lunes, 28 de diciembre de 2009

25. El flechazo de amor.

¿Qué es lo que despierta el amor de un hombre por una mujer y viceversa? Se puede decir que lo que desencadena el enamoramiento de un sujeto por otro es una imagen y/o un rasgo que proviene del otro en quien el enamorado se ha fijado.

No es lo mismo un rasgo que una imagen. La imagen suele ser totalizante; abarca a toda la persona; tiene que ver con la imagen que ella proyecta: de bienestar, de salud, de tranquilidad, de completud, etc.; se trata de una imagen que se suele adornar con cualidades. El rasgo, en cambio, no es totalizante, sino que más bien descompleta la imagen: es ese pequeño atributo del otro que llama la atención del enamorado; se puede tratar de un adorno que hace parte de la imagen del amado: el color de sus ojos, su mirada, las trenzas de su cabello, su andar, sus pies descalzos, la forma de sus caderas o el color de su piel, su carácter, lo bondadoso o lo fuerte que sea, etc. Se podría decir que a cada sujeto se le desencadena su pasión cuando encuentra un rasgo particular, físico o de personalidad, en el otro. Es por esta razón que cada ser humano se enamora cada vez del mismo tipo de personas.

Se puede concluir que lo que desencadena el amor es decididamente una imagen, una imagen que proviene del semejante. No se trata nunca de cualquier imagen; si así fuera, un hombre podría amar a cualquier mujer, o viceversa, y resulta que un hombre no ama a cualquier mujer, sino que ama a alguien, a una mujer en particular, o mejor, ama la imagen que esa mujer en particular le proyecta. Por eso hay enamoramientos que se inician repentinamente, cuando se ve a ese otro sujeto en un encuentro inesperado. Ese enamoramiento repentino, despertado por la imagen del otro, es lo que los amantes denominan el flechazo de amor.

Lo que sucede en este momento es que la imagen del otro fascina al sujeto, lo encanta, lo enamora, por tratarse, justamente, de una imagen aparentemente completa. El enamoramiento no es otra cosa que sentir la pasión del amor y éste surge allí donde la imagen del otro ha cautivado al amante.

viernes, 25 de diciembre de 2009

24. El amor es narcisista.

Cuando se ama se evidencia, en ocasiones, que la pareja comparte los mismos gustos; se parecen el uno al otro en su forma de ser o de pensar, etc. Sucede que cuando se ama, se está amando, de una u otra manera, en el otro, algo de sí que ha sido idealizado. Si la imagen que aviva la pasión es cautivadora, es porque aparece próxima a representaciones que tiene el sujeto de sí mismo, y esto enamora. Muchas parejas son opuestas o diferentes, pero inconscientemente se desea, de alguna forma, ser como el otro.

Por lo anterior el psicoanálisis dice que el amor es narcisista. El narcisismo es el amor que un sujeto se dirige a sí mismo; es el amor a la propia imagen. Esto hace del amor algo engañoso, ya que se ama a alguien en tanto que representa la imagen que un sujeto tiene o le gustaría tener de sí mismo.

El amor narcisista suele ser egoísta; el sujeto enamorado espera que el otro le corresponda en todo lo que anhela. El amante quiere al otro hecho a su imagen y semejanza, y cuando no se siente correspondido en esto, aparecen las diferencias en la pareja. Cuando el otro no corresponde más a la imagen que se tenía o se esperaba de él, esa imagen cambia, decae, surgen las diferencias y con ellas el sufrimiento en el amor. Se sufre en el amor porque el otro no es como yo quisiera que fuera, es decir, como uno mismo.

Todo amor, por tener una estructura narcisista, conlleva una dosis de sufrimiento. El enamorado siempre tiene la esperanza de que el amado sea igual a él: que piense igual, que haga las cosas como él las haría, que haga el amor cuando él lo desea, que vean el mismo programa de T.V., que cuide al niño, etc. Pero ocurre que el otro a quien se ama es diferente a uno mismo, y cuando aparecen esas “pequeñas diferencias” se presenta el desamor, y con él el sufrimiento, ya que esas “pequeñas diferencias” suelen ser insoportables. El amor que se sostiene en un enamoramiento así, es muy probable que conlleve siempre una gran dosis de sufrimiento. ¿Será posible un amor que no se sostenga en la idealización?. Esta es una pregunta que cada sujeto debe responder.

lunes, 21 de diciembre de 2009

23. El amor es ciego

Cuando un sujeto es fascinado por otro, puede caer en ese estado que se llama «enamoramiento»; se trata, en efecto, de un enmora-miento, es decir, que la persona “flechada” puede muy fácilmente mentirse a sí misma, engañarse. Esto porque la imagen del otro, en tanto que fascina, es vista como perfecta, completa. Es frecuente notar como todo enamorado percibe a su amado como alguien ideal y dice de él cosas como: “es todo para mi”, “no podría vivir sin ella”, “veo por sus ojos”, etc. El enamorado no admite que su amado pueda cometer faltas graves o que sea alguien inconveniente; se miente a sí mismo y por eso se dice que el amor es ciego.

El amor es ciego cuando un sujeto se enamora de la imagen del otro como Ideal, es decir, que considera al sujeto amado como alguien único y superior; el lenguaje popular, siempre tan certero, dice que se lo ha puesto "en un pedestal". ¿Por qué el amor es ciego? Porque los sujetos infalibles no existen. Los seres humanos todos tienen defectos o cometen errores. La perfección a nivel del ser humano es solamente un ideal, es ilusoria, y cuando un sujeto representa un ideal para otro, esto introduce el engaño en el amor.

