lunes, 30 de agosto de 2010

140. Alarma en la aldea global.

La sociedad contemporánea atraviesa, desde mediados del siglo XX, por una serie de cambios intempestivos, sin precedentes, y para los cuales, al parecer, no esta aún preparada. Los avances de la ciencia y la tecnología van a gran velocidad, en respuesta, a su vez, a las exigencias de una economía de mercado que se ha impuesto en todo el mundo, sin medir sus consecuencias: por ejemplo, el hecho de que haya cada vez más y en todo el planeta, mayor injusticia social.

Los ideales tradicionales, los grandes ideales universales, que aseguraban una mayor continuidad en los estilos de vida, ya no sirven para guiar y coartar a los seres humanos, sino que, más bien, estos parecen encontrarse más libres que nunca para elegir sus propios valores y estilos de vida y hacer, en última instancia, lo que les venga en gana, bajo la égida de un individualismo rampante.

No se puede afirmar que los cambios producidos por el desarrollo de la ciencia y la tecnología hayan aportado una mayor felicidad, ni que hayan liberado al hombre de sus «patologías», sobretodo aquellas que afectan a las comunidades y a la convivencia; al contrario, la segregación, el terrorismo, el secuestro, el sectarismo y el fanatismo parecen haberse exacerbado en todo el mundo. Ha surgido un nuevo malestar en la cultura, que se manifiesta también en la aparición, a gran escala, de epidemias globales, tales como las toxicomanías, en su diversidad y gradación; la anorexia y extrañas formas compulsivas del comportamiento; los maltratos y la violencia intra y extrafamiliar, etc.

Todo esto debe ser motivo de alarma para todos, al convertirse, dicho malestar, en una amenaza para los vínculos sociales. Las respuestas a la proliferación de este tipo de problemas oscilan entre la represión y criminalización, haciendo de los Estados entes cada vez más policivos, y la comprensión e irresponsabilización de las personas concernidas en ellos, lo que conduce a una insensatez generalizada que hace caótica la vida en comunidad. ¿Son estas respuestas valederas? Es para meditarlo.

domingo, 29 de agosto de 2010

139. Patología del pensamiento y paradigmas.

El ser humano ha adquirido una serie de conocimientos, sin precedentes, sobre el mundo físico y biológico. La ciencia ha hecho reinar, cada vez más, a los métodos de verificación empírica y lógica. Pero junto a esto hay también un progreso de cierta ignorancia ligada al desarrollo mismo de la ciencia. Las amenazas más graves que enfrenta la humanidad están emparentadas al progreso ciego e incontrolado del conocimiento: armas nucleares, manipulaciones genéticas, desarreglos ecológicos, etc.

Hay, pues, una nueva «ignorancia» ligada al desarrollo del saber científico, que ha llevado al ser humano a los límites de su propia extinción. Se hace necesario tomar conciencia de dicha ignorancia, si se quiere superar esa «patología» que hay en el conocimiento producto de la ciencia. El primer paso que hay que dar es comprender cómo el ser humano organiza dicho conocimiento.

Todo conocimiento opera mediante la selección de datos significativos, los cuales son separados y jerarquizados de acuerdo a la importancia que adquieren dentro de cada saber científico. Estas operaciones son comandadas por preceptos que sirven para organizar el pensamiento y que se denominan «paradigmas». Los «paradigmas» son principios ocultos que gobiernan, en cada sujeto, la manera de ver las cosas y de interpretar el mundo, sin que se tenga conciencia de ellos. El problema es que dichos paradigmas funcionan como prejuicios, los cuales se convierten en un obstáculo a la hora de responder a nuevas situaciones y dificultades.

Se hace necesario, pues, tomar conciencia de la naturaleza y de las consecuencias de dichos paradigmas, ya que estos terminan por recortar el conocimiento y desfigurar la realidad. Sensibilizarse con las enormes carencias que posee el pensamiento en la medida en que éste se rige por paradigmas, hará posible comprender que un pensamiento mutilado conduce, necesariamente, a acciones mutilantes. Por esto, habría que abrir la mente, permanentemente, a nuevas experiencias, saberes y posibilidades.

sábado, 28 de agosto de 2010

138. «¿Quién está enfermo, la cultura o yo?»

Los profesionales que manipulan a la sociedad de consumo conocen muy bien el poder de la palabra «nuevo» para vender. La ciencia, en su alianza con la economía de mercado, lanza todos los días nuevos objetos tecnológicos que hacen que lo nuevo permanezca cada vez menos y menos tiempo nuevo. Así pues, la novedad se hace cada vez más insistente y exigente, y a su vez, establece una rivalidad de carácter mortífero con todo lo que es obsoleto. (Miller, 1998). El computador que se compra hoy, ya mañana es viejo: hay que actualizarlo o comprar uno más poderoso. Así pues, lo nuevo parece ser sólo nuevo en el minuto presente; en el siguiente pasa a ser viejo. ¿Cómo se defienden cada uno de los seres humanos que habitan esta sociedad, de la decadencia en la que entran a partir de la exigencia permanente de lo nuevo?

