lunes, 29 de noviembre de 2010

208. Necesidad, demanda, deseo y pulsión II.

El psicoanálisis establece una diferencia entre la necesidad y la demanda. A este nivel -el de la demanda- podemos situar dos tipos: una que se localiza al nivel de la necesidad y otra a nivel del amor. La necesidad tiene un carácter natural -alimento, agua, calor, etc.-, pero el psicoanálisis constata que la necesidad no se conoce más que a través de una demanda, una demanda dirigida a un Otro que satisface esa necesidad originaria: "tengo sed, tengo hambre". Ese Otro que satisface la demanda es un Otro que tiene lo necesario para satisfacer la necesidad. Pero junto al Otro que «tiene» también hay Otro que «no tiene».

Es a este Otro que no tiene al que se dirige la «demanda de amor», y entre estas dos demandas se sitúa el deseo. Entonces, hasta ahora tenemos: un Otro que tiene -tiene lo que el sujeto necesita para sobrevivir-, y un Otro que no tiene, que da lo que no tiene, es decir, que da amor -amar es dar lo que no se tiene-; y el deseo como resto: si después de satisfacer la necesidad Ud. sigue demandando, es porque está ya en juego el deseo. Por ejemplo, en el caso del niño que toma leche del pecho: ya está satisfecho a nivel de la necesidad -esta lleno-, pero sigue chupando del seno -desea ese objeto-.

Entonces, hay una transformación de la necesidad en demanda -porque la necesidad no se conoce más que a través de una demanda-, y un resto que es el deseo. Ahora bien, lo que el psicoanálisis llama la pulsión -que es el nombre que Freud le da al impulso sexual en los seres humanos- es ella misma una demanda, es una forma de demanda. “La distinguimos en tanto encontramos en la experiencia analítica una demanda que no podemos interpretar; donde no hay que interpretar. Hablamos de deseo cuando encontramos, al contrario, una demanda que podemos interpretar” (Miller, 1991, p. 52). Esta demanda que «habla» se distingue de otra que «no habla», una demanda silenciosa: esta es la pulsión. Entonces podemos decir que el deseo y la pulsión son dos momentos de la demanda.

sábado, 27 de noviembre de 2010

207. El amor: ¿sustancia química o pasión del ser?

El amor es una pasión del alma, o del sujeto, si se quiere. Por eso cabe preguntarse por qué los seres humanos aman. Las nuevas ciencias del cerebro dirían que todo aquello que tiene que ver con el amor, desde el maternal hasta el curioso hecho de que algunos sujetos logren permanecer felices por décadas con la misma pareja, o que otros sean incapaces de jamás forjar una relación duradera, es culpa de una hormona: la oxitocina, la cual ayuda a forjar lazos permanentes entre amantes tras la primera oleada de emoción; otros investigadores le achacan la culpa del amor a una sustancia estimulante y adictiva, la feniletinamina, que cuando se dispara produce euforia y alborozo, y al papel que cumplen algunos transmisores cerebrales como la dopamina, la serotonina y la noradrenalina. Ya se trate de hormonas o sustancias, estas actúan cambiando las conexiones de los miles de millones de circuitos cerebrales.

El psicoanálisis no busca la causa del amor en el quimismo del cerebro; él piensa más bien las cosas al revés -así como lo sugiere la misma explicación científica-: es la emoción, el enamoramiento, esa “primera oleada de emoción”, la que afecta el quimismo cerebral, aumentando las dosis de oxitocina y noradrenalina, etc. Volvamos, entonces, a la pregunta: ¿por qué los seres humanos amamos? La respuesta es: porque somos efecto del lenguaje. Para el psicoanálisis, el lenguaje es lo que determina la posibilidad de existencia del sujeto y, por hablar, se introduce en él una «falta de ser» fundamental. Es decir que el sujeto para el psicoanálisis no solo es efecto del lenguaje, sino que también es un sujeto en falta, un sujeto que por hablar ha perdido su ser. Y es justamente aquí, en el lugar de la «falta de ser», donde podemos introducir esa pasión, ese afecto que llamamos amor. El amor se constituye, entonces, en una de las formas que tiene el sujeto para hacerse al ser, para "agarrar" el ser. Para el psicoanálisis el amor es una respuesta a la falta en ser del sujeto. El amor surge como una de las respuestas posibles a la falta en ser del sujeto. Por tanto, los seres humanos aman en la medida en que son seres en falta, de tal manera que se ama para «hacerse al ser», para tener un ser, para alcanzar el ser, para llegar a ser alguien en la vida; porque ser amado por alguien, me da un motivo para existir, para ser.

viernes, 26 de noviembre de 2010

206. El psicoanálisis es el reverso de la ciencia.

La ciencia responde a lo real del organismo humano con lo real de la ciencia, así por ejemplo, la ciencia opera al hermafrodita y lo inyecta con hormonas para decidir su sexo. El psicoanálisis se plantea como el reverso de la ciencia; él se dedica, en lugar de intervenir al sujeto en lo real, a escuchalo, para saber cuál va a ser la posición subjetiva y sexual, aquella por la que va a responder. La ciencia también se dedica a ubicar la causa de, por ejemplo, la homosexualidad, en los genes o las hormonas. Para el psicoanálisis, en cambio, la homosexualidad ni es una flaqueza, ni está determinada por la naturaleza, así existan sujetos que se sientan débiles y culpables por ser homosexuales, y así existan teorías naturistas y positivistas que ubican su causa en el organismo.

Para el psicoanálisis es muy importante que existan y se divulguen todas estas teorías "científicas", ya que, mientras más trata la ciencia de explicar el comportamiento humano recurriendo al organismo y a la naturaleza, más adquiere el psicoanálisis un lugar específico en el discurso de la ciencia. Mientras que la ciencia forcluye al sujeto, es decir, rechaza radicalmente su subjetividad y su dimensión psíquica, el psicoanálisis le da un lugar a su palabra: a lo que piensa, lo que siente, lo que dice, todo aquello por lo que ha de responder como sujeto; y a sus deseos! La ética del psicoanálisis es una ética del deseo, es decir, de darle un lugar a los deseos -inconscientes- del sujeto.