El amor tiene una estructura de engaño. El enamoramiento ciega al amante haciendo que no reconozca en el otro carencia alguna. El amor, sostenido en un enamoramiento así, deslumbra y por lo tanto engaña. Pasar a un matrimonio o a una convivencia en pareja bajo estas circunstancias, puede tener su riesgo, ya que tarde o temprano esa imagen ideal que representa el otro al que se ama, se rompe, "cae de su pedestal", deja de ser ideal y se empieza a ver tal y como es en realidad. Esto sucede en el momento menos esperado, cuando aparecen las diferencias entre los amantes: el compañero comete algún error, se devela con defectos, peca en algo, no es más como lo imaginaba el otro, etc. Muchas de las discusiones de los enamorados se basan en esas “pequeñas diferencias” que encuentra el uno en el otro y que antes no se reconocían porque el amor, cuando ciego, no dejaba verlas.

jueves, 17 de diciembre de 2009

22. Amor, frigidez e infidelidad.

Arrojan luz sobre el enigma de la frigidez femenina, ciertos casos en que la mujer, tras el primer encuentro sexual y tras cada uno de los siguientes, expresa sin disimulo una hostilidad hacia su compañero. Lo insulta, se enfada con él y puede llegar hasta a agredirlo, y esto a pesar de que lo ama.

El psicoanálisis ha deducido las intenciones inconscientes que colaboran para producir esta paradójica conducta. Sucede que para muchas mujeres el primer coito moviliza toda una serie de afectos que ella no logra explicar, debido a que en sus orígenes se hayan pensamientos que son inconscientes, que se relacionan con su propia historia y que representan la forma como ha conquistado una posición sexual en la vida.

Hartas veces la primera relación sexual no significa más que un desengaño, y la mujer permanece fría e insatisfecha. Es común que se requiera de tiempo y la frecuente repetición del acto sexual para que se produzca la satisfacción anhelada. De aquí resulta la frigidez, la cual en numerosas ocasiones ningún empeño del esposo consigue superar.

Hay que tener en cuenta también, al explicar la frigidez, el dolor que se infringe a la mujer virgen en la desfloración y la ofensa que pueda sentir en su amor propio por la destrucción del himen, el cual ha sido objeto de un particular valor cultural, y la consecuente desvalorización que obtiene la mujer una vez que ha sido desflorada -aunque esto, indudablemente, ha cambiado muchísimo en los últimos años-.

Otra razón de desengaño a raíz del primer coito, es que la expectativa que se tenía no coincide con el resultado y éste puede ser contrario a lo esperado. Hasta ese momento, en la mujer criada con firmes principios morales, la sexualidad estuvo asociada con la más fuerte prohibición. Por eso mismo, muchas mujeres no sienten satisfactorio el acto sexual legal y permitido, como el que se da en una pareja casada. El amor en una mujer puede perder su valor si para ella otros saben de él. Así pues, esto explicaría por qué muchas esposas solo reencuentran la emotividad y el gusto por las uniones sexuales en una relación prohibida que deba mantenerse secreta.

domingo, 6 de diciembre de 2009

21. Servidumbre y amor.

La esencia de la monogamia está en la aplicación del derecho de propiedad exclusiva sobre una mujer. Hasta hace poco era privilegio del marido reclamar dicho derecho, a la vez que exigía de la novia que fuera virgen y que no trajera al matrimonio el recuerdo de relaciones sexuales con otro hombre. Esta estimación por la virginidad de la mujer ha cedido bastante en nuestra cultura, como efecto de la denominada “liberación sexual” de los ´60.

En el pasado, para que un hombre pudiera garantizar la posesión de la mujer sin sobresaltos, era necesario que ella conservara un estado de servidumbre; además, las mujeres eran educadas para ser sumisas. Las cosas han cambiado y las mujeres ya no son lo dóciles que eran. Dicho cambio sobrevino también después de que la mujer conquistara para ella una serie de derechos civiles a los que no tenía acceso como el hombre.

Pero existe otro tipo de servidumbre, que caracteriza sobretodo la vida amorosa de la mujer, y que se denomina servidumbre sexual. Dicha sumisión ha sido incomparablemente más frecuente e intensa en la mujer que en el varón, aunque en este último es más común ahora que en la antigüedad. Ella consiste en el hecho de que una persona pueda adquirir respecto de otra, con quien mantiene relaciones sexuales, un grado insólitamente alto de dependencia y sumisión. Es importante tener en cuenta que una cierta medida de dependencia es necesaria entre los cónyuges, lo que ayuda a que el vínculo perdure.

Un grado de servidumbre sexual sería indispensable para mantener la costumbre cultural del matrimonio y serviría para poner diques a las tendencias poligámicas que lo amenazan. Se sabe que la infidelidad es un peligro permanente para el vinculo marital, y una tentación habitual de los impulsos sexuales para los individuos sometidos a la monogamia. En ocasiones, cuando dicha servidumbre es muy aguda y acrecienta la dependencia del individuo hacia el ser amado, puede convertirse en una fuente de sufrimiento difícil de solucionar. Solo con ayuda profesional se podrá hacer.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

20. Amor versus Civilización.

La conducta amorosa del hombre civilizado presenta universalmente un inconveniente, debido a que el amor y las exigencias que le impone la cultura, no son conciliables. La cultura le exige al hombre una serie de renuncias que afectan y aminoran el amor. Por ejemplo, el sujeto se encuentra limitado en su pasión por el respeto que le demanda la cultura hacia la mujer. Este respeto, que por supuesto se hace necesario para garantizar la convivencia, coarta en gran medida su pulsión amorosa. La persona se contentará entonces con fantasear con la mujer en la que se ha fijado; no puede simplemente tomarla por la fuerza, que es lo que sucedería si su pasión no estuviese regulada por alguna ley que, como toda ley, es una requerimiento de la civilización. Toda cultura está edificada sobre la base de unas prohibiciones fundamentales: la del incesto, el parricidio y el canibalismo. Estas tres interdicciones están en el origen de toda civilización. Se necesita de ellas para regular los fuertes impulsos incestuosos, homicidas y antropófagos del ser humano.