Frente al síntoma de la novedad que caracteriza a la cultura de hoy, lo único que puede resistir el carácter sintomático de lo siempre nuevo, es otro síntoma. (Miller, 1998). Todos los seres humanos, en algún momento de su vida, se experimentan a sí mismos como desechos de la cultura contemporánea, ya sea porque no hay experiencias nuevas en su vida, o porque no se sienten bellos con relación al patrón de belleza que propone la cultura, o porque no usan la ropa de moda, o no han comprado el último televisor, etc. En todo caso, si no se está con lo último, se está caduco, desactualizado. Y estar desactualizado es, de cierta manera, un síntoma con respecto a la norma de la cultura.

Si se sigue la norma de la cultura de consumir siempre lo nuevo, entonces a esto se le llama alineación. Pero si no se siguen los imperativos culturales, si no se marcha al ritmo de la moda, esto es un síntoma respecto del patrón cultural, y a esto se le llama separación. Así pues, la norma social es sintomática, pero si no sigo la norma, si no me inserto en las exigencias de la cultura, también es sintomático. Por esto los seres humanos contemporáneos se hallan ante aquello que constituye el malestar de la cultura de hoy, el cual se podría formular así: «¿Quién está enfermo, la cultura o yo?».

viernes, 27 de agosto de 2010

137. Lo nuevo es obsoleto.

Interesa a los estudiosos del comportamiento observar cómo los síntomas de los seres humanos, las formas de sufrimiento subjetivo, cambian con el estado de la cultura; es decir, que los síntomas tienen una relación de dependencia con la cultura en la que se inscribe el sujeto. En otras palabras, dependiendo de la época en que se vive, se padecerán o no determinados síntomas psicológicos; los síntomas de comienzo de siglo pasado, no son los mismos ahora que nace una nueva centuria, y esto le exige a los estudiosos de la conducta, una renovación. Como los síntomas cambian con la época, se espera también un cambio al nivel de los discursos que estudian el sufrimiento de los seres humanos.

Hay, entonces, nuevos síntomas, y la novedad misma se ha convertido en uno de ellos. Lo «nuevo» es un síntoma de la cultura contemporánea, a tal punto que ha ido adquiriendo un ritmo periódico, haciéndose cada vez más evidente la repetición de lo nuevo (Miller, 1998). Por ejemplo, al nivel de la moda, tres o cuatro veces al año está previsto el lanzamiento de una nueva colección.

La consecuencia de esto es que eso «nuevo», automatizado, se ha convertido en un «nuevo» sin sorpresas, ya que de antemano se sabe que al poco tiempo eso «nuevo» será obsoleto. Es una paradoja de ese nuevo síntoma de la sociedad actual: que lo nuevo, ya se sabe que es obsoleto. Y esto es lo nuevo de la cultura de hoy: que lo nuevo es viejo de antemano. Por esto se busca de manera cada vez más insistente la novedad. Como lo nuevo ya es viejo, se busca más y más lo nuevo (Miller, 1998).

Este nuevo síntoma lleva a que los seres humanos, obligados a buscar de manera insistente la «novedad», entren en un «círculo vicioso» cada vez más y más exigente. A medida que se le demanda a los sujetos lo «nuevo», más y más exigente se vuelve ese «círculo vicioso» con la novedad, creándole a los sujetos, cada vez más, un mayor malestar. Por esto se puede decir que lo nuevo, como síntoma de la «sociedad de consumo» contemporánea, es, por excelencia, un «círculo vicioso» glotón, y es esa glotonería la fuente del malestar.

miércoles, 25 de agosto de 2010

136. El trauma psíquico o el trauma de Elián.

El concepto de «trauma psíquico» hace referencia a una serie de acontecimientos que tienen un gran impacto emocional en la vida de un individuo, produciéndole, como consecuencia, trastornos psíquicos duraderos -inhibiciones, angustia o síntomas-. De hecho, la palabra «trauma» es tomada prestada del discurso de la medicina, en el cual, «traumatismo» significa el «conjunto de lesiones del revestimiento cutáneo que interesan un tejido, un órgano o un segmento de miembro, provocadas accidentalmente por un agente exterior». Así pues, un trauma orgánico es un daño producido en el cuerpo –un moretón, una fractura, etc.-, y un trauma psíquico es un daño producido a nivel subjetivo -el la psique, en el "corazón" o en el alma, que es lo mismo-.

Con el trauma psíquico pasa algo muy peculiar, y es que lo que puede ser traumático para una persona, para otra no lo es para nada, cosa que no ocurre con los traumas físicos, los cuales siempre producen un daño orgánico. El trauma psíquico es algo absolutamente subjetivo y particular, por esta razón sólo se puede saber si un acontecimiento ha sido traumático o no para una persona, por los efectos que le produce, aunque hay sucesos que por su gravedad producen necesariamente un daño psíquico.

