viernes, 30 de julio de 2010

122. ¿Sufren los jóvenes?

Muchos padres recordarán su infancia y su adolescencia como acontecimientos felices, pero si se piensa en las cosas que angustian, preocupan y hacen sufrir a los niños y jóvenes, se verá que pueden ser muchas: compartir el espacio y el amor de los padres con otros hermanos; los celos y la rivalidad hacia otros niños; el temor de perder el amor de los padres y los problemas entre ellos también angustian; el divorcio, la adicción, las dificultades económicas también genera mucho sufrimiento en los hijos; cumplir con las tareas en el colegio, sentirse diferente a los demás, ya sea porque se usen gafas o se tenga la frente grande o las orejas hacia fuera, etc.; ser más pequeño, delgado, bajito o alto que los demás; ser objeto de burlas y humillaciones por parte de otros muchachos; sentirse rechazado o inferior, etc.

Y si bien muchas de estas cosas también preocupan a los adolescentes, estos sufren a su vez por otras más que tienen que ver con ser y con tener: no ser capaz de abordar a una mujer; no ser más fuerte que o más inteligente que los otros; no tener los que otros sí tienen; tener acné, ser tímido, raro, acomplejado, impopular; ser objeto de alguna discriminación, no tener unos padres ricos o sabihondos, sentirse atraído por alguien de su propio sexo; ser engreído, petulante, odioso, extravagante, necio, agresivo, etc., son también cosas que pueden ser fuente de sufrimiento para el muchacho. Son muchísimas las cosas que preocupan seriamente a los niños y adolescentes, y que tal vez para los padres no revisten ninguna importancia, pero que para ellos es como si el mundo se fuera a acabar.

Todo muchacho, además, tiene que resolver su «identidad» -«¿quién soy, qué quiero llegar a ser?»-, y con ella también su identidad sexual. Como esta «identidad» -ser hombre o mujer- no es un dato seguro para ningún sujeto, produce también angustia. El hecho de nacer con un órgano sexual masculino o femenino no es garantía de que se vaya a ser hombre o mujer. Esto es algo que se conquista, algo que se construye, y no un dato dado de antemano.

jueves, 29 de julio de 2010

121. Toxicomanía y represión.

Se puede constatar diariamente cómo la prohibición que recae sobre el consumo de sustancias psicoactivas ha sido ineficaz con relación a los resultados que se desean obtener. Es un hecho: la prohibición del consumo no ha engendrado su disminución. La prohibición no solo ha fracasado en cuanto al proyecto inicial de producir la eliminación o la disminución del consumo, y, por tanto, el sufrimiento ligado a él, sino que, por el contrario, ha contribuido a su aumento. El empeño de aplicar el imperativo del «no al consumo» que inició en los años 70 la guerra contra la droga, ha producido, sobre todo, lo que se puede llamar, los «efectos perversos de la prohibición»: un aumento dramático de la producción, de la diversificación y del tráfico de estupefacientes, de la criminalidad, de la corrupción política y policial, de los gastos en salud pública, etc.

Lo que sucede es que la aplicación de la ley, la imposición de una prohibición, suele tener un efecto paradójico, sobretodo cuando ella tiene un carácter imperioso y absoluto -lo que la hace aparecer como una ley feroz e implacable-. Cuando al ser humano se le pide obedecer a una ley así, que le exige renunciar terminantemente a algo, esto tiene como efecto el empuje del sujeto hacia eso prohibido y que se ubica del lado del mal, de lo peor. Es decir, que mientras más se reprima el consumo de drogas, más consumidores habrá. Es una constatación de lo que sucede con el ser humano -no todos, por supuesto- en su relación con las prohibiciones que tienen un carácter absoluto.

Así pues, si se quiere comprender la lógica de la toxicomanía, hay que comprender también la lógica de la aplicación de la ley que controla el consumo de sustancias ilícitas -la política represiva-. Entonces, de cierta manera, la toxicomanía es también una cuestión de orden público, y todas las preguntas y respuestas originadas a partir de aquí sólo pueden ser relativas a dicho orden. Esta es la razón por la que la toxicomanía, al nivel de su tratamiento, se ha convertido casi exclusivamente en un problema policiaco.

miércoles, 28 de julio de 2010

120. Toxicomanía y angustia de existir.

El término toxicomanía está compuesto por: tóxico y manía. Lo primero significa veneno y lo segundo, vicio; toxicomanía quiere decir entonces vicio a un veneno; así pues, el sujeto drogadicto es aquel que abusa de alguna sustancia que resulta tóxica al organismo, de manera frecuente y repetitiva.

Los hombres, en todos los momentos de su historia y en todas las culturas, se han entregado al consumo de sustancias psicoactivas, solo que ahora es un problema de enormes dimensiones y de carácter global. El acto de drogarse, entre otros, distingue al ser humano de los animales; es como si el hombre fuese por «naturaleza» un ser predispuesto a la drogadicción.

Las drogas son objetos que la sociedad ha aceptado y cuyo consumo ha sido fomentado en muchas culturas, y cuando se habla de consumo, no sólo hay que pensar en las drogas prohibidas, sino también en aquellas cuyo consumo no está penalizado, que se adquieren en cualquier farmacia y que también generan adicción -el consumo de drogas lícitas es hoy en día grave y de enormes dimensiones-.

Si las drogas son tan populares entre los seres humanos, parece deberse a que ellas tienen la paradójica función de darle solución a algo muy molesto que es constitutivo del ser humano, y por esta razón resulta terapéutica. La droga tiene un efecto terapéutico en tanto que alivia de la angustia que hace parte de la vida de los seres humanos, la angustia de existir.

