196. ¿Por qué el hombre es el sexo débil?

Ya sabemos que los seres humanos subjetivan la diferencia sexual diciendo: "los niños tienen pene, las niñas no lo tienen". Aquí se juegan asuntos subjetivos muy importantes y de enormes consecuencias en cada uno de los los sexos. Freud, por ejemplo, indicó claramente cómo el hecho de que el hombre lo tenga -forma como subjetiva la posesión de ese órgano-, hace que él se sienta superior con respecto a la mujer -que no lo tiene-. Pero tenerlo, como bien lo señala Freud, no es para nada una ventaja, porque si se lo tiene, se lo puede perder; el hombre, entonces, vive permanentemente temeroso de perder su posesión. La mujer, en cambio, no tiene nada que perder y en este sentido, está en una posición más ventajosa. Ella, como lo señala Miller (2002), es un sujeto con agallas, más audaz y hasta más libre. El hombre, por tanto, es más cobarde que la mujer. El hombre, entonces, subjetiva al falo como una posesión que lo hace superior, pero está permanentemente amenazado de perderlo.

El no tengo de la mujer la coloca, pues, en una posición de inferioridad, y la clínica nos enseña que muchas mujeres, en verdad, se sienten inferiores a los hombres por no tener lo que ellos sí tienen. Pero esta posición las lleva a desearlo, a buscarlo, a tenerlo y, fundamentalmente, a serlo. “Ser en vez de no tener es la metáfora fálica de la mujer, es uno de los caminos de la solución femenina, que muestra al mismo tiempo que en el hombre el tener impide el ser...” (Miller, 2002, pág.154).

En este sentido, el tener, que es un asunto masculino, resulta inferior al ser, que es un asunto femenino, de tal manera que en la "relación" entre los sexos, en la que el hombre parecía reírse de la inferioridad femenina, resulta encartado con esto del tener, ya que por tener, no es. En otras palabras: el tener, que equivalía a una superioridad, resulta ser lo contrario: una inferioridad. Así pues, quien resulta ser el sexo débil es el que se ha denominado corrientemente como el sexo fuerte: el hombre. Él aparece constantemente amenazado por la castración -la amenaza concierne al macho, dice Miller (2002)-, mientras que la mujer padece de la nostalgia del no tener, y por tanto, envidia la posesión del macho, lo cual marca su deseo; “su deseo esta marcado por este no tener.” (Miller, pág. 155).

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