miércoles, 30 de junio de 2010

99. Madres omnipotentes.

Todo sujeto tiene que dar respuesta a una pregunta que surge de la relación con su madre: «¿qué quiere mi mamá de mí?». En esa relación de amor del niño con la madre, ella es quien responde a las demandas iniciales del niño: lo alimenta, lo cambia, lo cuida, etc. Pero aquí la madre demuestra tener el poder de responder o no a las demandas del niño en función de su capricho: ella tendrá ganas o no de responder -de alimentar, cambiar o cuidar de su hijo-.

Esta posibilidad absoluta de responder que tiene la madre hace que para el niño la madre sea omnipotente, todopoderosa. Ella tiene el poder absoluto de la respuesta, de gratificar o de frustrar, y ella lo hace en función de su capricho. Se necesita entonces frenar semejante «potencia de capricho» que al mismo tiempo es necesaria, porque si la madre no responde a las demandas del niño, si, por ejemplo, no lo alimenta, este se muere.

Esta madre omnipotente que responde a la «ley del capricho» engendra en el niño una pregunta angustiosa: «¿Qué es lo que ella quiere?», «¿Qué es lo que a ella le satisface?». Y lo que sucede a continuación es que el niño se acomoda a lo que imagina que a ella la satisface. Por esta razón hay niños exageradamente dependientes de sus madres: porque sus madres desean depender de sus hijos; o hijos que fracasan, o «bobos», o indisciplinados, etc., ¡porque ellos responden al deseo inconsciente y caprichoso de la madre de tener un hijo así!. El niño esta completamente a merced de esa «potencia materna», poder que ella, a lo mejor, no sabe que posee. Es el poder de la madre en la medida en que también es ella la que transmite al niño las costumbres de la familia, la cultura, los valores, el lenguaje, una moral, etc.

Para que haya la posibilidad de que el niño acceda a una "independencia", para que psicológicamente se separe de la madre, es necesario que a ese «Deseo-de-la-Madre», tan caprichoso, se le ponga un límite, y es el padre -el padre como esa instancia que está más allá de la madre y el hijo; no tanto la persona del padre, sino ese que opera como límite al deseo de la madre- es el padre, decía, quien está llamado a ponerle freno a esa «potencia materna» de la que el niño está a merced. Es a esto a lo que se le llama comúnmente «destetarse», es decir, despegarse de las faldas de la mamá.

martes, 29 de junio de 2010

98. El deseo de los padres.

Es muy importante que en una familia haya hijos que sepan que son hijos, que sepan que se llaman así o asá, que sepan lo que quieren, o que crean saberlo, y que, además, sepan lo que quieren hacer cuando sean grandes. Es decir, hijos que, llegado el momento, también puedan casarse, enfrentarse con su sexualidad y que la asuman como un hombre o una mujer. Asumir las consecuencias de la sexualidad es asumir también el niño que vendrá.

Lograr una relación de amor, de deseo y de goce sexual en una pareja, es un proyecto inmenso. ¡Y toda esta tremenda responsabilidad depende completamente de la familia! Es decir, de un padre y una madre y lo que transmiten a los hijos. Lo que pasa es que todo este asunto de llegar a ser alguien responsable del propio destino y de asumir con sensatez una relación de pareja y el nacimiento de un hijo, no es algo que dependa de la buena voluntad de la familia, ni depende de los roles de papá y mamá, ni de la maldad del padre, ni de la simpatía de la madre. Todo esto va a depender de lo que se llama «el deseo de los padres».

El deseo es ese lugar que, antes de que cada ser humano nazca, lo espera al nacer. Es decir, cuando se dice «el lugar que espera al sujeto al nacer», no es la ciudad ni la casa donde nazca, aunque esté también en juego el país y el sitio donde se nace: no es lo mismo nacer en un pueblo que en una ciudad o bajo un puente. Cuando aquí se habla de «lugar», se refiere fundamentalmente al lugar que tiene el niño por nacer en el discurso de los padres, es decir, a su lugar en el deseo de esos padres. En otras palabras, si esos papás desearon o no a sus hijos, si antes de nacer ya hablaban de ellos, si ellos ya existían en el discurso de los papás.

La importancia del deseo en la constitución psíquica de un individuo está en que él es el «motor» de todo lo que haga o no un sujeto en su vida, y justamente es en el lugar del «deseo de los padres» donde habrán o no una serie de condiciones para que el niño advenga como un ser humano «normal», es decir, deseante y responsable de las elecciones que haga en la vida.

lunes, 28 de junio de 2010

97. El Nombre del Padre y la Ley.

La cosa más importante que puede transmitir un padre a sus hijos es su «apellido», es decir, su nombre, el «Nombre del Padre»: el nombre con el que se nombrará a su familia -los Restrepo, los González, los Jaramillo, etc.-; el apellido del padre es el que permite identificar a cada sujeto como alguien que pertenece a una familia; el apellido es lo que brinda a cada sujeto una identidad.

El apellido se trasmite cuando el padre reconoce al hijo y lo inscribe en el registro civil como siendo su hijo legítimo, como aquel que portará su apellido. La transmisión del apellido debe hacerse de forma sólida, y no únicamente como un adorno más en el nombre del hijo, lo cual se verificará cuando el hijo lo pueda transmitir o no; se verificará en la medida en que ese hijo, llegado el momento de responsabilizarse de su apellido, sabrá o no fundar una familia y continuar la transmisión del apellido que recibió de su padre.

Junto con el apellido, el padre también está transmitiendo una Ley, una que hace valer su «autoridad» como padre de familia. Hay personas que no llegan a reconocer esa Ley, por lo que su posición en el mundo se hará más difícil. Esa Ley no es la ley del código civil ni la del código penal; es la Ley que hace que un sujeto se pueda reconocer en una cierta identidad: “yo soy fulano de tal, hijo de, hermano de, etc.”.

