Los sujetos que se conducen con ingenuidad ante los demás, cometen un error imperdonable. Es lo que se llama «el error de buena fe». Es el error de todos aquellos sujetos que toman sus deseos por realidades, y tomar los deseos por realidades es de cierta manera creer que existe sólo una realidad: la propia.
El sujeto que toma sus deseos por realidades piensa que el mundo debe «marchar» de la misma manera a como él «marcha» en el mundo, sin tener en cuenta que el mundo «camina» de muchas y variadas maneras que para nada coinciden con la manera de «caminar» de cada uno. Este tipo de sujetos suelen guiarse por sus buenas intenciones -lo que el filósofo Hegel denominó «el alma bella» o la ley del corazón-. Son precisamente las almas bellas las que se quejan de que los demás abusan de ellas. Son sujetos que quieren hacerle el bien a todo el mundo, pero en la medida en que quieren un mundo hecho a la medida de sus deseos, son, paradójicamente, fuente de agresividad por parte de los sujetos que los rodean.
El alma bella es alguien que se queja de lo mal que le paga el mundo; son como esas madres que queriendo lo mejor para sus hijos -que no sufran, que no pasen dificultades, ni desengaños, ni nada-, se quejan de lo malagradecidos que ellos son con ellas. Pero precisamente, en la medida en que un sujeto tiene las mejores intenciones con otro, recibirá a cambio, en contragolpe, una serie de agresiones, maltratos y reclamos que se explican solamente si se piensa que existe una estrecha relación entre la posición subjetiva del que comete el error de buena fe, y el sujeto que le paga mal por ello.
Lo que sucede es que, en la medida en que un sujeto tome sus deseos por realidades y que el mundo se conduzca según su parecer, en esa misma medida estará desconociendo los deseos de los demás, y cuando a un sujeto se le desconocen sus propios deseos, que es como decir, su propia realidad, su respuesta a esto siempre será agresiva. Ignorar los deseos de los demás tendrá sin cesar este efecto: a los sujetos les disgusta que se ignoren sus propios deseos, sus propias realidades, su subjetividad.
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