Si el ser humano tiende a habituarse a las drogas es porque ellas brindan algún beneficio, y el más evidente es que funcionan como protecciones contra la angustia asociada a la muerte y al tiempo, o sea, la angustia que generan las preguntas por la existencia y por el ser, preguntas a las que se ve enfrentado todo ser humano y que se ve obligado a resolver desde el momento mismo en que llega al mundo: ¿quién soy?, ¿para qué existo?, ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿qué quieren los otros de mi?. Por esto el recurso a la droga brinda al sujeto una salida -seguramente no la mejor- a la angustia inherente a la existencia de todo ser humano.

martes, 27 de julio de 2010

119. Elección del sujeto y toxicomanía.

Es importante tener en cuenta, en el momento de abordar el problema del consumo de drogas, que a cada drogadicto la droga le sirve de una forma particular. Si bien, en términos generales, la droga es una respuesta, una «solución» a un malestar, es importante determinar su función en cada caso. Esto porque no se trata simplemente de separar al toxicómano de la droga; hay algunos que necesitan de ella para mantener un equilibrio psíquico, y si se les quita la droga bruscamente, se puede desencadenar una crisis grave. Esto no es algo que se presente en todos los casos, ni debe ser un argumento que utilice el toxicómano para seguir con el consumo. Pero se trata de algo que de cierta manera es contrario a los parámetros de la Salud Pública, la cual tiene el propósito de apartar a «todos» los toxicómanos de las drogas, sin pensar en la particularidad del caso.

Otro aspecto importante en el abordaje de este problema, es determinar el origen de la toxicomanía en cada sujeto, el origen de la decisión de ser toxicómano. Esto significa que en algún momento de la vida el toxicómano ha decidido ser así. Y por ser una elección del sujeto, es también su responsabilidad. Se puede ilustrar con un caso: un hombre de treintena años recuerda una escena, a los nueve años, durante la Nochebuena. Su padre, que hasta entonces se había comportado como un buen padre, un padre amable, entra en su habitación y sale poco después enfurecido, rompe todos los regalos y pega brutalmente a la madre. Él no entiende qué pasó; para él no hay ninguna explicación que venga a dar cuenta del comportamiento del padre. Esta escena la recordará durante toda su infancia. En un momento de su vida -a los doce años-, él se ve obligado a tomar una decisión fundamental con relación a esta situación de la madre pegada por el padre: «yo tenía dos posibilidades: matar a mi padre o ser toxicómano; elegí la toxicomanía». Mejor toxicómano que parricida: he aquí un ejemplo que ilustra la decisión particular de un sujeto en ser toxicómano para dar respuesta a algo que le resulta doloroso.

lunes, 26 de julio de 2010

118. Toxicomanía y responsabilidad.

Con la noción de «toxicomanía» empieza a operar la prohibición del consumo de sustancias psicoactivas. La ley, es decir, la prohibición, es la que sitúa aquello que pasa a ser ilícito, y a partir de este momento, todo individuo sabe qué ley transgredir para acceder a eso que está negado. Aquí se pone en juego una lógica del deseo: el ser humano suele desear lo prohibido. Corrientemente se piensa que las prohibiciones o la ley se oponen al deseo de las personas, pero no, por el contrario: el ser humano sólo empieza a desear cuando se le determina lo que para él está prohibido.

En el caso de la toxicomanía, la ley del «no a la droga» se presenta bajo dos vertientes: bajo el lado del ideal de abstinencia promovido por la medicina y bajo el lado jurídico de la prohibición del consumo. Este doble aspecto de la prohibición tiene el efecto de crear una nueva clase de individuo social indeterminado en cuanto a su responsabilidad civil y a su estatuto de sujeto de derecho. Esto porque el toxicómano es considerado como un enfermo, como el que no está a la altura de cumplir un cierto ideal social, alguien que necesita de asistencia y que en consecuencia no es responsable de sus actos. Pero desde el punto de vista jurídico, el adicto es considerado un delincuente, es decir, un individuo responsable de sus actos, que por transgredir la ley debe ser castigado. El toxicómano se encuentra pues ante una paradoja: es considerado al mismo tiempo responsable e irresponsable de sus actos.

En Bélgica, por ejemplo, los sujetos arrestados por posesión y consumo de estupefacientes son obligados a elegir entre ponerse en tratamiento o cumplir una condena en prisión. Y si se las libera, la condición es que pasen obligatoriamente por un tratamiento al salir de la cárcel. En cualquiera de estos casos la cuestión es que la responsabilidad de los adictos queda en suspenso, es decir, que a dichos sujetos se les trata como si no fuesen responsables de lo que les está pasando, y esto no deja de tener consecuencias graves en el tratamiento de la toxicomanía.

domingo, 25 de julio de 2010

117. Paradoja de la toxicomanía.

La toxicomanía es un término que procede de los medios de comunicación, los cuales, a finales del siglo pasado, agruparon en listas los diferentes «venenos del alma» de la época. También lo que hoy se llama toxicomanía responde a un contexto histórico: el momento de la instauración de las instituciones del Estado de asistencia social y de salud pública.

La toxicomanía empezó a hacer parte de las denominadas «enfermedades de la civilización»: el cólera, la sífilis, la tuberculosis y el abuso de bebidas alcohólicas, plagas de la modernidad que asolaban la sociedad desde mediados del siglo pasado. Sólo en este momento el término de toxicomanía empezó a ser parte del discurso médico. La medicina entra entonces en escena al lado del Estado como una aliada encargada del perfeccionamiento de la salud humana y social. Si la medicina se ocupa del aspecto terapéutico, el Estado por su parte se encarga de atacar las causas morales de las epidemias por medio de la educación y de la represión -generalmente policíaca-; tanto la una como el otro llevarán a cabo un combate higieniza contra dichos males. También sucedió que el interés comercial de la farmacéutica empezó a imponer la clasificación y el control de la venta de sustancias medicinales y remedios, lo que preparó el terreno a la prohibición ulterior de consumir algunos de sus productos y su ilegalidad.