La cultura coarta también, con sus prohibiciones, los impulsos del amor. La exigencia de fidelidad y monogamia es un buen ejemplo de esto. El sofocamiento que la cultura impone a la vida amorosa conlleva a que las personas busquen estrategias para poder llegar a realizar los deseos que tiene todo amor. Las pulsiones de amor son difíciles de regular y lo que la cultura pretende hacer con ellas no parece asequible sin una seria aminoración de la pasión amorosa. De ningún modo es posible contentar todas las exigencias pasionales con los requerimientos de la cultura. Las insatisfacciones amorosas y sexuales que el sujeto experimenta por ser un ser civilizado, sería el costo que se paga por vivir bajo la presión de la cultura. Pero atención, esa misma coartación de la pasión amorosa, que es constante, da la posibilidad de que el sujeto se dedique a lograr metas valiosas para la misma civilización, por medio de la sublimación de sus componentes pulsionales.

sábado, 28 de noviembre de 2009

19. Degradar al amado e impotencia psíquica.

En el estudio de la impotencia, aquella en la que los órganos genitales rehusan el cumplimiento del acto sexual aunque se encuentren sanos y capaces de actuar, se ha encontrado que en ella influyen una serie de pensamientos que escapan a la conciencia del individuo. Son casos en los que no confluyen en una sola las dos corrientes en las que se divide el amor: la corriente tierna y la pasional. La vida amorosa de estas personas queda dividida en las dos orientaciones que la literatura ha personificado como amor celestial y terreno. La dificultad de estos sujetos es que cuando aman no desean y cuando desean no pueden amar. Si una persona les despierta ternura, ella no excitará su sensualidad, sino un cariño ineficaz en lo erótico.

Para protegerse de esta impotencia, el principal recurso del que se vale el hombre que se encuentra en esta situación, consiste en degradar a la persona deseada, a la par que incrementa su estimación amorosa hacia la persona amada con ternura. Respeta a su mujer y solo desarrolla su potencia sexual cuando está frente a una mujer degradada: su amante, una prostituta, una mujer de dudosa reputación, etc. Cumpliéndose la condición de la degradación, la pasión se exterioriza con libertad sin que el sujeto padezca de impotencia. Son hombres que necesitan rebajar a la persona deseada; con ella se enlaza la posibilidad de satisfacción sexual.

La impotencia psíquica se debe, entonces, al desencuentro de la corriente tierna y la sensual en la vida amorosa. Pero esta división es muy común y se presenta en la mayoría de los hombres civilizados, por lo que estaría justificada la posibilidad de que la impotencia psíquica sería una alteración frecuente y no la enfermedad de algunos individuos solamente. La impotencia psíquica está mucho más difundida de lo que se cree, y cierta medida de esa conducta caracteriza la vida amorosa del hombre en la sociedad moderna, así como el hecho de que tantos hombres tengan a otra mujer, a parte de su esposa, y a la que le destinan toda su pasión y deseo sexual.

sábado, 14 de noviembre de 2009

18. Dos corrientes de amor.

El amor se divide en dos tendencias que podemos diferenciar como la tierna y la sensual o pasional. Lo único que asegura una conducta amorosa «normal» es la reunión de estas dos corrientes en una sola. La primera tiende al cuidado y respeto, y la segunda ayuda a gustar y desear sexualmente a la persona amada.

De las dos corrientes, la tierna es la más antigua y proviene de la infancia. Se dirige a las personas que integran la familia y a las que tienen a su cargo la crianza del niño. En esta corriente tierna se ponen en juego intereses eróticos. Todo esto tiene que ver con la elección que hace todo niño de una persona a la que amará primeramente, la cual, en la mayoría de los casos, no es otra que la madre. La ternura de ésta, de los integrantes de la familia y de las personas a cargo del cuidado del niño, contribuyen a acrecentar la corriente tierna del amor.

Cuando esta ternura es exacerbada, sucede que el niño se aferra a ella y a su madre que se la brinda, creándose una fijación tierna que puede continuar a lo largo de la infancia y de la vida. Pero llega un momento, en la pubertad, en la que se despierta la otra corriente del amor: la poderosa corriente sensual, la cual se añade a la tierna en la búsqueda y elección de una persona a quien amar.

Para que el adolescente pueda llegar a elegir una novia o compañera, él deberá dar un paso importante: ser capaz de dirigir su ternura y pasión a esta nuevo sujeto con quien pueda cumplir una real vida sexual, sin quedar fijado en sus sentimientos de ternura a los padres. Es, en cierto sentido, un abandono de los primeros amores de la infancia.

El paso que tiene que dar el adolescente, de la fijación a la ternura de los padres a la elección de un sujeto amado, puede ser algo muy difícil y llegar hasta fracasar; esto debido a dos factores: el primero tiene que ver con la dificultad que pueda tener el adolescente para encontrar una persona a quien amar, y el segundo, con el monto de apego que el sujeto llegue a tener a la ternura de los padres y demás personas queridas en la infancia.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

17. El amor por mujeres “fáciles”.

Dentro de la serie de conductas del enamorado hacia la amada, hay uno que es bien peculiar. En el amor una mujer es valorada por su integridad y cuando ésta es inmoral se la desvaloriza. Sucede que hay hombres que se sienten atraídos y aman sólo a mujeres impúdicas, a mujeres “fáciles”, y a ellas dedican el máximo interés psíquico.

De quienes se comportan de esta manera se dice que han sido “enyerbados”. Lo que verdaderamente pasa es que él le dedica toda su pasión, aún a su pesar. El vínculo erótico de estos hombres tiene un carácter obsesivo, rasgo que además es propio de todo enamoramiento. Se trata también de hombres que en todos los casos exaltan la fidelidad, a pesar de que cambian a sus amadas, una y otra vez, llegando a formar una larga serie.

Existe en estos galanes la tendencia a rescatar a la amada; están convencidos de que sin ellos perdería todo apoyo. Justifican su actitud invocando la dudosa escrupulosidad sexual de la amada o su posición social amenazada; buscan mantenerla en la senda de la virtud. El psicoanálisis ha descubierto que la condición de la lujuria de la amada deriva de las primeras relaciones interpersonales del individuo, en la infancia.