Es también la ley que hace que un sujeto pueda asumirse como teniendo un cuerpo de hombre o un cuerpo de mujer, es decir, un cuerpo inscrito en un orden sexual que incluye la diferencia de sexos: “soy hombre o soy mujer”. Es también la misma Ley que hace que esté prohibida la relación sexual entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas. Es la Ley que se puede llamar «la ley del Padre» y que se transmite sólo bajo ciertas condiciones. Se transmite sobretodo si la madre, en su discurso, reconoce al padre como representante de esa Ley. Es la madre la que tiene como tarea reconocerle un lugar de respeto y de amor al padre. Cuando ese respeto y ese amor faltan, la transmisión de esa Ley que ordena toda la subjetividad de un sujeto, será defectuosa y llena de consecuencias en la posición psíquica de ese sujeto en el mundo.

sábado, 26 de junio de 2010

96. La familia moderna.

La familia en su forma actual es el resultado de una transformación profunda. Ella se ha reducido en su extensión, pero dicha contracción no quiere decir para nada que las cosas se hayan simplificado; por el contrario, se ha vuelto más complejas. Las relaciones entre sus miembros son ahora más difíciles y tensas.

La familia moderna es la «familia conyugal», una institución determinada por el matrimonio. Esta forma moderna de familia hace prevalecer la idea de la libre elección del cónyuge, pero cuando un hombre toma a una mujer como esposa y la saca de su núcleo familiar de origen, ese hombre, sin saberlo y creyendo que hace uso de su libre albedrío, está respondiendo a una serie de determinaciones tanto culturales como subjetivos.

El elemento que permite identificar a la familia conyugal es el apellido. El apellido se transmite de una generación a otra por vía patrilineal, es decir, el padre es quien transmite su apellido al hijo. Aquellas personas en cuyo linaje se encuentra una adulteración del apellido, una mentira con respecto a él, una no inscripción del apellido del padre porque no reconoció al hijo, esas personas llevarán toda la vida la marca de un carencia a nivel de la identificación como seres humanos.

La familia moderna es también aquella que vive en una época en la que los ideales de la ciencia han ido desplazando los ideales y valores de la cultura y la religión. Miller (1997) se pregunta: ¿Qué queda cuando nada de aquello que hacía creer, esperar, aquello que era soporte de ideales, de identificaciones, los valores, lo trascendente, día a día se va derrumbando? Lo que queda es un imperativo, una exigencia en el horizonte. Un imperativo que diría más o menos así: «Obra de tal modo que tu acción te procure por cualquier medio y a cualquier precio, un acceso cada vez más amplio y extendido, al mundo de los objetos de consumo y que supuestamente te harán muy feliz». De aquí el éxito de la sociedad de consumo. Ahora la familia se preocupa más por conseguir todo lo que los medios de comunicación le ofrecen, que por la formación ética de sus hijos.

viernes, 25 de junio de 2010

95. Padres de respeto.

Muchos sujetos piensan que sus dificultades, problemas o forma de ser tiene que ver con su infancia: “si tengo tal dificultad, es porque tuve tal tipo de padre o tal tipo de madre”. Y es verdad que los problemas psicológicos de los hijos se corresponden con el tipo de padres que la persona ha tenido. Entonces, ¿cómo ser buenos padres?

Ningún sujeto enseña a otro a ser padre o madre, ni a través de lecciones se puede transmitir esto. Sólo pasar por esa experiencia puede dejar algún saber sobre ella. Ser padres implica una gran responsabilidad, porque se necesita, antes que nada, que la pareja sostenga una relación de amor y deseo. Cuando esto no se da, la pareja se distanciará, se irá separando afectivamente -así vivan juntos-, lo cual no es sin consecuencias para los hijos.

Toda esposa tiene la tarea de reconocer un lugar de respeto y de amor hacia el padre. Cuando ese respeto y ese amor faltan, la transmisión de una autoridad que permita el ordenamiento de la subjetividad de los hijos será defectuosa. En lo que una madre dice se puede ver su profundo desprecio por el padre, o el aprecio y el cariño que le tiene.

Esto del respeto es fundamental: para que un hijo llegue a ser una persona «normal», un hombre de bien, se necesita de un padre que se gane el respeto de sus hijos y de su mujer, y se necesita de una esposa que respete profundamente a su marido, padre de sus hijos. ¡Si este respeto falta de algún modo, esto tendrá enormes consecuencias en la constitución psicológica de los hijos!

Hay algo más: un padre se merece el respeto y el amor, no porque la madre lo ponga en un lugar ideal, sino porque ese padre, como hombre, hace de su mujer la mujer a la cual ama, pero que sobretodo, desea. Esto es lo mejor que le puede ocurrir a los hijos: que su padre se haga merecedor de respeto por el hecho de desear sexualmente a su mujer, lo cual no siempre sucede. Cuando un padre es infiel, o alcohólico, o violento, etc., pierde el respeto de su mujer y por lo tanto también el de sus hijos. De aquí parten la mayoría de los problemas psicológicos que posteriormente afectarán a estos últimos.

jueves, 24 de junio de 2010

94. Televisión, medios y educación.

La televisión es hoy en día un miembro más de la familia, sobretodo porque con ella se accede al más directo y barato de los entretenimientos. La televisión es el medio ideal para los anunciantes, porque entra en los hogares con la fascinación del audio y las imágenes. Los personajes de la televisión, actores, músicos y presentadores, terminan imponiendo nuevas modas, nuevos gustos y nuevas maneras de ser en la medida en que ellos ocupan el lugar de ideales, modelos a imitar. La imagen fascina y el mercado lo sabe, por esta razón explota el deseo de las personas de ser más bellas, jóvenes, poderosas, fuertes, etc., con ayuda de la tele. ¿Cómo controlar todos estos efectos o al menos defenderse de ellos?.

La televisión necesita de control y medida; habría que establecer horarios y elegir programas convenientes para los hijos, o mejor, ver los programas en compañía de ellos. La revolución e influencia que los medios de comunicación causa en los hijos, provienen de su eficacia como instrumento para transmitir y comunicar conocimientos; el problema con la televisión, la radio, las revistas y el computador no estriba en que no eduquen lo suficiente, sino en que educan demasiado y con fuerza irresistible.