Entonces, si el discurso del psicoanálisis es el reverso del discurso de la ciencia, lo es en la medida en que el psicoanálisis no reduce el ser humano al organismo, sino que cuenta con que su «realidad psíquica» está ordenada, organizada y establecida por el lenguaje. El ser humano es un ser de lenguaje; el lenguaje es el que determina su existencia como sujeto y el que determina toda su realidad, una realidad hecha de símbolos -simbólica-. Por eso, mientras la ciencia desprecia al sujeto que habla, el psicoanálisis le da lugar a su palabra, a su subjetividad.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

205. Ser hombre o mujer es una elección del sujeto.

Por hablar, por habitar el lenguaje, se introduce en el ser humano una realidad que es completamente distinta a la realidad natural -que es la que habitan los animales-; el psicoanálisis la denomina «realidad psíquica». Es por esta razón que se hace muy complicado comparar la conducta y los experimentos hechos en animales -aplicación de determinadas hormonas en hembras preñadas para obtener crías homosexuales, por ejemplo- con el comportamiento y experimentos hechos con seres humanos, ya que ambos habitan dos realidades completamente diferentes. Así pues, cómo explicar que un sujeto de doce años -noticia divulgada a comienzos de este siglo aquí en Colombia- ponga una acción de tutela para que le devuelvan su «identidad sexual masculina», ya que él se sentía un niño y no una niña. A los seis años él perdió sus genitales por la mordedura de un perro, y los médicos decidieron reconstruirle una vagina y hacerlo una niña. Empezaron un tratamiento con hormonas femeninas para convertirlo en una mujer, tratamiento que duró aproximadamente seis años. ¿Cómo explicar, entonces, que este sujeto no se haya «feminizado», si estaba siendo bombardeado por hormonas femeninas? No son las hormonas las que determinanla identidad sexual del sujeto.

En Estados Unidos, país de las agrupaciones de toda clase, existe una de hermafroditas que se dedican a defender sus derechos como personas masculinas o femeninas, contra la decisión de sus padres o de los médicos en convertirlos en hombres y mujeres, a punta de bisturí y hormonas. Esto nos enseña claramente cómo ser hombre o ser mujer es una conquista psicológica, y no un dato natural del sujeto. Tener un pene o una vagina, o unas hormonas o un cerebro supuestamente masculino o femenino, no garantiza que se va a llegar a ser hombre o mujer. Ser un hombre o una mujer es una elección del sujeto, determinada en gran medida por el deseo inconsciente de los padres, lo que se transmite con la herramienta del lenguaje, y no precisamente con lo que dicen los padres, sino con lo que dejan de decir, con lo que callan, con lo que piensan y no dicen, o con lo que dicen de más sin quererlo. Esto es precisamente lo que define el concepto de «inconsciente», pieza fundamental del psicoanálisis: el inconsciente -que es un saber no sabido por el sujeto- se presenta allí donde un sujeto dice más de lo que debe o dice menos de lo que puede.

martes, 23 de noviembre de 2010

204. ¿Existe una correcta orientación sexual?

La ciencia suele pensar que el ser humano es una especie zoológica más que debe tener programadas en su material genético las instrucciones que lo llevan espontáneamente a tener determinadas conductas, como, por ejemplo, una correcta orientación sexual. Pero, ¿cuál es esa «correcta» orientación sexual en la que piensa la ciencia? Este es evidentemente un juicio moral -o prejuicio, si se quiere- sobre el comportamiento humano, apoyado en una hipótesis genética. El psicoanálisis es un discurso que no hace juicios morales sobre las conductas de los sujetos -eso se lo deja, por ejemplo, a la religión-, en la medida en que sabe que el ser humano, por hablar, por habitar el lenguaje, por hacer de lo simbólico su «medio ambiente natural», se ha desnaturalizado, es decir, se ha separado de la naturaleza y por lo tanto ha perdido sus instintos.

El ser humano no obedece más, por hablar, a las leyes de la naturaleza, sino a las leyes del lenguaje. Y si hay una dimensión en donde esto se observa claramente, es en la dimensión sexual. Si el hombre respondiera instintivamente –o espontáneamente, como lo sugiere la ciencia- en su sexualidad, se comportaría como su especie zoológica, es decir, como los mamíferos, a los cuales se les ve desencadenar la respuesta sexual natural, «espontánea y correcta», ante un estímulo proveniente de la hembra -generalmente un olor- de su misma especie. Esto sucede instintivamente -el instinto es un saber que viene programado en los genes de los animales y que les ayuda a orientarse en el medio ambiente natural-, y en el ser humano, nada demuestra que sea así -por ejemplo, no se observa a los hombres perseguir a las mujeres cuando éstas están en su período de fertilidad-.

Por lo anterior es que en el psicoanálisis no se habla de instinto sino de pulsiones sexuales. La pulsión sexual es lo que viene a reemplazar el instinto en el ser humano, en la medida en que él se ha separado de la naturaleza por hablar. Además, Si fuese verdad que el material genético tiene las instrucciones para llevar al sujeto, espontáneamente, a una correcta orientación sexual, no habrían, entonces, desviaciones sexuales: no existiría la homosexualidad, la pedofilia, el fetichismo, ni ninguna otra perversión sexual.

domingo, 21 de noviembre de 2010

203. ¿Es la posición sexual algo "natural"?