El origen psíquico de esta elección brota de la fijación infantil a la ternura de la madre cuando ella es muy estimada por su hijo. En nuestra cultura el culto a la madre es muy característico de nuestras familias. La dependencia del hijo es también alimentada por la madre y la respuesta de éste es la de una adoración que lo lleva a parecer como pegado a sus faldas.

Esta fijación infantil hace que la amada se convierta en única e insustituible. Lo que supuestamente es insustituible se revela mediante el reemplazo continuo de mujeres. Esto porque en cada nueva mujer se hecha de menos el amor, tan ansiado, que se encontró en la madre. Por esta razón esta clase de hombres eligen a su mujer según el modelo de la madre, pero esto es algo que hace parte de la condición humana: todos elegimos a otro según el prototipo de las primeras personas a las que se amó.

sábado, 24 de octubre de 2009

16. Amor y fantasías adolescentes.

En la pubertad, muchos jóvenes empiezan a tener fantasías cuyo contenido se relaciona con el quehacer sexual de la madre. La que más se destaca es la fantasía donde ésta es infiel a su esposo. En el amante con quien la madre comete adulterio se suelen encontrar los propios rasgos del joven.

Estas fantasías, junto con otras más, hacen parte de lo que se denomina la novela familiar, que es la versión que cada sujeto tiene de cómo se han resuelto las relaciones de amor y odio con los padres y hermanos. Ellas se despiertan a raíz de las primeras noticias que el niño recibe sobre las relaciones sexuales entre sus padres, obtenidas a través de sus compañeros de colegio y amigos; es con ellos con quien averigua los detalles. Estos informes suelen ser brutales, difamatorios y turbulentos; confunden al joven pero lo familiarizan con el secreto de la vida sexual. Aunque los padres hablen con naturalidad sobre la sexualidad, este tema resultará siempre traumático para el hijo, y también tendrá un efecto sobre la autoridad de los padres: la desmoronan, lo cual explica por qué hay jóvenes que reaccionan con rebeldía. Al joven le resulta inconciliable la imagen que tenía de sus padres con el hallazgo de su quehacer sexual.

El adolescente llegará a representarse el acto sexual como algo odioso o asqueroso. En un primer momento él desmentirá la posibilidad de que sus padres hagan “esas cosas”. Para él su madre es una mujer incapaz de practicar tales actos. La madre suele aparecer como alguien de pureza moral intachable, y nada resulta tan ofensivo como una duda sobre ese carácter de la madre. Se establece entonces una oposición entre la mamá y la mujer fácil. Pero el psicoanálisis ha descubierto que en el inconsciente coincide en una misma cosa lo que en la conciencia se presenta separado en dos opuestos. Esto es lo que pasa con ese primer objeto de amor y deseo; se lo divide en dos: la puta, que representará a la mujer que se desea con pasión, y la madre, a la que se le dirigirán los sentimientos tiernos.

lunes, 12 de octubre de 2009

15. Las condiciones de amor.

Los sujetos no eligen a cualquiera para amar, eligen a alguien. En esa elección se ponen en juego unos requisitos que se denominan «condiciones de amor». Estas suelen ser muy variadas y en ocasiones son inexplicables o asombrosas, y operan cada vez que nos enamoramos o cuando alguien nos llama la atención. Alguna vez nos preguntamos qué fue lo que le vio esta persona a aquella otra, o qué hace que se ame a determinado sujeto. En la mayoría de los casos las condiciones de amor son inconscientes y remiten a la infancia de cada individuo, o sea, al momento en que se empezó a amar y se tenía un primer ser al que se amaba completamente: la madre. Las condiciones de amor son tomadas de este período de nuestra vida y de las personas a las que se dirigía nuestro primer amor.

Una de las condiciones de amor más llamativa, se llama la condición del «tercero perjudicado», y consiste en que hay hombres que se interesan en amar a una mujer siempre y cuando esta no esté libre o sola, sino cuando sostiene una relación con otro hombre, ya se trate de su marido, novio o amigo. En muchos casos, esta condición de amor demuestra ser tan rígida, que una mujer pudo ser primero ignorada cuando no pertenecía a nadie y convertirse en motivo de enamoramiento al entrar en una relación con otro. Esta condición sirve para la satisfacción de impulsos hostiles hacia los sujetos a quienes se arrebata la amada.

Una segunda condición de amor se denomina la del amor por «mujeres fáciles». Consiste en que el hombre no elige mujeres castas, sino sólo aquellas cuya conducta sexual merece mala fama y de cuya fidelidad se pueda dudar. Este último rasgo varía desde la ligera sombra que recae sobre el nombre de una esposa inclinada al flirteo, hasta la pública poligamia de una mujerzuela. Esta segunda condición se relaciona con los celos, los cuales constituyen una necesidad para el amante de este tipo. Solo cuando sienten celos, se apasionan por su mujer y no pierden la ocasión para sentirlos.

viernes, 9 de octubre de 2009

14. El amor es un huequito.

El amor es un tema de interés para entender muchos de los asuntos del ser humano. Aquel ha sido dejado en manos de los poetas, quienes poseen la sensibilidad para percibir en otros sus iniciativas sentimentales. Con el psicoanálisis se emprendió la investigación rigurosa de la vida amorosa de los hombres. Éste ha encontrado que el amor es problemático porque se aprende en un mal lugar: con los padres, y en un mal momento: en la infancia; todo ser humano deberá sustituir el amor dirigido a sus padres por el amor a otros, y muy temprano en la vida se verá afectado por los embates del amor: celos, frustraciones, odio, rivalidad, etc. En el amor, las cosas difícilmente marchan como se quisiera.

