331. «¿Desearán las personas ser consideradas como máquinas?»

Las terapias cognitivo-conductuales (TCC) parecen ser hoy el modelo dominante de la terapia-por-la-palabra. Ellas constituyen un nuevo Otro en el campo psi, un Otro "que pide tratamientos más rápidos, menos costosos, enteramente predecibles y cuya terminación y duración pueden ser anticipadas" (Miller, 2005). Ellas también responden, en nuestra sociedad, a un nuevo ideal de conocimiento: el conocimiento total; se trata de un nuevo ideal de cuantificación general de todo lo humano (Miller). ¿Cómo responde el psicoanálisis a este nuevo Otro?

El psicoanálisis es una práctica especializada que busca "cuestionar todas las creencias, todos los fines, todas las nociones de beneficio y aún la noción misma de realidad" (Miller, 2005). Esto hace que él parezca salvaje, indomable. Por eso para mucha gente, y sobre todo para el Estado, el psicoanálisis es considerado como algo intolerable. En cambio, las TCC parecen responder bastante bien a los intereses, el control y la burocracia del Estado. Lo curioso es que las TCC son un "producto secundario del psicoanálisis mismo. Eso es lo novedoso. Son, en algún sentido, post-analíticas, post-freudianas” (Miller).

En efecto, Aaron Beck, fundador de las TCC, siendo psicoanalista se aburría mucho con sus pacientes y quería tener alguna otra cosa para hacer. Así lo confiesa en las entrevistas que el New York Times y el Washington Post le hicieron en su momento; él era psicoanalista y se aburrió de la práctica analítica. Así pues, las TCC son un subproducto del psicoanálisis norteamericano, subproducto que además tiene una idea de lo que es el lenguaje -ese Otro simbólico tan importante para el psicoanálisis lacaniano-, sólo que consideran que el lenguaje "no es ambiguo, o al menos que el lenguaje puede fácilmente ser utilizado de una manera inequívoca y que puede ser explícito. Por eso, estas terapias creen que es posible tener un acuerdo previo entre paciente y terapista sobre cuál es el problema y como curarlo" (Miller, 2005). Es decir, las TCC tratan el lenguaje como si en él no se diera el malentendido o no hubiese ambigüeades, como una especie de “software” que serviría para “adaptar” al sujeto, por eso piensan que éste –que a su vez es pensado como una máquina–, puede ser programado y reprogramado –puede aprender y desaprender–, pudiendo corregir sus conductas o esquemas maladaptativos, buscando el control y la regulación del sujeto, y coincidiendo así con los propósitos del Estado contemporáneo. Por esto Miller (2005) se pregunta: “¿Aceptará la gente este nivel de control y regulación estatal? ¿Desearán las personas ser consideradas como máquinas? ¿O lo irán a rechazar?”. Eso dependerá de la actitud de la civilización hacia este nuevo Otro.

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