Durante siglos, la infancia se mantuvo en un limbo del que iban saliendo gradualmente los pequeños. Las dos principales fuentes de información eran, por un lado, los libros, y por otro, los relatos de padres y maestros. Los modelos de conducta e interpretación del mundo que se ofrecían al niño no podían ser elegidos voluntariamente ni rechazados, porque carecían de alternativa. La radio, la televisión, y ahora la Internet, terminaron con ese develamiento pausado de las realidades humanas -la sexualidad, la agresividad, etc.-. Es así como la mal llamada “inocencia” de los niños consistía en ignorar esas cosas o no manejar sino fábulas acerca de ellas, mientras que los adultos se caracterizaban precisamente, por poseer y administrar asuntos “secretos”. La televisión, por ejemplo, ha roto con esos tabúes y lo cuenta todo, no quedando ya ningún misterio que develar.

miércoles, 23 de junio de 2010

93. Medios de comunicación y consumo.

Está fuera de toda duda el poder de influencia y de manipulación que tienen los medios de comunicación sobre la psique de niños, jóvenes y adultos. Son muchos y muy variados los mensajes y las voces, puestas por los medios de comunicación, al servicio del mercado, y que nos dicen a todos a qué debemos parecernos y cómo debemos ser. Predominan aquellos mensajes relacionados con la sexualidad y la violencia, y todos los que tienen que ver con tendencias, modelos y modas: A qué hay que igualarse para estar al día, para estar en forma, para parecer más joven, para parecer un hombre de verdad o un empresario competente; para parecer la mujer, la madre, el niño y el joven que hay que ser. Todas esas voces nos dicen lo que hay que consumir para ser un sujeto que está de acuerdo con los tiempos de hoy.

Vivimos en un mundo donde el mercado hace uso de dichos medios para incitar a la gente a consumir toda clase de productos que le prometen felicidad al sujeto. Los medios de comunicación, a parte de informar, educar y entretener, también se han convertido en la forma de influencia más poderosa: gracias a ellos se establecen en el mundo gustos, modas, modelos, formas de pensar y actuar, ideas e ideales -de carácter utilitarista y materialista-. A la economía de mercado le ha resultado esencial el uso de los medios de comunicación para la promoción de sus productos, pero esto ha tenido como efecto la transformación de la sociedad en una sociedad de consumo.

La ciencia y el mercado se han unido para explotar el deseo del hombre con el capitalismo. El mercado promete el objeto de deseo de los hombres; de aquí surge ese consumismo alocado del proletariado moderno. A éste, el mercado le hace creer con su propaganda, que debe comprar ese "nuevo" objeto que ha salido al mercado para satisfacer su deseo y así ser feliz. Pero el capitalismo relanza el deseo con cada nuevo objeto que saca a la venta; lo relanza porque no hay, no existe el objeto que pueda venir a satisfacer el deseo. El deseo del hombre es, por naturaleza, imposible de satisfacer.

martes, 22 de junio de 2010

92. Identificación y socialización.

La socialización del ser humano abarca el aprendizaje por identificación -proceso psíquico que hace posible que un sujeto adopte los comportamientos de otros-. Su efecto es la interiorización de sentimientos, actitudes, pautas y valores del grupo social al que pertenece el sujeto. Mediante este proceso de identificación el ser humano encuentra un lugar en su medio social y sabe comportarse de acuerdo con él. Importante en este proceso es que el niño interiorice las normas, los límites de su comportamiento, aprenda de deberes y de derechos, y sobretodo, aprenda a ser un sujeto responsable de las consecuencias de sus actos y palabras.

Por esto, el aspecto más importante de la socialización es el “baño de lenguaje” que recibe el sujeto desde el momento de nacer. Si la familia como formación humana se inscribe en el reino de la cultura, en oposición a la familia animal que se inscribe en el reino de la naturaleza, se debe precisamente al lenguaje, a que el ser humano habla.

El lenguaje es la condición esencial de la estructura de la familia humana, ya que gracias a él se puede nombrar la relación de parentesco, y en función de esa nominación las personas se reconocen en un lugar como hijos de, hermanos de, esposa de o marido de; gracias al lenguaje, en la familia un sujeto puede contarse como hijo, nieto o biznieto, y puede construir un árbol genealógico hasta donde hay una inscripción simbólica. Existe entonces una dependencia radical del ser humano con el lenguaje, en tanto que el lenguaje es el que determina la posibilidad de existencia del sujeto, es decir, que gracias al lenguaje, un ser humano puede llegar a saber quién es, cómo se llama, dónde vive, en que ciudad nació, qué nacionalidad tiene, como llegar a su casa, etc.

Quienes transmiten todo este saber y una historia a un hijo son los padres, dando comienzo al proceso de socialización. El lenguaje, además, es el instrumento más importante en el establecimiento de vínculos sociales y en la transmisión de la cultura, las leyes y normas que rigen a una sociedad.

lunes, 21 de junio de 2010

91. Culpa y responsabilidad.

Hay sujetos que sostienen una posición subjetiva en la vida que es la siguiente: se quejan de todo y por todo; además, la culpa de lo que les pasa es siempre de los demás: “yo soy así a causa de mis padres”, “la culpa es de tal hombre que no me deja en paz” o “de esa mujer que no me quiere”, etc. Se quejan y no asumen para nada una posición responsable respecto de lo que les sucede. Se esperaría que todo sujeto que padece un sufrimiento, antes que nada, piense si todo eso de lo que se queja, tiene algo que ver con su manera de ser, de pensar o de actuar.

La posición subjetiva “normal” de la mayoría de los seres humanos es más bien la de responsabilizar a otros por lo que les pasa a ellos, quejándose de los demás sin percibir la responsabilidad subjetiva personal en esa queja. Inclusive, sucede también que la persona culpa de su sufrimiento a su propio inconsciente -El inconsciente es un saber no sabido por el sujeto-, de tal manera que las personas dicen “me traicionó el subteniente”, cuando por ejemplo se equivocan al hablar o realizan un acto fallido accidental. Su posición se puede describir así: “¡Es mi inconsciente! Yo no soy responsable de nada...”. Por eso es importante transmitirle a todo sujeto, que él es el único responsable de todo lo que le pasa -con excepción de algunos accidentes-. Es decir, que -para decirlo dramáticamente-, la persona que habla, que se queja y que sufre, está siempre, desde esta perspectiva, en posición de acusada. Pero decir acusada, es decir también responsable; esto significa que ese sujeto está en capacidad de responder por lo que hace y lo que dice.

Hay sujetos que no se sienten implicados en el ámbito de su responsabilidad, que no responden por nada. Es la posición del canalla, el cual busca siempre una excusa para sus actos. Otros, en cambio, buscan siempre disculpar a otro de lo que hace, como es el caso de algunos padres con sus hijos.