La toxicomanía es de entrada un síntoma de la sociedad. Lo paradójico es que para el adicto, la droga -como todo síntoma psicológico- se presenta como una solución para hacer frente a un sufrimiento; por eso se dice que la droga es una forma de escapar de las dificultades que plantea la existencia. Lo que sí plantea problemas a los adictos son más bien los efectos secundarios de la droga: el síndrome de abstinencia, la exclusión familiar y social, el encarcelamiento, etc. ¿Cuál es el abordaje que la sociedad le está dando al fenómeno del consumo de drogas, teniendo en cuenta que constituye a la vez un síntoma para ella y, paradójicamente, una solución para el adicto?

sábado, 24 de julio de 2010

116. El respeto por la autoridad.

Hacer de un hijo un hombre de bien depende de que los padres le transmitan un respeto por la autoridad. Por esta razón, ni el trabajo de los padres, ni la ausencia de uno de ellos, ya sea por muerte, separación, o porque trabaje en otra ciudad, deben servir de excusa para dejar de transmitir dicho respeto. Tampoco se debe dejar esta tarea en manos de empleadas domesticas, niñeras, abuelos, tíos, etc. Transmitir un respeto por las normas y la autoridad es en gran medida responsabilidad de los padres o de las personas que están al cuidado del niño.

La función más importante de todo aquel que se llame padre es ejercer una autoridad que sea firme, coherente, consistente y justa. Si las personas que representan la autoridad se muestran inseguras, culposas, temerosas o indecisas en el momento de poner límites a sus hijos, o lo hacen de una manera caprichosa o incoherente, esto tendrá como efecto la pérdida del respeto por la autoridad, primero hacia las personas que la encarnan, y luego hacia las demás figuras que la representan en la cultura.

Hacerse respetar como autoridad está en estrecha relación con la posición subjetiva de un hijo desde el momento de nacer, la cual es la de una «dependencia de amor». Los hijos aman a sus padres si estos a su vez les demuestran amor. Pero los hijos los amarán aun más si estos les enseñan a respetarlos. Aquí no se trata para nada de un amor desmedido o irracional, sino de un amor con límites, un amor que sabe que no todo está permitido para los hijos. Cuando los padres aman sin medida, sus hijos suelen ser muy caprichosos y groseros con aquellos.

La «dependencia de amor» en la que se encuentran los hijos al comienzo de su vida, hace que lo que ellos más teman sea perder el amor de sus padres. Y un padre que exige respeto, sabrá hacer buen uso de esa dependencia para exigir un respeto por la autoridad. Esto se hace mostrándose seriamente disgustado por el mal comportamiento del hijo, y así hasta que aquel se corrija. Los hijos suelen dejar su mal comportamiento para no perder el amor de sus padres.

jueves, 22 de julio de 2010

115. Crisis de autoridad.

Uno de los grandes problemas de la cultura contemporánea es la falta de respeto a la autoridad, lo que habla de un desorden a escala familiar. La familia es el lugar donde los sujetos aprehenden e introyectan dicho respeto. Y la única condición para que este aprendizaje se dé, es que papá y mamá se hagan respetar. Esto depende completamente de ellos y es algo que cada cual debe inventar; se necesita, como mínimo, que los padres sean personas que a su vez respeten la autoridad, las leyes y las normas de la cultura. Es decir, que para transmitir un respeto por la autoridad, se necesita de un padre que tenga una posición clara ante los actos de ley, o sea, un padre que cuando represente la autoridad, la haga respetar.

El desfallecimiento de la autoridad tiene enormes consecuencias en la posición subjetiva de los hijos frente a los actos de ley y el respeto de las normas. La mayoría de las consultas psicológicas por indisciplina, inquietud, desatención, rebeldía, desobediencia, grosería, irrespeto, caprichos, agresividad e "hiperactividad", tienen una estrecha relación con dicho desfallecimiento. Lo peor es que a muchos padres todas estas conductas no les parecen graves, sino mas bien normales; excusan a sus hijos diciendo que hoy en día todos los niños son así, o hacen de esos problemas virtudes: «mi hijo no es un tonto», «es mejor atajar locos que empujar bobos», etc. Pareciera que ser culto y respetuoso está pasado de moda, lo que se nota en que los hijos ya no dicen «por favor», sino que sus demandas son siempre imperativas: «déme», «tráigame», etc. Los hijos de la modernidad se han convertido en unos pequeños patanes!

Si para ganarse el respeto como padres se hace necesario ser severo; esto es preferible a mostrarse débil o impotente. Dicha severidad no debe ser entendida como tiranía, intransigencia, capricho o maltrato, sino en el sentido de ser rigurosos en el acatamiento de las normas y la ley. En una familia donde cada cual hace lo que le viene en gana y se desconoce la autoridad de los padres, los hijos muy probablemente tendrán grandes dificultades de convivencia y socialización con los demás miembros de su comunidad.

miércoles, 21 de julio de 2010

114. ¿Democracia familiar?

En los años '50 se presentó un cambio en las familias norteamericanas -es de Norteamérica de donde se importan los modelos de educación vigentes aquí- que consistió en la introducción de la democracia dentro de la familia. «Democracia familiar», se la llamó, y se basó en la idea de que los niños pequeños son básicamente sensatos y buenos, y perfectamente capaces de resolver su propio destino. Pero sólo el más insensato de los padres puede pensar que esto sea así. Un niño no sabe lo que quiere en la vida; él necesita de límites, orientación y guía permanente. A partir de dicha democracia familiar controlar a un hijo se denominó «autoritarismo», y se rechazó a los padres como «antidemocráticos».

El castigo empezó a ser visto como una forma de abuso contra la niñez, generador de traumas y otros supuestos problemas psicológicos. Por eso hoy parece escandaloso hablar de sancionar a los hijos, sobretodo porque con el discurso de los derechos humanos y el de los derechos del niño, pareciera un delito intervenir sobre ellos. Éstos hasta hacen uso de dichos derechos para reclamarle a los padres por su proceder, cuando les imponen algún límite a sus conductas. Ser un buen padre se ha vuelto equivalente a dejar a los hijos hacer lo que les dé la gana. Pues bien, ya se sabe cuales han sido los estragos, no solo en Norteamérica, sino también aquí en nuestra sociedad, de ese estilo de educación.

Los padres deben fijar límites razonables a la conducta de su hijo para que él adquiera control sobre sus propios impulsos. Los hijos que se muestran seguros y decididos en la vida son hijos de padres que son firmes en su autoridad y en el manejo de su familia -lo cual no significa que haya que ser autoritario, tirano o déspota- , y que exigen el cumplimiento de las reglas. Dichos hijos también tienen un mayor respeto y afecto por sus padres.

