martes, 1 de febrero de 2011

233. El estadío del espejo y el conocimiento paranoico de sí mismo.

Dice Lacan que la clave del «estadío del espejo» está en el carácter prematuro de la cría humana –él habla de una “insuficiencia orgánica de su realidad natural” (1984, p. 89)–, ya que a los seis meses el niño carece todavía de coordinación motriz. Sin embargo, su sistema visual está relativamente avanzado en madurez, pudiéndose reconocer en el espejo antes de haber alcanzado el control de sus movimientos corporales.

Dice entonces Lacan que la «fase del espejo», hasta la edad de dieciocho meses, nos revela un dinamismo libidinal que es problemático para el sujeto, es decir, el hecho de catectizar o cargar de libido la propia imagen; y “una estructura ontológica del mundo humano que se inserta en nuestras reflexiones sobre el conocimiento paranoico” (Lacan, 1984, p. 87), es decir que el estadío del espejo demuestra que el yo es producto del desconocimiento -él mismo no sabe qué acontecimiento lo produce- e indica el sitio donde el sujeto se aliena a sí mismo: su propia imagen.

Lacan distingue el conocimiento con su carácter imaginario, del saber que tendría un carácter simbólico. Tanto el conocimiento, como su correlato, el desconocimiento, hacen parte del autoconocimiento propio del registro imaginario. Es por la vía del reconocimiento de su propia imagen reflejada en el espejo que el sujeto llega al conocimiento de sí mismo, constituyendo su «yo», el cual, en última instancia, es un tipo ilusorio de autoconocimiento. Es éste conocimiento imaginario de sí mismo, alienado en el reconocimiento de la propia imagen, el que Lacan denomina «conocimiento paranoico», ya que él tiene la misma estructura de la paranoia. Para decirlo de otra manera: así como el neurótico constituye una estructura de desconocimiento por su alineación en el conocimiento de sí mismo, por su alienación a la imagen de sí, el desconocimiento de sí es también la estructura del delirio paranoico.

Como el niño se vive al principio como despedazado, no hace ninguna diferencia entre lo que es él y el cuerpo de su madre, entre él y el mundo exterior. Llevado por su madre, él va a reconocer su imagen en el espejo, anticipando imaginariamente la forma total de su cuerpo. Pero el niño se vive y se posiciona en primer lugar como otro, el otro del espejo en su estructura invertida; así se instaura el desconocimiento de todo ser humano en cuanto a la verdad de su ser y su profunda alienación en la imagen que se va a dar de sí mismo.

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