«COITERACIONES»
UN BLOG SOBRE PSICOANÁLISIS LACANIANO. Los textos cortos aquí publicados, aparecieron en el semanario La Hoja de Medellín, entre los años 1995 y 1999, en una columna titulada «Sentido Común». A partir del 18 de julio de 2007, he empezado a publicar otros textos cortos, reflexiones, ideas, desarrollos teóricos del psicoanálisis lacaniano. Espero les sea de utilidad para pensar al sujeto y como introducción al psicoanálisis. Bienvenidos!!
viernes, 3 de octubre de 2025
559. Las mutaciones radicales de nuestra civilización: aceleración, cuantificación y "desertificación"
Miller (2013) describe una transición fundamental en nuestra civilización. Pasamos de una "producción ligada a la necesidad", que por naturaleza es limitada, a una "producción ligada al deseo", que es mucho más amplia. Anteriormente había una producción ligada a la necesidad: se fabricaban objetos que eran necesarios para llevar una vida cómoda. Ahora no; hay una producción ligada al deseo (ilimitada), donde el deseo se conecta más tarde con el goce, es decir, con el consumo compulsivo de objetos que no se necesitan. Pero la verdadera mutación se dio al entrar en una "producción ligada al goce" (Miller): un disfrute que busca tapar un vacío insaciable con objetos de consumo acelerado. Es lo que Miller denomina “objeto a tapón", objetos que intentan obturar un agujero imposible de colmar (la falta constitutiva del sujeto). El iPhone, con su obsolescencia programada, es el ejemplo perfecto: apenas se lo compra, ya es una antigüedad, empujando al sujeto a seguir el movimiento sin fin de lo "nuevo" para tapar una falta que nunca se satisface.
Para ilustrar esta nueva lógica, esa mutación radical en la civilización, Miller (2013) traza una distinción brillante en la criminología. Los crímenes de antes, como en las novelas de Agatha Christie, eran asuntos de familia: se mata al pariente que molesta, al vecino que conoce un secreto; el asesino conoce a su víctima. En cambio, el fenómeno moderno del asesino en serie, encarnado por figuras como Ted Bundy, o Dahmer (serie de Netflix basada en una historia real) responde a otra lógica. Ellos no conocen a sus víctimas; solo tiene una silueta en mente (mujer joven, pelo largo, joven homosexual) y los tratan como objetos intercambiables en una serie numérica: uno, dos, tres, cuatro...
A partir de esta analogía, Miller (2013) acuña el término "amante en serie" para describir cómo esta lógica de consumo ha penetrado los vínculos más íntimos del sujeto. Relata el caso clínico de una mujer que, tras un matrimonio monógamo y pasional, reaparece en su consulta años después gestionando su vida sentimental como una cartera de inversiones con cuatro amantes simultáneos. Cada uno era, en sus propias palabras, como una "planta salvaje a la que sabía encontrarles un uso" (Miller). Su portafolio incluía al esclavo intelectual, un escritor con quien compartía cultura, pero no sexo; al amo político, un hombre poderoso que la trataba como un objeto de su posesión; al proxeneta generoso, que le hacía regalos y le proporcionaba los mejores orgasmos; y al joven hippie, a quien ella había "formado" para la vida. Cada hombre cumplía una función específica y reemplazable, un objeto en una serie que satisface una función particular.
Esta lógica "serial" revela una forma contemporánea de adicción. Ya no se trata del objeto único e individualizado que causa el deseo (objeto a), sino de objetos y personas que se vuelven cuantificables, indiferenciados e intercambiables. Son "tapones" para un agujero que nunca se llena.
Se está entonces frente a una producción basada en el goce, caracterizada por la indiferenciación del objeto, su cuantificación y, por lo tanto, frente a una manera de gozar que toma la forma de la adicción. Esto se ve claramente en esta época en la que se consume de todo. Ya la adicción al alcohol y las drogas parece vieja; hoy se habla de la adicción a las nuevas tecnologías, al juego –ludopatía–, al sexo, al ejercicio –vigorexia–, al trabajo; casi que se podría ser adicto a cualquier objeto o actividad que el mercado ofrece imperativamente hoy en día.