¿Cuáles pueden ser, entonces, los traumas psíquicos de Elián González, el famoso balserito cubano, que fué objeto de una disputa por su custodia entre su padre, residente en La Habana, y su familia radicada en Miami? Se sabe que más allá de una disputa legal sobre la custodia de un niño –como las hay miles en los juzgados del mundo- el caso recibe el interés mundial debido a que hay de por medio una disputa política, entre el gobierno de Cuba, comunista y víctima del imperialismo de su país vecino, y los Estados Unidos, capitalista, imperialista y la nación más poderosa del mundo. Es decir, que a parte de los intereses sobre la custodia de Elián, hay otra serie de intereses, principalmente políticos, entre dos bandos: los familiares de Elián -y con ellos, la comunidad cubana, radicada en Miami, enemigos del régimen de Castro, representantes de la democracia, del «sueño americano», y que tienen como bandera la libertad- versus Juan Miguel, el padre de Elián -y con él, ocho millones de cubanos, enemigos de los Estados Unidos y amigos de la revolución, representantes de los ideales del comunismo, y que tienen como bandera la dignidad-. Y en medio de esta pugna, el balserito, en una posición de «objeto» de ambas «banderas». ¿Estar en medio de éstos dos bandos le acarreó algún trauma psicológico a éste niño de seis años?

Elián ya sufrió un trauma psíquico -aparte de los traumas por los que pasa todo ser humano en su proceso de humanización-: haber visto morir a su madre ahogada en el mar luego de su fallido intento de salir de Cuba. Por eso, y de acuerdo con las noticias que llegaron sobre el caso, el mayor temor de Elián no era regresar a Cuba, no; su mayor temor es regresar a Cuba... ¡en balsa!, es decir, por vía marítima. El balserito no quiere saber nada de balsas. Claramente para él, haber pasado horas enteras flotando en el mar como náufrago y haber perdido a su madre en el mar, fueron acontecimientos de gran impacto emocional en su vida, es decir, sucesos traumáticos, de los cuales ya se sabe un efecto: él no quiere navegar -lo cual se puede interpretar como una inhibición en su comportamiento-. ¿Haber sido separado de su familia en Miami utilizando la fuerza, es un suceso traumático para Elián? No se puede saber hasta que él diga algo al respecto. A parte del susto que se pudo haber llevado Elián al ver irrumpir a la policía de inmigración en la casa de su tío abuelo, no se supo que hubiese estado muy angustiado junto a las personas que lo acompañaron hasta Washington. Probablemente esta separación es tan traumática como la que le hizo vivir su madre al separarlo de su padre, cuando lo recogió en la escuela y se lo llevó en una balsa rumbo a La Florida, sin consultarle a su ex-esposo.

El psiquiatra que trabaja para la policía de inmigración y que acompañó a Elián a reencontrarse con su padre, se encontró con un niño tranquilo -durmió durante el viaje- y feliz de volver a los brazos de quien tiene, por ley, derecho de custodiarlo. Si todas estas situaciones son o no traumáticas para Elián, sólo se lo podrá saber a porteriori, por sus efectos sobre él.

domingo, 22 de agosto de 2010

135. «Naturaleza» humana.

Siempre que se piensa la cultura aparece en contraposición el término «naturaleza». ¿Es el ser humano un ser natural? La respuesta que hay que dar es: no. El ser humano, por hablar, por pensar, por habitar la cultura, se ha apartado de sus condicionamientos naturales, no obedece más a las leyes de la naturaleza, ha perdido todos sus instintos, es decir, es un ser «desnaturalizado». La filosofía, al decir que el ser humano es un ser «racional», también está diciendo que en el ser humano la naturaleza ha sido reemplazada por la cultura.

Si también se pregunta si el ser humano se adapta a la naturaleza tal y como lo hacen los animales, la respuesta nuevamente es: no. Más bien el ser humano adapta la naturaleza a sus necesidades y deseos, de tal manera que la destruye. Y es porque destruye al medio ambiente por lo que el tema ecológico es tan actual, a tal punto que se insiste en que el ser humano sostenga con la naturaleza una relación armónica. Volver a lo natural es casi una consigna contemporánea, que abarca también a la sexualidad. ¿Pero sería posible pensar en el ser humano un sexo que sería de orden natural? Con los seres humanos lo que se observa es que existen una serie de exigencias sociales que se oponen radicalmente a una sexualidad supuestamente «natural»; en los animales, en cambio, su comportamiento sexual está regido por el instinto, lo que habla de un comportamiento sexual natural.

La cultura, entonces, es lo que ha sustituido a la naturaleza en el ser humano. Por esto a cada función de la naturaleza se le da un sentido cultural. Por ejemplo, un hijo es un hecho biológico, pero por otro lado, es deber de los padres asegurar su nacimiento cultural, su socialización. El nacimiento de ese producto biológico que es el hijo, debe ser registrado ante el Estado, debe tener un nombre y una identidad, como también una serie de representaciones que lo identifiquen como un ser humano que es miembro de una familia y de la sociedad. Entonces, un hecho de la naturaleza, el nacimiento de un hijo, debe ser inscrito cultural y socialmente.

viernes, 20 de agosto de 2010

134. La aventura de leer.

La lectura es una de las actividades mentales de mayor importancia en la estructuración subjetiva de un sujeto. Saber leer se constituye así en una herramienta fundamental en la formación psíquica de todo ser humano, y más aún cuando él es un buen lector.