Un sujeto que responda por lo que dice y hace, es la clase de sujeto que se espera en todo vínculo social, es decir, un sujeto no sólo responsable de su sufrimiento, sino también, y en última instancia, de su destino.

domingo, 20 de junio de 2010

90. Salud mental y responsabilidad.

La salud mental la podemos definir a partir del orden público, es decir, que en la medida en que haya tranquilidad en el ámbito de las cosas del estado, entonces se podrá determinar si alguien esta mental o psíquicamente mal. Por eso, cuando una persona altera el orden público establecido en una sociedad, se empieza a dudar de su salud mental: “¿es que acaso se enloqueció?”

Como la salud mental depende del orden público (Miller, 1997), lo más importante, en la cultura actual, es caminar bien por la calle y atravesarla sin hacerse atropellar, hacer buen uso de la fuerza, y sobre todo, entrar, salir y volver; la salud mental de una persona depende completamente de que pueda hacer todo esto. Piénsese, por ejemplo, en lo que pasaría si alguien no llega a dormir a la casa; ese solo hecho es ya causal de divorcio.

Para cuidar del orden público está la policía y la justicia, e igualmente los llamados trabajadores de la salud mental. Hay personas que cuando perturban el orden público, son de la incumbencia de los trabajadores de la salud mental; otros, en cambio, le incumben a la policía y a la justicia. Pero, ¿cuál es el criterio para diferenciar entre los problemas de salud mental y los problemas de orden público tratados por la policía y la justicia? Dicho criterio es la responsabilidad.

La responsabilidad se puede definir a partir del castigo, es decir, según haya o no justificación para aplicarle un castigo a una persona. El castigo tiene que ver con el derecho y con la ética. Aún más, el castigo es una característica esencial de la idea del hombre que prevalece en toda sociedad civilizada (Miller, 1997). Por esta razón, para determinar la salud mental de una persona, lo decisivo es verificar su responsabilidad, es decir, determinar si ella puede ser castigada o no, si puede asumir o no una responsabilidad sobre sus propios actos.

Entonces, a partir de lo anterior, se puede llegar a concluir que un individuo con buena salud mental es aquel que puede ser castigado, es decir, que responde por sus actos. Y en este punto se entrelazan ética, derecho y la salud mental.

sábado, 19 de junio de 2010

89. Hiperactividad.

El término “hiperactividad” es hoy tan popular que casi cualquier conducta extravagante de un niño lo hace merecedor del nombre de hiperactivo. Este término, promovido por el prestigio y autoridad del discurso médico, parece sustituir los de necedad, inquietud, mala educación, desobediencia, etc. ¿No se trata acaso de niños a los que les ha faltado la transmisión de un orden y una disciplina en el hogar?

En el DSM IV -libro de la psiquiatría oficial de los Estados Unidos- dice que el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, conocido anteriormente con el nombre de Disfunción Cerebral Mínima, define una falta de atención con comportamientos perturbadores, los cuales interfieren “la actividad social, académica o laboral” (DSM-IV). También describe niños con “baja tolerancia a la frustración, arrebatos emocionales, autoritarismo, testarudez, insistencia excesiva en que se satisfagan sus peticiones, etc.” (DSM-IV).

La prueba, el diagnóstico y la medicación, suelen estar en manos del neurólogo, pero paradójicamente no hay un compromiso orgánico demostrado, tal como lo expresa el mismo DSM-IV: “Esta entidad clínica descarta toda base orgánica, no hay pruebas de laboratorio que hayan sido establecidas como diagnósticas en la evaluación clínica del trastorno por déficit”, es decir que no hay un daño neurológico, no hay una lesión cerebral real. A lo anterior se suma el abuso que hay en el empleo del medicamento llamado Ritalina.

Antes de llevar a un niño inquieto donde el neurólogo -el cual será daignósticado como hiperactivo- y recurrir a un tratamiento farmacológico, habría que preguntarse cómo han contribuido los padres para que su hijo haya llegado a ser como es y en qué han fallado como pareja en la transmisión de un respeto por la norma y su autoridad como papás. Tampoco se debe excluir la responsabilidad de estos pequeños perturbadores en lo que les sucede por el hecho de que sean menores de edad. Tampoco se puede caer en el error de disculpar las conductas indeseables de un hijo porque haya sido diagnosticado como hiperactivo.

viernes, 18 de junio de 2010

88. Complejo de Edipo.

Primero hay que aclarar que el Complejo de Edipo no es un “complejo” en el sentido de un “acomplejamiento”, como cuando se dice “complejo de inferioridad”, ni un trastorno. Si se le llama “complejo” es debido a la complejidad, a la confusión de sentimientos por los que pasa todo ser humano con su padre y con madre, sentimientos que son ambivalentes, es decir, de amor y de odio hacia ambos padres; esta es la razón para llamar “complejo” al “Complejo de Edipo”. Más exactamente, el término «complejo», según Freud (1916) significa conjunto de ideas cargadas de afecto.

Y se le llama “de Edipo” porque éste es el nombre del personaje principal de una tragedia griega, escrita por Sófocles, titulada “Edipo Rey”. En ella se cuenta la historia de un niño que al nacer fue objeto de una profecía que decía que él mataría a su padre y se casaría con su madre. Los padres de Edipo, para evitar que se cumpliera dicho vaticinio, lo envían al exterior, donde se cría y se hace un gran guerrero que regresa a su lugar de origen a conquistarlo. En el camino se encuentra con su padre, que ha salido a defender su ciudad, y lo mata en batalla sin saber que se trata de su padre. Edipo ocupa la ciudad y se enamora de la reina -su madre-, con la que se casa. Pues bien, el psicoanálisis llamó a este complejo “Complejo de Edipo”, debido a que concluyó, por el tratamiento de pacientes, que la mayoría de los seres humanos, si bien no repiten tal cual la historia de Edipo -matar a su padre y casarse con su madre-, sí pasan afectivamente por su misma situación: en el caso de un hijo varón, desea la muerte del padre para quedarse con la madre, y viceversa en el caso de una niña.