Esta lógica adictiva, basada en el número y la serie, no se limita a los vínculos: es el motor de lo que Miller (2013), siguiendo a Nietzsche, llama la "desertificación" del mundo, un fenómeno que ha transformado la noción de felicidad. Tomando esa idea de Nietzsche y Heidegger, Miller afirma que el mundo se está convirtiendo en un "desierto" debido a la cuantificación universal. Todo se mide, se califica y se compara. Esta es la era del "último hombre" de Nietzsche, aquel que proclama haber "inventado la felicidad" a través de la medición de todo y la evitación sistemática de cualquier riesgo o malestar.
Esta filosofía no es una simple abstracción; se ha convertido en una política de estado. Miller (2013) cita el ejemplo de Lord Layard en el Reino Unido, un economista que impulsó un plan masivo para tratar la depresión con terapeutas cognitivo-conductuales (TCC). Su argumento no era humanista, sino puramente económico: la inversión se autofinanciaría con creces al disminuir el ausentismo laboral y aumentar la productividad. La felicidad se convierte así en una variable más del Producto Interno Bruto.
Se ha pasado entonces del viejo ideal del "hombre de calidad" al "hombre de cantidad". Esta lógica reduce toda la experiencia humana a cifras. La pregunta central ya no es sobre la cualidad, sino "¿cuánto?". El mundo moderno no pregunta por la pasión de cada sujeto por un objeto (su objeto a causa del deseo), sino por la cantidad. Este fenómeno fue profetizado hace más de un siglo por Nietzsche, quien describió con una precisión escalofriante a estos hombres modernos que han reducido la existencia a una gestión de su bienestar.
¿Cómo responde el psicoanálisis a esta vida moderna tan acelerada? La idea más radical y provocadora de Miller (2013) es su afirmación de que "Todo el mundo es loco, es decir, es delirante". Esta frase no busca patologizar a toda la humanidad, sino disolver la frontera rígida que se ha trazado entre la "normalidad" y la "locura". Así pues, desde esta perspectiva, lo que se llama "delirio" o "locura" no es una falla o una enfermedad, sino la "solución" particular que cada sujeto inventa para lidiar con un hecho fundamental de la existencia: la falta de una "ley" última, de un sentido garantizado en el universo (lo que en términos lacanianos se denomina la "no existencia de la relación sexual"). En términos más sencillos, esto significa que no existe una armonía natural o un guion preestablecido que dicte cómo debemos relacionarnos con el mundo, con los demás o con nuestro propio deseo. Ante esta ausencia de un sentido último, cada persona debe inventar una solución singular -su "delirio"- para que la vida resulte vivible.
Esta idea va aún más lejos. Miller sostiene que todo saber, en su estructura más fundamental, funciona como un delirio. El saber consiste en articular un significante (S2) a un significante previo que estaba solo y sin sentido (S1), creando así una significación. Construimos cadenas de sentido para dar coherencia a un real que, en sí mismo, carece de ella. La ciencia, la filosofía, la religión y las creencias más personales no son más que delirios sofisticados que permiten organizar el caos. Esta tesis, que iguala a todos los sujetos en su singular manera de construir la realidad, se resume en esta frase tan simple como demoledora: "Todo el mundo es loco, es decir, es delirante".
Si se aceptan estas ideas, la conclusión es inevitable: no existe un mundo "normal" al que se deba adaptar. Cada sujeto construye su propia realidad y la habita. Cada individuo, con su particularidad, inventa una solución para existir. La "normalidad" no es más que el delirio compartido por la mayoría. Esta perspectiva libera al sujeto de la tiranía de la norma y lo invita a respetar la invención singular de cada ser hablante.
miércoles, 10 de septiembre de 2025
558. El «acting out» y el pasaje al acto
El pasaje al acto es una salida de la escena. Aquí el sujeto no actúa para el Otro, sino que se saca del escenario del Otro. Es un corte, una ruptura radical con la escena simbólica, como, por ejemplo, un intento de suicidio, un abandono súbito del análisis, o una agresión violenta que expulsa al sujeto de la trama en la que estaba. Aquí no hay mensaje; es un acto que no busca ser leído. Es un “me borro de aquí”; es pura salida de la escena simbólica.