Hay teorías sobre el origen "natural" de, por ejemplo, la homosexualidad, teorías de las que se podría decir que son ambientalistas; ellas hablan del medio ambiente hormonal del embrión y de los genes en los cromosomas como responsables de la masculinización o feminización del cerebro. Es decir que para estas teorías, el responsable de la posición sexual de un sujeto es un gen o una hormona. Es por lo anterior que el psicoanálisis argumenta que estas y otras teorías, que buscan la causa de los comportamientos del ser humano en el organismo, sólo sirven para reforzar una posición irresponsable del sujeto, ya sea homosexual, perverso, esquizofrénico, etc., ya que él encuentra en ellas la disculpa «fácil» para explicar su condición. Por ejemplo, el sujeto homosexual podría decir perfectamente que él es así porque su cerebro fue feminizado por las hormonas que lo rodeaban cuando era tan solo un embrión. Y es en este sentido que se dice que la ciencia des-responsabiliza al sujeto de su posición subjetiva, de tal manera que el sujeto homosexual podrá decir que él no tiene la culpa de ser como es.

Para el discurso psicoanalítico, la ciencia, en su afán de explicar las conductas humanas recurriendo a la realidad natural, reduce al ser humano al organismo y al cerebro, es decir que sólo somos células y reacciones químicas. Por esto se dice que la ciencia desestima al sujeto humano, como si en él no hubiese otra realidad más que la biológica. Esta es la razón por la que la ciencia, para el psicoanálisis, termina «delirando», es decir, tomando como verdades absolutas y definitivas –subrayo esto-, lo que son simples hipótesis de trabajo. Un buen ejemplo de este «delirar» de la ciencia es, precisamente, la «masculinización» y la «feminización» del cerebro por causa del ambiente hormonal del embrión humano, pero a la ciencia se le olvida que «masculino» y «femenino» son categorías subjetivas que dependen del tipo de cultura que impera en una sociedad. Así, un comportamiento que es considerado masculino en una cultura determinada, puede ser considerado femenino en otra. ¿Cómo saben, entonces, las hormonas, cómo «masculinizar» o «feminizar» el cerebro de un sujeto?, ¿cómo saben a qué cultura pertenece el sujeto? La posición sexual de un sujeto es algo que se construye, que se conquista, no solo dependiendo del tipo de cultura que habita el sujeto, sino también, y sobretodo, qué tipo de vínculos intersubjetivos estableció con los primeros objetos de amor y deseo -sus padres- en su primera infancia.

viernes, 19 de noviembre de 2010

202. La posición sexual: ¿psíquica o biológica?

El psicoanálisis no es una teoría ambientalista en el sentido de la ciencia positivista. El psicoanálisis sería una teoría “ambientalista” si se considera que el medio "natural" del ser humano es el lenguaje, y no, el medio ambiente natural. Así, por ejemplo, si el psicoanálisis tiene en cuenta la relación del sujeto con sus padres, es en la medida en que ellos le transmiten, gracias al lenguaje, con sus enunciados y sus enunciaciones, con sus dichos y sus decires, cuál es el lugar que él ocupa en el deseo de aquellos, lo cual determina, en gran medida, su posición subjetiva en el mundo; entre otras cosas: si se siente como un hombre o como una mujer, independientemente de que tenga un pene o una vagina. Esto significa, en términos sencillos, que la posición subjetiva de los hijos, se corresponde con el tipo de padres que la persona ha tenido. Hay aquí una determinación, ya no genética o ambiental, sino psíquica. Con respecto a la posición sexual del sujeto, el discurso de la ciencia -del cual el psicoanálisis es su reverso- plantea que el medio ambiente hormonal del embrión -y de los genes en los cromosomas- son los responsables de la masculinización o feminización del cerebro. Se trata entonces de dos paradigmas diferentes, en el cual la determinación del sujeto en uno de ellos es psíquica, y en el otro, física, es decir, biológica.

De esta manera, que la ciencia diga que la posición sexual de un sujeto depende de las hormonas, es una manera de desresponsabilizar al sujeto de su posición sexual. Para el psicoanálisis, todo sujeto es responsable de su posición subjetiva, por esta razón, es tan irresponsable el homosexual que diga que no tiene la culpa de ser así, como el heterosexual que diga que no tiene la culpa de ser así. La culpa es la enfermedad de la responsabilidad, es decir, sólo se siente culpable aquel que se siente responsable de lo que hace o dice, y responder por las consecuencias de nuestros actos y por nuestra posición en la vida, es lo mínimo que se le exige a un ser humano en tanto que es un ser ético. ¿O es que acaso la ética depende de un gen o alguna hormona? Justamente, la conciencia moral de los seres humanos introduce una dimensión que lo separa de las determinaciones de la naturaleza. La ciencia lo sabe bastante bien, por esta razón los científicos positivistas no se han puesto a buscar el gen o la encima que en el cerebro determina la «conciencia moral» o «conciencia de culpa». Aunque no falta mucho para que esto suceda y la ciencia especule diciendo que ya lo ha encontrado.

jueves, 18 de noviembre de 2010

201. La bancarrota del humanismo.

Hoy en día el Otro -escrito con mayúscula y que en el psicoanálisis representa lo que vale para todos: la cultura, la ley, lo simbólico, el lenguaje, las instituciones, etc.- se nos revela en su ruina (Miller, 1997). La Idea mayúscula, la tradición y hasta el sentido común han dejado de brindarle seguridad al sujeto. El Otro ha dejado de existir, abriendo la época donde lo que hay es un profundo escepticismo sobre lo real. ¿Qué es lo real?, ¿qué es eso que nos puede dar una garantía sobre lo que somos?, ¿en qué debemos creer?, ¿qué nos da una certeza sobre nuestra existencia? El Otro, al parecer, es sólo un semblante, una apariencia. Estamos en la época en donde hay un movimiento acelerado de desmaterialización vertiginosa, que hace de la pregunta por lo real una pregunta angustiosa. Es la época donde la pregunta por el ser de las cosas ya no tiene una respuesta segura, presentándose una crisis de interpretación del mensaje divino, una crisis de saber generalizado. Si hoy hay crisis, es precisamente la crisis de lo real (Miller).

