En la obra de Lacan el concepto de lalengua (lalangue en francés) es uno de los más complejos y fascinantes de su teoría, especialmente desarrollado en su Seminario XX: Aún (1972-1973). Lalengua (un término que juega con las palabras francesas langue [lengua] y lallation [balbuceo]) se refiere a un nivel del lenguaje que escapa a la estructura simbólica del significante y está íntimamente ligado al goce y a la experiencia singular del sujeto.
Lalengua no es el lenguaje estructurado del orden simbólico, sino un nivel más primordial, afectivo y material del lenguaje. Es el lenguaje en su dimensión de puro sonido, ritmo, repetición y afecto, antes de que sea capturado por las reglas de la gramática. Lacan se inspira en el balbuceo infantil (lallation), los sonidos prelingüísticos que los bebés producen antes de entrar en el sistema del lenguaje. Lalengua es el sustrato sonoro, rítmico y afectivo del lenguaje, que persiste incluso en los adultos y está cargado de goce. El término lalengua es un neologismo que condensa la langue (la lengua como sistema) y lallation (el balbuceo). Mientras que el orden simbólico, el Otro como «el tesoro de significantes», en el que los significantes remiten unos a otros, lalengua es lo que queda fuera de esa estructura: es el exceso, el residuo no simbolizable que porta el goce.
Lalengua es, pues, el medio por el cual el sujeto experimenta un goce singular, no mediado por el orden simbólico. Este goce singular del sujeto es lo que lo conecta con el concepto del Uno. Lacan utiliza el término "Uno" (con mayúscula, L'Un en francés) para referirse a una unidad o marca que surge en el sujeto a través de su entrada en el orden simbólico, entrada que lo hace un sujeto dividido. El sujeto está dividido porque está atravesado por el lenguaje, pero el "Uno" puede entenderse como el significante que pretende unificar o dar coherencia al sujeto, aunque esta unidad es ilusoria. Por ejemplo, el "Nombre del Padre" (como significante amo) puede funcionar como un "Uno" que organiza el orden simbólico, pero nunca logra totalizar al sujeto debido a la división del sujeto, que es estructural.
En Seminario XX, Lacan asocia lalengua con el goce que no se articula en el campo del Otro. Se trata de un goce "autista", en el sentido de que es propio del sujeto y no se comparte ni se subordina a las reglas del discurso social. Este goce está ligado al "Uno" como unidad singular del sujeto, que no se integra en la relación con el Otro. Así pues, lalengua está anclada en el cuerpo, en la materialidad del sonido y en las sensaciones que produce el acto de hablar o escuchar. Por ejemplo, los juegos de palabras, los equívocos, las rimas o los sonidos repetitivos (como en la poesía o los chistes) activan lalengua y generan un goce que no depende del significado, sino de la experiencia sensorial del lenguaje. Un trabalenguas, un poema o incluso un lapsus linguae pueden ser manifestaciones de lalengua, donde el significado pasa a un segundo plano y el goce surge del ritmo, la sonoridad o la equivocidad de las palabras. Este goce no se explica por la lógica del significante, sino que emerge de lo real del lenguaje. Lalengua pertenece, entonces, al registro de lo real; lalengua es la dimensión del lenguaje que toca lo real al evadir las reglas del significante.
Por todo lo anterior es que Lacan va a hacer énfasis en los equívocos, allí donde un mismo sonido puede tener múltiples significados. Estos equívocos son centrales en lalengua, ya que producen un goce que no depende de un significado fijo, sino de la ambigüedad y la materialidad del lenguaje. Por ejemplo, un lapsus o un juego de palabras puede revelar algo del inconsciente a través de lalengua. Así pues, lalengua es crucial porque permite al analista escuchar más allá del significado explícito de las palabras del paciente. Los lapsus, los juegos de palabras o las repeticiones son manifestaciones de lalengua que revelan el goce inconsciente del sujeto. El analista presta atención a lalengua para captar el goce singular del paciente, que no se expresa en el contenido narrativo, sino en cómo se dicen las cosas: el tono, las pausas, los errores o las repeticiones.
