sábado, 28 de agosto de 2010

138. «¿Quién está enfermo, la cultura o yo?»

Los profesionales que manipulan a la sociedad de consumo conocen muy bien el poder de la palabra «nuevo» para vender. La ciencia, en su alianza con la economía de mercado, lanza todos los días nuevos objetos tecnológicos que hacen que lo nuevo permanezca cada vez menos y menos tiempo nuevo. Así pues, la novedad se hace cada vez más insistente y exigente, y a su vez, establece una rivalidad de carácter mortífero con todo lo que es obsoleto. (Miller, 1998). El computador que se compra hoy, ya mañana es viejo: hay que actualizarlo o comprar uno más poderoso. Así pues, lo nuevo parece ser sólo nuevo en el minuto presente; en el siguiente pasa a ser viejo. ¿Cómo se defienden cada uno de los seres humanos que habitan esta sociedad, de la decadencia en la que entran a partir de la exigencia permanente de lo nuevo?

Frente al síntoma de la novedad que caracteriza a la cultura de hoy, lo único que puede resistir el carácter sintomático de lo siempre nuevo, es otro síntoma. (Miller, 1998). Todos los seres humanos, en algún momento de su vida, se experimentan a sí mismos como desechos de la cultura contemporánea, ya sea porque no hay experiencias nuevas en su vida, o porque no se sienten bellos con relación al patrón de belleza que propone la cultura, o porque no usan la ropa de moda, o no han comprado el último televisor, etc. En todo caso, si no se está con lo último, se está caduco, desactualizado. Y estar desactualizado es, de cierta manera, un síntoma con respecto a la norma de la cultura.

Si se sigue la norma de la cultura de consumir siempre lo nuevo, entonces a esto se le llama alineación. Pero si no se siguen los imperativos culturales, si no se marcha al ritmo de la moda, esto es un síntoma respecto del patrón cultural, y a esto se le llama separación. Así pues, la norma social es sintomática, pero si no sigo la norma, si no me inserto en las exigencias de la cultura, también es sintomático. Por esto los seres humanos contemporáneos se hallan ante aquello que constituye el malestar de la cultura de hoy, el cual se podría formular así: «¿Quién está enfermo, la cultura o yo?».

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