Un buen lector, tal y como lo enseña Estanislao Zuleta, es aquel que se separa por completo de lo que se comprende ahora por «hombre moderno»: aquel que está de afán, que quiere asimilar rápidamente. Un buen lector es aquel que es capaz de rumiar, de estar tranquilo; el que lee lenta y cuidadosamente. Sólo un lector así podrá hacer un buen trabajo de interpretación del texto. Dicho trabajo de interpretación consiste en determinar el valor que el texto asigna a cada uno de sus términos, valor que puede estar en contradicción con el que posee el mismo término en otros textos. Así pues, la palabra «alimento» no significa lo mismo en un texto como La metamorfosis de Kafka, que en un libro de culinaria, es decir, que el mismo texto produce su propio código por las relaciones que establece entre sus propias palabras.

Como cada palabra de un texto se define por las relaciones que establece con las otras, si a un texto se le asigna el sentido que rige en la ideología dominante, entonces, nos dice Zuleta, no se ha cogido nada de ese texto y por lo tanto, no sabemos para nada leer. Leer significa, entonces, poder hacer una critica fundamental a la ideología que domina nuestro pensamiento, cualquiera que esta sea. Así pues, la interpretación no es la simple aplicación de un saber -conjunto de conocimientos- a un texto. La interpretación requiere de la creación de un código a partir del texto y no de la asignación a los términos de un sentido predeterminado. Por esto la lectura es un acto subversivo, en la medida en que afecta, perturba, trastorna y conmueve nuestro ser y nuestra forma de pensar; hasta puede cambiar nuestra posición subjetiva. Si la lectura que hace un sujeto no subvierte en algo su forma de pensar, entonces se puede concluir que aún no sabe leer. Por esta razón es que Zuleta concibe a la lectura como un riesgo, una aventura.

lunes, 16 de agosto de 2010

133. La pulsión no es instinto.

La pulsión es el nombre que se le da al impulso sexual de los seres humanos, en la medida en que sus conductas no son instintivas. La pulsión es lo que ha venido a sustituir al instinto en los seres humanos desde el momento en que pasó a ser un animal racional. Por racionalizar el hombre deja de estar regido por las leyes de la naturaleza y pasa a ser regido por las leyes que hay en cultura; el ser humano, por pensar, es un ser «desnaturalizado»: queda separado de la naturaleza, no responde más a ninguna ley natural y pierde sus instintos animales.

El instinto es un «saber» que, trasmitido de una especie a otra por la vía del material genético, le permite a los animales adaptarse y responder, de forma adecuada, al ambiente que habitan. Esta es la razón por la que se puede decir que los animales nacen aprendidos, es decir, que responden de manera automática a los estímulos del medio. El instinto tiene la característica de ser un saber que rige para todos los miembros de una misma especie, sin excepción.

En el lenguaje corriente se suele decir que los seres humanos poseen instintos: sexual, de conservación o materno. Pero si unos tales instintos existieran en el ser humano, su vida sería completamente diferente a como es. Por ejemplo, si en él existiera un instinto sexual, no tendría por que haber exhibicionistas, pederastas, voyeuristas u homosexuales, ni ningún otro tipo de comportamientos que se desviara del supuesto objeto normal de la sexualidad -el sexo opuesto de la misma especie- y de la supuesta meta normal de la sexualidad -la reproducción o el coito-, comportamientos que en el psicoanálisis se denominan «perversiones sexuales». Si la sexualidad humana es tan extravagante, es justamente porque no es instintiva, sino pulsional.

Si en el ser humano hubiese un instinto de conservación, no arriesgaría la vida de la forma como lo hace con, por ejemplo, los deportes extremos, ni fabricaría armas para matarse, ni fumaría, ni bebería, ni comería en exceso. Y si las mujeres tuvieran un instinto materno, ninguna de ellas abortaría, ni abandonaría a sus críos, o los daría en adopción. Mucho menos los maltrataría, los golpearía o los humillaría. El ser humano perdió sus instintos cuando empezó a hablar y a pensar, cuando empezó a ser un sujeto de la cultura.

domingo, 15 de agosto de 2010

132. La crisis de autoridad del padre.

La crisis de autoridad del padre se observa en la corrupción de los Estados modernos y en la política en general, en la promoción de dioses oscuros -sectas satánicas, nueva era, crecimiento del esoterismo, líneas psíquicas, etc.-, y en los efectos renovados de la segregación en todo el mundo. Los ideales universales, establecidos milenariamente como certezas, son derrotados por la actual globalización de la empresa y la economía totalitaria. Esta globalización arrastra, atraviesa, fisura y acaba con esos ideales. Por eso nuestra época se caracteriza principalmente por esta «carencia del padre», cuya personalidad está ausente, humillada o dividida.

A todo este malestar se le llama crisis: de valores, educativa, social, en la justicia, etc. Pero estas crisis no parecen ser sino la consecuencia directa de un defecto fundamental, un defecto que tiene que ver con la manera como un padre le transmite a un hijo una responsabilidad por las consecuencias de sus actos y un respeto por las normas que rigen la convivencia en sociedad. El obstáculo mayor es que la solución a esta «falla» no depende de un ejercicio educativo. No es diciéndole a los padres lo que tienen que hacer con sus hijos como se le va a dar solución a este nuevo estado de las cosas. Se necesita de un cambio en la posición subjetiva, en la manera de educar, que no depende necesariamente del acto de instruir o adiestrar, y que además involucra una reflexión profunda sobre la función de la autoridad en el seno de la institución familiar.

