que pone a funcionar mal al cuerpo, sobretodo si no se lo quiere escuchar.

En los eventos traumáticos "el lenguaje siempre tiene un papel muy importante, el más importante. Se trata de la manera en que las palabras y los silencios en nuestra historia nos han marcado y de cómo nuestro cuerpo ha sido sensible a ello" (González, 2019). Las palabras, el lenguaje, tocan el cuerpo, lo marcan, y ello sale del control del sujeto. "Si aceptamos que al cuerpo no lo podemos controlar quizás podamos escuchar otra cosa: que el traumatismo ocasionado por las palabras que tocan nuestro cuerpo es más importante que cualquier control" (González), control que el sujeto realiza a punta de ejercicio, dietas o batidos verdes. Se trata de una elección entre las demandas imperativas del mercado de controlar el cuerpo o "el descubrimiento, mediante la palabra, de lo que lo más íntimo y singular de nosotros tiene para decirnos" (González).

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