viernes, 16 de abril de 2010

56. El ideal del comunismo.

Uno de los ideales que alentó el comunismo fue el de la igualdad entre todos los hombres, lo cual tendría como efecto la creación de una sociedad más justa. La lucha comunista fue fiel a la idea de que la institución de la propiedad privada es la que corrompe al ser humano y que la posesión de bienes privados es lo que proporciona al sujeto el poder y la tentación de abusar de sus semejantes. Así pues, si se cancela la propiedad privada, si todos los bienes se declaran comunes y se permite participar en su goce a todos los miembros de una comunidad, desaparecerán la maldad y la enemistad entre los humanos.

El problema es que la agresión no ha sido creada por la institución de la propiedad privada; ella ha reinado sin limitaciones en todas las épocas de la historia de la humanidad; se la encuentra en la crianza de los niños y constituye el trasfondo de todos los vínculos de amor y ternura entre las personas; básicamente se la encuentra tras de todo lazo social. Y si sucede, como sucedió en los países comunistas, que se suspende el título personal sobre los bienes materiales, queda todavía la agresividad que proviene de las relaciones sexuales, la cual es la fuente del más intenso desamor y la hostilidad más violenta entre los seres humanos de iguales derechos en todo lo demás. Es decir, que si se suspende la propiedad privada, se le está sustrayendo al sujeto uno de los instrumentos con los que suele expresar su gusto por la agresión, y por lo tanto, ésta será desplazada sobre lo único que le queda como lo más privado: su vida familiar y su vida íntima sexual.

Como se ve, la propuesta del comunismo es una vana ilusión. Además, el ideal de igualdad del comunismo y el planteamiento de declarar los bienes comunes para que todos los individuos gocen de ellos, desconoce el hecho de que la naturaleza dota a los seres humanos de aptitudes físicas e intelectuales desiguales en extremo, lo que hace de dicho ideal algo aún más injusto y notablemente utópico. Lo anterior no significa que el capitalismo sea mejor y más justo que el comunismo, incluso, puede llegar a ser -como lo demuestra a diario- mucho peor.

miércoles, 14 de abril de 2010

55. Ética, cultura y pulsión de muerte.

La ética hace parte fundamental de la cultura. Ella permite establecer una diferencia entre los actos de los seres humanos, las cuales son valorados como buenos o malos. La cultura ha determinado que aquellos sujetos que por su comportamiento hacen mal o daño a la humanidad, deben recibir un castigo. El castigo, que también es inherente a la cultura, es el medio más efectivo con el que cuenta la sociedad para transmitir a los sujetos un sentido de responsabilidad sobre las consecuencias de sus propios actos.

A la ética se la llama ciencia de lo moral, arte de dirigir la conducta; como producción cultural de una sociedad, busca la regulación de los vínculos recíprocos que se establecen entre los sujetos. Se suele pensar que el ser humano tiende a buscar su propio bienestar y el de los demás, pero el psicoanálisis verifica, una y otra vez, que lo malo no solo es lo perjudicial y dañino para un individuo, sino también lo que anhela y lo que en muchas ocasiones le brinda placer. Se trata, por supuesto, de un placer, de una satisfacción que está del lado de la maldad y no del lado del bienestar. Esto se ha constituido en el descubrimiento más importante del psicoanálisis: ese empuje, ese gusto que tienen las personas por el mal, y que el psicoanálisis denomina «pulsión de muerte».

El demonio, personaje que culturalmente ha encarnado siempre al mal, ha sido situado por el psicoanálisis en un lugar preciso: dentro de cada sujeto. Sólo hay que observar uno solo de los noticieros de televisión para saber que hay un impulso diabólico en los seres humanos. Por eso es importante la ética, porque la ética es una de las respuestas a ese impulso "natural" que tienen los sujetos hacia el mal. Freud, fundador del psicoanálisis, concibió a la ética como uno de los remedios, como una de las maneras de alcanzar lo que todo el resto del trabajo cultural no puede conseguir: el control de la inclinación de los seres humanos a agredirse unos a otros. Él lo denominó el ensayo terapéutico de la humanidad contra esa fuerza maligna -léase pulsión de muerte- que lo habita.

domingo, 11 de abril de 2010

54. Sentimiento de culpa y educación.

Existe la idea, dentro de ciertas prácticas pedagógicas e inclusive psicológicas, de que si a un niño se lo educa exigiéndole el cumplimiento de sus deberes e imponiéndole límites razonables a su comportamiento, de adulto será un hombre “reprimido”, que no gozará de la vida y que se sentirá culpable por pensar o hacer cosas que quisiera emprender. A raíz de esta creencia, se ha considerado que la educación de un niño debe estar libre de represiones, límites, sanciones, etc. El psicoanálisis ha comprobado que la severidad del sentimiento de culpa desarrollado por un niño, en modo alguno se puede explicar por la severidad del trato que haya experimentado en su infancia.