¿Cómo debe ejercer la autoridad un padre de familia? Los padres son, en primera instancia, los únicos responsables de la transmisión de la normatividad y, por tanto, en sus manos está la posibilidad de que su hijo sea un ser humano civilizado y un hombre de bien. El padre como representante de la ley dentro de la familia, es el que está llamado a ejercer la autoridad y a hacer una transmisión de la norma. A ambos padres les corresponde pensar la manera como van a poder hacer esto; lo más importante es que sepan que es algo que se tiene que hacer, a pesar de ser una tarea no grata.

viernes, 13 de agosto de 2010

131. División subjetiva.

Al contrario de lo que dice la psicología, el ser humano no es íntegro, completo, armonioso y consciente de sí mismo, no. El ser humano suele ser más bien un ser dividido: contradictorio, indeciso, que no sabe muy bien lo que quiere, inconsciente de sus decisiones, etc. Es corriente, por ejemplo, encontrar que los sujetos no saben lo que dicen y piensan; la mayoría se han hallado a sí mismos en situaciones en las que dicen más de lo que deben -«meten la pata»-, o menos de lo que pueden -pecan por exceso o por defecto-. Es como si el sujeto tuviera enormes dificultades para decir lo justo en el momento oportuno -esto es precisamente lo que llamamos «inconsciente» en el psicoanálisis-. Hay entonces una división entre lo que piensa y lo que dice o deja de decir. Por eso es que se recomienda «conectar la lengua al cerebro» al hablar, ser prudentes o callar.

Por hablar el ser humano está radicalmente dividido y esa división hace parte de su estructura psíquica o subjetiva. Ella también se observa al nivel de los anhelos y el deseo. Alguien, por ejemplo, puede querer viajar a Europa, pero si no lo desea, nunca hará ese viaje, así se quede toda la vida anhelándolo. El deseo se manifiesta en los actos, pero los actos de los sujetos no siempre coinciden con lo que piensan, lo que hacen o lo que dicen. La división subjetiva se observa también aquí -división entre acto y palabra-. En muchas ocasiones los sujetos piensan una cosa y hacen otra; dicen algo y realizan lo contrario. Es una división entre lo que se piensa o se dice y lo que se hace, división que en ocasiones suele ser dramática, porque los sujetos manifiestan su acuerdo con tal idea o valores y enseguida se les descubre haciendo lo opuesto, develándose en ellas lo que se denomina una «doble moral», que habla justamente de esa división subjetiva tan humana.

Un individuo íntegro, equilibrado, armónico, en el que sus actos se corresponden con lo que dice y piensa, parece más un ser de ficción, un ser ideal al que aspira la psicología de hoy, pero que no existe en la realidad; los hechos enseñan más bien la existencia, en el ser humano, de una división subjetiva tal, que lo aparta de dicho ideal.

miércoles, 11 de agosto de 2010

130. El hombre de comienzos de siglo.

W. Erb, neurólogo de comienzos de siglo, citado por S. Freud en su texto La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna (1908), decía: «...las extraordinarias conquistas de la Edad Moderna, los descubrimientos e invenciones en todos los sectores y la conservación del terreno conquistado contra la competencia cada vez mayor, no se han alcanzado sino mediante una enorme labor intelectual, y sólo mediante ella pueden ser mantenidos. Las exigencias planteadas a nuestra capacidad funcional en la lucha por la existencia son cada vez más altas, y sólo podemos satisfacerlas poniendo en el empeño la totalidad de nuestras energías anímicas. Al mismo tiempo, las necesidades individuales y el ansia de goces han crecido en todos los sectores; un lujo inaudito se ha extendido hasta penetrar en capas sociales a las que jamás había llegado antes; la irreligiosidad, el descontento y la ambición han aumentado en amplios sectores del pueblo; el extraordinario incremento del comercio y las redes de telégrafos y teléfonos que envuelven el mundo han modificado totalmente el ritmo de la vida; todo es prisa y agitación; (...) hasta los 'viajes de recreo' exigen un esfuerzo al sistema nervioso. (...) La vida de las grandes ciudades es cada vez más refinada e intranquila. Los nervios agotados, buscan fuerzas en excitantes cada vez más fuertes, en placeres intensamente especiados, fatigándose aún más en ellos. La literatura moderna se ocupa preferentemente de problemas sospechosos, que hacen fermentar todas las pasiones y fomentar sensualidad, (...) las artes plásticas se orientan con preferencia hacia lo feo, repugnante o excitante, sin espantarse de presentar a nuestros ojos, con un repugnante realismo, lo más horrible que la realidad puede ofrecernos.»

Así describe Erb la vida de los seres humanos ¡a comienzos del siglo XX!, descripción que coincide totalmente con el inicio del siglo XXI. Palabras más que proféticas las de Erb. Nada indica que halla en el futuro cercano ese tan anhelado cambio en la «conciencia» del hombre, sino más bien una exacerbación de sus conflictos psíquicos y una vida cada vez más agitada.

domingo, 8 de agosto de 2010

129. El error de buena fe.

Los sujetos que se conducen con ingenuidad ante los demás, cometen un error imperdonable. Es lo que se llama «el error de buena fe». Es el error de todos aquellos sujetos que toman sus deseos por realidades, y tomar los deseos por realidades es de cierta manera creer que existe sólo una realidad: la propia.

