La droga le ayuda al drogadicto a hacerse a una «identidad» en la medida en que hay una «identificación» con el objeto-droga. «Ser alcohólico» o «ser drogadicto» es tener ya asegurada una identidad, un lugar en el mundo, a la vez que recurrir a una sustancia psicoactiva le cierra al drogadicto el acceso a la cuestión de resolver su «identidad» como hombre o como mujer. De cierta manera, cuando la droga brinda una respuesta al nivel de la «identidad», el sujeto se aparta de la pregunta por su «identificación» sexual.
Al identificarse como «adicto», el sujeto se asegura de una «identidad», lo cual dificulta enormemente el tratamiento, ya que los seres humanos no se desprenden fácilmente de sus identificaciones. Decir «soy drogadicto» o «soy alcohólico» es una forma de presentarse ante la sociedad, y de hecho, así se presentan los sujetos que pasan por una comunidad terapéutica, llámese esta Alcohólicos Anónimos o Adictos Anónimos: «me llamo fulano de tal y soy alcohólico»; es una identificación brutal al «yo soy drogadicto».
El hacerse a una identidad a través del consumo de un objeto es uno de los beneficios secundarios de dicho consumo. Igual sucede cuando se consumen «marcas»; se adquiere cierto estatus y por lo tanto una identidad cuando se compran las marcas que están de moda. A partir del consumo de ciertos productos es que se pueden clasificar a los jóvenes de hoy: los «trans», los «gomelos», los «yupis», los «chirris», los «alternativos», etc., y también, por supuesto, los «drogadictos». Pero el consumo de sustancias psicoactivas también conlleva un beneficio primario: el tipo de satisfacción que le produce la droga al sujeto que la consume.
Ahora bien, ¿cómo es posible que el consumo repetido de un «veneno» le brinde una satisfacción al consumidor? Sobretodo tratándose de una toxina que, más que hacerle un bien, le causa un malestar moral y un daño físico. Se trata de una satisfacción que vale más que la vida misma, y que no se debe asociar al placer; es una extraña satisfacción que se sitúa más allá de todo placer -y que Lacan denominó «goce»-.
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