sábado, 28 de noviembre de 2020

500. ¿Tiene la ideología un lugar en el psicoanálisis?

¿Estaría el discurso y la experiencia del psicoanálisis exentos de ideología? ¿La función y el deseo del analista están por "fuera de cualquier posición ideológica en nombre de una supuesta y siempre dudosa neutralidad? (...) ¿Puede hacer el analista una intervención fuera de cualquier ideología?" (Bassols, 2020). La ideología se puede definir como "el conjunto de ideas que cada uno tiene sobre un sistema de vínculos —económicos, sociales y finalmente siempre políticos— para preservarlos, transformarlos, restaurarlos o también subvertirlos" (Bassols). Como observador de acontecimientos políticos y sociales, ¿la posición del psicoanalista es la de un observador neutral?

Se podría decir que todas las intervenciones de los psicoanalistas en los medios de comunicación son necesariamente ideológicas, ya que "más que actuar, el sujeto es actuado por la ideología que atraviesa las diferentes instituciones y realidades sobre las que se asienta y configura su día a día" (Cano citado por Bassols, 2020). ¿Y las intervenciones dentro del dispositivo analítico? No habría entonces neutralidad por parte del psicoanalista en sus intervenciones, ya que su posición es irreductible con relación a "las formas simbólicas que ordenan la vida, las «formas de gozar» como solemos decir" (Bassols).

No es posible resguardarse de las ideologías que son dominantes en el discurso de los hombres. La misma IPA se vio en apuros, haciendo un llamado a la «neutralidad» de la institución, cuando Freud pedía un apoyo para los analistas judíos perseguidos por el Tercer Reich. "La atribución de una ideología al analista está a la orden del día y no es seguro que se pueda sacar de encima este sambenito con el silencio de su «neutralidad» (...) La «neutralidad» ha sido (...) la túnica de Neso con la que los analistas han pensado resguardarse de toda ideología, una túnica ardiente de ideología finalmente. Y no de las mejores." (Bassols, 2020).

Mientras que Freud se mantuvo al margen en estos asuntos, Lacan y Miller han implicado al psicoanálisis en la política. Miller, por ejemplo, dirigió a la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis) en el año 2017 contra el posible ascenso al gobierno francés del partido de ideología xenófoba y de inspiración fascista de Marine Le Pen. Por tanto, ¿se puede hacer una acción lacaniana exenta de cualquier ideología? Así pues, toda posición del analista deberá, desde entonces, pensarse como una posición ideológica, por eso es tan pertinente la pregunta que se hace Bassols (2020): "¿Cuál es el lugar de la ideología en el discurso del psicoanalista?"; pero también, ¿cuál es la ideología con la que se identifica o que conviene a la práctica del psicoanálisis?

viernes, 9 de octubre de 2020

499. La relación de la transferencia con la docta ignorancia

Dice Miller (1997) en su texto Introducción al método psicoanalítico, que la ignorancia tiene una muy importante función en la experiencia analítica, una función operativa. Y no se trata de la ignorancia pura, sino de la ignorancia docta. La "docta ignorantia" es una expresión usada por varios filósofos, especialmente por Agustín de Hipona (354-430), Buenaventura de Fidanza (1221-1274) y principalmente por Nicolás de Cusa (1401-1464), teólogo y filósofo considerado el padre de la filosofía alemana y personaje clave en la transición del pensamiento medieval al del Renacimiento, uno de los primeros filósofos de la modernidad. Con esa expresión ellos querían significar la actitud prudente y humilde del sabio, ante los grandes problemas del Universo y los límites del conocimiento humano.

Así pues, la ignorancia docta es "la ignorancia de alguien que sabe cosas, pero que voluntariamente ignora hasta cierto punto su saber para dar lugar a lo nuevo que va a ocurrir" (Miller, 1997). Esto es algo muy importante con relación a la posición del analista en la experiencia analítica: él debe ignorar su saber, dejar a un lado todo su saber, todo lo que sabe, para darle cabida al saber del inconsciente y a la transferencia. Freud mismo lo indicaba: se debe recibir a cada paciente, como si fuera el primero.

Esto significa que un analista que se presenta con una posición de "sabiondo", que cree sabérselas todas, que se dedica a hacerle saber al paciente todo lo que sabe, es un analista que no le va a dar cabida a lo nuevo que va a ocurrir en el dispositivo analítico. Son muchas las experiencias terapéuticas de la psicología que invitan al psicólogo a presentarse como "el que sabe", y él se dedica a dar indicaciones, recetas, consejos, a dirigir la conciencia de sus pacientes como si supiera lo que este necesita, o cómo debe conducirse en la vida. La experiencia analítica enseña que una posición así en un terapeuta, hace sentir al paciente como un estúpido, un tonto, un ignorante, y rápidamente abandona la terapia por la molestia causada por ese psicólogo en esa posición de "sabio". Y es algo que se sabe: no hay nadie más fastidioso y aborrecido que un sujeto que cree que se las sabe todas.