Si los padres no asumen la responsabilidad de fijar y hacer cumplir con las normas y los límites, reducirán en sus hijos la capacidad para desarrollar un control de sus impulsos. La disciplina es necesaria; ayuda a que el sujeto se haga responsable de las consecuencias de sus propios actos.

martes, 20 de julio de 2010

113. La autoridad en la familia y la escuela.

El respeto por la autoridad es garantía de que un ser humano ingrese a la sociedad, es decir, que participe como miembro de una comunidad. Si dicha comunidad es la familia, allí se debe transmitir a los hijos una serie de normas que hacen posible la convivencia, y esa transmisión la hace una autoridad, es decir, los padres en la medida en que la encarnan.

La autoridad es el ejercicio de un poder sobre los hijos, un poder que se funda sobre el amor, es decir, que los hijos sólo respetan la autoridad de los padres que aman. Si no hay amor entre padres e hijos, no habrá respeto por la autoridad. Pero si hay sólo amor, es decir, un amor exagerado y alcahueta -amor que puede llegar a ser muy dañino-, entonces los padres fácilmente dejan de ejercer su autoridad, lo que no deja de traer consecuencias en el sujeto.

Por ejemplo, muchos de los problemas disciplinarios dentro de la institución educativa tienen su origen en la falta de respeto hacia la autoridad paterna. En este tipo de situaciones se genera una confusión en los alumnos, pues allí donde perciben que sus padres son permisivos, el colegio no lo es, convirtiéndose este en una institución tirana y torturadora; ante esto los hijos y sus padres suelen adoptar la posición de víctimas, lo que se convierte en una excusa para no cambiar los comportamientos perturbadores.

Hay que ejercer una autoridad dentro del hogar y en la escuela, porque los hijos necesitan límites, normas y reglas que les permitan organizar su vida y orientar sus relaciones con otros seres humanos. La autoridad es constitutiva de la organización familiar; su fracaso tiene enormes consecuencias en la posición subjetiva de los hijos frente a los actos de ley y el respeto de las normas. La familia es el lugar privilegiado donde los seres humanos aprehenden e introyectan dicho respeto, y la única condición para que este aprendizaje se dé, es que los padres, papá y mamá, se hagan respetar. Cuando esa introyección de la autoridad no acontece, vendrán entonces los problemas disciplinarios con los que se enfrentan los hijos en la escuela.

sábado, 17 de julio de 2010

112. Violencia o castigo.

Con la ley 294 del 16 de Julio de 1996, quien maltrate física, psíquica o sexualmente a cualquiera de los miembros de su núcleo familiar, será sancionado con penas que van entre uno y dos años de prisión, y multas entre uno y dieciséis salarios mínimos. Esta ley señala que toda persona que en el contexto de la familia sea víctima de daño físico, psíquico, amenaza, ofensa, o cualquier otra forma de ataque, puede pedir al juez de familia medidas de protección inmediata.

La violencia dentro de la familia suele ser silenciada, debido a que se trata de una de las instituciones sociales más privada, es decir, que en ella se guardan secretos. Algunos padres y esposas tienden a minimizar este problema y a considerarlo normal; inclusive hay parejas que solo pueden permanecer unidas bajo condiciones de maltrato al otro, lo que ambos cónyuges consienten sin ver en ello alguna anormalidad.

La violencia no es sólo física, sino también psicológica. Esta última es una de las más comunes y que menos se denuncia. En ningún momento se debe confundir el juego brusco y el castigo físico con la violencia. Es verdad que no es necesario tocarle un solo pelo a un niño para que este obedezca y respete a sus padres y las normas, lo que depende en gran medida de cómo ellos manejan la autoridad y transmiten un sentido de responsabilidad sobre los actos y sus consecuencias.

En ocasiones se hace necesario el recurso al castigo físico -unas nalgadas, por ejemplo- para poner límite a una conducta indeseable por parte de un hijo. Dicho castigo se debe aplicar de tal manera que resulte ejemplar, es decir, que al niño no haya que castigarlo de nuevo por lo que ha hecho, de tal manera que él comprenda de una vez, que lo que hizo mal no se puede volver a repetir. El respeto del hijo por la autoridad de los padres es aquí crucial y depende del padre hacerse respetar. Cuando se castiga físicamente a un niño una y otra vez por las mismas cosas, algo está fallando en la aplicación de la sanción y por lo tanto en la autoridad de los padres. Cuando el castigo se vuelve repetitivo, se convierte en abuso y agresión.

viernes, 16 de julio de 2010

111. Ética del bien y agresividad.

La agresividad en el ser humano es una pasión mortífera, que se opone a la civilidad -la agresividad animal obedece al instinto de conservación o de territorialidad de la especie-. El ser humano suele encontrar una satisfacción inconsciente en sus actos violentos, satisfacción que en muchas ocasiones tiene un carácter sexual, ya sea sádico -cuando alguien encuentra "placer" o satisfacción con el sufrimiento de otro- o masoquista -cuando lo encuentra en el propio sufrimiento-. El vínculo de la crueldad con la sexualidad se establece en el ser humano desde su infancia, y desde ese momento hay que empezar a reprimirla.

Una ética del bien, basada en valores e ideales sociales y que busca adoctrinar a los sujetos basándose en modelos a imitar (como los sujetos que se llegan a considerar la medida de la realidad en la que el otro debe encajar), desconoce de manera radical el deseo particular del sujeto. Los seres humanos no suelen desear lo que quieren o necesitan. Un adolescente puede querer ser un hombre de bien, y, sin embargo, se maneja mal a pesar de que sabe que no debe hacerlo; «yo sé que hago mal, pero no puedo dejar de hacerlo». Se porta mal a su pesar, lo que define uno de tantos comportamientos donde se evidencia esa satisfacción en el mal, ese empuje a lo peor que habita al ser humano y que se repite una y otra vez.