Entonces, la gran diferencia entre el acting out y el pasaje al acto es que el primero es un mensaje en acto, aún dirigido al Otro, y el segundo es una ruptura del lazo, una salida por fuera del Otro. Por ejemplo, un adolescente que se emborracha en la fiesta de graduación y se sube a la mesa a cantar, ¿por qué lo hace? No porque “quiera caerse” o “autoexcluirse”, sino porque está lanzando un mensaje a los demás: “mírenme, existo, tengo algo que decir, aunque no lo pueda poner en palabras”. La acción es teatral, hay público, hay destinatario, es un acting out. En un pasaje al acto, el mismo adolescente, después de una bronca familiar fuerte, se va de la casa de un portazo y desaparece por días. Aquí no hay mensaje para ser leído. No busca que alguien lo descifre, simplemente se borra de la escena, se arranca de la trama con los otros.
Así pues, en el acting out el sujeto hace algo para que el Otro lo lea, aunque el Otro no lo entienda. En el pasaje al acto, el sujeto no quiere estar en esa escena, se retira, se borra y ya. Por ejemplo, las constantes apariciones públicas con gestos seductores y provocadores de Marilyn Monroe, no eran solo coquetería; eran actos que buscaban ser leídos por el Otro (la prensa, los hombres poderosos, el público). En cambio, el suicidio de Kurt Cobain no fue un mensaje teatral para que alguien lo interpretara en lo simbólico; fue una salida radical de la escena del Otro, un “me borro de este juego”.
El caso bastante citado en la enseñanza de Lacan es la de un paciente en análisis que se levanta, interrumpe la sesión y se va a comer sesos (literalmente, un plato de sesos). Lacan lo lee como acting out y no como pasaje al acto, ya que no hay salida definitiva de la escena: el paciente no abandona el análisis para siempre, ni corta el lazo. Se va… pero vuelve. Si hubiera sido un pasaje al acto, el sujeto se arranca del campo del Otro (por ejemplo, un suicidio o fuga irreversible). En la comida de sesos hay un mensaje cifrado al analista: comer sesos no es solo “me dio hambre”. Es un gesto cargado de sentido, dirigido al analista y que se puede leer como: “quiero incorporar el saber, quiero comerme el pensamiento, el seso del Otro”. El acto es simbólicamente interpretable, es decir, se ofrece como mensaje. Es teatral, no radical: se trata de una especie de puesta en escena. No rompe con la transferencia; más bien, la dramatiza. El paciente hace algo que, aunque extraño, todavía se inscribe en la lógica del discurso analítico.
La lectura lacaniana del “comer sesos” tiene que ver con que el analista encarna el lugar del saber supuesto. Comer sesos es una manera actuada de decir: “quiero devorar el saber que crees tener sobre mí”. Es un acto dirigido al analista como Otro: “no me lo des en palabras, me lo como yo”. El paciente no logra poner en palabras su demanda (“¿qué me das tú, analista, de tu saber?”), entonces lo escenifica: se levanta y se va a comer sesos. Es un mensaje inconsciente: “necesito incorporar el saber, pero no lo recibo en la palabra, lo actúo”. Es un acting out, porque el paciente dramatiza su relación con el saber y con el analista: se come los sesos como metáfora viva de querer devorar el saber supuesto al Otro.
lunes, 4 de agosto de 2025
557. Sobre el amor de transferencia
Lacan considera a la transferencia como uno de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, junto al inconsciente, la repetición y la pulsión. Él advierte, como Freud, que la trasferencia se presenta como un obstáculo a la cura y distingue tres momentos: el enamoramiento primario que se da al comienzo; un período intermedio, tiempo de frustración, y al final, una fase de satisfacción difícil de interrumpir (Kruger, 2011).
La transferencia, entonces, es una condición necesaria para que se dé un análisis, que, además, debe llegar a su fin, a diferencia del amor cotidiano que se piensa para toda la vida. “La transferencia del lado del amor le otorga al analista todos los poderes, el deseo del analista es la función que impide el abuso de este poder” (Kruger, 2011). En la dirección de la cura el imperativo ético del analista es: "no responder al amor con amor", ya que esto sería responder a la demanda; se trata de un poder, pero con la certeza de que no se hará uso de él. Si bien el amor de transferencia es un amor tan auténtico como el amor que se da en la vida real, su satisfacción sería contraria al desarrollo de la cura. “Lacan sostiene que amar es, esencialmente, querer ser amado. Ser amado no es igual a ser analizado” (Kruger). Si el amor de transferencia se presenta como un obstáculo a la cura, es porque se opone al saber sobre la causa del sufrimiento o el malestar que lleva al paciente a terapia, es decir, se opone a la revelación. “Lacan sostiene que el sujeto desea engañar al analista haciéndose amar por él, proponiendo esa falsedad esencial que es el amor” (Kruger).
