jueves, 11 de noviembre de 2010

197. Tres respuestas de la mujer a la castración.

Hay dos respuestas fundamentales de la mujer a la castración, a este no tener el falo: adquirir lo que no se tiene o hacerse ser el falo. Transformar ese no tener en ser es lo que se denomina clásicamente la falicización del cuerpo de la mujer, lo cual la convierte en objeto de deseo de los hombres en la medida en que ellos no tienen el ser; ellas se presentan, entonces, como un bien supremo. La segunda respuesta o solución en la mujer, propuesta por Lacan, es que si la mujer no lo tiene -el falo-, lo puede pasar a tener adquiriendo un hombre. Ella lo tiene haciendo uso del falo del hombre. Es lo que se denomina la fetichización del órgano masculino por parte de una mujer.

Una tercera respuesta a la castración femenina, tal vez la más conocida, es apropiarse de un niño como don del hombre, en la medida en que ella simboliza el falo en el niño. Esto no es sin consecuencias, porque una vez se tiene ese equivalente del falo que es el niño, el hombre pasa a un segundo lugar; es desplazado y, dice Miller (2002), queda como un accesorio. El marido es un accesorio, es como la fórmula de la mujer con hijos, un accesorio y nada más. Esta situación puede conducir a ese hombre a, por ejemplo, ser infiel, primer paso para la ruptura de la relación de pareja. Otros hombres, en cambio, se resistirán a ser padres para lograr ser ellos mismos hijos de sus esposas, lo cual no deja de ser patético en la mayoría de los casos. Lo cómico de este asunto, es que el mismo Freud consideró que una relación en la que el hombre se constituye en uno más de los hijos de una mujer, suele ser una relación duradera.

El hombre se la pasa protegiendo su posesión -el falo-, lo cual lo hace un sujeto, no solo conservador, sino aburrido, poco interesante. Para cuidar su posesión se comporta como un ser egoísta: no lo comparte, y entonces se masturba; la práctica masturbatoria es una forma de no darle a nadie lo que tiene. ¿Cómo responde la mujer a esto? Una verdadera mujer le sabrá mostrar al hombre lo ridículo que se ve con su posesión. La verdadera mujer es aquella que es opuesta a la mujer fálica, esa que desmiente la posición de ser la que no tiene. De ahí que sea tan difícil encontrar verdaderas mujeres, es decir, mujeres que operen, que se posicionen desde su no tener. Por eso la mujer que es el falo no es una buena amante, así lo parezca; para amar al otro se necesita reconocer la castración, es decir, reconocer que no se tiene. Amar significa desear ser amado por el otro, hacer surgir en el otro la falta. En este sentido, el amor parece ser una condición femenina, en la medida en que ella es la que no tiene. Como el hombre tiene, le cuesta amar, le cuesta reconocer que no tiene, le cuesta reconoces su propia castración, de ahí que sea tan terco: le cuesta reconocer sus propias faltas. Pero como la mujer no lo tiene, juega a parecer que lo tiene. Es la mascarada femenina, es el juego del semblante en las relaciónes de pareja (Miller, 2002).

2 comentarios:

  1. Desde la ignorancia lacaniana, ¿no es más fácil pensar que cada uno tenemos un sexo distinto y ambos necesitamos del otro?

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    1. Claudia, en efecto, eso es lo fácil: repetir lo que nos enseña el discurso imperante: que necesitamos del otro, cuando en realidad no es exactamente así.

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