Los padres son los que transmiten el amor a sus hijos. ¿Cómo lo hacen? La respuesta es simple: se ama a quien nos ha amado. Pero, ¿Cómo precisar lo que es el amor?. El poeta Gonzalo Arango dice de él: “El amor es un huequito para llenar de imaginación”. Aquí lo interesante es que se define al amor como un huequito; en efecto, si se hace la pregunta de por qué los seres humanos aman, la respuesta es: porque algo les falta, porque en el fondo del ser hay un “huequito”. Es porque algo falta que surge el deseo de amar a otro.

El amor tiene una estrecha relación con el deseo. El deseo es deseo de lo que falta; lo que ya se posee no es deseable. Cuando se siente hambre, se puede decir que esta es la manifestación de algo que falta: el alimento, y una vez que se come, esa falta que se sentía como hambre y que impulsaba a tomar alimento, acaba. Si bien este ejemplo ayuda a ilustrar lo que sucede cuando algo falta, hay que tener presente que el orden de la necesidad en el hombre es totalmente diferente al orden del deseo. Necesidad y deseo no son equivalentes. Los seres humanos comparten con los animales el hecho de que ambos tienen necesidad de alimento para sobrevivir, pero no se ve a los animales haciendo demandas de amor -no se confunda esto con ciertas rutinas en animales domésticos cuando responden a la demanda de sus amos-. El amor es una pasión exclusiva del ser humano.

domingo, 4 de octubre de 2009

13. Su majestad el niño.

La sobreestimación de la persona amada, que se presenta en el enamoramiento, se manifiesta muy frecuentemente entre los padres y sus hijos; es algo que suele gobernar el vínculo afectivo entre ellos. Por esta razón prevalece una exigencia a atribuir al niño toda clase de perfecciones, y a encubrir y olvidar todos sus defectos.

Gracias a esa sobreestimación, también prevalece la propensión a suspender frente al niño todas esas conquistas culturales cuya aceptación hubo de arrancarse al narcisismo y al egoísmo de cada uno de nosotros. Los adultos suelen pensar que el niño debe tener mejor suerte que sus padres, que no debe estar sometido a las necesidades objetivas y a las exigencias de la vida cuyo imperio hubo de reconocerse en algún momento. Enfermedad, muerte, renuncia al goce, restricción de la voluntad propia no han de tener vigencia para el niño; las leyes de la naturaleza y la sociedad han de cesar ante él, y realmente debe ser el centro y el núcleo de la creación: «Su majestad el niño», como una vez nos creímos. Además debe cumplir los sueños, los irrealizados deseos de sus padres.

El conmovedor amor paternal no es otra cosa que el narcisismo resurgido de los padres. Éstos se comportan entonces como si los derechos de los niños no tuviesen límites. Por esta razón, controlar, suprimir o corregir un comportamiento inconveniente en ellos se puede convertir en una tarea imposible, ya que se suele recurrir al discurso de “los Derechos de los Niños”, a pedagogías liberales y a supuestas frustraciones y traumatizaciones para ampararlos de la ley y las normas, sin pensar que así se termina empujándolos a algo peor: la tiranía que se observa en los niños de hoy sobre sus padres.

jueves, 24 de septiembre de 2009

12. Patología del narcisismo y enamoramiento.

El término narcisismo designa la conducta por la cual un sujeto da al cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de una persona a la que ama. Un narcisismo exagerado y enfermizo podría llevar a una persona a desarrollar una especie de “delirio de grandeza” y a abandonar el interés respecto del mundo exterior. Mientras menos nos interesemos en los otros y las cosas que nos rodean, más narcisistas seremos, lo que nos puede conducir a sobrestimar el poder de nuestros deseos y pensamientos. El peligro de una autoestima exagerada es que haría a un sujeto egocéntrico e individualista, excediendo en muchos casos el entendimiento con los demás. Esto también puede conducir a un hedonismo desmedido: Todo lo que se opone a mis derechos y a mi bienestar resultará injusto!

En el enamoramiento se ejemplifica la manera como opera el narcisismo en un sujeto. Cuando se enamora suele suceder que él resigna y abandona la propia personalidad y autoestima en favor del sujeto del que se enamora. Abandona sus propios intereses y sacrifica muchas de sus cosas y de su tiempo en favor de dicho ser. A esto se le denomina «sobreestimación de la persona amada». El sujeto afligido por un dolor orgánico y por sensaciones penosas, también resigna su interés por todas las cosas del mundo exterior que no se relacionen con su sufrimiento. Inclusive hasta cesa de amar. El enfermo retira sobre su Yo sus intereses sobre el mundo exterior, volviéndose egoísta. El estado del dormir también implica un retiro narcisista de las posiciones externas sobre el propio sujeto.

domingo, 20 de septiembre de 2009

11. El valor de la autoestima no es más que narcisismo.

La autoestima es el amor que un sujeto se dirige a sí mismo; se toma al propio Yo como objeto de especial interés. Muchos especialistas piensan que la autoestima es decisiva para que una persona sea feliz, competente y creativa, y la consideran importante en las relaciones interpersonales. Pero la autoestima no es otra cosa que narcisismo. Este concepto designa aquella conducta por la cual un sujeto da al cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de alguien al que ama; vale decir, lo mira con complacencia y lo acaricia satisfaciéndose con ello. El narcisismo sería un complemento del egoísmo, inherente a los impulsos de autoconservación. Cuando se lo refuerza, engrandeciendo el ego, se convierte en un obstáculo para la convivencia, ya que las personas narcisas suelen ser individualistas y egoístas; se piensan superiores y difícilmente reconocen sus errores. Hoy en día la autoestima es considerada un valor por parte de discursos psicológicos y religiosos, sin sospechar siquiera cuales pueden ser las consecuencias de un reforzamiento del Yo.