Miller (1997) indica claramente cómo la función operativa de la ignorancia es la misma que la de la transferencia, la misma que la de la constitución del Sujeto supuesto Saber. Así pues, el Sujeto supuesto Saber, resorte de la transferencia, "no se constituye a partir del saber sino que se constituye a partir de la ignorancia" (Miller). Los pacientes suelen preguntar al analista si los entienden; "Dr., ¿Ud. me entiende?", y la mejor respuesta a esta pregunta es: "no, no entiendo lo que Ud. me quiere decir, ¿me lo puede explicar de nuevo? ¿Qué quiere Ud. decir con eso”? Esta es la posición del analista desde la docta ignorancia; es un poco como hacerse el "tonto", o hacerse el "bobo", aquel que no entiende lo que el otro quiere decir. Así pues, para garantizar la instalación de la transferencia la posición del analista es la de hacer entender "que no sabemos con anterioridad lo que el paciente quiere decir, pero suponemos que quiere decir otra cosa" (Miller). Esto es casi que un axioma en la experiencia analítica, que todo analista debe tener en cuenta: el paciente es siempre alguien que quiere decir alguna otra cosa. En todo lo que dice, el sujeto siempre quiere decir algo de más; y esa "alguna otra cosa", y ese "algo de más" no es otra cosa que el inconsciente, ese saber no sabido por el sujeto.

Entonces, que quede claro, "la suposición de saber no está vinculada al saber constituido, porque si hay saber constituido, no hay ninguna necesidad de suposición" (Miller, 1997); si se sabe que alguien sabe (valga la redundancia), no hay que suponer un saber, por eso la docta ignorancia es la que facilita la instalación de la transferencia en la medida en que hay suposición de saber. Y para que esto opere, se necesita de una función esencial del analista: la función del malentendido. "A veces un paciente busca a un analista para, finalmente, saber si alguien puede entender lo que él dice. Con todo, no es posible convencer al paciente de nuestra capacidad de entender si no es a través de la introducción sistemática del malentendido. Por ejemplo, a través de la introducción de la pregunta: "Pero ... ¿qué quiere decir usted con eso?"" (Miller). ¡Esta es la pregunta que introduce la dimensión del Sujeto supuesto Saber! Es mostrándole al paciente que no se le entiende, que no se entiende lo que quiere decir, que se introduce al sujeto en el hecho de que él mismo no se entiende, es decir, que él no sabe lo que dice. Esta es una dimensión muy importante que se debe hacer surgir en el dispositivo analítico: ""Yo (el paciente), no sé lo que digo". Y, en este sentido, el lugar de la enunciación es el propio lugar del inconsciente" (Miller).

"No saber lo que se dice" es la posición natural de todo sujeto, y al mismo tiempo, eso es el inconsciente. Cuando un paciente se queja de que nadie lo entiende, en realidad quien no se entiende es el propio sujeto, y por eso se lo invita a asociar libremente con la consigna "¿qué quiere decir usted con eso?", haciendo uso de la función del malentendido. La asociación libre es una especie de automalentendido; "y es por este motivo que la pasión analítica es la pasión de la ignorancia" (Miller, 1997). Así pues, a lo que invita el dispositivo analítico, es a que el paciente escuche lo que dice, tome consciencia de lo que quiere decir.

viernes, 28 de agosto de 2020

498. ¿El ser humano será mejor persona después de la pandemia?

 La historia de la civilización lo que demuestra es que “lo esencial de la condición humana parece mantenerse y lo que ha evolucionado han sido los medios que permiten hacer bien y hacer mal” (Alfonso Wals, 2020). La misma Hannah Ahrendt ya había advertido en su texto La banalidad del mal, que cualquiera puede ejercer el mal en determinadas condiciones. Por lo tanto, no se puede esperar que una pandemia transforme a la humanidad; tal vez lo que se puede esperar, y eso que, con mucha dificultad, es que aquella ponga en juego “la responsabilidad de cada uno” (Alfonso Wals).

Freud (1930) ya había advertido en su texto El malestar en la cultura que existe en el hombre una tendencia nativa “a la maldad, a la agresión, a la destrucción y también, por ende, a la crueldad” (Freud citado por Alfonso Wals, 2020).  Pero, ojo, la maldad no es la única respuesta del ser humano; hay otras que están del lado de la solidaridad y la resistencia de los sujetos frente a esta pandemia.

Algo que sí les ha recordado la pandemia a los seres humanos, es que ellos no son dueños de todo. “A fuerza de dejarnos convencer por el capitalismo de que podemos comprar todo y que tenemos derecho a todo, creíamos que nada malo nos puede pasar” (Alfonso Wals, 2020). ¿Volverá el sujeto a ser ese consumidor voraz que espera que sea el discurso capitalista después de la pandemia? El consumo de los recursos naturales continuará; es más, hay quienes piensan que esta pandemia es un efecto de la destrucción del medio ambiente, y, por lo tanto, vendrán más.

El ser humano no será mejor después de esta catástrofe. “No creo que se trate de que debamos ser pesimistas, pero sí de asumir la responsabilidad de cada uno en lo que se construya en adelante” (Alfonso Wals, 2020). Y, además, hay que estar atentos e esa “nueva normalidad”, en la que es muy posible que el establecimiento haga reformas laborales, en la salud, en la banca, etc., que restarán más derechos a los sujetos contemporáneos.