Así pues, de la posición que ocupa el analista en la transferencia se deduce su ética. Él debe defraudar la demanda de amor para permitir el acceso al inconsciente y a la pulsión que se ha de manifestar en la transferencia como repetición. “La transferencia es la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente” (Miller, 2013). Entonces, “el analista debe lograr quitarle a la pulsión el maquillaje imaginario del amor. Cuando la transferencia conduce al amor, el deseo del analista es eso que viene a obstaculizarla, para que la pulsión, que es la realidad del inconsciente, se desprenda de ella” (Kruger, 2011). Así pues, el tratamiento analítico sustituye la neurosis del sujeto por una «neurosis de trasferencia», enfermedad artificial que hace asequible al analista lo real en juego en la cura del sujeto. De las reacciones de repetición, que se muestran en la trasferencia, se abre el camino al despertar de los recuerdos, vía regia para que el analizante encuentre la respuesta a la pregunta que lo divide.
jueves, 3 de julio de 2025
556. ¿Qué es el cuerpo para el psicoanálisis?
Cuando Lacan afirma que "el cuerpo le pesa al sujeto", se refiere a la idea de que el sujeto experimenta su cuerpo como algo problemático, como una carga que, en cierto sentido, le es ajena. Esta expresión no es una cita literal de Lacan, sino una formulación derivada de su pensamiento sobre la relación entre el sujeto y su cuerpo. Surge de sus seminarios y escritos, en los que aborda temas como el cuerpo, el goce y la alienación del sujeto en relación con el lenguaje y el significante (Seminario XX: Aún (1972-1973) y El estadio del espejo, en los Escritos).
Para Lacan, el sujeto se constituye en y por el lenguaje, pero este proceso de simbolización -es decir, la entrada en el lenguaje- lo aliena y lo separa de su cuerpo. En consecuencia, el cuerpo nunca puede ser plenamente captado o expresado por el lenguaje, ya que siempre hay una dimensión de la experiencia corporal que escapa al registro simbólico. Esta escisión genera una sensación de extrañeza, como si el cuerpo no fuera completamente propio, como si estuviera de algún modo separado del sujeto.
El cuerpo, entonces, no se reduce al organismo biológico; también está atravesado por lo simbólico -el lenguaje que nos permite representarlo- y por lo imaginario -la imagen que el sujeto se hace de sí mismo, a partir de su reflejo en el espejo o de su semejante-. El organismo es lo real; el lenguaje, lo simbólico; y la imagen, lo imaginario. Estos tres registros, que conforman la estructura psíquica del sujeto, se entrelazan en lo que Lacan denomina el nudo borromeo. La relación del sujeto con su cuerpo está marcada por la tensión entre estos registros, especialmente entre lo simbólico y lo real, donde el cuerpo se presenta como algo que no puede ser completamente apropiado por el sujeto.
Así, el cuerpo no es solo un organismo, sino una entidad mediada por significantes -palabras, símbolos- que impiden al sujeto vivirlo de forma directa. Es como si el lenguaje lo separara del organismo. El cuerpo se convierte en una entidad fragmentada y alienada, una fuente de goce y de deseo que escapa al control consciente del sujeto. Por ello, el cuerpo se experimenta como algo externo, que desborda lo simbólico.
El cuerpo es el lugar donde se experimenta el goce, es decir, la satisfacción pulsional. La pulsión tiene su origen en las zonas erógenas del cuerpo, pero el goce no es un placer simple o directo, sino una satisfacción excesiva, muchas veces dolorosa o desbordante, que el sujeto no puede controlar ni comprender del todo. Este goce corporal "pesa" porque genera una tensión con el orden simbólico y con las normas sociales. El cuerpo se convierte en una fuente de impulsos difíciles de integrar en la vida simbólica y consciente del sujeto, provocando sensaciones de extrañeza e incomodidad: «¿Qué le pasa a mi cuerpo?, ¿este cuerpo es mío?, ¿por qué no me responde?»