Todo valor involucra siempre una situación ideal, como por ejemplo, en el caso de la autoestima: tener éxito académico, expresar sin inhibiciones opiniones y sentimientos, ser autónomo, recibir críticas sin molestarse, tener confianza en lo que se hace, ser optimista, tranquilo y saber resolver problemas, tener iniciativa, estabilidad emocional, ser sociable y gozar de la vida. Pero aquí, como con todo ideal, se presenta una paradoja, y es que el ideal aumenta enormemente las exigencias que recaen sobre los sujetos para encontrar un lugar y una posición en la vida, favoreciendo en ellas un malestar al no poder cumplir con las exigencias de dicho ideal.

lunes, 14 de septiembre de 2009

10. Los hijos de padres alcahuetas.

El padre alcahuete es aquel que encubre a su hijo en algo que se quiere ocultar. Si esta es la posición subjetiva de un padre, esto tiene consecuencias en el hijo. Algunas son: Éste no asume ninguna responsabilidad sobre las consecuencias de sus actos; justifica sus faltas y le echa la culpa a otros; esta dispuesto a reclamar todos sus Derechos sin pensar en sus Deberes: Cree tener derecho a todo, por sobre todo y todos. Son hijos egoístas; este individualismo los conduce a un hedonismo desmedido. Suelen ser sujetos caprichosos; se aburren y se deprimen fácilmente, sobre todo cada vez que encuentran obstáculos en su vida; no disfrutan de actividades comunes y corrientes; no encuentran satisfacción en las pequeñas cosas de la vida; son volubles, intransigentes, intolerantes, malgeniados, agresivos y anárquicos. No saben que quieren en la vida; viven el presente sin pensar en el futuro. Son dependientes del padre que los alcahuetea, a la vez que la relación con éste es demandante, tensa y difícil. Son propensos a transgredir la ley -realizan actos delincuenciales- y a volverse adictos de los tóxicos. No sienten pasión por todo lo que implique esfuerzo, tiempo y dedicación; piensan que sus padres lo deben hacer todo por ellos, y así lo exigen.

El hogar y la escuela son lugares donde se puede transmitir el respeto por la ley. Representar la ley es una función desagradable, pero es la única manera de transmitir unos límites que son inherentes a la normatividad y que son necesarios para la convivencia y la civilidad. Si se quiere vivir en sociedad, el respeto y la tolerancia son indispensables, y de esto cada persona se debe hacer responsable!

jueves, 10 de septiembre de 2009

9. Los padres alcahuetas.

El padre alcahuete es el que encubre a su hijo en algo que se quiere ocultar. Este padre suele ser permisivo y prodiga un amor incondicional, basado en una pedagogía de la complacencia. Esta lo pone en el papel de un “tipo” anticuado cuando exige la renuncia necesaria que toda disciplina conlleva. Pero por la vía de la complacencia se llega a la anarquía.

Algunas de las actitudes que se presentan en un padre que es alcahuete son: Está dispuesto a sacar siempre la cara por su hijo, sobretodo cuando éste se mete en problemas; justifica permanentemente los excesos de su crío; no aplica sanciones porque tienen la idea de que le va a causar algún trauma. Por temor a una supuesta traumatización, la función del padre de respetar y hacer respetar la ley ha pasado a un segundo plano. Así pues, hoy en día, del extremo de un padre feroz que ejercía una autoridad caprichosa, se pasó a un padre impotente que no puede gobernar a sus hijos.

El padre alcahueta suele ceder en los caprichos de su hijo; piensa en darle todo lo que él no tuvo cuando fue niño; confunde el don de amor -darle al niño todo lo que pide- con el amor -dar amor no es lo mismo que dar cosas materiales-, así que llenan de regalos al hijo. El padre alcahueta tampoco le reconoce las faltas a su hijo: lo cree perfecto y lo trata como un rey; y asume responsabilidades que le corresponde asumir a aquel. Refuerza en su hijo un sentido de autosuficiencia exagerado y le transmite la idea de que tienen derecho a todo.

Este tipo de padre, también es un padre que le inculca a su hijo valores utilitaristas; surge así un individualismo que lleva al sujeto a exigir sus derechos, excediendo la convivencia en igualdad. Al padre alcahuete le queda difícil aceptar que pueda tener algo que ver con lo que le sucede a su hijo, ya que siempre ha creído saber cómo educarlo. Cuando acepta que su hijo tiene un problema, busca la solución por fuera de él, con un profesional que no lo involucre en la solución del problema.

domingo, 6 de septiembre de 2009

8. El soborno es el recurso cuando falta la autoridad.

Los padres que sobornan o que se dejan chantajear, tienen una actitud débil frente a sus hijos. Piensan que hay que compensarlos por pedir el cumplimiento del deber; creen que van a traumatizarlos si les exigen; creen que los frustran si no los premian por su labor; sienten culpa cuando sancionan a sus hijos; piensan que deben ser amigos de sus hijos, descuidando sus funciones como padres. Así se convierten en cómplices alcahuetas y les queda difícil exigirles un respeto por la autoridad. También son padres muy orgullosos de sus hijos, por lo que caen fácilmente es sus chantajes. De la posición subjetiva del padre depende la posición subjetiva del hijo.

Los hijos se arman de estrategias para obtener el perdón de una sanción, conseguir el favor de sus padres o evitar una responsabilidad. Algunas estrategias son: El llanto, la pataleta, las demostraciones de cariño, los éxitos escolares, las amenazas, etc. Depende de la respuesta que un padre le de al chantaje de su hijo, el que este se salga con la suya o no!

El chantaje emocional conmueve el ánimo de la persona amenazada; es frecuente allí donde el hijo es el “rey del hogar” y donde los padres sienten pesar o temor a “traumatizarlo” si no son condescendientes. Las familias se pueden dividir en dos: aquellas donde los padres gobiernan a sus hijos, y aquellas donde los hijos mandan a los padres. Reconocer que se puede estar fallando en el manejo de la autoridad al recurrir al soborno, es el primer paso para pensar en cómo intervenir de un modo diferente. Sobre esto no hay una recetas. Cada padre se las arregla como puede. La alcahuetería y flexibilidad en las normas, tanto como su extremo, el autoritarismo, no son las mejores estrategias para educar a un hijo. Tampoco lo es el recurso al soborno.

domingo, 30 de agosto de 2009

7. El soborno y el chantaje, comportamientos de hoy.

El soborno es ese comportamiento en el que se pretende corromper a alguien ofreciéndole dádivas para obtener de él un beneficio. El chantaje es la amenaza que se hace a alguien con el objetivo de obtener de él un provecho. Los padres de familia suelen caer en este tipo de prácticas con sus hijos.