UN BLOG SOBRE PSICOANÁLISIS LACANIANO. Los textos cortos aquí publicados, aparecieron en el semanario La Hoja de Medellín, entre los años 1995 y 1999, en una columna titulada «Sentido Común». A partir del 18 de julio de 2007, he empezado a publicar otros textos cortos, reflexiones, ideas, desarrollos teóricos del psicoanálisis lacaniano. Espero les sea de utilidad para pensar al sujeto y como introducción al psicoanálisis. Bienvenidos!!
martes, 3 de junio de 2025
555. Lalengua es el medio por el cual el sujeto experimenta un goce singular
martes, 6 de mayo de 2025
554. ¿Cómo es el sujeto histérico?
En el psicoanálisis lacaniano la categoría de «histeria» no se refiere a una patología, trastorno o enfermedad médica, como sí sucedía a finales del siglo XIX; se refiere a una modalidad de la «estructura clínica» de la neurosis, que puede presentarse tanto en hombres como en mujeres, aunque la histeria es fundamentalmente femenina (así como la neurosis obsesiva es fundamentalmente masculina); es decir, es una estructura subjetiva que organiza la relación del sujeto con el deseo, el Otro y la falta de una manera diferente a como sucede en los hombres. Veamos.
La relación de la mujer histérica y el deseo es compleja, tal y como lo devela el psicoanálisis. La histérica es un sujeto que suele desear el deseo del Otro, por tanto, está constantemente interrogando qué es lo que el Otro desea de ella, y al mismo tiempo, procura mantener ese deseo insatisfecho. Ella es un sujeto que busca provocar el deseo, pero no satisfacerlo plenamente, por eso las preguntas que la identifican son: "¿Qué soy para el Otro? ¿Qué quiere el Otro de mí?". Y por eso mismo el sujeto histérico seduce al Otro para dejarlo esperando.
Por ejemplo, una mujer que actúa de forma extremadamente femenina (maquillaje, sensualidad, sumisión, coquetería) puede estar usando lo que Lacan denominó «mascarada femenina» (concepto que Lacan retoma de la psicoanalista Joan Riviere en su artículo de 1929 "La feminidad como mascarada"); no es que ella "sea" así en esencia, sino que es una forma de responder al deseo que percibe en el Otro. Así pues, la mujer adopta ciertos rasgos o comportamientos para alinearse con lo que percibe como el ideal femenino. La mujer vanidosa puede exagerar esta mascarada, presentándose como la encarnación de la belleza, la gracia y la perfección, no tanto por un deseo propio, sino para satisfacer lo que cree que el Otro valora. Sin embargo, esta identificación con el ideal es frágil, ya que la histérica nunca se siente completamente "suficiente" o satisfecha, lo que la lleva a cuestionar su lugar como mujer ideal.
Lo anterior sitúa al sujeto histérico en una posición ambigua respecto a la feminidad. Puede identificarse con el hombre, rechazar su posición de mujer, o jugar con los signos de la feminidad de forma provocadora o conflictiva. Todo esto va a tener que ver con la imposibilidad de saber "qué es una mujer", pregunta fundamental que se hace todo sujeto femenino. Su identidad, entonces, se arma alrededor de un vacío, de una falta simbólica, buscando ser aquello que le falta al Otro. Ella se identifica con esa falta, se presenta como un sujeto en falta, para despertar el deseo en el Otro.
Entonces, la histérica, tal y como lo explica la teoría lacaniana, mantiene el deseo vivo al nunca satisfacerlo por completo, por eso la histérica puede seguir sintiendo una insatisfacción estructural, porque nada de lo que venga del Otro resuelve esa falta fundamental que constituye al sujeto. La belleza puede ser vista como un objeto que promete colmar esa falta, pero, al alcanzarlo, la histérica descubre que no era "eso" lo que realmente deseaba, desplazando su deseo hacia otro objeto o meta, por eso se termina por no saber muy bien qué es lo que quiere una mujer. Esta es la famosa pregunta que Freud se hacía, “¿Was will das Weib?” —traducida como “¿Qué quiere una mujer?”—. Para Freud, a pesar de todos sus años de investigación clínica, el deseo femenino se le presentaba como un misterio no resuelto. A diferencia del deseo masculino, que Freud veía más fácilmente articulado con la función fálica (es decir, con la lógica de tener o no tener el falo); el deseo de la mujer no sigue ese mismo patrón; para Freud el deseo femenino aparece más opaco, más indirecto y menos sometido a la lógica fálica. Esto abre una dimensión del deseo femenino más ambigua, menos normada.