Si bien el adulto ya no es consciente de haber tenido estos complejos afectos, muchos niños sí los expresan de manera consciente: aman y dicen que cuando grandes se quieren casar con su mamá o con su papá, según se trate de un niño o una niña, y el padre de su mismo sexo es un rival al que se odia y al que no se quiere cerca, o sea que muera.

jueves, 17 de junio de 2010

87. Homosexualidad.

En su constitución psíquica, cada persona tendría que asumir su identidad sexual de acuerdo con la naturaleza anatómica de su sexo. Si se tiene un órgano genital masculino, habría que ser hombre, y si se tiene uno femenino, habría que ser mujer. El problema radica en que la “identidad” sexual humana no es algo que derive de por sí, de la observación de la propia anatomía, sino que se llega a ser aquello que se tiene: Tener uno u otro órgano sexual no es garantía de que se vaya a ser hombre o mujer. La “identidad” sexual es una conquista del sujeto, y en ese proceso, es igual de difícil llegar a ser heterosexual que homosexual.

El sujeto homosexual es alguien que se ha identificado con la posición de su madre -posición femenina- y elige como compañero sexual a alguien igual a él mismo, elige a un hombre para amarlo de la misma forma como lo amó su madre. Y es que el homosexual tiene un estrecho vínculo afectivo con su madre; él tiene desde su infancia un apego bien acentuado hacia aquella -la homosexualidad en la mujer obedece a otros motivos-. El amor que le brinda esta madre a su hijo tiene un acento singular: este niño varón representa para ella un objeto muy preciado, al que se mima y se le brindan unos cuidados que refuerzan el apego de este hijo por su madre, y el padre en esta relación está más bien en un segundo plano, como borrado; no cuenta para este hijo y para esta madre: no se muestran interesados en él.

Si bien hay teorías que piensan que la causa de la homosexualidad es orgánica -un gen que transmite la madre (¡un gen gay!), o un déficit en algún lugar del cerebro, un encéfalo más grande o pequeño, etc.-, estas solo sirven para reforzar una posición irresponsable del sujeto homosexual, ya que encuentra en ellas la disculpa “fácil” para explicar su condición: “soy gay porque nací así”, cuando lo que enseña la experiencia es que se trata de personas que se conducen como si sólo existiera un solo sexo, es decir que al nivel de su sexualidad y de su inconsciente, él no reconoce la existencia de los dos sexos -masculino y femenino-, sólo de uno: el suyo propio.

miércoles, 16 de junio de 2010

86. La diferencia sexual.

Todo infante suele creer que todos los seres del mundo tienen un solo genital, el masculino. Es decir, que tanto para la niña como para el niño, sólo el genital masculino es tenido en cuenta a la hora de establecer la diferencia sexual. El genital femenino no significa nada para ellos; se le puede explicar la diferencia sexual a una niña diciéndole que los niños tienen pene y las niñas vagina, pero esto no le dice nada. Lo que sí le dice algo es lo que ella observa: que hay seres que tienen algo que ella no. Igual el niño: en el momento de su encuentro con la diferencia sexual, el niño no puede creer lo que ve: que existen seres que no tienen lo que él sí.

Lo que sucede es que todo niño, antes del encuentro con la diferencia sexual -el hecho de que hay dos sexos en el mundo- ya se ha hecho una imagen de sí mismo, imagen que considera completa, y por lo tanto juzga que todos las demás personas son iguales a él. Igual sucede con las niñas. Por eso se sorprenden tanto cuando se encuentran con la diferencia de sexos.

Entonces, en un primer momento, el niño tiene la creencia de que todos tienen pene. “Así como soy yo, así debe ser todo el mundo”. No existe en la psiquis del niño la posibilidad de que alguien no lo tenga. En un segundo momento el pene es algo presente en los niños pero que falta en las niñas; entonces él piensa que puede perderlo; considera que la niña no lo tiene porque lo perdió. A su vez, la niña considera que el varón, por tener un pene, es completo, y que ella ha sido privada de ese órgano, que no se le dió.

De la comparación entre la creencia del sujeto infantil de que todos los seres tienen pene, y el encuentro con la diferencia sexual anatómica que dice que no es así, surge todo un proceso psicológico de representación de la diferencia sexual que es esencial en la posición que ese niño o esa niña van a adoptar como hombres o como mujeres. Porque si algo vale para la constitución mental del ser humano, es el hecho de que nacer con un órgano sexual masculino o un órgano sexual femenino, no es garantía de que se va a llegar a ser hombre o mujer.

martes, 15 de junio de 2010

85. La identificación.

En el proceso de constitución subjetiva del ser humano, la identificación juega su papel: todo niño se identifica con la imagen de perfección que le propone la madre. El niño toma esa identidad como si fuera la de él; toma de la madre el deseo de ser eso que ella le propone. Por ejemplo, si una madre le plantea a su hijo que sea “la luz de sus ojos” o “todo para ella”, él se identificará con esa imagen, se esforzará en ser lo que su madre desea, convirtiéndose en el que completa imaginariamente a la madre.

Para el niño es necesario y suficiente, para obtener el amor de la madre, con ser eso que ella desea. Todo niño toma su identidad del deseo de la madre y por su dependencia de amor va a tomar ese deseo como propio.

Lo que completa a una mujer que desea ser madre es un hijo. Ella siente una falta, una incompletud, busca algo que la haría completa y que puede estar representado en un niño. Un hijo la hará sentir completa en la medida en que él se identifica con la imagen que ella le propone y que desea para él.

Desde la perspectiva del niño, es él el que la hace feliz; no sabe muy bien por qué, pero percibe que él es el que la completa. Lo que se le ocurre a ella como valioso es lo valioso para el hijo; lo que se le ocurre como indigno es lo indigno para el hijo. Aquí la madre es la que decide, es todopoderosa y decide que es lo que desea hacer de su hijo. El problema reside en que el deseo de la madre es inconsciente, es decir, que ella puede conscientemente anhelar lo mejor para su hijo, pero inconscientemente desear lo peor: “que sea un Don Nadie”, “que no sirva para nada”, “que sea un perdedor”, etc. Y el niño, por estar atado al deseo de la madre, se identifica también con esas imágenes que le propone la madre llegando efectivamente a ser “lo peor”. Es lo que sucede con muchos niños de los que se quejan sus madres: “es que es muy necio, insoportable, no cuida nada”; pues bien, lo que puede estar sucediendo es que el niño está identificado al verdadero deseo de la madre, a la imagen que ella inconscientemente le propone: “que no sea bobo, que no haya que empujarlo, que haga lo que quiera”, etc.

domingo, 13 de junio de 2010

84. ¿Qué desea una madre? ¿Qué desea un hijo?