El ideal educativo de uniformar a los hombres, convertirlos en personas razonables y justas, fracasa frente a esa complacencia irracional en la agresividad. El orgulloso afán de moldear al otro a imagen y semejanza del modelo, inscribe en el seno mismo de la ética del ideal (o del modelo a imitar) un movimiento de malestar que adopta un carácter «agresivo» para el sujeto, al desconocérsele su singularidad -es decir que el sujeto agrede a aquel que no reconoce su deseo-. Esto demuestra que, aunque el mal es lo peor, el bien tampoco es lo mejor, pues en su nombre también se maltrata, se tortura y se mata -piensese, por ejemplo, en las "limpiezas sociales" que realizan supuestos "ciudadanos de bien"-. En lugar de educar en nombre del bien y de la felicidad del hijo, los padres deberían preocuparse por transmitir un tipo de responsabilidad subjetiva con relación a las consecuencias de los actos de cada uno.

jueves, 15 de julio de 2010

110. El tratamiento de la agresividad.

La agresividad es algo que se opone a la convivencia humana y a los ideales de una sociedad; por lo general se la explica como una expresión de la animalidad en el hombre o como una pérdida de los valores humanos. Por esto las instituciones más representativas de la sociedad, así como los medios de comunicación, impulsan campañas destinadas a rescatar valores y tradiciones perdidas, pero estas no detienen la violencia -expresión de la agresividad- y en ocasiones ella parece exacerbarse.

La agresividad en el ser humano no es instintiva, ni algo de su animalidad (los animales en general se comportan mucho más pacíficamente que el hombre), ni es una degradación de los valores. El ser humano nace sin ningún mecanismo de autorregulación de sus impulsos sexuales y agresivos. En el fondo, todo sujeto, por más bondadoso que sea, alberga en él deseos de humillar, maltratar y explotar a su prójimo cuando no sea visto.

La agresividad es algo que hace parte de la estructura misma del hombre; se instala en él como una forma privilegiada para hacerse reconocer por los otros, lo que lo lleva a una lucha a muerte con sus semejantes por puro prestigio: «o yo, o el otro», «primero yo y después los demás», «o es mío o no es de nadie». De aquí surgen toda una serie de comportamientos, no sólo los agresivos, sino también los de ostentación, rivalidad, competencia, celos, envidia, deseos de muerte, etc.

El tratamiento de la agresividad por el ideal reduce su comprensión y condiciona su manejo a campañas que no van más allá de un reforzamiento de valores y derechos. Si bien esta estrategia se opone a la fuerza reivindicando el civismo, deja a un lado la pregunta por el sujeto que interviene en un acto violento, ya sea como víctima o victimario. Es decir, se deja sin responder la pregunta de por qué hay sujetos que encuentran satisfacción siendo agresivos y otros siendo agredidos. Esto significa que el sujeto que aparece como víctima, en muchos casos tiene la responsabilidad en lo que le está pasando, ya que se comporta como si le agradara ser objeto de alguna agresión.

miércoles, 14 de julio de 2010

109. Rendimiento académico y deseo de saber.

No progresar en el estudio, no rendir lo suficiente, no aprovechar lo enseñado, perder exámenes constantemente, etc., se debe tanto a factores relacionados con la falta de una disciplina de estudio, como con una «inhibición en el pensamiento» (no recordar lo que ya se sabe) que merma las capacidades intelectuales del alumno. A lo anterior hay que agregar toda una serie de factores que también pueden llegar a afectar el buen rendimiento académico: condiciones psicológicas o subjetivas, condiciones familiares, físicas, métodos de estudio, el estado de salud del sujeto, etc.

Las condiciones psicológicas han estado referidas principalmente a la «motivación» e interés que pueda tener el alumno por el estudio. Se habla mucho de la motivación como factor psicológico que influye sobre el aprendizaje, y que los problemas en el rendimiento académico se deberían a la falta de una buena motivación. Pedagógicamente hablando, la motivación significa proporcionar motivos, estimular la «voluntad» de aprender, despertar el interés, pero el interés en el estudio, ¿es un asunto de voluntad y motivación? ¿Qué es en última instancia lo que pone en movimiento a un sujeto?

Lo que pone en movimiento a un sujeto es el «deseo», y si hay voluntad y se está motivado por el estudio es porque hay deseo de aprender. Hay una dificultad con el deseo de aprender, y es que ¡sólo se transmite en la medida en que haya otro sujeto (el profesor y/o los padres de familia) que también demuestre un deseo de saber! El deseo es algo que se transmite de un sujeto a otro por la vía de una transferencia de trabajo, es decir, porque hay alguien interesado en saber.

El deseo es también el que orienta el interés, otro de los factores importantes en el aprendizaje. El interés es una fuente primaria y fundamental de la motivación. Ha sido definido como el sentimiento agradable o desagradable producido por una idea u objeto con el poder de captar y mantener la atención (En Freud el interés no es otra cosa que la libido). Pero por más motivación que haya para el estudio por parte de profesores y padres, por más interesante que se le haga a un estudiante determinada idea u objeto, si no hay el deseo (de aprender) tampoco habrá rendimiento en el estudio.

martes, 13 de julio de 2010

108. Educar para el fracaso con disciplina.

La educación no solo debe enseñar a conquistar unos ideales y valores, sino también a hacer soportable y aceptable el fracaso. En la vida no siempre se gana ni las cosas salen como se quieren. Vivimos en un mundo competitivo en donde somos objeto de agresiones e injusticias. Se necesita de una educación que prepare al alumno para estas cosas. Las dificultades suelen ser fructíferas si se enfrentan y se les saca provecho; habría que colocar una seria duda sobre todo lo que se considere fácil (tareas fáciles, dinero fácil, vida fácil, etc.).

Si bien de un lado hay que educar para el fracaso, del otro lado está el educar con exigencia, con disciplina y con diálogo. Si bien el diálogo es el instrumento al que hay que recurrir cada vez que hay dificultades con los hijos y alumnos, este no siempre garantiza alcanzar algún acuerdo. Se necesita, más allá de la buena voluntad de las partes, del deseo decidido por darle solución a las dificultades. Además, sólo se puede dialogar con quien reconozca sus errores; no se puede conversar con quien no entiende razones o se muestre terco al sostener sus propios puntos de vista, y mucho menos con quien cree tener siempre la razón.