Así pues, las mujeres dedicadas, por ejemplo, al cuidado de su cuerpo, que lo han “falicizado” (“no lo tengo -el falo-, pero lo soy”), se dedican a hacer dietas y ejercicio; se dedican al maquillaje y la vestimenta de moda; es decir, transforman su cuerpo en un objeto llamativo para la mirada del Otro. Este cuerpo, presentado como perfecto, es también un síntoma de la lucha histérica por ser vista y amada, pero siempre bajo la lógica de la insatisfacción: nunca es "lo suficientemente bella", por eso terminan haciéndose cirugías estéticas, una tras otra, compulsivamente, terminando desfiguradas; se someten a demasiadas cirugías y el resultado es una deformación o un cambio en su apariencia que no cumple con sus expectativas. La histérica, al buscar la belleza, puede estar atrapada en el goce fálico, intentando encarnar un ideal que el sistema patriarcal valida. Sin embargo, su insatisfacción también apunta a un rechazo inconsciente de reducirse a ese ideal, de tal manera que el goce femenino no se somete completamente al Otro.
jueves, 3 de abril de 2025
553. Las clínicas de urgencias subjetivas
Desde una perspectiva psicoanalítica, la atención se centra en reconocer la particularidad del individuo y su relación con el deseo, el síntoma y el inconsciente. Las crisis subjetivas son momentos de colapso psíquico, generados por conflictos inconscientes que alteran la estabilidad mental sin manifestaciones físicas evidentes, como en las urgencias médicas tradicionales.
A diferencia de la psicología o psiquiatría convencionales, que buscan intervenciones rápidas, las clínicas de urgencias subjetivas valoran el discurso del sujeto y la función del síntoma en su estructura psíquica. No se impone un diagnóstico inmediato; en cambio, el analista escucha cuidadosamente lo que la crisis revela del individuo, acompañándolo en su proceso sin apresurarlo. Se evita la supresión rápida de síntomas, enfocándose en comprender el significado del síntoma para el sujeto.
El tratamiento se basa en la escucha y el diálogo, permitiendo que el paciente dé sentido a su crisis, comprenda su posición frente a ella y encuentre su propia solución simbólica. Las crisis pueden reflejar un conflicto en la relación del sujeto con el Otro, el orden simbólico o su propio deseo. El objetivo es que, a través de la palabra, el individuo pueda articular sus deseos y el lugar que el síntoma ocupa en su psique.
Los casos típicos tratados en clínicas de urgencias subjetivas son: crisis de angustia o ataques de pánico: momentos de ansiedad extrema que paralizan al sujeto y que pueden ser manifestaciones de un conflicto inconsciente que no ha sido simbolizado; episodios depresivos agudos: la depresión, vista como una caída en la relación del sujeto con su deseo, puede manifestarse en urgencias donde el sujeto experimenta una sensación de vacío o desesperación; descompensaciones psicóticas: en algunos casos, un sujeto con una estructura psíquica frágil puede atravesar momentos de ruptura con la realidad, donde la urgencia subjetiva requiere una intervención especializada; y crisis existenciales o de identidad: situaciones en las que el sujeto enfrenta dudas profundas sobre su sentido de vida o su identidad, lo que puede llevar a un colapso emocional.
Estas clínicas, influenciadas por el psicoanálisis lacaniano, surgieron en Francia en los años 80 y 90, y se han expandido a otros países como Argentina, Brasil, México, España, y Estados Unidos. Desde entonces, han proliferado en diversos países, brindando atención integral y colaborando con otros profesionales de la salud mental cuando es necesario.
lunes, 3 de marzo de 2025
552. Sujeto, lenguaje y falta de ser
El sujeto del que se ocupa el psicoanálisis no es ni el individuo ni la persona psicológica. De hecho, el concepto mismo de "sujeto" sirve para diferenciar radicalmente al psicoanálisis de la psicología. Esta categoría es necesaria debido a la relación que el psicoanálisis establece entre el ser humano y el lenguaje. Para el psicoanálisis, el lenguaje es lo que posibilita la existencia del sujeto; el sujeto es, en esencia, un efecto del lenguaje. El acto de hablar es lo que distingue de forma tajante al ser humano de los animales; el mundo simbólico es exclusivo del ser humano, quien depende de él y está sometido a él. Incluso, la existencia del lenguaje permite que un mudo pueda comunicarse y que un ciego pueda "ver".