El Complejo -conjunto de ideas cargadas de afecto- de Edipo, hace siempre referencia a las relaciones que establece un niño con sus padres, relaciones que se instauran aún antes de que él nazca debido a que todo infante, como todo ser humano, empieza a existir desde el momento mismo en que sus padres empiezan a pensar en él, es decir, cuando empiezan a planear su nacimiento. No todos los hijos son planeados o deseados, y este solo hecho ya hace diferente la historia de ese niño con respecto al hijo que sí es esperado.

Como la mayoría de los seres humanos han establecido algún tipo de relación con sus padres o las personas encargadas de su crianza, se puede decir entonces que todos los seres humanos pasan por el Complejo de Edipo. En éste, la relación entre un hijo y su madre es de vital importancia. La función del hijo en esta relación consiste básicamente en ser todo para la madre, es decir, ser quien viene a colmarla, a completarla, a satisfacerla en su deseo de ser madre. No todas las mujeres desean ser madres, pero las que sí, satisfacen dicho deseo teniendo un hijo. Y un hijo ¿qué desea? Todo hijo lo que más desea en la vida es ser deseado por su madre, ya que esto le asegura un reconocimiento como ser humano y un lugar en la vida.

Todo niño que es deseado lo que hace es tomar como propio el deseo de la madre. Ella lo desea -desea ser madre- y él a su vez desea ser deseado por su madre. Entonces, el niño cree que es por él que su madre es feliz. Pero la madre puede buscar ser feliz, sentirse realizada o completa, con otras cosas en la vida, más allá de su hijo, lo cual es bien importante para la psicología del niño. Es fundamental para la psique de un hijo que la mujer que es su madre no se dedique exclusivamente a ser madre, sino también a ser mujer: o esposa, o amante, o que trabaje, o que pinte, etc. Sólo así es posible romper con esa relación tan estrecha, relación constituida no sólo al nivel de la satisfacción de las necesidades vitales -alimento, protección, limpieza- sino por la dependencia de amor, es decir, por el deseo que tiene una madre por su hijo y el deseo de este hijo por su madre.

jueves, 10 de junio de 2010

83. Incompatibilidad de caracteres.

En toda relación de pareja habría que poner entre comillas la palabra "relación", ya que, si bien a una pareja le unen el amor, la pasión, intereses comunes, ideales, la educación de los hijos, etc., también existen cosas que la desunen: disgustos, desavenencias, conflictos, desengaños, etc.

Las parejas que discuten, pelean o se separan, se enfrentan en ese momento a una dura realidad: el hecho de que ninguna persona es el complemento de otra; el problema es que cuando se está enamorado se piensa que sí. Para decirlo de otro modo: en una pareja, uno siempre es incompatible con el otro. En toda "relación", por más coincidencias que se tengan, por más intereses comunes que se compartan, por más amor que haya, siempre habrá pequeñas o grandes diferencias.

Hay países en el mundo donde se admite como causal de divorcio lo que corrientemente se llama incompatibilidad de caracteres. Piénsese en el príncipe Carlos y su esposa Diana: cuando ella quería ir a bailar, él montaba a caballo, cuando él entraba, ella salía, y viceversa (Miller, 1999). Hay incompatibilidad, desencuentros, diferencias. Y cuando alguien ya no soporta más esas incompatibilidades, cuando alguien ya no quiere seguir siendo incompatible con el otro, entonces se separa. Las relaciones humanas siempre estarán marcadas por esta realidad: nadie fue hecho para ningún otro; si esto fuera así, no habrían separaciones o divorcios y las parejas convivirían siempre juntas, “hasta que la muerte los separe”.

Este real humano, el hecho de que no exista proporción entre las parejas, no quiere decir que no haya parejas que perduran, que logran convivir toda su vida, que comparten muchas de sus cosas, que disfrutan de estar juntos, que se aman, pero que sobretodo, han aprendido a soportar o tienen un profundo respeto por las diferencias del otro. Hay parejas que se soportan, se aguantan, y hay parejas que se respetan el uno al otro. Ese respeto profundo por las pequeñas diferencias solo se logra cuando cada cual reconoce verdaderamente y se hace responsable de las propias faltas y defectos.

miércoles, 9 de junio de 2010

82. La función paterna.

Cuando se habla de padre o madre en el psicoanálisis, se hace referencia a las posiciones que puede ocupar un personaje y las funciones que realiza; por esta razón, un padre puede hacer de mamá. Pero cuando un padre hace de mamá -cuida al hijo, lo protege, lo alimenta, etc.- no cumple con la función de padre. Es muy importante para la constitución psicológica de un hijo que su padre cumpla con su función.

¿Y cuál es la función del padre? El padre está llamado a intervenir efectivamente, en la relación de amor y deseo entre una madre y su hijo, como aquel que priva a la madre de lo que considera su más preciado objeto: su hijo, y priva al niño de lo que más desea en la vida: su madre.

Esta privación que efectúa el padre no debe ser entendida como que al niño se le quite a la madre o viceversa, sino como la introducción de una ley que regule esa relación tan estrecha que hay entre una madre y su hijo. Y esa ley que introduce el padre tiene nombre propio: es la ley de prohibición del incesto, con la cual el niño deja de ser el bien más preciado de la madre; llega a saber que ella prefiere a otro que no es él, es decir, su padre, lo que es esencial para el niño, ya que con este cambio que hace la madre del niño por el padre, se asegura que aquel -es decir, el niño- no quede ubicado como totalmente dependiente del deseo de la madre. Si el padre no introduce ese corte en la relación madre-niño, el niño puede quedar sujetado al deseo de la madre, lo cual puede llegar a ser muy perjudicial para él.

Ahora bien, para que un padre pueda cumplir con la función de corte y con la introducción de esa ley que regula los intercambios de afecto, amor y deseo entre la madre y su hijo, es necesario que esa madre ame y respete al padre de sus hijos, y a su vez, se necesita de un padre que sea merecedor de dicho respeto. Y un padre respetado es un padre que ama y desea a la madre de sus hijos. Cuando esto no sucede -que la madre respete al padre-, ella vuelca todo su afecto, amor y deseo sobre el hijo, quedando este en una situación de radical dependencia hacia aquella, con todas las consecuencias dañinas que esto tiene a nivel psíquico.

lunes, 7 de junio de 2010

81. La función materna.

La función materna no sólo la ejerce la madre biológica, sino también cualquier sujeto, incluso el padre. La función de toda madre es cuidar del hijo: protegerlo, alimentarlo, brindarle afecto, etc. El ser humano nace en una posición de «indefensión» absoluta tal que necesita de la ayuda de otro para poder sobrevivir, de tal manera que se establece una relación de dependencia absoluta para con el sujeto que cumple con esa función y que llamamos materna.