Esto es lo que hace que el sujeto contemporáneo se sumerja en todo tipo de semblantes, de apariencias; esto hace para todos del real, una pregunta, una pregunta que se dibuja sobre un fondo de angustia. Es lo que se llama desde los años ´30, con Freud, el «malestar en la civilización». La civilización anuncia para este siglo, una historia hecha del impacto, de la rivalidad, de guerra entre civilizaciones, lo cual es un efecto de la llamada globalización, que arrastra, atraviesa, fisura y hasta fusiona a las civilizaciones, y en la que está en juego esa hegemonía científica y capitalista, de la cual la empresa totalitaria -las grandes multinacionales- es hoy vuelta patente, con su imperativo de rentabilidad: hoy nada se hace que no deje ganancias. Los ideales universales establecidos sobre certidumbres identificatorias milenarias -libertad, igualdad, fraternidad- son entonces desmentidas por la actual globalización.

La subjetividad contemporánea es por tanto arrasada, cautivada, engañada, en un movimiento al que no se puede resistir -dice Miller (1997)-, que la sumerge en semblantes que se producen industrialmente, por montones, movimiento en el cual la producción siempre acelerada constituye actualmente un mundo que sólo deja a la idea de la naturaleza una función de nostalgia, un avenir de conservación, de especies protegidas, de zoológicos y museos. Se trata decididamente de la bancarrota del humanismo, la cual se traduce desde hace ya rato así: Hoy el sujeto vale más por lo que tiene y aparenta, que por lo que es.

martes, 16 de noviembre de 2010

200. Lo real es lo imposible de soportar.

El Otro que no existe es una tesis que Jacques-Alain Miller y Eric Laurent presentaron en su seminario de 1997, en donde demuestran cómo la inexistencia del Otro abre la época de los comités, época caracterizada por la falta de una seguridad sobre las ideas, la tradición o el sentido común. La inexistencia del Otro, dice Miller, «abre verdaderamente la época lacaniana del psicoanálisis», época en la que el Otro se revela como siendo no más que un semblante; se podría decir inclusive que «todo no es más que semblante». Esto hace que la pregunta por lo que es verdaderamente lo real se exacerbe en la contemporaneidad: ¿Qué es lo real? Pregunta que no tiene más que respuestas contradictorias, inconsistentes y, en todo caso, inciertas. De tal modo que la inexistencia del Otro no es antinómica de lo real. Al contrario, ella le es correlativa (Miller, 1997).

A medida que el imperio de los semblantes se extiende, al psicoanálisis se le hace de suma importancia mantener su orientación hacia lo real. La ultima tentativa de Lacan consistió precisamente en presentar lo real propio del psicoanálisis, volviéndolo presente, visible, palpable, manipulable. La orientación lacaniana es la orientación hacia lo real (Miller, 1997); lo que importa en el psicoanálisis es mantener la orientación hacia lo real, hacia lo imposible de soportar. ¿Para qué? Para poder enfrentar el malestar en la civilización.

Desde el Informe de Roma en 1953, Lacan se preguntaba por el papel que el psicoanálisis puede sostener en “la dirección de la subjetividad moderna”. Sobretodo porque, ante los impases crecientes de la civilización, en donde ni siquiera la ciencia ya no parece poder garantizar un real indudable que sirva como punto de referencia, el psicoanálisis puede llegar a fallar y entregar sus armas, preocupación que desvelaba a Lacan desde el presentimiento freudiano del malestar en la civilización. ¿Qué puede entonces aportar el psicoanálisis, para entender la época actual y sus síntomas?

Ya ni siquiera la ciencia parece poder garantizar un real indudable, que sirva como punto de referencia. No sólo se ha visto el fin de grandes sistemas de pensamiento, sino que lo real mismo es lo que es puesto en duda contemporáneamente; ya no hay nada seguro que se pueda decir ni sobre cómo son, ni sobre cómo deberían ser las cosas. Por eso el llamado de lo real es la tarea con la que el psicoanálisis debe cumplir. De hecho, el privilegio del psicoanálisis, dice Miller (1997), es la relación unívoca que él sostiene con lo real. Lo real es lo que en la clínica analítica se evidencia como lo imposible de soportar, por eso la clínica es el sitio propio de lo real. Es en la práctica analítica donde el sujeto puede llegar a establecer una relación con lo real, y este sería el aporte más importante del psicoanálisis al hombre contemporáneo: la experiencia de que sí hay un real que puede funcionar como referencia segura, aunque no haya ningún Otro que sirva de garante.

domingo, 14 de noviembre de 2010

199. ¿Qué es ser un verdadero hombre y una verdadera mujer?

El psicoanálisis enseña cómo el falo desempeña un papel determinante en la clasificación de los sexos, la cual se hace en términos de tener o no tener, lo cual va mucho más allá del hecho de tener o no tener pechos, o de tener un genital masculino o femenino. El falo es el significante que organiza la relación entre los sexos, pese a los esfuerzos de las feministas de oponerse a ese monopolio fálico. Es muy distinto tener o no tener falo, a tener o no tener pechos. Una mujer puede no tener pechos y no poner en duda que pertenece al sexo femenino -así pase a alimentar a la industria de la cirugía plástica-. En este sentido pareciera ser que la finalidad de un análisis es “hacer que el sujeto consienta en tener el cuerpo que posee, el sexo prescripto por la biología. Este dato es, pues, por excelencia, la materia que hay que subjetivar, y no es algo que se subjetive siempre de la misma manera”. (Miller, 2002, pág. 165). Es decir que, el tener o no un pene, se transforma o da lugar a un modo de ser: ser hombre o ser mujer. Lo que sucede es que, pese a tener o no un falo, el sujeto puede estar inseguro de su sexo. La histérica, por ejemplo, es un sujeto que se pregunta si es o no una mujer. O un hombre musculoso, barbudo y bien plantado, puede no estar seguro de ser un hombre, puede no tener una certeza subjetiva sobre su sexo. De hecho, el ser tan musculoso y barbudo habla de su incertidumbre sexual. Igual sucede con la mujer que pasa una y otra vez por la cirugía cosmética.