A todo padre que soborna le corresponde un hijo chantajista. Los padres caen en el error de ofrecerles regalos a sus hijos para obligarlos a cumplir con sus deberes o para hacerlos obedecer, ya que no saben ejercer su autoridad de manera firme y consistente. Ante esto los hijos responden manipulando a los padres con chantajes; estos les ponen condiciones a los padres para cumplir con los deberes y las normas. Si un padre promete un regalo a su hijo a cambio de algo -soborno-, la próxima vez que le pida un favor o le dé una orden, su hijo lo podrá amenazar diciéndole que lo hará solo si le da a cambio algún obsequio -chantaje-, tal y como su padre se lo ha enseñado.

Este tipo de conducta tiene consecuencias. Con el soborno se condiciona el cumplimiento del deber y el respeto por las normas al hecho de recibir un estímulo o beneficio, así que no se cumple con el deber por el deber mismo, y que no se respeten las normas como condición de una convivencia amable en la familia. Lo anterior no significa que no se pueda estimular o premiar el buen comportamiento de los hijos. Tampoco significa que no se le pueda dar un apoyo moral o un estímulo afectivo cada vez que él obtiene un éxito académico o deportivo. El problema está en hacer de esto una costumbre y en dejar que los hijos condicionen su comportamiento al tipo de estímulo que puedan recibir.

viernes, 28 de agosto de 2009

6. Sobre la aplicación de sanciones a los hijos.

Al aplicar un castigo no es necesario pegarle al hijo para hacer que obedezca; esto es posible si no ha habido un desfallecimiento de la función paterna; esta hace referencia a que el padre pueda ejercer la autoridad de manera firme, consistente y justa.

Lo que más teme un niño es perder el amor del padre, debido a su dependencia afectiva -dependencia de amor-. Al aplicar un castigo, hay que transmitirle al niño que está en juego la pérdida de dicho amor. Esto no consiste en decir que no se le ama, sino en hacerle saber que se está enojado por la falta cometida. Si la sanción tiene efecto, se debe al amor y respeto que el hijo le pueda tener a sus padres. Si un hombre transgrede una norma, debe recibir un castigo, para que no vuelva a cometer la falta y asuma una responsabilidad por las consecuencias de sus actos. El castigo es ejemplar si sirve de escarmiento.

Los padres, a nombre de una pedagogía liberal, se han vuelto alcahuetas; no ponen límites a la conducta de sus hijos; se los ve impotentes para transmitir un respeto por la ley. El castigo no debe ser caprichoso, se debe corresponder a la falta cometida. Es importante ser justo en el momento de aplicarlo; igualmente, quien lo reciba debe sentirse culpable, es decir, responsable. El castigo debe ser significativo; el sujeto debe sentir que se le priva de algo. Por eso el mejor método de castigo en los niños es retirarle aquello que anhelan o que les gusta hacer.

Quien aplique la sanción debe estar investido de autoridad y hacerlo con firmeza, sin ceder en pesares; se debe transmitir la idea de que se está hablando en serio. Es importante aplicar el castigo prometido y no cambiarlo por otro menos severo. Además, los padres no deben desautorizarse entre sí y estar de acuerso en las sanciones que imponen a sus hijos. Si la autoridad desfallece en estos puntos, se estimula la irresponsabilidad de los hijos sobre las consecuencias de sus actos.

sábado, 22 de agosto de 2009

5. La responsabilidad como castigo.

El establecer normas dentro de un estado lleva implícito una serie de sanciones para quien no cumplan con ellas. Toda norma va seguida de una punición. El castigo es la pena que se impone al que comete una falta o transgrede la ley.

La dificultad al aplicar el castigo es que este solo adquiere sentido si produce malestar, si hiere el narcisismo del sujeto. Unas nalgadas en un niño duelen más a nivel del amor propio que a nivel físico. El castigo que causa un daño real tiene una significación de violencia. Las leyes consagradas en el Código del Menor protegen a los niños de dicho abuso.

La sanción que se da por transgredir una norma, tiene la función de permitirle al padre transmitir a su hijo un sentido de responsabilidad sobre las consecuencias de sus actos. La responsabilidad como castigo es una de las características esenciales a la idea de hombre que prevalece en nuestra sociedad. Solo se puede castigar al hombre que se considera responsable de sus propios actos. El castigo permite establecer límites y hacer cumplir las normas -estas son necesarias para regular los vínculos entre los seres humanos-. Es también el medio para hacer a una persona responsable de su comportamiento.

Sólo al sujeto que se le exige el cumplimiento de unos deberes es a la que se puede sancionar. La responsabilidad es aquí crucial, es decir, el hecho de decidir si ella es responsable y por lo tanto culpable. Si es irresponsable, no se la podrá sancionar. Ser irresponsable significa que los demás tienen derecho a decidir por alguien, y que se deja de ser un sujeto de pleno derecho. El sujeto de pleno derecho es el que responde de lo que hace y dice, el que responde de sí mismo. El irresponsable, en cambio, no da razón de sus actos.

domingo, 16 de agosto de 2009

4. La normalidad es un problema de orden público.

La normalidad de un ser humano se establece en función de su actitud para acogerse y respetar las normas establecidas dentro de la familia y dentro de una comunidad. El sujeto que transgrede la norma social es juzgado por los demás como loco o delincuente. Por eso se dice que la normalidad es un asunto de orden público; la normalidad de los individuos depende del orden establecido para una comunidad.