El sujeto que toma sus deseos por realidades piensa que el mundo debe «marchar» de la misma manera a como él «marcha» en el mundo, sin tener en cuenta que el mundo «camina» de muchas y variadas maneras que para nada coinciden con la manera de «caminar» de cada uno. Este tipo de sujetos suelen guiarse por sus buenas intenciones -lo que el filósofo Hegel denominó «el alma bella» o la ley del corazón-. Son precisamente las almas bellas las que se quejan de que los demás abusan de ellas. Son sujetos que quieren hacerle el bien a todo el mundo, pero en la medida en que quieren un mundo hecho a la medida de sus deseos, son, paradójicamente, fuente de agresividad por parte de los sujetos que los rodean.

El alma bella es alguien que se queja de lo mal que le paga el mundo; son como esas madres que queriendo lo mejor para sus hijos -que no sufran, que no pasen dificultades, ni desengaños, ni nada-, se quejan de lo malagradecidos que ellos son con ellas. Pero precisamente, en la medida en que un sujeto tiene las mejores intenciones con otro, recibirá a cambio, en contragolpe, una serie de agresiones, maltratos y reclamos que se explican solamente si se piensa que existe una estrecha relación entre la posición subjetiva del que comete el error de buena fe, y el sujeto que le paga mal por ello.

Lo que sucede es que, en la medida en que un sujeto tome sus deseos por realidades y que el mundo se conduzca según su parecer, en esa misma medida estará desconociendo los deseos de los demás, y cuando a un sujeto se le desconocen sus propios deseos, que es como decir, su propia realidad, su respuesta a esto siempre será agresiva. Ignorar los deseos de los demás tendrá sin cesar este efecto: a los sujetos les disgusta que se ignoren sus propios deseos, sus propias realidades, su subjetividad.

sábado, 7 de agosto de 2010

128. Familia y violencia.

La familia es una institución en la que se ama, se educa y se da buen ejemplo; cuando en ella se presentan actos violentos, esto se considera una desviación de los ideales que rigen la convivencia humana. Se suele pensar que la violencia es expresión de la animalidad en el hombre o el resultado de la pérdida de valores; por eso las instituciones que representan a la sociedad, así como los medios de comunicación, impulsan campañas destinadas a rescatar los valores, pero la violencia no se detiene y en ocasiones parece exacerbarse; es que en el fondo, todo ser humano, por más bondadoso que sea, alberga en él deseos de humillar, maltratar y explotar a su prójimo.

La violencia en el ser humano no es instintiva, ni es algo de su animalidad -los animales, en general, son mucho más pacíficos que el hombre-, ni es consecuencia de una degradación de los valores. Lo que pasa es que el ser humano nace sin ningún tipo de mecanismo que regule su agresividad. Ésta hace parte de la estructura psíquica del ser humano en la medida en que se constituye en una forma privilegiada de obtener reconocimiento, es decir que el sujeto es agresivo para «hacerse reconocer» por los otros, lo que lo lleva a una lucha a muerte por puro prestigio con sus semejantes: «o yo, o el otro», «o es mío o no es de nadie». De aquí también surgen toda una serie de conductas como las de ostentación, rivalidad, competencia, celos, envidia, deseos de muerte, etc.

Tratar la violencia por la vía de los ideales reduce su comprensión y condiciona su manejo a campañas que no van más allá de un refuerzo de valores y derechos. Si bien esta estrategia se opone a ella reivindicando el civismo, deja a un lado la pregunta por el sujeto que interviene en un acto violento, ya sea como víctima o victimario. Es decir que se deja sin responder la pregunta de por qué hay sujetos que encuentran satisfacción siendo agresivos y otros que la encuentran siendo agredidos. Esto significa que el sujeto que aparece como víctima, en muchos casos es responsable de lo que le está pasando, ya que se comporta como si le gustara ser objeto de alguna agresión.

viernes, 6 de agosto de 2010

127. Otra cara de la droga.

Si se quisiera hacer una «nueva» clasificación de las drogas, se podrían colocar, de un lado, a las drogas que «separan», y del otro, a las que «vinculan» (Miller, 1999); hay entonces adicciones que apartan a los sujetos de la sociedad y otras que colaboran en la creación de lazos sociales. Cualquiera que sea la forma que estos vínculos adquieran, ellos son fundamentales para la vida laboral y afectiva de todo ser humano, por eso, cuando un sujeto no los establece, se vuelve sospechoso de padecer algún tipo de trastorno mental.