¿Qué es entonces un verdadero hombre y una verdadera mujer? Evidentemente, no basta el cuerpo para decidirlo, es decir, que no se puede responder a esa pregunta diciendo que el hombre es el que tiene y la mujer es la que no tiene. Lacan dirá que el sexo no se funda en la realidad ni en la naturaleza, sino que se funda en el semblante, en el parecer, pero no de cualquier manera. Por eso, al hablar de la mujer Lacan indica que «es la ausencia de pene la que la hace falo», pero la mujer lacaniana es aquella que “accede, consiente en llevar, a pedido de un hombre, un bonito postizo”, (Miller, 2002, pág. 168). Así pues, la verdadera mujer es aquella que hace del postizo, máscara de nada, es decir, que el postizo lacaniano no es un fetiche. Y el verdadero hombre es aquel que desea a la mujer sin ambages, sin rodeos, en la medida en que no teme a la castración femenina, aquel que “está lo suficientemente despegado del falo de la madre para saber -y no temer- que la mujer no lo tiene.” (Miller). De tal manera que si el postizo en una verdadera mujer no es un fetiche, el hombre sin ambages es aquel que no es un fetichista.

viernes, 12 de noviembre de 2010

198. La mascarada femenina.

La diferencia fundamental entre los hombres y las mujeres consiste en esa diferencia radical entre el ser y el tener. Si bien Freud habló de la envidia del pene en la niña y de la angustia de castración en el niño, Lacan organizó esa diferencia entre los hombres y las mujeres de otra manera, más lógica. Lacan se va a basar en la estructura misma del lenguaje para pensar la diferencia sexual, de tal manera que dicha diferencia sexual se inscribe en el inconsciente en términos fálicos, como una presencia-ausencia -los niños lo tienen, las niñas no lo tienen-. El significante falo va a marcar la diferencia sexual entre hombres y mujeres de la siguiente manera: se lo tiene o no se lo tiene; el falo es, más precisamente, la subjetivación del sexo, que se subjetiva diciendo “lo tengo” o “no lo tengo”. Pero este "no lo tengo" de la mujer las lleva a "ser el falo", lo cual duplica la dialéctica fálica respecto a Freud: de un problema que tenía que ver con "tener o no tener el falo", se pasa a un problema de "serlo o no serlo".

Como la mujer no lo tiene, puede jugar a parecer que lo tiene. Es lo que el psicoanálisis denomina «la mascarada femenina»; es el juego del semblante en las relaciónes de pareja (Miller, 2002). Es por esa falta que se hace necesario hacer intervenir el parecer, es decir, el semblante. Parecerlo lo podemos escribir así: pare-ser, es decir, parecer ser. Esto es el semblante: parecer ser o hacer creer que se tiene. Por esta razón la mujer que hace parecer que lo tiene es una mujer fálica, y el hombre que hace parecer que lo es, es un hombre bastante... ¡femenino!

¿Cómo hace la mujer para hacer parecer que tiene? Haciendo uso de lo que Lacan llamó, un postizo. Un postizo es un objeto que hace parecer que la mujer tiene lo que le falta. El postizo, entonces, está en lugar de lo que falta. Se necesita que haya falta para que haya postizo (Miller, 2002). El postizo es diferente a la prótesis. Los senos siliconados que se ponen las mujeres insatisfechas por su falta de desarrollo mamario -lo cual es hoy en día una industria muy próspera-, son sólo prótesis, es decir, un objeto que se pone en lugar de un objeto natural; pero, a su vez, la silicona es un objeto muy singular, porque también pone en juego el semblante, es decir, el postizo. Por eso la cirugía estética es una industria del semblante dirigida a esos sujetos que dependen tanto del semblante: las mujeres; y por esta misma razón se trata de una cirugía transexual, es decir, una cirugía que, como lo indica Miller, “apunta a estimular los semblantes del sexo en la parte femenina de la especie” (2002, pág. 163). La diferencia entre el postizo y la prótesis, es que el primero garantiza la imagen, mientras que el segundo cumple una función allí donde falta un objeto natural, como por ejemplo, una pierna.

jueves, 11 de noviembre de 2010

197. Tres respuestas de la mujer a la castración.

Hay dos respuestas fundamentales de la mujer a la castración, a este no tener el falo: adquirir lo que no se tiene o hacerse ser el falo. Transformar ese no tener en ser es lo que se denomina clásicamente la falicización del cuerpo de la mujer, lo cual la convierte en objeto de deseo de los hombres en la medida en que ellos no tienen el ser; ellas se presentan, entonces, como un bien supremo. La segunda respuesta o solución en la mujer, propuesta por Lacan, es que si la mujer no lo tiene -el falo-, lo puede pasar a tener adquiriendo un hombre. Ella lo tiene haciendo uso del falo del hombre. Es lo que se denomina la fetichización del órgano masculino por parte de una mujer.

Una tercera respuesta a la castración femenina, tal vez la más conocida, es apropiarse de un niño como don del hombre, en la medida en que ella simboliza el falo en el niño. Esto no es sin consecuencias, porque una vez se tiene ese equivalente del falo que es el niño, el hombre pasa a un segundo lugar; es desplazado y, dice Miller (2002), queda como un accesorio. El marido es un accesorio, es como la fórmula de la mujer con hijos, un accesorio y nada más. Esta situación puede conducir a ese hombre a, por ejemplo, ser infiel, primer paso para la ruptura de la relación de pareja. Otros hombres, en cambio, se resistirán a ser padres para lograr ser ellos mismos hijos de sus esposas, lo cual no deja de ser patético en la mayoría de los casos. Lo cómico de este asunto, es que el mismo Freud consideró que una relación en la que el hombre se constituye en uno más de los hijos de una mujer, suele ser una relación duradera.

