El psicoanálisis establece una diferencia entre la necesidad y la demanda. A este nivel -el de la demanda- podemos situar dos tipos: una que se localiza al nivel de la necesidad y otra a nivel del amor. La necesidad tiene un carácter natural -alimento, agua, calor, etc.-, pero el psicoanálisis constata que la necesidad no se conoce más que a través de una demanda, una demanda dirigida a un Otro que satisface esa necesidad originaria: "tengo sed, tengo hambre". Ese Otro que satisface la demanda es un Otro que tiene lo necesario para satisfacer la necesidad. Pero junto al Otro que «tiene» también hay Otro que «no tiene».
Es a este Otro que no tiene al que se dirige la «demanda de amor», y entre estas dos demandas se sitúa el deseo. Entonces, hasta ahora tenemos: un Otro que tiene -tiene lo que el sujeto necesita para sobrevivir-, y un Otro que no tiene, que da lo que no tiene, es decir, que da amor -amar es dar lo que no se tiene-; y el deseo como resto: si después de satisfacer la necesidad Ud. sigue demandando, es porque está ya en juego el deseo. Por ejemplo, en el caso del niño que toma leche del pecho: ya está satisfecho a nivel de la necesidad -esta lleno-, pero sigue chupando del seno -desea ese objeto-.
Entonces, hay una transformación de la necesidad en demanda -porque la necesidad no se conoce más que a través de una demanda-, y un resto que es el deseo. Ahora bien, lo que el psicoanálisis llama la pulsión -que es el nombre que Freud le da al impulso sexual en los seres humanos- es ella misma una demanda, es una forma de demanda. “La distinguimos en tanto encontramos en la experiencia analítica una demanda que no podemos interpretar; donde no hay que interpretar. Hablamos de deseo cuando encontramos, al contrario, una demanda que podemos interpretar” (Miller, 1991, p. 52). Esta demanda que «habla» se distingue de otra que «no habla», una demanda silenciosa: esta es la pulsión. Entonces podemos decir que el deseo y la pulsión son dos momentos de la demanda.
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