Si se piensa, por ejemplo, en la marihuana, no se puede decir de ella que sirva para «separar» a su consumidor de las demás personas; es más, se puede incluso concebir que su empleo es compatible con lo social -aunque no siempre es así-. La marihuana tiene, pues, la función de facilitar los lazos sociales -como lo es el alcohol en la mayoría de los casos-. Fueron bastantes los sujetos que la consumieron en los agitados años ´70, y gracias a ella conocieron a sus cónyuges e hicieron amigos para toda la vida, con los que ahora tal vez trabajan -el propio Bill Clínton confesó su experiencia con el hachís-. Además, en este caso, se trata de una droga que, claramente, no excluye otros placeres; incluso se considera que facilita las relaciones sexuales. En muchas ocasiones hay adictos o alcohólicos que establecen una relación tan estrecha con la droga que consumen, que terminan sustituyendo sus relaciones sexuales por su adicción. Con la marihuana no sucede esto: ella no brinda un placer que reemplace al orgasmo.

Con la heroína es diferente: ella es evidentemente una droga de la «separación», es decir, es una droga que aísla al adicto de las relaciones sociales, por lo que su adicción, en este sentido, es más grave. La cocaína, en cambio, está del mismo lado que el hachís; se puede incluso decir que es la droga típica de las relaciones sociales: son los más «enganchados» a la red social los que más recurren a la cocaína; no hay fiesta o reunión social, en ciertos círculos sociales, donde no se consuma cocaina. En este mismo rango se puede colocar también al alcohol, excepto cuando su consumo es tal que separa al alcohólico de la sociedad.

jueves, 5 de agosto de 2010

126. El espejo y yo.

Lo que le permite a un niño descubrir su propia imagen, es decir, hacerse a una idea de cómo y quién es él, es la relación con el semejante. La imagen que un niño se hace de sí mismo, él la recibe por «reflejo» de su realidad circundante, cuando su madre le habla de su cuerpo o cuando se le devuelve su imagen en el espejo. Este reconocimiento que el niño hace de sí se da bajo una ilusión de totalidad; es ilusorio porque, con respecto a la imagen en el espejo, los sujetos están en falta, ya que se hallan en un estado de prematuración.

En el momento en que los niños reconocen su propia imagen en el espejo -fase que se da entre los seis meses y el año y medio de vida-, se dice que están en falta porque neurológicamente no han alcanzado la madurez necesaria para desenvolverse con naturalidad en los movimientos. Es decir, que los seres humanos nacen en un estado de inmadurez neurológica tal que, comparándolo con los demás mamíferos, es el más «fetalizado». Es como si al ser humano le faltara madurar aún más como feto antes de nacer: un niño se demora un año para aprender a caminar, mientras que el crío de un animal mamífero camina a los pocos minutos u horas de nacido, y al poco tiempo ya está corriendo. El ser humano, en cambio, se demora para tener control sobre sus movimientos, en lo que se denomina psicomotricidad gruesa y fina: el manejo del lápiz, los cubiertos, correr, saltar, patear, etc. Para que un niño nazca completamente maduro a nivel neurobiológico, el embarazo de una mujer debería durar ¡dos años!

Es por esta inmadurez neurológica que se dice que el reconocimiento del cuerpo reflejado en el espejo se hace bajo la ilusión de totalidad, ya que la imagen en el espejo, con la que el niño se identifica, está completa: a ella no le falta nada. Pero la realidad es que el niño, precisamente por su inmadurez neurofisiológica, está en un estado de incompletud con respecto a esa imagen que para él es completa. Y por un momento, esa imagen completa se le hará amenazante con respecto a su estado de prematuración, lo que va a generar entre él y su imagen una tensión agresiva, que es constitutiva de todos los vínculos del sujeto con sus semejantes.

Esta identificación del niño con su propia imagen en el espejo, se constituye en un primer «acto de inteligencia» fundamental, producido por un proceso psicológico que le permite al niño la constitución del «Yo»; ahora él podrá decir, gracias a esa identificación: «ese que está frente a mí en el espejo, ese soy Yo»; podrá entonces reconocer su propia imagen en el espejo.

miércoles, 4 de agosto de 2010

125. Televisión y agresividad en los niños.

«¿A voz qué te gusta de Dragón Ball?» Preguntó hace poco un periódico a unos niños que respondieron: «porque se la pasan peleando, matan a los malos, se pegan y sale sangre». Es un hecho que a la mayoría de los niños les gusta este y otros muchos dibujos animados por las peleas, los golpes y la sangre, ¿Por qué? ¿Esta bien que los niños vean este tipo de programas? ¿Éstos los harán agresivos?

Vamos por partes. Primero, si a un niño le gusta un programa como Dragón Ball, es porque se identifica con el protagonista, el cual, al salir airoso luego de enfrentar grandes riesgos y peligros, es considerado un héroe. Es por esta identificación con el héroe que los niños juegan a ser como él. Si los niños se identifican con los héroes de la T.V. es porque no poseen una «identidad» definida. La «identidad» es algo que se va adquiriendo con ayuda del mecanismo de la identificación. Estas identificaciones a los héroes suelen ser frágiles y cambian fácilmente; no así un cierto tipo de identificaciones que se denominan «simbólicas», y que hacen que los niños se parezcan a sus padres, quienes se constituyen en los primeros héroes para los hijos.