La otra relación que se establece entre un hijo y su madre es una relación de «dependencia de amor». En ella la madre ama a su hijo en la medida en que lo ha esperado y deseado. El amor y el afecto constituyen también un alimento esencial para el buen crecimiento de toda criatura humana.

Entonces, un niño al nacer no sólo se las tiene que ver con otro que lo nutre, sino también con otro que lo desea, y que por desearlo, lo ama. Se establece así una relación bastante estrecha entre la madre y su hijo, una relación de la que depende toda la constitución subjetiva, psicológica, de ese ser y que determinará su historia como sujeto, como ser sexuado y como alguien capaz de establecer o no vínculos de amor y de trabajo con otros sujetos.

Si una mujer desea un hijo, es porque ese hijo puede venir a colmar su deseo, puede venir a satisfacer esa falta que es el deseo. Y un hijo, ¿qué desea? Lo único que puede desear todo hijo es ser deseado por su madre, ser el objeto de deseo de la madre. El niño, en este caso, nace ocupando un lugar privilegiado que determina su posición subjetiva en un primer momento: él es el objeto de deseo de la madre. Pero esto debe cambiar; lo mejor que le puede pasar psicológicamente a un niño, es que él deje de ocupar ese lugar de ser el objeto de deseo de la madre, o para decirlo de otro modo, que el amor que le brinda su madre, sea un amor con límites. La experiencia demuestra lo dañino que puede ser un amor sin límites, un amor incondicional entre una madre y su hijo. Por eso es importante que esa relación madre-hijo sufra una separación, y aquí es donde interviene el padre.

domingo, 6 de junio de 2010

80. Autoridad supuesta.

¿Cómo se podría definir la autoridad? La autoridad es ante todo un poder, o mejor, un supuesto poder que los hijos atribuyen a sus padres al sentir que dependen de ellos, pues al nacer, todo niño está en una posición de indefensión y de dependencia de amor hacia aquellos. Lo primero hace referencia a que los niños necesitan de otro para sobrevivir, para ser cuidados y alimentados; lo segundo hace alusión a la reciprocidad del amor: el niño ama a sus padres si es amado por aquellos. Los padres al ser investidos de dicho poder podrán ejercer un mando, un dominio, un control, un derecho sobre sus hijos.

Como la autoridad es un supuesto -el niño le supone a sus padres el ejercicio de este poder y, a su vez, éstos quedan investidos de dicho poder desde el momento en que se hacen padres-, los hijos pueden muy bien dejar de atribuir ese poder debido a la inconsistencia, incoherencia y debilidad de los padres al ejercer la autoridad. La autoridad necesita del respeto, es decir, del acatamiento y el miramiento por ella, y dicho respeto se pierde fácilmente sobretodo cuando los mismos padres son personas que ni respetan ni hacen respetar las leyes que rigen lo social. Así es como se introducen las incoherencias e inconsistencias en el ejercicio de la autoridad.

Lo anterior se puede ilustrar cuando, por ejemplo, un padre ordena a sus hijos llegar temprano a la casa y él es el primero en transgredir esta orden al llegar él tarde. También se introduce un resquebrajamiento de la autoridad paterna cuando los padres son muy caprichosos o insensatos al impartir un mandato, o cuando son crueles, violentos o muy estrictos. También cuando son definitivamente débiles a la hora de ejercer la autoridad, de hacerse respetar y hacer que sus hijos respeten las normas de convivencia. Es importante entonces que todo padre de familia sostenga un comportamiento firme y razonable en el ámbito de su autoridad si desea transmitirle a sus hijos un respeto hacia ellos y hacia el cumplimiento de las normas tanto en la familia como en la sociedad.

sábado, 5 de junio de 2010

79. Educación y autoridad.

Muchos de los jóvenes de hoy se comportan de forma anárquica, sin ningún tipo de control o autogobierno sobre su comportamiento, no dando muestras de asumir una responsabilidad sobre sus propios actos. O se conducen de tal manera que parecen obedecer más a sus impulsos que a la razón, como si nada mediara entre lo que quieren y lo que hacen para obtenerlo. Estos sujetos tienen más bien un carácter egocéntrico e individualista, no respetan las normas y mucho menos a las personas que las representan en las figuras de autoridad.

Producto de esta situación es esa pedagogía liberal y alcahueta que dice que hay que complacer en todo a los hijos por temor a frustrarlos y traumatizarlos. A esto se suma la importancia que ha adquirido el niño en la sociedad moderna: él se ha convertido en un consumidor en potencia, que hace demandas y para el que se fabrican miles de productos que pretenden satisfacer sus “necesidades” -léase “necedades”-. ¿Son los padres responsables de la “mala educación”, falta de respeto y ausencia de civilidad de sus hijos hacia los mayores? A esta pregunta hay que responder, sin duda, que sí.

A todo el malestar generado por la falta de una autoridad que gobierne a los jóvenes se le ha llamado crisis: de valores, educativa, social, en la justicia, etc. Pero todas estas dificultades no parecen ser sino la consecuencia directa de un defecto fundamental, un defecto que tiene que ver con la forma como se le transmite a un sujeto una responsabilidad por las consecuencias de sus actos y un respeto por las normas que rigen la convivencia en sociedad.

El mayor obstáculo está en que la solución a esta “falla” no depende de un ejercicio educativo. No es educando a los padres y diciéndoles qué tienen que hacer con sus hijos como se le va a dar solución a este problema. Se necesita de un cambio de posición de los papás en la manera de educar que no depende necesariamente del acto de instruir o adiestrar, y que, además, involucra una reflexión profunda sobre la función de la autoridad en el seno de la familia.

viernes, 4 de junio de 2010

78. Salir de la adolescencia.

La entrada en la vida adulta está marcada por una serie de pasos: del estudio al trabajo, del hogar paterno al conyugal, de la categoría de hijo al de padre de familia. En las generaciones pasadas esto era mucho más sencillo: se pasaba de la adolescencia a la adultez cuando se abandonaba la casa paterna y el joven se ponía a trabajar; en el caso de las mujeres, salvo una pequeña proporción, dejar la casa significaba casarse.

