Es un hecho que el pase tiene una función política para las Escuelas de orientación lacaniana, y a dos niveles: uno institucional, y otro clínico. En el ámbito institucional, el pase, específicamente la Proposición del pase, hecha dentro de la Escuela tres años después del Acta de fundación de 1964 de Jacques Lacan, se constituyó en un momento de ruptura con lo establecido por Freud y en un momento de subversión dentro de la misma institución; el pase introdujo un desplazamiento de fuerzas, un deslizamiento de poder en la Escuela, ya que con él no se trata más de sostener los semblantes de jerarquía y estatus dentro de la institución analítica -semblantes que ocultan lo real en juego en la formación de los analistas-, sino, apuntar a lo real, -a lo imposible de soportar de cada sujeto-; a ese real ante el cual Lacan no estaba dispuesto a ceder. Anuncia así Lacan el primer principio de su política: «no ceder ante lo real en juego en la formación de los analistas». A nivel clínico, el pase introduce una exigencia a todos aquellos que desean entrar a la Escuela, y es la de dar cuenta de que en el análisis personal se ha llegado a un final. Así pues, el candidato a la Escuela es invitado a testimoniar de ese paso que él da de analizante a analista, para verificar si en ese acto, hay o no analista.
La Proposición del pase testimonia evidentemente de la preocupación política de Lacan, en conexión con la enseñanza, con la orientación. Pero fundamentalmente, si el pase tiene una función política es porque sirve para el reclutamiento de los analistas en la Escuela; es por medio de dicho dispositivo que se accede a ella, si bien hay otros. Pero esta función política del pase, tanto a nivel clínico como institucional, no agota todo lo que se puede decir acerca de dicha función. Si bien con el pase se recluta a los analistas que ha su vez han dado cuenta de su propio análisis, queda por saber cuáles son las consecuencias políticas de sus testimonios, tanto a nivel clínico como institucional.
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