viernes, 10 de septiembre de 2010

148. Peligros del hombre y la cultura.

La humanidad ha dado comienzo al siglo XXI. El siglo anterior a este contribuyó a que el ser humano disfrutara de la comodidad de la tecnología y los avances de la ciencia, pero son también cien años donde surgieron nuevas formas de sufrimiento para el hombre. Paradójicamente, el malestar del hombre moderno es causado por las mismas formas de organización social que la humanidad ha establecido para sí y por los exigentes modos de vida que la cultura ha producido.

El siglo pasado le ofreció a la humanidad una serie de maravillosos inventos que han sido decisivos en su vida diaria, inventos que han mejorado su vida pero que también sirven para destruirla. Es seguro que en el ser humano existe un elemento, que hace parte de su estructura psíquica, y que lo lleva no solamente a crear cosas maravillosas, sino también las más sofisticadas armas para el aniquilamiento de otros seres humanos. Esta contradicción es la que lleva a preguntar: ¿qué es lo verdaderamente novedoso que la modernidad aporta a la cultura? ¿Por qué llamar «progreso» a las formas de vida contemporánea, donde es evidente que el malestar del sujeto es una respuesta a exigencias que le impone la cultura por él creada? Los peligros para la propia humanidad y sus malestares en el presente siglo no parecen ser distintos a los proporcionados por el siglo pasado, y aún pueden exacerbarse todavía más, debido, sobretodo, a un peligro que recién se empieza a dilucidar.

Así pues, los riesgos para la humanidad no solamente están del lado del mismo hombre, sino también del lado de la cultura. Hay en ella un peligro que conlleva un peligro mayor que el riesgo que entrañan sus impulsos destructivos; es un peligro que se constituye en el mayor obstáculo para el progreso de la cultura. Se denomina «miseria psicológica de las masas», y se hizo evidente en el siglo XX desde el momento en que los dirigentes del mundo empezaron a resultar impotentes frente a la tarea de dirigir y congregar a las masas, dejando reposar su cohesión en las relaciones de los semejantes entre sí -como sucede, por ejemplo, con el fenómeno de las "barras bravas" del fútbol-.

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