¿Y de la subversión política, qué? “La subversión se refiere a un acto que produce cambios con relación a las coordenadas simbólico-imaginarias. No se trata de revolución” (Alfonso Wals, 2020). Lacan establece una gran diferencia entre la revolución y la subversión. Para él, la revolución es volver a caer en el discurso del amo; es como dar una vuelta a las cosas de 360°. Y Miller (citado por Alfonso Wals) aclara lo siguiente: “El psicoanálisis es llevado a poner en valor lo que puede llamar las invariantes antropológicas más que a ubicar esperanzas en los cambios de orden político (…) El psicoanálisis no es revolucionario, sino que es subversivo, lo que no es lo mismo, y por razones que yo he esbozado, a saber: que va en contra de las identificaciones, los ideales, los significantes amo...”.

viernes, 31 de julio de 2020

497. Sobre el desarrollo de la teoría freudiana

Los primero que encuentra Freud en el abordaje de los síntomas de la histeria, es que los pacientes habían olvidado hechos ocurridos en su vida; Freud (1925) se da cuenta de que "todo lo olvidado había sido penoso de algún modo: produjo terror, dolor, o fue vergonzoso para las exigencias de la personalidad" (p. 28). Esto es lo que lo lleva a introducir el concepto de «represión», como ese esfuerzo de desalojo de la conciencia de representaciones que le causan algún malestar al sujeto; "era una novedad, nunca se había discernido en la vida anímica nada que se le pareciese. Evidentemente se trataba de un mecanismo de defensa primario, comparable a un intento de huida" (Freud, p. 29). Eso reprimido pasa entonces a ser «inconsciente». Represión e inconsciente se constituyen en los conceptos que fundan la teoría psicoanalítica.

Ahora bien, el problema con la represión, como mecanismo de defensa primario, es que fracasa. Siempre hay un retorno de lo reprimido, bajo la forma de síntomas, que no son otra cosa que formaciones de compromiso, producto del conflicto psíquico entre los impulsos rechazados que buscan salir a la luz (las pulsiones que buscan su satisfacción) y la conciencia (que reprime aquello que se le hace indeseable). "La doctrina de la represión se convirtió en el pilar fundamental para el entendimiento de las neurosis" (Freud, 1925, p. 29).

La introducción de lo inconsciente lleva a Freud (1925) a concebir el aparato psíquico "como edificado a partir de cierto número de instancias o sistemas, de cuya recíproca relación se habla con expresiones espaciales, a pesar de lo cual no se busca referirla a la anatomía real del cerebro" (p. 31). Esto es lo que se denomina el punto de vista tópico del aparato psíquico, dividido en tres instancias: consciente, preconsciente (que nos es otra cosa que una memoria latente) y el inconsciente.

El análisis de los síntomas patógenos en el sujeto, llevaron a Freud (1925) a las épocas más tempranas de la vida de los enfermos, hasta llegar a la primera infancia, y allí se encontró con que esas vivencias infantiles reprimidas siempre involucraban "excitaciones sexuales y de la reacción frente a estas" (p. 32). Esto de la sexualidad infantil resultó ser toda una novedad en su época, y al mismo tiempo "una contradicción a uno de los más arraigados prejuicios de los seres humanos. En efecto, se consideraba «inocente» a la infancia, exenta de concupiscencias sexuales, y que la lucha contra el demonio «sensualidad» se entablaba sólo con la pubertad" (p. 32).

El descubrimiento de la sexualidad infantil se constituyó en todo un escándalo y desautorización universal, al cual Freud (1925) no cedió. Él tenía la certeza de que "la función sexual arranca desde el comienzo mismo de la vida y ya en la infancia se exterioriza en importantes fenómenos" (p. 32). Incluso él llega a la conclusión de que los síntomas neuróticos no necesariamente se anudaban vivencias reales, sino y sobretodo a fantasías de deseo, "y que para la neurosis valía más la realidad psíquica que la material" (p. 32). Esas fantasías de los pacientes son las que llevaron a Freud a hablar del «complejo de Edipo», es decir, los vínculos afectivos que el niño establece con sus cuidadores: "el varoncito concentra sus deseos sexuales en la persona de la madre y desarrolla mociones hostiles hacia el padre en calidad de rival" (p. 34).

Con el estudio de la sexualidad infantil, Freud introduce el concepto de «pulsión», nombre que él le da a los impulsos sexuales del sujeto en la medida en que dichos impulsos no responden a un instinto sexual, como sucede en los animales. Las pulsiones, entonces, que están presentes desde el comienzo de la vida, primero apuntaladas en otras funciones de importancia vital (comer, defecar) y que luego se independizan de estas, van a depender de las zonas erógenas del cuerpo, zonas que cuando se estimulan producen una ganancia de placer y que emergen en pares de opuestos (sadismo-masoquismo, pulsión de ver-pulsión de exhibición). Así pues, la pulsión no es solo una, sino que son varias (pulsiones parciales) y cada una por separado busca procurarse una ganancia de placer que, la mayoría de las veces, encuentran su objeto en el cuerpo propio (autoerotismo) (Freud, 1925, p. 34).