Con respecto a los dos principales tipos de educación, el psicoanálisis sabe, como lo sabe la mayoría de los sujetos, que “todo extremo es vicioso”: Una educación excesivamente severa o demasiado consentidora, tienen efectos nocivos en el psiquismo del niño.

El padre que tiene con su hijo un comportamiento desmedidamente blando e indulgente, ocasionará en aquel la formación de un sentimiento de culpa muy estricto. Como la conciencia moral se forma a partir de la introyección o incorporación dentro de sí de la inclinación agresiva propia del ser humano, los padres que son muy alcahuetas con sus hijos le transmiten a éstos la impresión de que son muy amados, de tal modo que si los hijos tienen impulsos agresivos hacia sus padres, no tienen otra salida para su agresión que volverla hacia adentro.

Según el psicoanálisis, una conciencia moral severa se produce con la ayuda de dos efectos: primero, la frustración de impulsos agresivos dirigidos hacia los padres -impulsos que son corrientes en todos los seres humanos-, lo que se observa cuando la educación es muy estricta; y segundo, una experiencia de amor que le transmite al hijo la idea de que no puede expresar su agresividad hacia sus padres porque estos son demasiado buenos, es decir, alcahuetas con aquellos, lo que se observa cuando la educación es blanda y carente de obligaciones y límites.

viernes, 9 de abril de 2010

53. Esclarecimiento sexual.

El tema de la primera relación sexual en adolescentes no deja de ponerle los “pelos de punta” a muchos padres. Estos se habrán preguntado sobre cómo y cuándo esclarecer los asuntos de la vida sexual a sus hijos, sobretodo cuando llega ese período de la vida de los niños en que se despierta una intensa curiosidad por estos temas. Dicha curiosidad la puede avivar, no solo la televisión, sino también el nacimiento de un hermano, el descubrimiento de la diferencia sexual, o querer saber sobre lo que hacen los papás en la cama -cuando se encierran en la habitación o están solos-.

A la pregunta de si es pertinente brindar instrucción sexual a los niños, el psicoanálisis responde, sin duda, que sí. Sí es lícito aclararles los hechos de la vida sexual humana. Habría que discutir sobre la edad en que convendría hacerlo y de qué manera. La supuesta “pureza” de los niños no se preservará mediante la ignorancia.

Hay padres prejuiciados que creen que los niños no muestran interés alguno por los enigmas de la vida sexual, ni inteligencia para comprenderlos, pero muchos hechos demuestran lo contrario. Los niños no solo comprenden, sino que son unos investigadores tenaces, logrando en ocasiones sorprender a sus padres con ocurrencias acertadas sobre la sexualidad.

Son torpes la mayoría de la propuestas sobre cuándo y cómo hacer el esclarecimiento sexual. Las respuestas a la pregunta “¿Cómo se lo digo a mi hijo?” son lamentables. Lo más importante es que los niños nunca den en pensar que se pretende ocultarles los hechos de la vida sexual más que alguna otra cosa. Y para conseguir esto se requiere que lo sexual sea tratado desde el comienzo en un pie de igualdad con todas las otras cosas dignas de ser conocidas.

Como esto involucra la sexualidad de los padres -su posición sexual, su forma de goce sexual, sus prejuicios sexuales, en fin, la manera como viven y han estructurado su propia sexualidad-, por eso mismo se asustan, se inhiben, se avergüenzan y se sienten embarazados con las preguntas de los niños y con los programas de televisión y de radio que tratan el tema.

miércoles, 7 de abril de 2010

52. Sentimiento de culpa y necesidad de castigo.

El psicoanálisis ha encontrado que en el ser humano su conciencia moral presenta una peculiaridad que, a su vez, posee un carácter paradójico. Consiste en que la conciencia moral se vuelve mucho más rigurosa en la medida en que el sujeto es cada vez más virtuoso; para decirlo de otra manera, aquellos que más se acercan a la santidad, son los que con más tenacidad se reprochan sus errores, faltas o pecados. Una conciencia moral más severa y vigilante sería el rasgo característico del sujeto virtuoso.

El psicoanálisis también ha verificado la existencia en el ser humano de una voluntad, generalmente inconsciente, por hacerse a una sanción, es decir, por autocastigarse. Y nada mejor que una racha de supuesta “mala suerte” para satisfacer dicha necesidad de castigo. La conciencia moral suele promover su poder sobre el sujeto aprovechando las frustraciones con las que necesariamente se encuentra toda persona en la vida. Aquella se comporta de tal manera que si al sujeto le va bien, su conciencia moral es indulgente con él; pero si lo agobia la desventura, la conciencia moral le impone sacrificios y castigos mediante mortificaciones y recriminaciones.

