Lacan (1984) sitúa a la política, desde La dirección de la cura y los principios de su poder, en el nivel de la ética y de lo que está en juego en el fin de análisis, lo cual no deja de ser extraño, ya que, aparentemente, ética y política son en principio dos conceptos antagónicos. Se puede preguntar, entonces, si la política es un concepto que conviene poner en relación con el de ética del psicoanálisis.
Dice Lacan (1984) en el texto citado: “(...) el analista es menos libre en su estrategia que en su táctica. Vayamos más lejos. El analista es aún menos libre en aquello que denomina estrategia y táctica: a saber, su política, en la cual haría mejor en ubicarse por su falta de ser que por su ser” (p. 569-70). Así pues, el nivel de la política es el tercero de una serie de niveles, que responden a la pregunta de cómo el psicoanalista es convocado en la cura. La respuesta de Lacan es que cuando un analista dirige una cura, él paga en tres especies de monedas: con palabras, es decir, la interpretación; con su persona, soporte del fenómeno de la transferencia; y con aquello que hay de más esencial en él: con su juicio más íntimo. Estos pagos constituyen a su vez tres niveles de intervención del analista -y cuando se habla de intervención se puede traducir por «política del analista»-: primero está el nivel de las palabras que se elevan a la dignidad de la interpretación, es decir que se elige una palabra que cambia la vida del paciente -el poder de la palabra en un análisis-. Este es un nivel político de la palabra; la política del poder de la palabra es entonces una de las políticas del analista: elegir algo misterioso, opaco, una palabra que introduzca un malentendido, que llame a otras palabras, que tenga como efecto la asociación libre del paciente, que abra el inconsciente. Este nivel, el nivel de la interpretación, es el nivel de la táctica, que, como dice Lacan, es el de mayor libertad en el analista.
El segundo nivel, donde el analista paga con su persona, es el de la transferencia, y corresponde al nivel de la estrategia; es un nivel de menos libertad, ya que aquí el analista no puede elegir demasiado, debe hacer sólo lo justo, en la medida en que el paciente lo convoca a un cierto lugar, le da un lugar preciso en la transferencia. El tercer nivel es aquel en el que el analista se compromete sobre aquello que hay de esencial en su juicio más íntimo. Este es el nivel específicamente político; es el nivel donde se sitúa el «núcleo del ser», allí donde el analista se las tiene que ver con su deseo, es decir, con su falta en ser. A este nivel, la libertad del analista es nula, no tiene ninguna libertad; su deseo de psicoanalista, su ética como analista, están en juego, al igual que la política de su cura.
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