Cuando el diálogo se agota, entonces hay que recurrir a la ley, a la norma, a la exigencia y a la sanción. Y esto vale tanto dentro como por fuera de la familia, es decir, en la escuela y la sociedad. Por esto el maestro y los padres de familia, en su función de agentes de la ley, son también generadores de malestar en el alumno y en los hijos, por lo que representan de exigencia y dificultad para aquellos. Pero el esfuerzo, la exigencia y la disciplina son necesarias para tener una relación productiva con el saber y con la comunidad en general. Sin un nivel de exigencia adecuado, los niños y jóvenes no rendirán lo esperado y no se asumirán como miembros responsables de una comunidad. Detentar ante la juventud una autoridad clara y segura, capaz de exigir disciplina, orden, y un respeto por la ley, es contribuir a que se supere el despotismo y la tiranía que actualmente exhibe.

domingo, 11 de julio de 2010

107. La ley y la educación.

Las prohibiciones y los límites tienen un esencial carácter positivo y formativo. La ley es condición de la libertad y del «deseo», así como la disciplina, lo es de la responsabilidad y el orden. Establecer un límite define un campo de posibilidades al brindar unas reglas para obrar y comunicarse con los demás. Asumir la ley es reconocer que no se está solo. La ley, en tanto instancia tercera, es la que media en todas las relaciones de nuestra vida. Las normas y pactos sociales son los que regulan los vínculos laborales, de amistad y sexuales de todos los seres humanos. La ley es un poder que cobra a cada cual una cuota de sacrificio para poder vivir en sociedad.

La inscripción de la ley y la exigencia de una disciplina es un asunto de malestar para todo sujeto sometido a ellas. Aquel que hace respetar la norma o exige disciplina generará inevitablemente descontento. Esta molestia es el costo que todo sujeto debe pagar para gozar de los beneficios de vivir en comunidad. Ser agente de la ley o ser quien exige disciplina, implica estar investido de una autoridad que es reconocida y respetada.

El adulto actual, padre o maestro, no parece comprometido con su papel de agente de la ley y le da temor ser exigente. Muestra de ello es su ansiosa búsqueda por ser el compañero de sus hijos o el amigo de sus alumnos. Con esta actitud se destituyen de su lugar y pierden autoridad. Cuestionar la supuesta «fraternidad paterna» o la «amistad profesoral» no es negar que entre padres e hijos o profesores y alumnos puedan y deban darse relaciones de diálogo, cordialidad y respeto. Pero padres y maestros, en tanto agentes de la ley, no son semejantes a su prole y a sus discípulos. La semejanza e igualdad esta bien para la amistad, pero regirse por esta fantasía de igualación, negándose a ejercer una autoridad, termina por diluir el necesario sometimiento del hijo y del alumno a la ley, y de paso, se degrada la figura del padre y del maestro, los cuáles se quedan sin piso para exigir de aquellos el cumplimiento de una disciplina y el respeto por la autoridad (Gallo, 1998).

sábado, 10 de julio de 2010

106. Jóvenes tiranos y desfallecimiento del padre.

Los jóvenes de hoy no parecen sentir ninguna deuda hacia sus padres y la sociedad. Son unos tiranos que piensan que los otros les deben algo; de ahí una posición subjetiva parecida a la del canalla: él no es responsable de nada, siempre los otros lo son; sus padres responden por él en todo: lo sacan de problemas, lo sostienen económicamente, etc., lo que refuerza esa posición de «mantenido» que espera que todo se lo den sin ningún esfuerzo.

La posición de los jóvenes de hoy es más bien la de víctima, sin disciplina ni responsabilidad frente a lo que le toca hacer para llegar a ser un adulto comprometido con la sociedad. El adolescente moderno es el niño maravilloso de la madre, que exige ser reconocido como sujeto con «derechos» pero no con «deberes». Es el niño objeto de un amor sin límites, que no sabe de respeto; que cuando pide, los padres corren a darle. Esa tiranía del joven actual habla también de la posición subjetiva de los padres: es un padre permisivo, que se siente culpable de lo que hace y que siente vergüenza de asumir su papel de representante de la Ley. Se podría establecer la siguiente fórmula: la posición permisiva y culpable del adulto equivale a la tiranía y despotismo del joven.

Este desfallecimiento del adulto frente a su responsabilidad como representante y transmisor de una Ley y una disciplina, se encubre en una idea bastante errónea de que el amor que se brinda al hijo debe ser pleno, lleno de dicha y que no involucre dificultades y sufrimientos. Este amor supone que los niños deben recibir satisfacción inmediata a sus demandas. Es un amor que responde a la idea de que el niño debe estar siempre feliz y alegre y nunca triste o aburrido. Se ha llegado hasta a pensar que si se le ponen límites o se le prohíbe hacer algo, se lo traumatiza o se le inhibe su libertad individual. Este amor sin límites se observa en padres que viven exageradamente «enamorados» de sus hijos, o que sienten culpa y pesar cada vez que los castigan, o que piensan que a sus hijos hay que darles todo de lo que estuvieron privados ellos en la niñez.

jueves, 8 de julio de 2010

105. Jóvenes sin disciplina.

Muchos padres de familia se quejan de que sus hijos no son disciplinados: no tienen un horario de estudio establecido, no son ordenados con el tiempo y con sus cosas, no atienden a clase o se distraen fácilmente, etc. La disciplina no es innata en el sujeto; hay que inculcarla, y de esto los padres son los responsables. En el ejército los soldados son disciplinados porque están obligados a serlo, es una exigencia del régimen militar. Esto no significa que la disciplina del hogar deba ser militar; es solo un ejemplo para mostrar que la disciplina se impone, se exige, y para exigirla se necesita de la «autoridad», es decir, del respeto del niño y el joven hacia sus padres, así como en el ejercito el soldado respeta la autoridad de sus superiores.