Por último, Freud se va a encontrar, estudiando la sexualidad infantil, conque "sólo el genital masculino desempeñaba un papel en ella, pues el femenino no había sido descubierto (he llamado a esto el primado fálico). La oposición entre los sexos todavía no recibía en esa época los nombres de masculino o femenino, sino: en posesión de un pene o castrado" (p. 35). Esto es lo que Freud (1925) denominará «complejo de castración», el cual tendrá gran significatividad en la formación del carácter y la neurosis del sujeto.

miércoles, 24 de junio de 2020

496. El oscurantismo del siglo XXI

¿Qué ha develado la pandemia que vive el mundo hoy? Primero, que el calentamiento global existe, "al reducir las emisiones de gases no hubo más polución" (Roudinesco, 2020). El problema es si esto llevará a la raza humana a hacer cambios para que dicho calentamiento se detenga, o se merme. Por el sistema económico que rige en el mundo desde hace ya bastantes décadas, la respuesta es no: el ser humano seguirá explotando sus recursos naturales, seguirá contaminando el único lugar que tiene para vivir, con tal de seguir usufructuando, sacando algún provecho, ganando dinero en dicha explotación. Ya lo había señalado Lacan: el discurso capitalista, discurso que orienta al mundo contemporáneo en la venta de bienes y servicios, funciona automáticamente, como una grán máquina sin una cabeza que lo gobierne -lo gobierna la plusvalía, tal y como lo denuncio Marx-, por eso no se detiene y arrasa con todo lo que se le atraviese; es un discurso acéfalo, que empuja, como la pulsión de muerte, a la autodestrucción, bajo las banderas del enriquecimiento personal, el progreso, el emprendimiento, ahora la reinvención; llámese como quiera, en el fondo es lo mismo: el capitalismo y su avidez por la ganancia, que con ayuda de los desarrollos de la ciencia, “se han combinado para hacer desaparecer a la naturaleza" (Miller, 2012). Habrá que pensar en un capitalismo moderado que recurra al uso de recursos renobables, entre otro montón de cosas por hacer.

En estrecha relación con la idea anterior, aunque esto se viene denunciado hace mucho, la pandemia ha develado "el crecimiento de las fortunas de los ricos, y el crecimiento de la miseria de los pobres" (Roudinesco, 2020), lo que se denomina inequidad. ¿Esta situación va a cambiar? Situación que va de la mano con otra pandemia: el hambre. "En pleno Siglo XXI más 1.300 millones de personas son pobres y 24 mil personas mueren cada día de hambre en el mundo. El 75 % de estos fallecidos son niños menores de cinco años. Es decir que 18 mil niños y niñas de entre uno y cuatro años mueren de hambre cada día" (López, 2019). Y con el coronavirus esta situación se va a cuadruplicar. ¿Surgirá una sociedad más equitativa después de esta pandemia? La sola pregunta ya da un poco de risa. "Habrá que introducir controles económicos desde el interior del capitalismo y del liberalismo" (Roudinesco), pero, ¿lo harán los capitalistas, que son hoy los dueños del poder y la política en el mundo, política que se ha convertido en lo más servil al capitalismo? La máquina del capitalismo arrancará de nuevo después de la pandemia, y con más fuerza; se ha hecho del mundo un mercado.

Tercer aspecto que ha develado la pandemia: ¿quiénes están gobernando el mundo hoy? "Hay una crisis muy grave en los países democráticos: la ruptura entre los pueblos y la elite. Hay populismo en Europa y hay una pérdida de confianza del pueblo en los políticos. Los pueblos europeos no son hoy para nada progresistas, estamos retrocediendo hacia un nacionalismo, con verdadero peligro de fascismo" (Roudinesco, 2020). Populismo también lo hay en Norteamérica y toda Latinoamérica. Pero el populismo no es malo en sí mismo, sino la forma como proceden ciertos gobernantes, contentando al pueblo con resoluciones que no producen cambios profundos en la sociedad, y que siguen favoreciendo a los ricos, como por ejemplo, el "Covid Friday" de Duque en Colombia en plena pandemia. Y a esa desconfianza de los pueblos en sus políticos se suman, junto a Duque, Bolsonaro, Trump, Macri, Piñera, Macron, Le Pen, Johnson, etc., todos, por cierto, vasallos del neoliberalismo. Es el oscurantismo del siglo XXI. Pero no solo el de los líderes políticos, también el de la población moderna, esa que cree que las vacunas son peligrosas; "yo conozco gente así, creen en la naturaleza, en el sentido más estúpido del término, en tomar polvos, preparados, jugo de banana o jugo de miel (o los jugos verdes) que “va a impedir que nos contagiemos enfermedades”" (Roudinesco). Y junto a los antivacunas están los terraplanistas, y los que divulgan teorías conspirativas sobre el covid-19, las vacunas con chips para controlarnos con las antenas 5G, etc. Es la época de idiotez generalizada, donde el pensamiento y la razón han pasado a ser algo banal. Es un riesgo para el mundo democrático el surgimiento de regímenes fascistas y totalitarios pospandemia, debido al estado en el que se encuentra esta sociedad regida por el consumismo y la avaricia humana.

sábado, 30 de mayo de 2020

495. Lo real del psicoanálisis en tiempos de pandemia

El real del que habla hoy el psicoanálisis, ya no es más el real que era. Se trata de un real del siglo XXI, un real separado de la naturaleza, “un real sin ley, sin ley que pueda predecir, al menos, su irrupción” (Bassols, 2020). Y con la pandemia que azota al mundo en estos momentos, pues se trata de una experiencia de lo real a nivel colectivo, y esto ha traído una serie de consecuencias en diferentes ámbitos de lo humano. Veamos.