Es responsabilidad de los padres el hacer transmisión de la norma a sus hijos. Si ella no es respetada y transmitida por aquellos desde el principio, desde el momento en que los hijos vienen al mundo, inclusive, si esta no está ya establecida en la pareja desde antes del nacimiento de un hijo, éste tendrá enormes dificultades con el hecho de asumir las leyes y las normas; sobretodo, no las respetarán si no se les transmite un respeto por ellas, o sea, si los padres no las respetan y las hacen respetar; las transgredirán si no se les forma en ser responsables de las consecuencias de sus propios actos, es decir, si no se les sanciona.

De los padres depende hacer que sus hijos sean hombres civilizados, hombres de bien. Hay padres que piensan que deben premiar o estimular el cumplimiento de la norma, pero esto en muchos casos indica una falla en el ejercicio de la autoridad por parte del padre. Hacer cumplir la norma con estímulos puede llegar a convertirse fácilmente en un soborno y/o en un chantaje emocional.

miércoles, 12 de agosto de 2009

3. La norma funda la cultura.

Los humanos no cuentan con un mecanismo de autocontrol de sus impulsos agresivos y sexuales; necesitan de normas que los regulen. Las reglas permiten la creación de lazos pacíficos entre los hombres. La norma es un precepto dictado por una autoridad para reglamentar los vínculos entre los sujetos.

Las normas hacen referencia a acuerdos, pactos, leyes, que enseñan a todos a actuar en la vida, a controlar sus actos, a conocer los límites de su conducta; es decir, nos habilitan para vivir en sociedad. Cada cultura fija sus propias normas. Las normas, entonces, instauran límites. La cultura ha sido fundada sobre la base de una prohibición: la prohibición del incesto, del asesinato y el canibalismo, prohibiciones que inauguran el ascenso de la civilización.

Para que la norma tenga efectos en la regulación del comportamiento, es indispensable que esta sea explícita, que se aplique con firmeza, y que cada vez que se transgreda una ley, se aplique una sanción. Lo anterior es fundamental para la transmisión de un sentido de responsabilidad sobre las consecuencias de los propios actos; también hace falta que la persona que representa la Ley la respete y la haga respetar.

La familia es el lugar privilegiado donde un sujeto interioriza el respeto por las normas; esto no es algo que se produzca de modo natural. Es una operación que depende de la forma como intervienen los padres en su hijos. Para que el sujeto aprehenda la norma es importante que los padres no se desautoricen; cuando sucede esto, las consecuencias suelen ser catastróficas.

viernes, 7 de agosto de 2009

2. El padre y la ley.

Para vivir en comunidad las personas necesitan de normas que ordenen estos vínculos, pues el género humano nace sin un mecanismo de autorregulación de sus impulsos agresivos y sexuales, fundamentalmente. Los padres son, en primera instancia, los únicos responsables de la transmisión de la normatividad, y por tanto, en sus manos está la posibilidad de que su hijo sea un ser civilizado.

El padre, como representante de la ley dentro de la familia, está llamado a ejercer la autoridad. La autoridad, para que sea eficaz en sus propósitos, debe ser practicada con firmeza, coherencia, consistencia y justicia, lo cual no es siempre sencillo.

El no ejercicio de la autoridad, tanto como su ejercicio, tiene enormes consecuencias sobre un ser humano. Si las personas que representan la autoridad se muestran inseguras, culposas o indecisas en el momento de poner límites a sus hijos, o lo hacen de una manera caprichosa o desatinada, esto tendrá como efecto el que se pierda la función de la autoridad: transmitir un respeto y un cuidado por las normas que rigen la sociedad. Las consecuencias de este descuido será, entonces, la falta de dicho respeto hacia las figuras que la representan.

¿Qué padre conviene a la familia para ejercer la autoridad? Se necesita de un padre que tenga una posición transparente ante los actos de ley, un padre que a su vez respete y haga respetar la ley. Un padre severo, exigente y disciplinado no estaría mal, si se entiende su rigurosidad, no como sinónimo de dictadura, sino como fidelidad en el acatamiento de la ley.

martes, 4 de agosto de 2009

1. Falla la autoridad.

Hay una queja de las generaciones anteriores con relación al comportamiento de las nuevas. A estas últimas se las ve proceder de una manera más anárquica, sin asumir una responsabilidad sobre sus actos; no respetan las normas y mucho menos a las personas que las representan. ¿Son en algo responsables los adultos de esta situación?

A todo este malestar se le llama «crisis de valores», pero todas estas dificultades no parecen ser sino la consecuencia directa de un defecto fundamental, el cual tiene que ver con la manera como se le transmite a un sujeto una responsabilidad por las consecuencias de sus actos y un respeto por las normas que rigen la convivencia en sociedad.

La solución a esta “falla” no depende de un ejercicio educativo. No es educando a los padres, diciéndoles que tienen que hacer con sus hijos, como se le va a dar solución a las cosas. Se necesita de un cambio de posición en la manera de educar que no depende del acto de instruir. La autoridad es ante todo un supuesto poder que los hijos atribuyen a sus padres al sentir que dependen de ellos. Al nacer, todo niño está en una posición de dependencia de amor hacia sus padres. Los padres al ser investidos de dicho poder, podrán ejercer un control sobre sus hijos.

Los hijos pueden muy bien dejar de atribuir dicho poder debido a la inconsistencia y debilidad de sus padres al ejercer la autoridad. La autoridad necesita del respeto. Dicho respeto se pierde cuando los padres no respetan ni hacen respetar las leyes que rigen lo social. También se introduce un resquebrajamiento de la autoridad cuando se es muy caprichoso o insensato al impartir un mandato, o cuando se es cruel, violento o muy estricto.

Del ejercicio de la autoridad depende que un sujeto se vincule a lo social y pueda establecer lazos de amor y de trabajo con los demás.

553. Las clínicas de urgencias subjetivas

Las clínicas de urgencias subjetivas son espacios dedicados a atender crisis emocionales o psíquicas desde una perspectiva psicoanalítica la...