martes, 22 de marzo de 2011

271. La eterna lucha «pulsión Vs. cultura»

La denuncia de que la desgracia de los seres humanos viene de las condiciones económicas, es freudiana (Leguil, 1998). Las concepciones materialistas de la historia no son otra cosa que el resultado de la superestructura de las condiciones económicas. La misma ideología es el resultado de unas condiciones económicas, y si bien el campo económico es un campo verdadero, no es toda la verdad. Hay otro campo: el campo del inconsciente, donde el peso del pasado es independiente de las condiciones económicas. Hay entonces una alienación económica, pero también hay otra alienación del sujeto a los ideales de su pasado.

Por lo general, en el proceso de hominización, la influencia de los factores económicos es sobrestimada y la de los factores sexuales subestimada. Es verdad que la base sobre la que reposa la humanidad es en última instancia de naturaleza económica: no se puede vivir sin trabajar; Freud mismo señaló cómo la pulsión sexual es volcada en el trabajo y que así como el hambre regula al amor y el trabajo regula a la sexualidad, la civilización rechaza a la pulsión. Pero el deseo de Freud, al denunciar todo esto, era que hubiese más lugar para el amor, para la sexualidad y para la pulsión en su relación con la vida.

Mientras más avanza la civilización, hay mayor represión sexual por causas económicas, por tener que trabajar para sobrevivir, pero Freud se opuso a esto y buscó darle un lugar más substancial al amor y a la pulsión. Por consiguiente, la pulsión sexual y la civilización son inconciliables, a tal punto que la especie humana puede llegar a extinguirse a causa de ésta última. En esto hay un carácter visionario en Freud: La cultura, que rechaza el sexo, puede llegar a apagar la libido. Es la eterna lucha «pulsión Vs. cultura», lucha que hay que leer así: El gran Otro está siempre sobre el goce -A/J-, es decir, que el Otro del significante reprime el goce, de tal manera que sólo el goce sexual involucrado en la reproducción, sería el único tolerable por la cultura, es decir, el goce que hace de un hombre un padre y de una mujer una madre.

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