El virus es un real en el sentido más lacaniano: “algo que no cesa de no escribirse… hasta que se escribe” (Bassols, 2020), es decir, es un virus que se contagia en silencio, y del que el sujeto puede ser asintomático; el problema no es si algún día el sujeto se contagiará, que lo estará, pero como se contagia en silencio, se trata de algo que introduce “un tiempo imperceptible, no simbolizable, no representable cronológicamente” (Bassols).

Otro real en juego durante esta pandemia, es el confinamiento. El espacio se reduce, se restringe, y en muchos casos, se comparte. La convivencia se vuelve difícil; era más fácil encontrarse con el partenaire en la noche, acostarse a dormir, y levantarse a trabajar y ¡adiós! Empiezan a aparecer las tensiones entre los miembros de las familias, que eran más o menos unos desconocidos. Muchos de los hijos apenas ahora conocen a sus padres: sus gustos, qué los hace disgustar; sus caprichos, los que los pone malgeniados; y viceversa. Antes de la pandemia, incluso, a veces ni se veían. Esto explica por qué se ha exacerbado el maltrato intrafamiliar, cuando se hace insoportable (otro de los nombres de lo real en la teoría lacaniana: lo real es lo imposible de soportar) la presencia del otro, con sus demandas y sus particularidades. Pero ojo, el maltrato hacia el otro, que ahora se expresa en el confinamiento, no es sino la manifestación de un síntoma que ya venía de antes en la relación con los hijos y sobretodo con la pareja. Ahora encerrados esa tensión psíquica, esa tensión agresiva, que ya existe con la pareja y los hijos explota más, pero siempre ha estado allí latente o no tan bullosa como ahora en el confinamiento. Y los que no se maltratan, pues, inventan cómo estar restringidos entre cuatro paredes: hijos felices conociendo a sus padres que difícilmente veían o solo lo fines de semana, y parejas que aprovechan el estar juntos para expresarse su aprecio y cariño, lo cual es excepcional. Se espera que después de la pandemia, vendrán muchas separaciones y divorcios, tal y como lo especulan los expertos en estos temas.

Otro real que se ha visto en este tiempo de pandemia, es el pánico colectivo, sobretodo en el momento en que se ha desbordado el sistema sanitario: “No se pongan enfermos todos a la vez, por favor. Ese es también lo real del tiempo, traumático para cada uno” (Bassols, 2020). Y en parte, esta es la razón para el confinamiento: aplanar la curva para que se puedan atender todos los casos que se deban atender en las UCIs. Si el contagio se desborda, ¿a quién se atiende en las unidades de cuidado intensivo? ¿Al joven? ¿Al anciano? ¿Al rico? ¿Al pobre? Si algo ha desnudado esta pandemia, entre muchas otras cosas, y en todo el mundo, es la falta de una política pública para la atención de la salud del pueblo, lo cual es un derecho universal.

También la irrupción de este virus en la realidad humana, como efecto de la ley de la naturaleza, como una especie de contraataque por todo el mal que le hemos hecho, afecta nuestro cuerpo; nos ha hecho más hipocondríacos; ahora todos están pendientes de los síntomas del coronavirus; ¿cuántas veces no se ha pensado que se tienen los síntomas y que, por lo tanto, el cuerpo ha sido contagiado? De esto se trata “lo real de tener un cuerpo” (Bassols, 2020).

“La experiencia de lo real en la que nos encontramos no es pues tanto la experiencia de la enfermedad misma sino la experiencia de este tiempo subjetivo que es también un tiempo colectivo, extrañamente familiar, que sucede sin poder representarse, sin poder nombrarse, sin poder contabilizarse. Es este real el que le interesa y trata el psicoanálisis” (Bassols, 2020). Este real como efecto de la pura ley de la naturaleza es el real de la ciencia. A la ciencia le corresponde descifrar las leyes naturales que gobiernan al virus, para así controlarlo. Lo real que le interesa al psicoanálisis, ese nuevo real, ese real del siglo XXI: lo real sin ley, ese real que no es previsible. “Ante esta diferencia estará bien recurrir hoy a la máxima de los estoicos para hacer una experiencia colectiva de lo real de la manera menos traumática posible: serenidad ante lo previsible, coraje ante lo imprevisible, y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro” (Bassols).

jueves, 30 de abril de 2020

494. Psicoanálisis de una pandemia

¿Qué puede decir el psicoanálisis sobre la pandemia que vive el mundo hoy? Primero, que la naturaleza sigue siendo la que gobierna en este mundo. Mientras el hombre ha creído ser su amo, la naturaleza nos muestra su ingobernabilidad; ahora con un virus, como en otros momentos y otras épocas, pero también con sus terremotos, avalanchas y explosiones volcánicas. La naturaleza se sigue mandando sola, así llevemos más de veintiún siglos tratando de domeñarla. "La naturaleza hace valer así su ley cuando el ser hablante debe retroceder —un poco, sólo un poco— ante la epidemia de sus propias formas de gozar que llamamos civilización" (Bassols, 2020). En efecto, el ser humano también se ha comportado como un virus con relación a la naturaleza, al punto de haber acabado con muchas de sus formas y seguir explotando sin medida sus recursos. "El ser humano es epidémico por ser hablante y estar habitado por esa substancia gozante que llamamos significante" (Lacan citado por Bassols, 2020). Pero lo real del goce y la ley de la naturaleza no son la misma cosa. Veamos.