Segundo, si a los niños les gusta la violencia de estos dibujos animados, es porque encuentran una satisfacción en ello, una satisfacción que va más allá de cualquier consideración moral. Entonces, junto a la identificación al héroe, está la satisfacción de los impulsos agresivos, al ver que aquél puede dañar, matar y destruir a sus enemigos. ¿Significa esto que los niños serán agresivos? El asunto es que los niños, como todos los seres humanos, ¡ya lo son! La agresividad es un componente del modo como se constituye el psiquismo de todos los seres humanos -la agresividad es constitutiva del modo como el sujeto se hace a una imagen de sí mismo-, por eso en los niños se observan expresiones espontáneas de su agresividad que no se explican diciendo simplemente que el niño las aprendió viendo televisión. El problema no consiste entonces en prohibirle al niño que vea dichos programas, sino en limitar o impedir que exprese su agresividad de forma tal que le haga daño a sus semejantes o a sí mismo.

lunes, 2 de agosto de 2010

124. Adolescentes enamorados.

El «enamoramiento» es un estado que ayuda a comprender situaciones psíquicas del sujeto. Si bien ha sido un tema dejado en manos de poetas, poseedores de una sensibilidad para percibir en otros las iniciativas sentimentales, en nuestros tiempos la investigación psicológica le ha «metido el diente», topándose con una dificultad general: como los seres humanos aprenden a amar con los padres, después no dejará de ser difícil, en menor o mayor grado, sustituir ese amor por el amor a otras personas. A esto se le suma el hecho de que, como se empieza a amar desde la más tierna infancia, el ser humano se ve afectado, desde muy temprano, por los embates del amor -celos, odio, rivalidad, etc.-.

Para que un adolescente pueda llegar a elegir una compañera, él deberá dar un importante paso: ser capaz de dirigir su ternura y pasión a esta nueva persona, con quien se espera que pueda cumplir una vida sexual, sin quedar «fijado» en sus sentimientos de ternura, a los padres. Es un abandono de los primeros amores de la infancia. Este paso, de la fijación a los padres a la elección de un sujeto, puede en ocasiones ser difícil o llegar a fracasar.

El amor lo podemos dividir en dos tendencias: la tierna y la sensual. La primera tiende al cuidado y respeto del otro, la segunda es el soporte del deseo sexual por la persona amada. La corriente tierna proviene de la infancia, se dirige a los sujetos que integran la familia y a los que tienen a su cargo la crianza del niño. A su vez, la ternura de la madre, de los integrantes de la familia y de las personas a cargo de dicha crianza, contribuye a acrecentar la corriente tierna del amor. Cuando esta ternura es exacerbada, sucede que el niño se aferra a ella y a la persona que se la brinda, creándose una «fijación tierna» que puede continuar a lo largo de la infancia y de la vida.

En la pubertad se despierta la otra corriente del amor: la sensual, la cual se añade a la tierna en la búsqueda y elección de un sujeto a quien amar. Lo que aseguraría una conducta amorosa «normal» es la reunión de estas dos corrientes en una sola, lo cual no siempre se da.

domingo, 1 de agosto de 2010

123. ¿"Beneficios" de la droga?

La droga le ayuda al drogadicto a hacerse a una «identidad» en la medida en que hay una «identificación» con el objeto-droga. «Ser alcohólico» o «ser drogadicto» es tener ya asegurada una identidad, un lugar en el mundo, a la vez que recurrir a una sustancia psicoactiva le cierra al drogadicto el acceso a la cuestión de resolver su «identidad» como hombre o como mujer. De cierta manera, cuando la droga brinda una respuesta al nivel de la «identidad», el sujeto se aparta de la pregunta por su «identificación» sexual.

Al identificarse como «adicto», el sujeto se asegura de una «identidad», lo cual dificulta enormemente el tratamiento, ya que los seres humanos no se desprenden fácilmente de sus identificaciones. Decir «soy drogadicto» o «soy alcohólico» es una forma de presentarse ante la sociedad, y de hecho, así se presentan los sujetos que pasan por una comunidad terapéutica, llámese esta Alcohólicos Anónimos o Adictos Anónimos: «me llamo fulano de tal y soy alcohólico»; es una identificación brutal al «yo soy drogadicto».

El hacerse a una identidad a través del consumo de un objeto es uno de los beneficios secundarios de dicho consumo. Igual sucede cuando se consumen «marcas»; se adquiere cierto estatus y por lo tanto una identidad cuando se compran las marcas que están de moda. A partir del consumo de ciertos productos es que se pueden clasificar a los jóvenes de hoy: los «trans», los «gomelos», los «yupis», los «chirris», los «alternativos», etc., y también, por supuesto, los «drogadictos». Pero el consumo de sustancias psicoactivas también conlleva un beneficio primario: el tipo de satisfacción que le produce la droga al sujeto que la consume.

Ahora bien, ¿cómo es posible que el consumo repetido de un «veneno» le brinde una satisfacción al consumidor? Sobretodo tratándose de una toxina que, más que hacerle un bien, le causa un malestar moral y un daño físico. Se trata de una satisfacción que vale más que la vida misma, y que no se debe asociar al placer; es una extraña satisfacción que se sitúa más allá de todo placer -y que Lacan denominó «goce»-.

548. La lógica del fantasma: el «fantasma fundamental»

El décimo cuarto seminario de Lacan se titula La lógica del fantasma, un título que puede parecer paradójico o discordante, ya que el fantas...