El estadio del espejo designa un momento psíquico y ontológico de la evolución humana, ubicado entre los seis y los dieciocho primeros meses de vida, durante el cual el niño anticipa el dominio de su unidad corporal mediante una identificación con la imagen del semejante y por la percepción de su propia imagen en un espejo.
Lo primero que destaca Lacan con relación a este estadio, es que se pone en juego un primer acto de inteligencia por parte de la cría humana: “a una edad en que se encuentra por poco tiempo, pero todavía un tiempo, superado en inteligencia instrumental por el chimpancé, reconoce ya sin embargo su imagen en el espejo como tal” (Lacan, 1984, p. 86). Este reconocimiento de la imagen en el espejo, primer acto de inteligencia del sujeto, señala un momento decisivo del desarrollo mental del niño, a la vez que establece una relación libidinal esencial con la imagen del cuerpo -lo que se denomina narcisismo: amor a sí mismo-. Es por esto que el «estadio del espejo» es un aspecto fundamental de la subjetividad y paradigma del orden imaginario.
A diferencia del chimpancé de la misma edad, el niño de seis meses queda fascinado por su reflejo en el espejo, quedando el sujeto captado y cautivado por su propia imagen, lo cual se observa “en una serie de gestos en los que experimenta lúdicamente la relación de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado, y de ese complejo virtual a la realidad que reproduce, o sea con su propio cuerpo y con las personas, incluso con los objetos, que se encuentran junto a él” (Lacan, 1984, p. 86). Es el júbilo que experimenta el niño al asumir su propia imagen reflejada, mientras que el chimpancé comprende rápidamente que la imagen es ilusoria, perdiendo rápidamente interés en ella.
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