Lacan desarrolla su teoría del estadio del espejo como un momento clave en la formación del Yo. En este estadio, el infante se reconoce por primera vez al ver su imagen reflejada y se identifica con ella como una unidad. Sin embargo, esta identificación es ilusoria, ya que antes de ese momento el infante vive su cuerpo como fragmentado, como un conjunto de partes inconexas, debido a su inmadurez motriz. Esta experiencia de fragmentación corporal no desaparece por completo: incluso en la adultez, el sujeto sigue sintiendo que su cuerpo debe ser "manejable" pero nunca completamente dominado. Por eso, su cuerpo le pesa, como si estuviera embarazado de él.
Desde esta perspectiva, el cuerpo se percibe como una carga, ya que el sujeto nunca tiene un control total sobre él. Es un cuerpo atravesado por las pulsiones y el goce -una satisfacción pulsional que no obedece a las leyes del lenguaje ni a la razón-, lo que obliga al sujeto a experimentar deseos y satisfacciones -plus de goce- que muchas veces van en contra de su voluntad consciente o de las normas culturales (p. ej. beber y/o comer en exceso). Además, el cuerpo envejece, se enferma y se deteriora, y el sujeto experimenta estos procesos como algo que le sucede, sin poder evitarlos. Esto refuerza la sensación de que el cuerpo es una carga que debe soportar.
El sujeto, en la teoría lacaniana, no es un individuo unificado y autoconsciente como en la tradición cartesiana del "pienso, luego existo". Es un sujeto escindido, dividido, en falta, producto de la irrupción del lenguaje sobre el organismo. En este esquema, el cuerpo aparece como algo separado de la experiencia consciente: el cuerpo como organismo es el lugar de lo real, aquello que escapa al lenguaje y no puede ser plenamente simbolizado. Este cuerpo-real está fuera del control del sujeto, y esa separación genera la sensación de que el cuerpo es algo extraño, una carga que debe llevar sin poder dominarla, marcada por la alienación simbólica y la irrupción del goce real.
martes, 3 de junio de 2025
555. Lalengua es el medio por el cual el sujeto experimenta un goce singular
En la obra de Lacan el concepto de lalengua (lalangue en francés) es uno de los más complejos y fascinantes de su teoría, especialmente desarrollado en su Seminario XX: Aún (1972-1973). Lalengua (un término que juega con las palabras francesas langue [lengua] y lallation [balbuceo]) se refiere a un nivel del lenguaje que escapa a la estructura simbólica del significante y está íntimamente ligado al goce y a la experiencia singular del sujeto.
Lalengua no es el lenguaje estructurado del orden simbólico, sino un nivel más primordial, afectivo y material del lenguaje. Es el lenguaje en su dimensión de puro sonido, ritmo, repetición y afecto, antes de que sea capturado por las reglas de la gramática. Lacan se inspira en el balbuceo infantil (lallation), los sonidos prelingüísticos que los bebés producen antes de entrar en el sistema del lenguaje. Lalengua es el sustrato sonoro, rítmico y afectivo del lenguaje, que persiste incluso en los adultos y está cargado de goce. El término lalengua es un neologismo que condensa la langue (la lengua como sistema) y lallation (el balbuceo). Mientras que el orden simbólico, el Otro como «el tesoro de significantes», en el que los significantes remiten unos a otros, lalengua es lo que queda fuera de esa estructura: es el exceso, el residuo no simbolizable que porta el goce.
Lalengua es, pues, el medio por el cual el sujeto experimenta un goce singular, no mediado por el orden simbólico. Este goce singular del sujeto es lo que lo conecta con el concepto del Uno. Lacan utiliza el término "Uno" (con mayúscula, L'Un en francés) para referirse a una unidad o marca que surge en el sujeto a través de su entrada en el orden simbólico, entrada que lo hace un sujeto dividido. El sujeto está dividido porque está atravesado por el lenguaje, pero el "Uno" puede entenderse como el significante que pretende unificar o dar coherencia al sujeto, aunque esta unidad es ilusoria. Por ejemplo, el "Nombre del Padre" (como significante amo) puede funcionar como un "Uno" que organiza el orden simbólico, pero nunca logra totalizar al sujeto debido a la división del sujeto, que es estructural.
