martes, 11 de junio de 2019

484. El «índice subjetivo» Vs. El cientificismo

Las neurociencias andan preocupadas en localizar el lenguaje en el cerebro, o hasta en los genes, como lo sugiere Chomsky, pero no logran localizarlo, como tampoco han logrado localizar eso que se llama conciencia, "eso que la psicología desde siempre ha llamado conciencia, eso que las ciencias cognitivas hoy siguen llamando conciencia o cognición a veces también y que el psicoanálisis desde Freud llamó el yo" (Bassols, 2012). Para el psicoanálisis es claro que la conciencia "no es todo el sujeto, es una parte del sujeto, es esa parte que se sabe o que se cree consciente de sí mismo y que funciona con una identidad más o menos siempre vacilante" (Bassols). En efecto, la consistencia del yo es muy vacilante, desaparece cuando el sujeto duerme, y medio aparece cuando el sujeto se despierta, pero la idea de conciencia es muy vaporosa, pero muy interesante de seguir, "seguir el debate de las neurociencias para localizar esos dos grandes fenómenos fundamentales que son el lenguaje, la palabra y la conciencia" (Bassols).

Tal vez la respuesta a la pregunta a qué es la conciencia nos la de la máquina, aquella que el día de mañana se despierte preguntándose "¿quién soy yo?", tal y como lo proponen contemporáneamente algunas películas del cine de ficción, como Yo robot, Ex-machina, Eva, Her, Yo soy madre, y muchas otras más; hasta Terminator cabría allí. Y en efecto, cuando en esas películas de ficción las máquinas toman conciencia de sí mismas, entran en una especie de crisis existencial, la misma por la que pasan los seres humanos por hacer uso del lenguaje, como le sucedió a Mafalda, quien se preguntaba «¿por qué a mí ha tenido que ocurrirme ser yo?», y "lo declaraba profundamente porque es cierto que ser yo, ser consciente en un mundo, nos inadapta muchísimo a la realidad" (Bassols, 2012). Por hablar y ser consciente de sí, el sujeto empieza a hacerse preguntas por el sentido de su existencia, lo cual se la complica bastante. Esto no sucede con los animales, ni con las máquinas (no todavía); a ellos no les preocupan preguntas como "¿cuál es el sentido de mi existencia?, ¿cuál es mi misión en el mundo?, ¿a qué vine yo a esta vida?", preguntas que el sujeto trata de responder durante todo el transcurso de su vida.

Así pues, esa conciencia que se tiene de sí, ese "índice subjetivo es lo que empieza a sintomatizar nuestra vida de cuarenta mil maneras, empezamos a preguntarnos: qué soy para el Otro, tengo miedo del deseo del Otro, el Otro me puede devorar, el Otro me puede querer, me puede no querer, me puede abandonar, me puede ser infiel y ahí vas al psicoanalista, no vas a IBM. Vas al psicoanalista, es muy importante en efecto que a partir de ahí se puede formular una demanda de tratamiento y no a partir de tengo un cable que no va" (Bassols, 2012).

Las neurociencias insistirán en que hay un cable que no va, y para saber cuál es, pues se pasa a escanear, a hacer imágenes de resonancias magnéticas, tratando de encontrar el sitio exacto de la falla, y si se encuentra dónde el cableado no va bien, "podremos manejarlo un buen día, tú no te preocupes, un día vamos a manejar eso y podremos finalmente resolver ese síntoma de tu sufrimiento" (Bassols, 2012). Aquí es donde entra el boom de la farmacología en esta contemporaneidad; ahora casi que existe la receta médica para cada falla del sujeto, lo cual suena bastante a un control social autoritario. Esto es lo que Bassols (2012) denomina cientificismo, "la idea de cierto uso de la ciencia que llegaría a todos los rincones del ser humano para manejar, intentar reparar, intentar prometer un cierto bien bajo la idea de que manejando nuestro sistema nervioso central vamos a conseguir eliminar el malestar subjetivo", tal y como lo plantean películas como Las mujeres perfectas, Invasión, Fharenheit 451, Vice, Sin límites, Lucy, Gattaca, Matrix, La isla y muchas otras más, incluidos muchos de los capítulos de la serie Black Mirror, historias todas donde se busca el control de los sujetos en base a sustancias químicas, cambios genéticos o fuerzas extraterrestres. Afortunadamente ese «índice subjetivo» del que habla Bassols, no se reduce ni al cerebro, ni a los genes, ni a los cromosomas, ni a nada en el organismo.

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