miércoles, 2 de diciembre de 2009

20. Amor versus Civilización.

La conducta amorosa del hombre civilizado presenta universalmente un inconveniente, debido a que el amor y las exigencias que le impone la cultura, no son conciliables. La cultura le exige al hombre una serie de renuncias que afectan y aminoran el amor. Por ejemplo, el sujeto se encuentra limitado en su pasión por el respeto que le demanda la cultura hacia la mujer. Este respeto, que por supuesto se hace necesario para garantizar la convivencia, coarta en gran medida su pulsión amorosa. La persona se contentará entonces con fantasear con la mujer en la que se ha fijado; no puede simplemente tomarla por la fuerza, que es lo que sucedería si su pasión no estuviese regulada por alguna ley que, como toda ley, es una requerimiento de la civilización. Toda cultura está edificada sobre la base de unas prohibiciones fundamentales: la del incesto, el parricidio y el canibalismo. Estas tres interdicciones están en el origen de toda civilización. Se necesita de ellas para regular los fuertes impulsos incestuosos, homicidas y antropófagos del ser humano.

La cultura coarta también, con sus prohibiciones, los impulsos del amor. La exigencia de fidelidad y monogamia es un buen ejemplo de esto. El sofocamiento que la cultura impone a la vida amorosa conlleva a que las personas busquen estrategias para poder llegar a realizar los deseos que tiene todo amor. Las pulsiones de amor son difíciles de regular y lo que la cultura pretende hacer con ellas no parece asequible sin una seria aminoración de la pasión amorosa. De ningún modo es posible contentar todas las exigencias pasionales con los requerimientos de la cultura. Las insatisfacciones amorosas y sexuales que el sujeto experimenta por ser un ser civilizado, sería el costo que se paga por vivir bajo la presión de la cultura. Pero atención, esa misma coartación de la pasión amorosa, que es constante, da la posibilidad de que el sujeto se dedique a lograr metas valiosas para la misma civilización, por medio de la sublimación de sus componentes pulsionales.

1 comentario:

  1. Es por eso que el matrimonio no es otra cosa que un producto más de la cultura, más precisamente de la civilización para regular la conducta sexual de los sujetos. Al oficializar nuestra relación de pareja, "aceptamos" serle fiel a alguien, respetarle y acompañarle en la salud y en la enfermedad y ser un solo cuerpo y una sola carne hasta que la muerte los separe; esto le "garantiza" en lo posible a determinada sociedad y cultura, por ejemplo evitar la proliferación de enfermedades de transmisión sexual, de irregularidades genéticas, la conservación de la especie, además de domesticar aun mas a los sujetos, subyugar su deseo y enfocarlo en el trabajo y la producción, entre otras tareas, que favorecen al desarrollo de la cultura...

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