El ser humano tiene, por tanto, una relación fundamental con el lenguaje. Todo lo que lo rodea y su mundo están estructurados, organizados y dependen directamente del símbolo. Gracias al lenguaje, un sujeto puede llegar a un lugar o regresar a su hogar, lo que refleja una dependencia radical. Es mediante el lenguaje que el sujeto puede formarse una representación del mundo y de sí mismo. Al nacer, solo existe un organismo dotado de un sistema nervioso (el cerebro), que sirve como base para recibir el lenguaje. Sin embargo, es el lenguaje el que permite que el sujeto, una vez constituido, pueda organizar su percepción, pensamiento y acciones. El organismo, por sí solo, no tiene una representación de sí mismo: no sabe quién es, qué sexo tiene, a qué familia pertenece o en qué lugar del mundo vive. Toda esta información le será transmitida y adquirida gracias al lenguaje. Cuando un sujeto es capaz de representarse a sí mismo y al mundo, se dice que se ha "humanizado", lo que es posible solo a través de lo simbólico. Un organismo humano sin lenguaje sería comparable a una planta con pies o a un mono sin pelo ni cola. Para el psicoanálisis, el entorno natural del ser humano es el lenguaje, y el sujeto es su producto.
El sujeto solo existe como efecto del lenguaje. Este es lo que le permite adquirir un conocimiento sobre sí mismo y sobre el mundo que lo rodea, saber que, en última instancia, conforma la realidad del sujeto. Lo simbólico es el espacio en el que una persona puede ser representada, ya sea por su nombre, apellido, nacionalidad, etc., como parte de la comunidad humana.
Cuando se dice que el sujeto solo puede existir como efecto del lenguaje, se refiere a que en el ámbito simbólico el sujeto puede encontrar una representación de sí mismo. Sin embargo, al mismo tiempo, lo simbólico no ofrece ninguna garantía sobre lo que el sujeto es en esencia. Si un sujeto se pregunta "¿quién soy yo?" –lo que puede hacer precisamente porque es un ser hablante–, solo podrá responder a esta pregunta porque habita el lenguaje. Pero en el lenguaje, la respuesta solo será en términos de saber, no en términos de ser. Gracias al lenguaje, el sujeto podrá responder: "soy fulano de tal, hijo de tal, mi profesión es esta o aquella, soy hombre o mujer, etc.". Así, a la pregunta "¿quién soy yo verdaderamente?" solo se obtendrán respuestas sustitutas: soy esto, aquello o lo otro, lo que implica que el ser del sujeto está ausente. Así, por el hecho de hablar, por estar atravesado por el lenguaje, se introduce en el sujeto una falta fundamental en su ser.
El lenguaje no ofrece al sujeto ninguna garantía de lo que es, no asegura su ser; el sujeto solo puede aparecer en él como una representación significante, es decir, no es más que una pura y simple representación. Por ello, podemos hablar de una "falta de ser". Esto significa que el sujeto del psicoanálisis no solo es un efecto del lenguaje, sino también un sujeto en falta, un sujeto que, al hablar, ha perdido su ser.
El ser, en el psicoanálisis, es aquello que escapa, aquello que queda fuera de la representación significante y, por lo tanto, no se puede captar ni conocer. El ser se convierte en algo irreductible al saber, algo que no se puede conocer y que habita el lugar del desconocimiento, el lugar del no-saber.
martes, 4 de febrero de 2025
551. ¿Cuáles son las formaciones del inconsciente?
