145. Satisfacción en la agresividad.

La conducta agresiva de los animales, que está regulada por el instinto, no entra para nada en conflicto con el medio natural; ella es utilizada para la conservación de la especie y la demarcación de un territorio ocupado. En cambio, si algo distingue al ser humano en su relación con la naturaleza, es que éste la ha ido destruyendo, a tal punto, que hoy no se para de hablar del tema ecológico. Además, la agresividad humana no se detiene en el plano egoísta de la conservación de la especie; ella suele ir hasta la crueldad, cuyo resorte no es la expresión de algún instinto, sino una tendencia compulsiva a producirle dolor al semejante y, lo que es más preocupante, a encontrar satisfacción en ello, un extraño placer o satisfacción de carácter sexual.

Si causar dolor a los demás o hacérselo causar a sí mismo -lo que parece ser una condición generalizada en los seres humanos- llega a convertirse en fuente de satisfacción, habría que pensar en una patología de la vida sexual humana, que consiste en que la excitación sexual no la genera el erotismo de las caricias y de las palabras de amor, sino el dolor físico de los golpes y el dolor moral del agravio y la humillación (Gallo, 1998). Por esta vía se puede hasta llegar a la forma más grave de maltrato físico, a saber, la tortura.

Las manifestaciones agresivas de los seres humanos recaen principalmente sobre los sujetos más vulnerables, es decir, sobre los niños, las mujeres y los ancianos; son ellos los que están más expuestos a la humillación, la explotación y el maltrato por su grado de dependencia frente al semejante, dependencia que lejos de despertar la compasión, el deseo de protegerlos o de amarlos, desencadena más bien ese impulso sádico a someterlos y maltratarlos bajo cualquier justificación.

La agresividad es algo que está más allá de los valores morales, de los ideales -reciprocidad, diálogo, convivencia, participación, amor-, de la buena educación y los prejuicios; ella habla de que en el ser humano existe una tendencia inconsciente a satisfacerse en el mal, que de él emana un extraño empuje a la maldad.

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