miércoles, 23 de marzo de 2011

272. Misión política de los psicoanalistas.

Con respecto al trabajo y la cultura, la idea de Freud es que el primero reprime la libido, y la segunda reprime la pulsión, y si bien él luchó contra la opresión sexual, hay que señalar que la licencia sexual que se observa contemporáneamente, es también causa de sufrimiento neurótico, lo que se puede traducir como «a menor represión, mayor pulsión» -y por lo tanto, paradójicamente, mayor sufrimiento-. Entonces, ¿qué hacer? La respuesta del psicoanálisis es que no es a causa de la cultura que hay sufrimiento, sino que la cultura está hecha para reprimir la pulsión. Así pues, no se puede pensar más a la cultura como la causa del sufrimiento, sino que ella es efecto, es síntoma. La cultura es el síntoma del fracaso de los seres humanos por reprimir la pulsión. Cuanto más se reprime la pulsión, más la pulsión persevera, volviendo a los seres humanos culpables. En el fondo, toda sociedad está construida sobre la tentativa de limitar la pulsión; así por ejemplo, si se piensa que el hombre explota al hombre para gozar más, a partir de que la cultura es un síntoma -un efecto-, habría que pensar que la explotación es una de las formas que tiene el ser humano para tratar a la pulsión.

Existe pues, desde Freud, una asignación política dada al psicoanalista en nombre de la razón, y es la de luchar contra los traumatismos infligidos a la pulsión y contra la ilusión provocada por la sed de autoridad. La autoridad es invocada precisamente para ponerle un límite a la pulsión. Pero la nueva misión que Freud le asigna a los psicoanalistas -misión de carácter político- es la de habituar a los hombres a vivir sin ilusiones. Por ejemplo, al nivel de los ideales de justicia social, Freud propone el abandono de dichos ideales. Si Freud asigna esto al psicoanálisis es para hacer de la justicia, no un ideal, sino una certeza, es decir, la causa de un deseo. No se trata para nada de suprimir los ideales de la sociedad, sino hacer de esos ideales, no ideas, sino puntos de real. Por eso al psicoanalista le inquieta el hecho de que los valores humanos sean ideales, y no puntos de certeza.

Entonces, la lección política de Freud es que cada uno sienta en sí mismo esa profunda maldad que habita en cada ser humano -la pulsión de muerte-, no como algo moral, sino como un punto de certeza (Leguil, 1998); que cada sujeto haga la experiencia de esa porquería, no como ideal, sino como que nuestro ser está en la pulsión, y que la pulsión arruina los ideales -es de esto que se testimonia en el pase-. Esta es la razón por la que, para un psicoanalista, la igualdad, la libertad y la fraternidad no son valores, sino síntomas de la sociedad contemporánea.

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