En psicoanálisis, las "formaciones del inconsciente" se refieren a manifestaciones o productos del inconsciente que revelan su contenido y dinámica. Dichas formaciones tienen que ver con lo que se dice, y lo que se dice en un análisis es lo que no se sabe. El análisis consiste en decir lo que hay “entre las líneas” y que aflora en las formaciones del inconsciente, en el sueño, el lapsus, los actos fallidos, el olvido, los síntomas psíquicos, estos “primeros objetos científicos” (Lacan, 2010, p. 90) de la experiencia freudiana en los que se interesa el psicoanálisis “en tanto que ponen en juego el deseo” (Miller, 2005). En todo momento entonces, la experiencia de la cura “consiste en mostrar al sujeto que dice más que lo que cree decir” (Miller).
Una de las de las formaciones del inconsciente son los sueños. Freud consideraba los sueños como la "vía regia" para llegar a lo inconsciente, proponiendo que son realizaciones disfrazadas de deseos reprimidos. Es decir, los sueños actúan como una manifestación indirecta de deseos inconscientes; en ellos se realizan deseos inconscientes reprimidos, siempre, así se trate de sueños extraños, abstractos, ilógicos o pesadillas.
Otra de las importantes formaciones del inconsciente son los lapsus, que abarcan errores al hablar, escribir o leer, también revelan deseos o conflictos inconscientes que los causan. En cuanto a los chistes, Freud descubrió que el humor y los juegos de palabras permiten expresar pensamientos y deseos reprimidos de manera socialmente aceptable. A través de comentarios graciosos o bromas, se burla la censura psíquica, permitiendo que lo reprimido se exprese.
Los síntomas neuróticos son, probablemente, la más importante formación del inconsciente, ya que son los que llevan a sujeto a terapia, por el malestar que les causa. Ya se trate de síntomas que afecten el cuerpo (como en la histeria) o el pensamiento (como en la neurosis obsesiva), ellos siempre surgen de conflictos psíquicos inconscientes no resueltos. Estos síntomas son una formación de compromiso entre dos fuerzas en conflicto: lo reprimido y lo represor. Todas estas manifestaciones son expresiones indirectas, disfrazadas o desplazadas, de deseos, pensamientos y conflictos reprimidos que el yo consciente no puede o no quiere manejar.
El psicoanalista, guiado por su conocimiento sobre el síntoma y su aspecto oculto (donde genera sufrimiento mientras proporciona una satisfacción desconocida), evita caer en el "furor sanandi" que Freud señaló en su época. Aunque el paciente inicialmente busca dejar de sufrir, el psicoanálisis, “fuera del ámbito de la psicología y el autocontrol” (Miller, 2005), reconoce el valor del síntoma como lo más íntimo del paciente, y no se trata simplemente de eliminarlo. “El análisis se enfoca en ese punto donde, en su dolor, el sujeto encuentra satisfacción” (Miller), lo que se denomina en la teoría como «goce». Así, el psicoanálisis, como un tratamiento personalizado, permite al sujeto comprender su participación en el desorden que lo aqueja, asumiendo la responsabilidad de su deseo, incluso de aquel que resulta difícil de admitir.
Freud descubrió que el mecanismo de represión utilizado para desalojar de la conciencia lo que genera conflicto siempre fracasa. Esto significa que "lo reprimido" retorna inevitablemente, saliendo a la luz a pesar de los intentos del sujeto por mantenerlo oculto. Gracias a que lo reprimido retorna, es que tenemos noticia de lo inconsciente reprimido.
Este retorno es lo que da lugar a las ya denominadas "formaciones del inconsciente", que incluyen también los olvidos de asuntos relevantes para el sujeto, como el olvido de citas, nombres, fechas importantes, las llaves en el trabajo o la billetera en la casa, etc.; los sueños que como ya se vio, son realizaciones de deseos reprimidos; los actos fallidos, como el conocido "lapsus linguae", donde se sustituye un nombre o palabra por otra, pero también todo tipo de “accidentes”: tropezones, caídas, machucones, derramar líquidos, dejar caer objetos, etc. Freud descubre que hay un motivo inconsciente que causa estos accidentes. Los chistes, que permiten hablar de temas sexuales o agresivos burlando la censura psíquica, y los síntomas neuróticos, que afectan el cuerpo en la histeria y el pensamiento en la neurosis obsesiva.