Primero que todo, la naturaleza ya no es más lo real, ya que la naturaleza, al igual que el virus Corvid-19, responden a leyes precisas; se trata pues de un virus que se transmite y se contagia respondiendo a leyes muy precisas, leyes que hay que descifrar para enfrentarlo (Bassols, 2020). Anteriormente, antes del surgimiento del discurso de la ciencia, la naturaleza y lo real de algún modo se superponían, no se diferenciaban; “antaño lo real se llamaba la naturaleza. La naturaleza era el nombre de lo real cuando no había desorden en lo real" (Miller citado Bassols, 2020). Pero con la llegada de la ciencia moderna, naturaleza y real se separan. ¿A qué real se refiere aquí el psicoanálisis? Para diferenciarlo de la naturaleza, habría que decir que se trata de un real sin ley; lo real del ser hablante es un real sin ley.

¿Cuando se le presenta al sujeto esa dimensión de lo real de la que habla el psicoanálisis? Cuando el sentido se le escapa, cuando no logra dar explicación a sus síntomas, a sus compulsiones, a sus adicciones, a sus impulsos agresivos y sexuales; por eso cuando no se le puede dar un sentido a lo real, él irrumpe de manera traumática: deja al sujeto sin respuestas, sin explicaciones. Hay sí dos discursos que responden, que dan respuestas, que dan sentido: el cientificismo y la religión, pero ellos se agotan. "Dar un poco de sentido alivia durante cierto tiempo, pero el efecto de rebote suele ser mucho peor todavía que la falta inicial de sentido" (Bassols, 2020).

Lo real es entonces, todo aquello que no tiene sentido. “El no tener sentido es un criterio de lo real" (Miller citado por Bassols, 2020). Que lo real esté desprovisto de sentido significa que lo real no responde a ningún querer-decir, que el sentido se le escapa. A diferencia de lo real, el Covid-19 es una enorme burbuja de sentido, sobretodo de sentido religioso; gracias a él pululan los fantasmas, ya sean individuales o colectivos, para hacer del Coronavirus una fuerza demoníaca, un dios maligno que llega a castigar a una una civilización que se ha excedido en su goce. Mientras que el sentido es siempre religioso, viral, lo real no tiene nada de viral, no tiene sentido alguno (Bassols, 2020).

jueves, 26 de marzo de 2020

493. ¿Qué es el falo en el psicoanálisis?

Cuando Freud hace uso del concepto de falo en su teoría, lo hace para simbolizar la presencia o ausencia del pene en los niños; Freud, en un principio, no distingue entre el falo como referente simbólico y el pene como realidad anatómica. Freud recurre aquí a ese símbolo que, desde la antigüedad, representaba la fertilidad, la virilidad, la potencia, el poder. Es por esto que el falo se refiere más al pene erecto, o a un objeto que se asocie a la forma que él tiene. Esto permite aclarar que el falo no es equivalente al pene, ya que un pene flácido no es fálico; pero tener un pene, que es el caso de los niños varones, le brinda al sujeto un atributo fálico, lo que hace que muchas mujeres deseen tener un niño en lugar de una niña, debido a que el niño es percibido como completo –no le falta nada–, y la niña es percibida incompleta, en falta.

Freud, entonces, hace uso del concepto de falo al hablar de la "fase fálica", fase que hace referencia a la primacía de los genitales exteriores en el momento en el que el niño subjetiva la diferencia sexual. Durante la fase fálica los genitales de ambos sexos no desempeñan ningún papel, sino solo el masculino. “Los genitales femeninos permanecen por largo tiempo ignorados” (Freud, 1940), y solo interesa, a niños y niñas, el genital masculino, es decir, el falo, ya que es el que pueden observar claramente.

Así pues, la fase fálica es un período de la vida del niño en el que se despierta su curiosidad sexual debido al descubrimiento de la diferencia sexual anatómica. La investigación sexual de los niños es una de las características más importantes de la sexualidad infantil. Ella comienza bien temprano en la infancia, antes del tercer año de vida, dice Freud (1916/17), y no arranca de la diferencia sexual, que nada significa para los niños, ya que el niño, por lo menos el niño varón, atribuye a ambos sexos el mismo genital: el masculino.

Entonces, en el psicoanálisis el falo no es el pene como realidad biológica, sino el papel que la representación de este órgano juega en la fantasía y en la diferencia sexual; el falo es entonces el significante con el que se marca la diferencia sexual entre hombres y mujeres de una manera muy sencilla: se lo tiene o no. El problema es que solo existe un significante para nombrar la diferencia sexual: el falo. ¿Cómo inscriben todos los niños la diferencia sexual en el psiquismo? Niños y niñas subjetivan dicha diferencia diciendo: “los niños tienen pene, las niñas… no tienen pene”; nunca los niños y las niñas subjetivan la diferencia sexual diciendo: “los niños tienen pene y las niñas tienen vagina”. Niños y niñas parten de la «premisa universal del pene», es decir, de la suposición de la presencia del genital masculino en todos los seres humanos. En los niños esto es muy claro, pero ¿por qué en las niñas también? Porque cuando las niñas descubren la diferencia sexual, ellas la subjetivan pensando que a ellas les falta el falo, es decir, que a ellas o no les dieron uno, o se lo quitaron, o no les creció. La referencia es entonces a la presencia del falo en todos los niños.