La sanción o castigo es la herramienta fundamental en la que se apoya la transmisión de una disciplina y un respeto por la autoridad. La violación de una norma conlleva siempre una sanción. El castigo permite transmitir un sentido de responsabilidad sobre las consecuencias de los propios actos. La responsabilidad como castigo es una de las características esenciales a la idea de hombre que prevalece en toda sociedad (Miller, 1997). Sólo se puede castigar al hombre que se considera responsable de sus propios actos.

La falta de una disciplina dentro de las familias de hoy, ha llevado a que muchos jóvenes se comporten como déspotas y tiranos; se creen indestructibles, dueños del mundo y con el poder para hacer lo que les venga en gana; viven en un estado de omnipotencia imaginaria en la que sólo piensan en ellos mismos, sin ninguna conciencia de sus límites y de su mortalidad, sin hacer referencia a su pasado o a su compromiso con el futuro, entregados a una rivalidad imaginaria con sus semejantes, desatada por la demanda imperiosa de alcanzar éxito y dinero sin importar los medios, únicamente el fin. Su vida se va en hacer ostentación de todo aquello que le ofrece la sociedad de consumo y que sus padres se sienten obligados a darles, ya que ellos no pueden quedarse atrás en la tarea de pavonearse ante sus iguales.

miércoles, 7 de julio de 2010

104. Mujeres responsables de elegir un padre.

Existe hoy en día un tipo de mujeres bien particular. Se trata de esas mujeres que se acercan a los cuarenta años, mujeres profesionales, con un trabajo estable, que disponen libremente de su tiempo y de su intimidad, y que empiezan a decirse a sí mismas que el tiempo corre y que, si quieren tener un hijo, hay que apurarse a encontrar un hombre digno de ser padre, a no ser que la elección sea tener un hijo sola.

Pero, que una mujer cuide a un niño sola, incluso si lo cuida con su pareja homosexual, o entre una mujer y un hombre homosexual, etc., no es algo solamente posible hoy por hoy, sino algo cada vez más frecuente y legal, y que sobre todo demuestra el cambio que han dado la humanidad y las mismas mujeres, al punto de hacer que la categoría de «madresolterismo», que fue tan infamante, se convierta en una categoría completamente anticuada.

A partir del momento en que una de aquellas mujeres quiere ser madre, surge un nuevo poder en ellas, un poder con consecuencias en la civilización. No se sabe nada sobre que tipo de humanidad va a surgir a partir de este cambio en la posición de las mujeres, pero desde el momento en que hay mujeres que buscan un padre para sus hijos, esto les da una nueva posición que les permite hacerse, más que nunca, juez y medida de lo que es un padre.

Así se desarrolla un discurso de la responsabilidad materna agrandada hasta el punto de superar a la del padre, y que acarrea algo así como una inversión de los términos: ya no es más el hombre el responsable de elegir a una mujer, de velar económicamente por sus hijos, de cuidar a su familia, etc. A esta «carencia paterna» responde una nueva reflexión femenina sobre lo que debe ser un padre, se instituye en las mujeres-madres la posición de saber lo que debe ser un padre. En ellas está la responsabilidad de elegir el tipo de padre que quieren para sus hijos: si es un hombre capaz de responder por sus deberes como esposo y progenitor, o si, por el contrario, se trata de una persona irresponsable, un mantenido, un alcahuete con sus hijos o un trasgresor de la ley -elecciones estas que se dan más frecuentemente entre mujeres jóvenes-.

martes, 6 de julio de 2010

103. Mujeres inhibidas.

Ya no es más un secreto que las mujeres -no todas, por supuesto- de un lado, aman a un hombre con ternura -su esposo, su novio, su compañero, etc.-, y, del otro, desean a otro hombre con pasión -su amante-. A esto se le puede denominar «degradación de la vida erótica en las mujeres» (aunque Lacan va a corregir esta concepción freudiana y aclara que se difama a las mujeres cuando se dice que ellas se degradan), degradación que es constitutiva de la sexualidad humana, y que al parecer, ya no es sólo exclusiva de los hombres.

Dicha «degradación» de la vida sexual, debe entenderse como la separación que se presenta en el amor entre la ternura y la pasión. Si una persona ama con ternura a alguien, este amor suele tener un carácter sublime; en cambio, si desea con pasión, se considera que ha habido un «rebajamiento» del amor: de la sublime ternura, a la terrenal y sensual pasión.

La convergencia del amor y el deseo -las dos corrientes en que se divide el amor- en una misma persona, era una característica de la forma de amar de las mujeres. Ellas solían querer y desear a un mismo hombre; concentraban su ternura y su pasión en él. Los hombres, en cambio, se han caracterizado por desear a una mujer diferente de la que aman; p. ej., aman a la esposa, pero desean a la amante.

Al parecer, y gracias a la «liberalización de las costumbres sexuales», se ha empezado a observar en las mujeres esa característica que era exclusiva del amor masculino: dirigen su ternura hacía el compañero «oficial» -esposo o novio-, y su deseo hacia otro hombre -su amante-. Esta nueva posición de las mujeres en su forma de amar y de gozar de la sexualidad no es sin consecuencias. Un nuevo síntoma, de carácter psicológico, se presenta en ellas: la «inhibición» en el pensar y en el actuar. La inhibición es algo que se presenta siempre que un ser humano se enfrenta a una elección; siempre que una persona tenga que elegir entre una y otra cosa, entre una y otra persona, padecerá, en mayor o en menor medida, de una inhibición. Entonces es muy probable que haya contemporáneamente nuevas inhibiciones femeninas, lo que hace que las desdichas causadas por ellas, ya no sean exclusivas de los seres masculinos.

lunes, 5 de julio de 2010

102. Mujeres y derechos.

El desarrollo del tema de las mujeres en este siglo, es correlativo de la extensión del «discurso de los derechos humanos», derechos que, por supuesto, incluyen a las mujeres. A dicho discurso hay que agregar la extensión de los ideales de la justicia distributiva, es decir, la distribución de los bienes y servicios de una sociedad de forma equitativa entre los miembros de una comunidad.

