265. ¿Está el discurso analítico al servicio del discurso político imperante?

Lacan responde que no: “No hay ninguna razón para que nos hagamos los garantes del ensueño burgués” (Lacan, 1988, p. 362). El ensueño burgués, tal y como lo entiende Lacan, consiste en promover, hasta sus últimas consecuencias, el ordenamiento universal del servicio de los bienes, movimiento en el que se arrastra hoy en día a todo el mundo. Pero, “El ordenamiento del servicio de los bienes en el plano universal no resuelve sin embargo el problema de la relación actual de cada hombre en ese corto tiempo entre su nacimiento y su muerte, con su propio deseo.” (p. 362).

Sólo existe el discurso psicoanalítico como aquel que es capaz de ofrecer al hombre la posibilidad de resolver el problema de la relación con su propio deseo, de tal manera que lo enfrente con la realidad de la condición humana. Así pues, “La ética del análisis no es una especulación que recae sobre la ordenanza, sobre la disposición, de lo que se llama el servicio de los bienes. Implica, hablando estrictamente, la dimensión que se expresa en lo que se llama la experiencia trágica de la vida” (Lacan, 1988, p. 372).

Se puede, entonces, delimitar a partir de ahora, dos campos de acción de la ética -léase también política- tradicional y la ética del psicoanálisis: la una al servicio de los bienes, la otra al servicio del deseo, núcleo de la experiencia de la acción humana y sobre el cual es posible hacer un juicio ético: “¿ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita?” (Lacan, 1988, p. 373). Justamente es a este polo del deseo que se opone la ética tradicional, la ética de la política moderna, de la cual se puede decir que forcluye el deseo. Es verdad que lo explota, lo usa para sus fines, es a él al que dirige sus promesas, pero lo forcluye porque de la estructura del deseo, nada quiere saber; además, no le conviene, porque entonces sería su fin. Por eso Lacan concluye diciendo -aludiendo a Alejandro llegando a Persépolis al igual que Hitler llegando a París-: “La moral del poder, del servicio de los bienes, es: En cuanto a los deseos, pueden ustedes esperar sentados. Que esperen” (p. 375).

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