Decirle a una niña que los niños tienen pene y las niñas vagina, no le dice nada, porque a ella lo que le interesa es lo que ve: el falo que tienen los niños y que a ella le falta. El significante «vagina» le entra por un oído y le sale por el otro; ella está preocupada por lo que observa: la presencia del pene en los niños. Los genitales femeninos a esta edad del niño (entre tres y cinco años) son ignorados, no tienen ninguna importancia, ya que lo que pesa en los niños es lo que observan, lo que ven; “hasta hoy -dice Miller (2002)- es un hecho que un tengo esencial, primordial, recae sobre el pene” (pág. 153), recae sobre eso que se observa, y lo que ven niños y niñas es que hay seres que tienen algo que a los otros les falta.

Se lo tiene o no: es así como se subjetiva ese tener o no tener un pene, es así como se subjetiva la diferencia sexual en ambos sexos. El tener el falo no es ninguna ventaja para los hombres, ya que temen perderlo -angustia de castración-; por eso se dedican a cuidar lo que tienen: su pene, su dinero, su mujer, esa con la que hacen ostentación de lo que tienen, al igual que con su moto, su automóvil o sus lujos, ostentación que los hace ver como unos idiotas. El hombre, entonces, se dedica a cuidar, controlar, contabilizar todo lo que tiene, quedando inscrito en la estructura neurótica como neurótico obsesivo.

La niña considera que el varón, por tener un pene, es completo, y que ella ha sido privada de ese órgano, que no se le dio. Esto la lleva a sentirse incompleta, inclusive inferior al niño, entonces va a desear querer tener uno, tener un pene. A este deseo Freud lo llamó «envidia del pene». Esta envidia del pene lleva a muchas niñas a comportarse como los niños: empiezan a orinar de pie, o a jugar los juegos de los niños: fútbol, etc. Ella no se resigna a no tener lo que el niño sí tiene, y desea uno para ella, por eso se empieza a comportar como un niño.

Con el significante «falo», tanto el hombre como para la mujer identifican a ambos sexos, es decir, que con un solo significante se señala la diferencia sexual: los que lo tienen son los hombres y las mujeres son aquellas que están privadas de él. Niños y niñas establecen siempre la diferencia sexual diciendo: los niños tienen pene, las niñas no lo tienen; así es como niños y niñas subjetivan la presencia o ausencia del pene -complejo de castración-. Por esta razón también se dice que el falo es un significante sin par: no hace pareja con ningún otro significante, de tal manera que en el lugar del Otro sólo existe un significante para señalar la diferencia sexual, y no dos. Es como si faltara el significante que permitiría identificar al Otro sexo.

jueves, 27 de febrero de 2020

492. Política, ecología y psicoanálisis

Se sabe que "el discurso político se vale de la identificación para crear la ilusión de cierta consistencia" (Laurent, 2020); a esa homogenización que produce la identificación se opone el síntoma, ese obstáculo que pone a marchar mal al sujeto, incomodando al sistema o al discurso imperante. Pero, ¿qué está haciendo la política de hoy para ponerle un límite a ese empuje al goce -léase sociedad de consumo- al que nos ha llevado la declinación del nombre del padre como función -léase la tradición y los los sistemas de moral existentes-? Ya existen movimientos sociales que luchan, por ejemplo, contra el ya famoso Black Friday, el cual es "una insignia formidable del empuje al goce. En un día vamos a gastar millones de dólares en todo el planeta en cosas que no son necesarias" (Laurent, 2020). Ese consumismo alocado es el que ha llevado a la crisis climática, producto de la industrialización y el consumo de los recursos naturales para responder a las demandas del consumidor contemporáneo y a la ambición del ser humano. Por eso es importante que la política de hoy incluya el tema ecológico, una política que pueda "inventar límites que giren alrededor de la búsqueda de algo que permitiría hacer cesar este empuje que aparece de manera tan destructiva, tan superyoica" (Laurent).

Ya se escuchan discursos hablando de la política del bien, esa que apunta al cuidado del único hogar con el que cuentan los seres humanos -el planeta tierra-, versus la política del mal, esa que busca seguir con la explotación de los recursos naturales -el petróleo por ejemplo-, explotación de la que se venefician económicamente unos pocos, acentuando la desigualdad y la inequidad que se observa en el mundo: "el 10 por ciento más rico de la población mundial gana hasta el 40 por ciento del ingreso total. Algunos informes sugieren que el 82 por ciento de toda la riqueza creada en 2017 fue al 1 por ciento de la población más privilegiada económicamente, mientras que el 50 por ciento en los estratos sociales más bajos no vio ningún aumento en absoluto" (Noticias ONU, 2018). Así pues, ya lo importante no es ser de izquierda o de derecha, sino, estar del lado de las políticas que apuntan a la implementación de recursos renobables, o continuar con la destrucción de la vida en este planeta.