Puesto que nada se le puede ocultar a la conciencia moral, y mucho menos los deseos que están prohibidos -fundamentalmente el deseo de agredir y abusar sexualmente de otros-, ella busca la manera de que el sujeto sea castigado por esos deseos. Si bien el sujeto se ve obligado a renunciar a la satisfacción de dichos deseos, para la conciencia moral -superyó- dicha renuncia no le es suficiente, pues el deseo persiste y no puede esconderse ante el superyó; entonces sobrevendrá en él el sentimiento de culpa, el cual en ocasiones no es consciente. Esta es la gran desventaja que tiene la formación del superyó o de la conciencia moral en el ser humano. Si bien ella sirve para ponerle un límite a todos sus impulsos sexuales y agresivos, queda en él un sentimiento de culpa que además aumenta en la medida en que el sujeto se esfuerza en obedecer a una moralidad.

sábado, 3 de abril de 2010

51. El bien y el mal.

¿Cómo aprenden los sujetos a distinguir el bien del mal? Es claro que los seres humanos no nacen con un saber sobre lo que es bueno o malo, conveniente o inconveniente, para ellos y para sus semejantes. Dicho saber viene del exterior; es siempre una influencia externa lo que determina lo que es malo o bueno para alguien.

El origen de dicha influencia, según lo piensa el psicoanálisis, está en el desvalimiento y la dependencia del sujeto para con sus padres. Dicha dependencia el psicoanálisis también la designa como angustia frente a la pérdida de amor. Se la puede denominar así debido a que si, por ejemplo, un niño pierde el amor de sus padres, de quienes depende, queda también desprotegido frente al mundo exterior y sobre todo frente al peligro de que ellos, que son considerados por el niño mucho más fuertes y poderosos, le muestren su superioridad castigándolo por las cosas que ha hecho mal.

Lo que en un comienzo se considera malo es aquello por lo cual el niño es amenazado con la pérdida de amor; a partir de aquí él se esforzará en evitarlo por la angustia frente a dicha pérdida. Importa poco que ya se haya hecho algo malo o solo se lo quiera hacer; en ambos casos, el peligro sólo se comienza a percibir cuando la autoridad parental lo descubre.

Consecuentemente, el psicoanálisis llega a la conclusión de que la conciencia o sentimiento de culpa, es una manifestación de la angustia frente a la pérdida de amor. Esta, que es siempre la situación del niño, es también la situación de muchos adultos, apenas modificada por el hecho de que la comunidad humana pasa a reemplazar en ellos a la autoridad parental. La sociedad toda funciona aquí como una gran conciencia moral -un superyó social-, que vigila permanentemente el comportamiento de sus miembros. Pero hay sujetos que se suelen comportar mal reiteradamente cuando están seguros de que dicha autoridad “social” no los descubrirá o no les podrá hacer nada; son personas que se manejan mal al sospechar que no serán atrapados; sólo sienten angustia ante la posibilidad de ser descubiertos.

viernes, 2 de abril de 2010

50. La conciencia moral.

El psicoanálisis ha establecido que la conciencia moral se forma a partir de la introyección o incorporación dentro de sí de la inclinación agresiva propia del ser humano; esto constituye la principal herramienta de la que se vale la cultura para volver inofensivo el gusto que tienen los sujetos por agredirse unos a otros.

Este tema introduce el problema de la capacidad que tiene el ser humano para diferenciar el bien del mal. Dicho entendimiento no es ni originario, ni innato; el sujeto no nace aprendido para distinguir el bien del mal. Es una influencia exterior, ya sea una moral religiosa o una ética social, la que determina lo que es malo o bueno para alguien, influencia que deberá introyectarse por la vía de una identificación.

Como conciencia moral, la agresividad está lista para ejercer contra el sujeto la misma severidad agresiva que ella habría satisfecho de buena gana en sus semejantes. El psicoanálisis designa como conciencia de culpa a la tensión que se produce entre esa parte del Yo que ha interiorizado la agresividad -y que en el argot analítico se llama superyó-, y el Yo, que quiere expresar sin restricciones su cuota de agresividad. Con este mecanismo de “meter adentro” el peligroso gusto agresivo del individuo, la cultura coarta el impulso agresivo y lo debilita, quedando el sujeto bajo una especie de vigilancia permanente. Esa instancia situada en su interior no es otra que su conciencia moral, la cual, a la manera de una voz interior, le va diciendo si lo que quiere hacer está mal o bien hecho.

Al sentimiento de culpa los creyentes le dicen pecado. Pero el problema con la “psicología del pecado”, es que hay sujetos que se sienten culpables a pesar de que no han hecho nada malo o a pesar de ser buenos y de seguir una vida recta y consecuente con sus creencias religiosas o sus ideales. Esto se debe a que dichas sujetos perciben en ellos, muchas veces de manera inconsciente, el propósito de obrar mal; de tal manera que la intención de obrar mal pasa a ser considerada como equivalente a la práctica de la agresión o la maldad.

558. El «acting out» y el pasaje al acto

El «acting out» es una puesta en escena dirigida al Otro, ya se trate del analista, una institución, la familia, etc. Es un mensaje que el s...