martes, 28 de septiembre de 2010

162. Felicidad y pulsión de muerte.

En el discurso corriente se dice que el ser humano tiene como meta en la vida, alcanzar la felicidad. Por un lado quiere la ausencia de dolor, y por otro, desea vivenciar un intenso placer. El psicoanálisis revela que el propósito de que el hombre sea dichoso en la vida no está contemplado dentro de los planes de la Creación. La felicidad es más bien una satisfacción repentina y episódica. El sujeto está estructurado de tal manera que sólo goza con intensidad del contraste, y muy poco de un estado de felicidad permanente.

A su vez, se suele pensar que el ser humano tiende a buscar su propio bienestar y el de los demás. Pero el psicoanálisis verifica una y otra vez que lo malo no solo es lo perjudicial y dañino para un sujeto, sino también lo que anhela y lo que en muchas ocasiones le brinda placer o satisfacción, es decir, felicidad. Pero se trata de un placer muy extraño; se trata de una satisfacción que está del lado del malestar, de la maldad, y no del lado del bienestar. Ese empuje a lo peor, ese gusto que tienen los sujetos por el mal y que el psicoanálisis denomina pulsión de muerte, es el descubrimiento más importante del psicoanálisis.

Existe entonces una dimensión en el sujeto que se puede definir como «aquello de lo que no puede abstenerse». Casi siempre se trata de algo que le hace daño a él o a las personas que lo rodean: drogarse, pelearse con otros, pegarle al que se ama, abusar sexualmente de otros, comer, etc. Se trata siempre de algo muy íntimo del sujeto, el cual se ve empujado a hacer aquello que más le puede preocupar o avergonzar, pero que definitivamente, no puede privarse de hacer.

Son variados los comportamientos que los sujetos preferirían evitar, pero que se ven forzados a realizar por esa voluntad que les puede y que los domina sin que sirvan para nada las razones, los consejos o el saber. En el caso de la drogadicción esto es evidente: el sujeto sabe que hace mal, que es dañino, que su consumo tiene consecuencias perjudiciales, pero no puede dejar de drogarse; y no le valen consejos ni explicaciones.

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