En este punto se encuentra una dificultad: mientras más triunfa la ideología, el discurso de la justicia distributiva y de los derechos humanos, más aparecen en el horizonte toda una serie de fenómenos que contrarían a la justicia y a los derechos: pobreza, marginamiento, violaciones de los derechos humanos, segregación, impunidad, etc. Es como si el Dios de la religión tuviera dos caras: la del padre bueno, justo, amable, y la del padre cruel, injusto y feroz. El asunto es, que mientras más se invoca al bien, pareciera que más se exterioriza el mal.

Pero, esta problemática, ¿qué tiene que ver con las mujeres? Pues conque el discurso de los derechos humanos y la justicia distributiva ha llevado a las mujeres a conquistar una nueva posición en la sociedad: ahora las mujeres tienen derecho a trabajar. Hasta hace poco las mujeres no disfrutaban de este derecho, pero ellas han demostrado suficientemente lo eficientes que pueden llegar a ser y lo dispuestas que están para enfrentar la lucha en el campo laboral. No obstante, su trabajo ha introducido una tensión entre los éxitos profesionales y lo que se puede denominar la vida afectiva; se trata de una tensión entre el trabajo y el amor.

Los éxitos profesionales de las mujeres también han hecho más difícil la relación de pareja. Al parecer, los maridos de estas mujeres -por supuesto que no todos-, no soportan bastante bien el hecho de que su mujer sea tan -o más- exitosa en el ámbito profesional que ellos mismos. Esto ha introducido otra tensión, una tensión que se suma a la ya mencionada entre el trabajo y el amor, y es la tensión de la pareja que se sumerge en la rivalidad profesional.

domingo, 4 de julio de 2010

101. ¿Madre o mujer?

Anteriormente -tal vez sería mejor decir «antiguamente»- se pensaba que un hijo era lo único que podía brindarle a una mujer la realización de su ser femenino. Ser mujer era equivalente a ser madre. «Todas madres» era la consigna que se le ofrecía a las mujeres hasta hace cuarenta o más años; aún hoy muchas mujeres creen encontrar la realización de su feminidad en la maternidad.

Se consideraba, entonces, que la única evolución positiva de la feminidad de una mujer, era su transformación en madre. Inclusive, el destino de la mujer no era solamente ser madre de su hijo, sino también madre de su marido, lo que se creía que daba una mayor duración al matrimonio. Hijo y marido satisfarían las aspiraciones de una mujer; es decir, que una mujer siendo madre y haciendo de su marido uno más de sus hijos, alcanzaría la plenitud de su feminidad. Pero esto, evidentemente, no es más que una reducción de la feminidad al hecho de ser madre. ¿Cómo son las cosas contemporáneamente? Ahora se verifica claramente, que con el discurso de lo que se puede llamar «la legitimación del sexo» de las mujeres, el niño, ser madre, la maternidad, se encuentran acompañados de otro montón de cosas a las que aspiran las mujeres de hoy.

Hay que tener muy en cuenta que las normas de la evolución femenina se corresponden con el discurso de cada época. Anteriormente la mujer era valorada por ser madre, pero las épocas se modifican con las transformaciones en los discursos de los hombres, y hoy en día el discurso sobre las mujeres es otro muy distinto al de ayer, y hay que contar con ese cambio de discurso. Son muchos los espacios que hoy por hoy se han abierto a las mujeres, y ellas parecen estar más que dispuestas a competir por ellos. Existe en el mundo moderno lo que se puede denominar un «unisexo generalizado» (Miller, 1997). Todos los lugares y trabajos, todas las cosas del mundo se ofrecen a todos, sin distinción de sexo. No importa si se es hombre o mujer, se puede acceder a casi cualquier empleo o profesión, lo que no deja de tener efectos en las relaciones de pareja y en la familia como institución.

jueves, 1 de julio de 2010

100. Las mujeres han cambiado.

Las mujeres ya no son lo que eran. Ha cambiado la manera de concebirlas, lo que seguramente ha tenido efectos en sus deseos y su goce sexual. En otras palabras, la manera como se percibe a las mujeres contemporáneamente es diferente a la de hace cincuenta años, y esa nueva forma de verlas es seguro que ha tenido algún efecto en ellas, lo que se ha de reflejar en las nuevas cosas en las que participan, al igual que en la manera como viven hoy su sexualidad.

La sociedad cambia y las mujeres con ella. Uno de los cambios que les concierne es el observado en el matrimonio. Éste ya no tiene la durabilidad que tenía y su estatuto no es el mismo de antes. Si el matrimonio cambia, la familia también se transforma, lo que a su vez repercutirá en el psiquismo de los hijos. Ahora se habla de familia «mono-parental», es decir, la constituida por uno solo de los cónyuges más sus hijos, familia resultado de la desintegración de los vínculos que los esposos establecen en el matrimonio.

Otro de los cambios que afecta a las mujeres, es la caída de los ideales que había alrededor de la pareja sexual. Las imágenes y símbolos de la mujer ya no son los mismos. Anteriormente se sabía con alguna certeza quien era la mujer y el varón ideales. Ahora hay la duda de si la persona que se tiene enfrente es una mujer o un hombre, porque resulta que hay mujeres que parecen hombres y hombres que aparentan ser mujeres.

Por último, otro de los cambios que afectan a las mujeres, es la forma de acceder actualmente a un goce sexual. Ha habido un efecto de «legitimación del sexo» en la mujer; ahora ellas tienen derecho a acceder al goce sexual al igual que los hombres. Anteriormente las mujeres eran educadas para llegar vírgenes al matrimonio; ahora los hombres se quejan de lo adelantadas que son ellas en su comportamiento sexual. Casi han añadido a la lista de los «derechos humanos» el derecho al goce sexual. ¿Cuáles son entonces los efectos de estos cambios sobre las mujeres? Por ahora, esta es una invitación, no sólo a las mujeres, sino también a los hombres, a pensar en ello.

548. La lógica del fantasma: el «fantasma fundamental»

El décimo cuarto seminario de Lacan se titula La lógica del fantasma, un título que puede parecer paradójico o discordante, ya que el fantas...