El psicoanálisis explica el retorno de lo reprimido como un proceso mediante el cual los deseos, pensamientos y recuerdos, relegados al inconsciente por su contenido conflictivo o inaceptable para el yo consciente, encuentran formas de manifestarse indirectamente. Esto ocurre porque el material reprimido conserva su energía (libido) y busca expresarse, aunque sea de manera disfrazada o simbólica. Por eso Freud afirmaba que el síntoma es una satisfacción sexual sustitutiva.
El retorno de lo reprimido subraya la existencia y el impacto del inconsciente en la vida psíquica y el comportamiento de los sujetos. La tarea del psicoanalista es hacer consciente lo reprimido, con el fin de resolver el conflicto entre lo reprimido y lo represor, lo cual alivia los síntomas.
martes, 7 de enero de 2025
550. «No hay ética más que del bien decir»
Podemos identificar la política del psicoanálisis con su ética, una ética orientada a los psicoanalistas y a su posición en la clínica. "No hay clínica sin ética", afirma Miller, y podríamos añadir: "y esta ética es, precisamente, su política" (1991, p. 122-34). A su vez, la ética del psicoanálisis se define como la ética del «bien decir». Lacan introduce este concepto en Televisión, en 1973. El «bien decir» lo plantea como una nueva formulación de la ética psicoanalítica. "No hay ética más que del bien decir".
La ética del psicoanálisis no es una ética como la de los filósofos, no es una ética universal válida para todos. Es una ética de lo particular. Tampoco se trata de una doctrina de valores o normas que señalen dónde está el bien del sujeto. El bien decir no indica dónde está el bien; el psicoanálisis no es un directorio de conciencia ni un manual de conductas para la vida. Es una ética que se corresponde con la práctica del psicoanálisis, que no opera sino a través de la palabra en el campo del lenguaje. En este sentido, es una ética relativa al discurso.
Cualquier ética implica un juicio sobre el acto y supone una elección que se da dentro de un campo ya estructurado, un discurso determinado por el tipo de lazo social que une a los sujetos parlantes. La elección ética de cada sujeto se enmarca dentro del discurso en el que se inserta. Por lo tanto, podríamos pensar que a cada uno de los cuatro discursos le corresponde una ética particular.
El bien decir trata de que el sujeto se encuentre en el inconsciente, en tanto este está estructurado como un lenguaje. Que el sujeto se reconozca en los efectos que la simple combinatoria de los significantes determina, es decir, en la realidad de la experiencia analítica, donde «ello habla». Encontrarse en los efectos de la combinatoria significante significa no perder de vista lo real, orientarse hacia eso para producir, en el decir, algo de lo real del sujeto. La ética del psicoanálisis se organiza en torno a lo real, pero no se trata de decir lo real, porque lo real es precisamente lo imposible de decir.
El bien decir también se refiere a la palabra en tanto que funda un hecho: es la palabra que produce un acto y modifica al sujeto en sus dichos y en su relación con lo real. Este acto se orienta hacia la rectificación del goce, al nivel mismo de la pulsión. “El bien decir (le bien dire) no es el decir bello (beau dire), no es el decir elegante, refinado o literario; no se trata de oratoria ni de retórica. No es un significante ‘bueno’, sino que se refiere más bien a un lugar, a una posición subjetiva, más que a los enunciados. La ética del psicoanálisis se sitúa del lado de la enunciación y no del lado de los enunciados.” (Rubio, 2018)
Así, del lado del analista, el bien decir concierne a la interpretación, y es lo que le permitirá operar con su acto, es decir, afectar el deseo del Otro. “Del lado del analizante, el bien decir también está presente. La regla fundamental, la regla de decirlo todo, introduce la incompatibilidad entre el deseo y la palabra, introduce el medio decir de la verdad, pero también el bien decir como un imperativo ético para el analizante. La ética del analizante se formula, tanto para Freud como para Lacan, en la frase Wo Es war, soll Ich werden; llegar por el decir allí donde eso estaba.” (Rubio, 2018).
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Cada vez que se pone en juego en la teoría al falo como el significante que señala la diferencia sexual -los niños lo tienen, las niñas no-,...