El hombre se la pasa protegiendo su posesión -el falo-, lo cual lo hace un sujeto, no solo conservador, sino aburrido, poco interesante. Para cuidar su posesión se comporta como un ser egoísta: no lo comparte, y entonces se masturba; la práctica masturbatoria es una forma de no darle a nadie lo que tiene. ¿Cómo responde la mujer a esto? Una verdadera mujer le sabrá mostrar al hombre lo ridículo que se ve con su posesión. La verdadera mujer es aquella que es opuesta a la mujer fálica, esa que desmiente la posición de ser la que no tiene. De ahí que sea tan difícil encontrar verdaderas mujeres, es decir, mujeres que operen, que se posicionen desde su no tener. Por eso la mujer que es el falo no es una buena amante, así lo parezca; para amar al otro se necesita reconocer la castración, es decir, reconocer que no se tiene. Amar significa desear ser amado por el otro, hacer surgir en el otro la falta. En este sentido, el amor parece ser una condición femenina, en la medida en que ella es la que no tiene. Como el hombre tiene, le cuesta amar, le cuesta reconocer que no tiene, le cuesta reconoces su propia castración, de ahí que sea tan terco: le cuesta reconocer sus propias faltas. Pero como la mujer no lo tiene, juega a parecer que lo tiene. Es la mascarada femenina, es el juego del semblante en las relaciónes de pareja (Miller, 2002).

lunes, 8 de noviembre de 2010

196. ¿Por qué el hombre es el sexo débil?

Ya sabemos que los seres humanos subjetivan la diferencia sexual diciendo: "los niños tienen pene, las niñas no lo tienen". Aquí se juegan asuntos subjetivos muy importantes y de enormes consecuencias en cada uno de los los sexos. Freud, por ejemplo, indicó claramente cómo el hecho de que el hombre lo tenga -forma como subjetiva la posesión de ese órgano-, hace que él se sienta superior con respecto a la mujer -que no lo tiene-. Pero tenerlo, como bien lo señala Freud, no es para nada una ventaja, porque si se lo tiene, se lo puede perder; el hombre, entonces, vive permanentemente temeroso de perder su posesión. La mujer, en cambio, no tiene nada que perder y en este sentido, está en una posición más ventajosa. Ella, como lo señala Miller (2002), es un sujeto con agallas, más audaz y hasta más libre. El hombre, por tanto, es más cobarde que la mujer. El hombre, entonces, subjetiva al falo como una posesión que lo hace superior, pero está permanentemente amenazado de perderlo.

El no tengo de la mujer la coloca, pues, en una posición de inferioridad, y la clínica nos enseña que muchas mujeres, en verdad, se sienten inferiores a los hombres por no tener lo que ellos sí tienen. Pero esta posición las lleva a desearlo, a buscarlo, a tenerlo y, fundamentalmente, a serlo. “Ser en vez de no tener es la metáfora fálica de la mujer, es uno de los caminos de la solución femenina, que muestra al mismo tiempo que en el hombre el tener impide el ser...” (Miller, 2002, pág.154).

En este sentido, el tener, que es un asunto masculino, resulta inferior al ser, que es un asunto femenino, de tal manera que en la "relación" entre los sexos, en la que el hombre parecía reírse de la inferioridad femenina, resulta encartado con esto del tener, ya que por tener, no es. En otras palabras: el tener, que equivalía a una superioridad, resulta ser lo contrario: una inferioridad. Así pues, quien resulta ser el sexo débil es el que se ha denominado corrientemente como el sexo fuerte: el hombre. Él aparece constantemente amenazado por la castración -la amenaza concierne al macho, dice Miller (2002)-, mientras que la mujer padece de la nostalgia del no tener, y por tanto, envidia la posesión del macho, lo cual marca su deseo; “su deseo esta marcado por este no tener.” (Miller, pág. 155).

domingo, 7 de noviembre de 2010

195. ¿Por qué los hombres no envidian los senos?

Cada vez que se pone en juego en la teoría al falo como el significante que señala la diferencia sexual -los niños lo tienen, las niñas no-, y que, tal y como lo señala Freud, por tenerlo desencadena en el niño la angustia de castración, y por no tenerlo desencadena en la niña la envidia del pene, suele aparecer, del lado de una mujer, la pregunta por la envidia en el hombre. Casi siempre se trata de una pregunta hecha por una mujer que reivindica su posición como sujeto femenino. La pregunta que suele hacer a este respecto es: si las mujeres envidian el pene, por qué los hombres no envidian los senos. O el vientre, al fin y al cabo un hombre no puede engendrar hijos. Se trata de una muy buena pregunta, así se trate de una reivindicación. La posición sexual del sujeto está determinada por tener o no tener ese significante que remite siempre a ese órgano del pene... ¿por qué al pene y no, por ejemplo, a los senos?

Muchas feministas siempre se han peleado con este asunto y han tratado de reivindicar la falta de senos en el hombre para colocar en la misma posición subjetiva a los hombres y las mujeres; aquí es donde se equivocan: colocar a los hombres y las mujeres en una posición equivalente, homogénea, como si se tratara de un problema de justicia distributiva: los hombres tienen pene y las mujeres tienen senos.

Es un hecho que los hombres no viven como una castración ese dato de no tener senos o no poder traer hijos al mundo, es decir, que los hombres no envidian a las mujeres por su posesión de senos y útero, no desean tener senos o tener un vientre, como si sucede con la niña que, enterada de su castración -“no tengo lo que el niño si tiene”-, anhela llegar a tener el falo que le falta -lo cual es un dato que nos enseña permanentemente la clínica psicoanalítica-. “Hasta hoy -dice Miller (2002)- es un hecho que un tengo esencial, primordial recae sobre el pene” (pág. 153). Además, hay aquí en juego un dato que es radical, y es que, con los senos no se puede copular; es con el falo con el que se copula. Por eso las mujeres que tienen relaciones sexuales entre ellas, suelen hacer uso de objetos fálicos para poder simular dicha unión.

sábado, 6 de noviembre de 2010

194. ¿Qué es ser hombre y qué es ser mujer?

