Para reconocer la autoridad del analista, Lacan creó una institución, la Escuela, y en ella, un dispositivo, el pase, de tal manera que la autoridad del analista no solamente fuera reconocida afuera, en extensión, sino también adentro, en intención, es decir, al interior de la misma comunidad analítica. De esta manera, el pase, que es un control de las capacidades del analista, se constituye en un elemento fundamental de la política lacaniana, dentro de la institución psicoanalítica.
El pase -ese examen que se le hace al analista que así lo desea- está en el corazón de la Escuela y constituye su fundamento; la Escuela es la «Escuela del pase», y esto implica necesariamente una dimensión política. Esta es la razón por la que Miller, cuando inició actividades la Escuela del Campo Freudiano, lanzó la fórmula «No a la clínica sin la ética» a nivel del pase, y de acuerdo al uso que Lacan hace del término política, eso podría traducirse como «No hay clínica sin política», ó también, «no hay pase sin política».
El pase es, entonces, una de las políticas de la Escuela, y esto en la medida en que hay un real en juego en la formación de cada analista. Es sobre ese real que está fundada la Escuela, por eso ella exige, con el procedimiento del pase, una elaboración de la relación que tiene cada analista con la causa analítica, relación que es propia de cada uno, original. Por esto, en el dispositivo del pase se pone en juego una dimensión de invención, que es la que se busca transmitir a través de dicho procedimiento. Se puede decir entonces que la «política del pase» es una política de la sorpresa, de lo original, de lo inédito, una política que apunta a la invención de saber. Por ello, el psicoanalista como tal no se aprehende más que políticamente, es decir, a través de la prueba del pase.
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