miércoles, 11 de agosto de 2010

130. El hombre de comienzos de siglo.

W. Erb, neurólogo de comienzos de siglo, citado por S. Freud en su texto La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna (1908), decía: «...las extraordinarias conquistas de la Edad Moderna, los descubrimientos e invenciones en todos los sectores y la conservación del terreno conquistado contra la competencia cada vez mayor, no se han alcanzado sino mediante una enorme labor intelectual, y sólo mediante ella pueden ser mantenidos. Las exigencias planteadas a nuestra capacidad funcional en la lucha por la existencia son cada vez más altas, y sólo podemos satisfacerlas poniendo en el empeño la totalidad de nuestras energías anímicas. Al mismo tiempo, las necesidades individuales y el ansia de goces han crecido en todos los sectores; un lujo inaudito se ha extendido hasta penetrar en capas sociales a las que jamás había llegado antes; la irreligiosidad, el descontento y la ambición han aumentado en amplios sectores del pueblo; el extraordinario incremento del comercio y las redes de telégrafos y teléfonos que envuelven el mundo han modificado totalmente el ritmo de la vida; todo es prisa y agitación; (...) hasta los 'viajes de recreo' exigen un esfuerzo al sistema nervioso. (...) La vida de las grandes ciudades es cada vez más refinada e intranquila. Los nervios agotados, buscan fuerzas en excitantes cada vez más fuertes, en placeres intensamente especiados, fatigándose aún más en ellos. La literatura moderna se ocupa preferentemente de problemas sospechosos, que hacen fermentar todas las pasiones y fomentar sensualidad, (...) las artes plásticas se orientan con preferencia hacia lo feo, repugnante o excitante, sin espantarse de presentar a nuestros ojos, con un repugnante realismo, lo más horrible que la realidad puede ofrecernos.»

Así describe Erb la vida de los seres humanos ¡a comienzos del siglo XX!, descripción que coincide totalmente con el inicio del siglo XXI. Palabras más que proféticas las de Erb. Nada indica que halla en el futuro cercano ese tan anhelado cambio en la «conciencia» del hombre, sino más bien una exacerbación de sus conflictos psíquicos y una vida cada vez más agitada.

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