Hoy en día casi es una herejía decir que un homosexual se hace, ya que el discurso de la ciencia, tan imperativo, tan dominante, tan presente en el discurso de los hombres, insiste en decir reiteradamente que los homosexuales nacen; el discurso de la ciencia se hace hipótesis que dicen que la homosexualidad obedece a un asunto del quimismo del cerebro, o de su tamaño en algunas de sus partes, o a un gen, un gen “gay”. Es decir que la ciencia reduce el sujeto al organismo y por esta razón, delira. Hoy casi todos los homosexuales dicen que nacieron así; repiten lo que dice el discurso del Otro, el discurso de la ciencia, discurso que los des-responsabiliza de su posición subjetiva, es decir, ellos ya no se sienten más responsables de su posición sexual, después de todo, la culpa la tiene un gen. Para el psicoanálisis el sujeto heterosexual, tanto como el homosexual, se hace, y es igual de difícil llegar a ser homosexual como heterosexual.

La pregunta, entonces, que nos debemos hacer, es: ¿Qué es ser hombre y qué es ser mujer? La respuesta del discurso de la ciencia a esto es: tener pene es ser un hombre y tener vagina es ser una mujer. Los médicos así lo dicen y se lo creen, por eso no entienden por qué un sujeto con vagina quiera ser un hombre o un sujeto con pene quiera ser mujer... a lo cual la ciencia responde ¡con una cirugía! “Todo se puede”, es el imperativo del discurso de la ciencia, y procede a hacer un cambio de sexo al que lo quiera. El sexo también se puede determinar con la fórmula de los cromosomas: un sujeto es XX o XY. El psicoanálisis dice que el asunto no es tan sencillo, es más complicado. El psicoanálisis dice que la posición sexual de un sujeto se juega alrededor de un significante: el falo. El falo marca la diferencia sexual entre hombres y mujeres de una manera muy sencilla: se lo tiene o no. Pero tenerlo o no tenerlo, lo cual es un dato dado, por ejemplo, por la observación, necesita de la subjetivación para que el sujeto llegue a inscribirse en el conjunto de los hombres o en el de las mujeres. Y esto es lo complicado: cómo un sujeto subjetiva su sexo.

Miller se pregunta: “¿Cómo se subjetiva la existencia o inexistencia del pene en el cuerpo?” (2002, pág. 153). Una primera respuesta es: se subjetiva diciendo “lo tengo” o “no lo tengo”. Subjetivar el pene significa que este recibe por parte del sujeto, una significación. La significación que le da el sujeto al pene es lo que hace de él el falo. El falo es, entonces, el nombre que recibe el pene una vez éste a sido significantizado, es decir, subjetivado por el sujeto. A partir de este momento, el falo es un significante; ya no es más el pene, sino un significante.

viernes, 5 de noviembre de 2010

193. La diferencia entre los sexos.

Es un hecho que la experiencia amorosa entre los hombres y las mujeres, en la mayoría de los casos es desastrosa, es decir, llena de desencuentros y fuente de sufrimiento para el sujeto. Las relaciones de pareja se asemejan entonces a una comedia, La comedia de los sexos, como el título de una obra de Ernest Hemingway. Miller (2002) dirá que la comedia de los sexos obedece a la diferencia que hay entre el ser y el tener, es decir, porque la mujer está del lado del ser, y el hombre del lado del tener.

Esta diferencia entre ser y tener se pone en juego en el momento en que un sujeto establece la diferencia sexual entre los hombres y las mujeres, lo cual sucede bien temprano en su infancia. Todo niño se enfrenta al encuentro con la diferencia sexual; el problema aquí es que sólo existe un significante para señalar dicha diferencia: el falo. Es decir que a nivel del inconsciente sólo hay un significante para establecer la diferencia sexual, y dicha diferencia se establece, o la establecen los niños, diciendo: los niños tiene pene, las niñas no lo tienen. Es un asunto de tener o no tener el falo, en la medida en que el falo necesariamente concierne a esa parte del cuerpo, a ese órgano del cuerpo, a ese apéndice del cuerpo que llamamos pene.

El pene es, definitivamente, un órgano que desempeña un papel fundamental en la relación entre los sexos. Es un órgano que, como lo indica Miller (2002), es suficientemente identificable como para poder indicar si lo hay o no lo hay en el cuerpo, sin necesidad de hacer una cirugía para saberlo. Si está presente, se lo ve o se lo toca, entonces a ese sujeto se lo inscribe en el conjunto de los hombres; si falta, si no se lo ve, si no está, entonces a ese sujeto se lo inscribe como mujer. En ocasiones hay dudas, por ejemplo, en los casos de hermafroditismo. Entonces se le hace al sujeto un examen cromosómico, el cual determinará, gracias al discurso de la ciencia, si él es hombre o si es mujer. Si tiene los cromosomas XX, será hembra, si tiene los cromosomas XY, será macho. Lo real del sexo es determinado aquí por un examen, pero ha sucedido que, un hermafrodita que se creía mujer, sale con los cromosomas XY, o viceversa. Miller se pregunta entonces. “¿De qué le sirve a alguien enterarse a los veinticinco años de que es un hombre cuando hasta ese momento se lo tomaba por una muchacha?” (pág. 152). Igual sucede con muchos sujetos XX que se sienten hombres, y muchos XY que se sienten mujeres, o quieren serlo. Es decir que ni lo biológico, ni los genes ni los genitales, determinan la posición sexual de un sujeto.

jueves, 4 de noviembre de 2010

192. El discurso de la ciencia y la forclusión del sujeto.

El saber de la ciencia es un saber formal, un saber escrito, un saber de lógica formal que implica un manejo de la escritura. El saber científico se expone todo en fórmulas, que además hacen posible su transmisión. Esta es la razón por la que es un saber universal; todos los químicos, los biólogos o los físicos del mundo hablan el mismo idioma: el idioma de las matemáticas, de las fórmulas matemáticas. La matemática es el lenguaje de la ciencia, un lenguaje que es lógico y formal, y que implica siempre una escritura. A su vez, el discurso científico se vuelve un discurso repetitivo; por todo el mundo se repiten las fórmulas de la ciencia.