La adolescencia, ese momento de pasaje de la niñez a la adultez, también es considerada una travesía en la que se abandonan o no determinadas identificaciones con los padres, es decir, que se deja de ser como ellos y se pasa a ser de otra manera. Si bien se entra a la adolescencia por la puerta de la pubertad -con la aparición de los caracteres sexuales secundarios: cambia la voz en los varones, crecen los senos y se ensanchan las caderas en las mujeres, se desarrollan definitivamente los órganos sexuales en ambos sexos, sale el vello púbico, etc.-, la salida es más difícil de situar y parece estar ligada al momento en que un individuo accede a ciertos lugares y a ciertas responsabilidades. Pero, ¿están siendo preparados los adolescentes de hoy en día para ser sujetos responsables de sí mismos?

Si se ubica la salida de la adolescencia de determinada manera, se corre el riesgo de caer en una norma que diga que es lo que se espera: se introduce el aspecto de lo Ideal, lo que a su vez empuja a la homogeneización o la universalización: “todos deben salir de esta manera”.

La adolescencia es el tiempo de la búsqueda de marcas diferenciales, búsqueda que permitiría cumplir con el anhelo de ir más allá de los padres, y de lo instituido social y familiarmente. Pero al ubicar esa búsqueda en un tiempo, al introducir un límite que sitúa un adolescente ideal, ese con el que todos los jóvenes se deben identificar, esto hace que, primero, se borren las particularidades que tiene la manera de ser de un sujeto, y segundo, ese ideal se convierte en una exigencia que al no poderse cumplir necesariamente causará malestar.

jueves, 3 de junio de 2010

77. Modelos para adolescentes.

El adolescente es alguien que puede ser fácilmente influenciado por líderes y personalidades ideales, ya sean estas dañinas o no. El mundo de la imagen -cine, televisión, revistas, etc.- suele ofrecer modelos de identificación que van desde el sujeto “fuera de la ley”, hasta el ídolo sexual. El adolescente se vale de esos modelos para identificarse con ellos y así consolidar su personalidad, su "identidad".

Si el sujeto necesita identificarse con otros, es porque no nace con una “identidad” asegurada. Cuando se nace, no se sabe quién se es: ni cómo se llama, ni quienes son sus padres, ni en dónde se vive o si es hombre o mujer, etc. Tener un órgano sexual masculino o femenino tampoco garantizan que ese sujeto vaya a ser un hombre o una mujer, es decir que el rasgo que serviría para determinar la identidad sexual de un individuo -su órgano sexual- tampoco garantiza que psicológicamente sea hombre o mujer. Tanto la “identidad” sexual como la forma de ser de un sujeto, son una conquista que él hace a partir del momento de su nacimiento, conquista que se logra con ayuda de la identificación. De hecho, el Yo de un sujeto es la suma de sus identificaciones en la vida.

Las primeras personas con las que se identifica un sujeto son, por supuesto, sus padres; esta es la razón para parecerse en muchas cosas a uno de ellos o a ambos. Si los padres son idealizados por sus hijos -porque los aman y respetan-, estos tendrán identificaciones sólidas con aquellos. Si así no sucede, en la adolescencia los hijos serán “presas” fáciles de ídolos con los que se identificarán y que pueden muy bien empujarlos a lo peor en la búsqueda de una “identidad”.

En la adolescencia los padres ya no son los héroes de la infancia, entonces el joven se empieza a fijar en otros modelos que le van a ayudar a conformar su personalidad. Y aquí es donde entra en juego la imagen de líderes y personalidades -el más bello, fuerte, "teso", rico o poderoso; modelos, cantantes, actores, deportistas, políticos, etc.-, no importando si sus actos están dentro o fuera de la ley, los cuales los pueden influenciar y para mal.

miércoles, 2 de junio de 2010

76. Pulsión sexual y adolescencia.

La pulsión es lo que sustituye al instinto en la criatura humana; es el nombre del impulso sexual en la medida en que la sexualidad humana no está regulada por el instinto, como sí sucede en los animales. La pulsión tiene como meta su propia satisfacción, la búsqueda de placer; no es así en los animales, cuyo instinto sexual tiene como fin la reproducción, lo que implica a su vez la relación con el sexo opuesto de la misma especie. La pulsión en el ser humano no tiene un objeto determinado, es decir que no es necesariamente con el sexo opuesto que ella se satisface; de aquí que la sexualidad en el género humano sea tan variada y extravagante: homosexualidad, pedofilia, sadomasoquismo, exhibicionismo, vouyerismo, fetichismo, etc.

No hay en el ser humano una única pulsión, sino que son varias, y se originan en el propio cuerpo; su fuente se puede localizar en las denominadas zonas erógenas: la boca, el ano, la piel, los genitales, los ojos, los oídos, etc.; por esta razón se dice que la pulsión es parcial o fragmentada.

En la adolescencia, a la cual se entra con la pubertad, es decir, con la aparición de los caracteres sexuales secundarios -cambia la voz, los genitales crecen, aparece el vello púbico, etc.-, la pulsión sexual se intensifica coincidiendo con los cambios que las hormonas producen en el cuerpo. En la pubertad convergen entonces, por un lado, lo pulsional, que es originariamente autoerótico: la pulsión encuentra su satisfacción en el propio cuerpo -chuparse el dedo o la masturbación son un buen ejemplo de esto- y por otro lado, lo amoroso: la demanda que tiene el adolescente de elegir a un compañero sexual a quien amar. La pulsión, entonces, es puesta al servicio del amor.

Todos los cambios psicológicos que se ponen en juego en la pubertad, se deben precisamente a la trascendencia que adquiere el aspecto sexual en este momento; los impulsos sexuales parciales -pulsión oral, anal, etc.- deberán reunirse bajo el mando de los genitales, y al mismo tiempo, se inicia el proceso de hallazgo y elección de un sujeto a quien desear y amar.

553. Las clínicas de urgencias subjetivas

Las clínicas de urgencias subjetivas son espacios dedicados a atender crisis emocionales o psíquicas desde una perspectiva psicoanalítica la...