La explotación sexual infantil con fines de prostitución y pornografía, lo cual se puede pensar como una forma de abuso sexual en los niños, son fenómenos ligados a lo que se denomina corrientemente «la crisis de la contemporaneidad», la cual es un efecto de la actual sociedad de consumo, resultante del matrimonio entre la ciencia y el mercado, unidos para explotar el deseo del hombre con el capitalismo. Dicha crisis también se ve reflejada en una serie de fenómenos actuales como el cambio de los valores socioculturales, familiares y personales, la violencia intrafamiliar, la destitución de la figura y la función paterna dentro de la institución familiar, el madresolterismo y las toxicomanías, fenómenos todos que se convierten en «caldo de cultivo» para la aparición de la explotación sexual infantil.
Es claro que la prostitución forzada, así como el tráfico de personas y el abuso sexual de infantes, se constituyen en síntomas sociales que “se sostienen en la existencia de un «mercado», de un negocio con seres humanos que convierte a las víctimas en objetos susceptibles de ser incorporados en transacciones de tipo comercial” (Álvarez, 2009), es decir, que en esta dialéctica de la sociedad de consumo, queda borrada la dimensión subjetiva de las personas y su deseo.
Cuando se explota o se venden niños con fines de prostitución, y aún cuando se abusa sexualmente de ellos, no hay ninguna implicación subjetiva por parte del abusador o explotador sexual, el cual establece una relación con la “víctima”, no por medio de la palabra, sino por medio de la intimidación, la amenaza y la agresión. Los niños son entonces reducidos a «cosas», objetos de intercambio comercial, de tal manera que no hay ya diferencia entre ellos: todos son iguales, es decir, todos son tratados como meras mercancías; ya no interesa «quienes» son, de dónde vienen, que les gusta hacer, que sueños tienen; simplemente pasan a ser objetos de una negociación. Este fenómeno de «desubjetivación» del sujeto en la sociedad de consumo contemporánea, es lo que explica la exacerbación de los fenómenos arriba enumerados y, por tanto, la aparición de la denominada «crisis de la contemporaneidad». Frente a la explotación sexual del menor cabe, entonces, preguntarse por la posición que conviene asumir ante esta problemática.
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