La esencia de la monogamia está en la aplicación del derecho de propiedad exclusiva sobre una mujer. Hasta hace poco era privilegio del marido reclamar dicho derecho, a la vez que exigía de la novia que fuera virgen y que no trajera al matrimonio el recuerdo de relaciones sexuales con otro hombre. Esta estimación por la virginidad de la mujer ha cedido bastante en nuestra cultura, como efecto de la denominada “liberación sexual” de los ´60.
En el pasado, para que un hombre pudiera garantizar la posesión de la mujer sin sobresaltos, era necesario que ella conservara un estado de servidumbre; además, las mujeres eran educadas para ser sumisas. Las cosas han cambiado y las mujeres ya no son lo dóciles que eran. Dicho cambio sobrevino también después de que la mujer conquistara para ella una serie de derechos civiles a los que no tenía acceso como el hombre.
Pero existe otro tipo de servidumbre, que caracteriza sobretodo la vida amorosa de la mujer, y que se denomina servidumbre sexual. Dicha sumisión ha sido incomparablemente más frecuente e intensa en la mujer que en el varón, aunque en este último es más común ahora que en la antigüedad. Ella consiste en el hecho de que una persona pueda adquirir respecto de otra, con quien mantiene relaciones sexuales, un grado insólitamente alto de dependencia y sumisión. Es importante tener en cuenta que una cierta medida de dependencia es necesaria entre los cónyuges, lo que ayuda a que el vínculo perdure.
Un grado de servidumbre sexual sería indispensable para mantener la costumbre cultural del matrimonio y serviría para poner diques a las tendencias poligámicas que lo amenazan. Se sabe que la infidelidad es un peligro permanente para el vinculo marital, y una tentación habitual de los impulsos sexuales para los individuos sometidos a la monogamia. En ocasiones, cuando dicha servidumbre es muy aguda y acrecienta la dependencia del individuo hacia el ser amado, puede convertirse en una fuente de sufrimiento difícil de solucionar. Solo con ayuda profesional se podrá hacer.
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