Gracias al discurso de la ciencia, la verdad sobre la vida, la existencia y el ser, buscada durante siglos por la religión o la filosofía, queda reducida a la lógica formal como atributo del saber, es decir, sin dialectización. Esto es lo que distingue al discurso moderno, al discurso de la ciencia: Es un discurso matematizado y lógico, que reduce lo real a la escritura, produciendo una reducción, un vaciamiento de sentido, en la que también queda excluida la posición subjetiva del científico (Brousse, 2000). Sólo basta con sentarse a hablar con un neuropsicólogo sobre cualquier aspecto humano, y se podrán dar cuenta que la conversación termina o queda cerrada una vez que se llega a la causalidad fisiológica del comportamiento; es el rechazo de la dialéctica en nombre de la ciencia. Porque la ciencia lo dice, eso debe ser así.

Este saber-escritura del discurso de la ciencia, del cual dice Lacan que rechaza y excluye la dinámica de la verdad, es decir, que excluye la verdad como efecto de los enunciados del sujeto o como resultado del deseo del sujeto, ese rechazo radical de la subjetividad -a lo que el psicoanálisis llama forclusión del sujeto- como efecto del discurso de la ciencia, se opone el discurso del psicoanálisis. Y lo hace de una manera muy sencilla: no le da la palabra a los genes o al cerebro, ya que estos no hablan; se la da al sujeto, el único objeto examinado por la ciencia que se puede preguntar “¿qué o quién soy yo?”, “¿qué deseo?”, “¿soy hombre o soy mujer?”.

Los teóricos del cerebro-máquina pretenden, en la contemporaneidad, transformar a la ciencia en religión y considerar al hombre como un autómata, pero el psicoanálisis sabe que el sufrimiento psíquico del sujeto no se cura a punta de medicamentos y terapias adaptativas. La muerte, las pasiones, la sexualidad, la locura, el inconsciente, la relación con el otro, es lo que le da forma a la subjetividad, la cual excede ampliamente la constitución biológica.

lunes, 1 de noviembre de 2010

191. Desresponsabilización del sujeto en el discurso de la ciencia.

La pulsión es lo que hace que el psicoanálisis quede situado por fuera del discurso científico. Si el psicoanálisis está del lado de las ciencias naturales, es porque las ideas del psicoanálisis comportan un grado de indeterminación; su saber es incompleto y por lo tanto modificable, como lo es todo saber científico; si no fuera modificable sería un saber religioso. Freud quería hacer entrar al psicoanálisis dentro de las ciencias de la naturaleza; él ubicó allí al psicoanálisis, en contra de las ciencias humanas. Freud tenía una clara aspiración científica al querer hacer del psicoanálisis una ciencia dura, al igual que la física o la biología.

Bien que la pulsión no es un concepto biológico, tampoco se trata de un concepto antibiológico. La biología existe: el sujeto es poseedor de un organismo, de un sistema nervioso central y periférico, de unos genes que determinan en gran medida todos sus aspectos físicos, de un quimismo cerebral, etc. Pero la pulsión es más bien un concepto a-biológico, es decir, es un concepto ligado a lo biológico, pero que le pone un límite de la determinación biológica sobre el sujeto. La pulsión señala una causalidad inédita en el sujeto, una causalidad ignorada por la ciencia, y que incluye la causa de la posición sexual del sujeto, el cual debe responder en su existencia por la pregunta: "¿soy hombre o soy mujer?". Para las ciencias que insisten en las bases neurofisiológicas del comportamiento, la posición sexual de un sujeto depende de las hormonas, los genes, el tamaño del cerebro o el tipo de órgano sexual que posee.

Un buen ejemplo de la reducción de la verdad a un elemento de prueba formal en el discurso de la ciencia, es la explicación de que la psicología del amor se reduce a una sustancia estimulante y adictiva, la feniletinamina, la cual, cuando se dispara, produce una euforia en el sujeto. También los neuropsicólogos hablan del papel que cumplen algunos transmisores cerebrales, como la dopamina, la serotonina y la noradrenalina. El amor, entonces, es reducido a la presencia o ausencia de estas sustancias: si hay presencia de testosterona, dopamina y noradrenalina, entonces el sujeto está enamorado. Y si en lugar de amor hay amistad, se debe a la presencia de componentes químicos como la vasopresina, la oxitocina -de la cual dependen los vínculos: ¡es la teoría del vínculo reducida a una base fisiológica!- y las endorfinas. La atracción sexual dependerá de las feromonas y si la testosterona está muy alta, entonces habrá violencia intrafamiliar.

El producto de esta reducción del saber a una verdad científica, es la des-responsabilización del sujeto en un sin número de sus conductas. Es lo que el psicoanálisis denomina «forclusión del sujeto» -rechazo radical del sujeto en el discurso de la ciencia-. Así, por ejemplo, un sujeto que golpea a su mujer, dirá que no es responsable de ello, que la responsabilidad se le debe achacar a su alto nivel de testosterona en el cuerpo. Y si es infiel, esto obedece a su herencia genética, ya que sus ancestros primitivos varones, procuraban tener relaciones sexuales con varias mujeres a la vez, para garantizar la supervivencia de la especie, tal y como lo anunció una noticia científica aparecida recientemente en los periódicos del mundo. Ya un esposo infiel le puede decir a su mujer: “no soy yo, son mis genes”.

548. La lógica del fantasma: el «fantasma fundamental»

El décimo cuarto seminario de Lacan se titula La lógica del fantasma, un título que puede parecer paradójico o discordante, ya que el fantas...