El problema es que los líderes políticos que hoy se eligen -como Donald Trump o Jair Bolsonaro- son líderes populistas, descritos por Freud en su texto Psicología de las masas, líderes que autorizan la pulsión de muerte, el odio (Laurent, 2020). Anteriormente los sistemas de la tradición religiosa y el autoritarismo paternalista tenían el poder de funcionar como límites a ese empuje hacia lo peor de la pulsión de muerte; pero hoy, con la declinación del nombre del padre, esa función que antes le ponía un límite a ese empuje, ya no va más. "Ahora la mezcla de Bolsonaro de la Biblia, las balas y el buey con la devastación del Amazonas para producir más soja, demuestra que la religión no funciona más como un sistema de límite" (Laurent). Hoy también la religión funciona más como un empuje al goce; por eso los políticos están llamados a inventar nuevas formas de encontrar límites a ese empuje superyoico, y los votantes están llamados a elegir a conciencia a sus líderes, lo cual suena bastante utópico en un mundo en el que el sujeto vale más por lo que tiene y aparenta, que por lo que es; Freud mismo no creía ni en la superación ni en el progreso; él "no albergaba la más mínima esperanza sobre el ascenso de la razón" (Dessal, 2014). Así pues, se puede esperar lo peor tanto de los votantes como de los políticos de hoy.

miércoles, 29 de enero de 2020

491. El Otro es una alteridad radical

Las neurociencias han podido constatar que las mismas áreas del cerebro se disparan o se iluminan cuando un sujeto se quema con una taza de café o cuando la pareja dice ha sido infiel. Estos dos hechos producen el mismo efecto en lo real (Bassols, 2012). ¿Cómo es esto posible, si el primero de los hechos es un estímulo real y el otro son solo palabras? Esto quiere decir que el daño que producen unas palabras “es tan real para el sistema nervioso central como el quemarse con una taza de café” (Bassols), por eso hay palabras que causan daño, dolor, así como otras causan alivio y bienestar. Hay que entender, entonces, qué significa vivir en un mundo de lenguaje. Incluso se podría decir que el objeto de estudio del psicoanálisis lacaniano es los efectos del lenguaje sobre el sujeto.

Para el psicoanálisis, el medio natural del sujeto es el lenguaje, lo simbólico. Es lo primero que enseña Lacan al comenzar con su enseñanza: el lenguaje es algo exterior al sujeto; por eso el nombre de Otro, ese Otro exterior que constituye lo simbólico y que funda al inconsciente estructurado como un lenguaje; por eso no se lo puede localizar únicamente en el cerebro. El aparato del lenguaje es algo separado del cerebro, y se lo encuentra por todas partes, por todos lados (Bassols, 2012).

Así pues, el Otro del lenguaje es “como una alteridad radical a cualquier idea de individualidad que podamos tener” (Bassols, 2012); esta es la razón por la que no hay que confundir los huesos, la carne, el organismo y/o el cerebro con el sujeto. El lenguaje es el que determina la existencia del sujeto, por eso hay que distinguir entre el conjunto de los huesos de una tumba y el conjunto de lo simbólico (el lenguaje). ¿Por qué “es fundamental entonces estudiar los modos simbólicos del lenguaje” (Bassols)? Porque es gracias al lenguaje, ese Otro que lo antecede, que existe el sujeto.

Y así como el lenguaje no se puede localizar en el cerebro, al parecer la conciencia tampoco. Es la conclusión a la que han llegado dos neurocientífico, Edelman y Tononi (citados por Bassols, 2012) después de un largo estudio sobre la conciencia: “llegan a la idea de que la conciencia no puede localizarse en ninguna parte del cerebro” (Bassols), y además, que la conciencia es el resultado de la relación del sujeto con el mundo exterior, con la alteridad. “Sin saberlo descubren algo del estadio del espejo lacaniano, que sólo hay constitución del yo a través del exterior de la imagen especular” (Bassols). Lo simpático de todo esto es que Freud ya lo había dicho desde los comienzos de su teoría, sobre todo cuando aborda los problemas de la psicología social: El sujeto solo se puede constituir como tal en sus vínculos con los otros; sin otros, no hay sujeto, sin otras conciencias no hay conciencia.

Edelman y Tononi en su investigación llegan a la conclusión de que la conciencia no puede ser objeto científico. “La conciencia es un objeto que se hurta como objeto científico, en las condiciones actuales de la ciencia, nos introduce algo que en cada persona -la expresión es de ellos-, es comparable a nada. Es decir, no podemos hacer ningún estudio comparativo de una conciencia en relación a otra” (Bassols, 2012). Esto es muy interesante para el psicoanálisis, el cual hace mucho énfasis en la clínica del uno por uno, “del sinthome como lo más singular, como aquello que no se puede comparar con nada” (Bassols).

Entonces, tanto la conciencia como el lenguaje no son localizables en el cerebro; más bien, tal y como lo enseña el psicoanálisis, se trata de una alteridad, de un universo exterior al sujeto, el Otro, y que “actúa como una suerte de parásito al sistema nervioso central y algunos se dan cuenta de que eso es el lenguaje” (Bassols, 2012). Quienes quieren reducir “el saber a conocimiento cognitivo y el conocimiento a su vez a un asunto de mera información inscrita en un disco duro” (Bassols, 2012), hacen que se pierda lo más inherente al ser humano: el saber inconsciente en la medida en que está estructurado por el lenguaje.

548. La lógica del fantasma: el «fantasma fundamental»

El décimo cuarto seminario de Lacan se titula La lógica del fantasma, un título que puede parecer paradójico o discordante, ya que el fantas...