En Seminario XX, Lacan asocia lalengua con el goce que no se articula en el campo del Otro. Se trata de un goce "autista", en el sentido de que es propio del sujeto y no se comparte ni se subordina a las reglas del discurso social. Este goce está ligado al "Uno" como unidad singular del sujeto, que no se integra en la relación con el Otro. Así pues, lalengua está anclada en el cuerpo, en la materialidad del sonido y en las sensaciones que produce el acto de hablar o escuchar. Por ejemplo, los juegos de palabras, los equívocos, las rimas o los sonidos repetitivos (como en la poesía o los chistes) activan lalengua y generan un goce que no depende del significado, sino de la experiencia sensorial del lenguaje. Un trabalenguas, un poema o incluso un lapsus linguae pueden ser manifestaciones de lalengua, donde el significado pasa a un segundo plano y el goce surge del ritmo, la sonoridad o la equivocidad de las palabras. Este goce no se explica por la lógica del significante, sino que emerge de lo real del lenguaje. Lalengua pertenece, entonces, al registro de lo real; lalengua es la dimensión del lenguaje que toca lo real al evadir las reglas del significante.
Por todo lo anterior es que Lacan va a hacer énfasis en los equívocos, allí donde un mismo sonido puede tener múltiples significados. Estos equívocos son centrales en lalengua, ya que producen un goce que no depende de un significado fijo, sino de la ambigüedad y la materialidad del lenguaje. Por ejemplo, un lapsus o un juego de palabras puede revelar algo del inconsciente a través de lalengua. Así pues, lalengua es crucial porque permite al analista escuchar más allá del significado explícito de las palabras del paciente. Los lapsus, los juegos de palabras o las repeticiones son manifestaciones de lalengua que revelan el goce inconsciente del sujeto. El analista presta atención a lalengua para captar el goce singular del paciente, que no se expresa en el contenido narrativo, sino en cómo se dicen las cosas: el tono, las pausas, los errores o las repeticiones.
martes, 6 de mayo de 2025
554. ¿Cómo es el sujeto histérico?
En el psicoanálisis lacaniano la categoría de «histeria» no se refiere a una patología, trastorno o enfermedad médica, como sí sucedía a finales del siglo XIX; se refiere a una modalidad de la «estructura clínica» de la neurosis, que puede presentarse tanto en hombres como en mujeres, aunque la histeria es fundamentalmente femenina (así como la neurosis obsesiva es fundamentalmente masculina); es decir, es una estructura subjetiva que organiza la relación del sujeto con el deseo, el Otro y la falta de una manera diferente a como sucede en los hombres. Veamos.
La relación de la mujer histérica y el deseo es compleja, tal y como lo devela el psicoanálisis. La histérica es un sujeto que suele desear el deseo del Otro, por tanto, está constantemente interrogando qué es lo que el Otro desea de ella, y al mismo tiempo, procura mantener ese deseo insatisfecho. Ella es un sujeto que busca provocar el deseo, pero no satisfacerlo plenamente, por eso las preguntas que la identifican son: "¿Qué soy para el Otro? ¿Qué quiere el Otro de mí?". Y por eso mismo el sujeto histérico seduce al Otro para dejarlo esperando.
Por ejemplo, una mujer que actúa de forma extremadamente femenina (maquillaje, sensualidad, sumisión, coquetería) puede estar usando lo que Lacan denominó «mascarada femenina» (concepto que Lacan retoma de la psicoanalista Joan Riviere en su artículo de 1929 "La feminidad como mascarada"); no es que ella "sea" así en esencia, sino que es una forma de responder al deseo que percibe en el Otro. Así pues, la mujer adopta ciertos rasgos o comportamientos para alinearse con lo que percibe como el ideal femenino. La mujer vanidosa puede exagerar esta mascarada, presentándose como la encarnación de la belleza, la gracia y la perfección, no tanto por un deseo propio, sino para satisfacer lo que cree que el Otro valora. Sin embargo, esta identificación con el ideal es frágil, ya que la histérica nunca se siente completamente "suficiente" o satisfecha, lo que la lleva a cuestionar su lugar como mujer ideal.
Lo anterior sitúa al sujeto histérico en una posición ambigua respecto a la feminidad. Puede identificarse con el hombre, rechazar su posición de mujer, o jugar con los signos de la feminidad de forma provocadora o conflictiva. Todo esto va a tener que ver con la imposibilidad de saber "qué es una mujer", pregunta fundamental que se hace todo sujeto femenino. Su identidad, entonces, se arma alrededor de un vacío, de una falta simbólica, buscando ser aquello que le falta al Otro. Ella se identifica con esa falta, se presenta como un sujeto en falta, para despertar el deseo en el Otro.
Entonces, la histérica, tal y como lo explica la teoría lacaniana, mantiene el deseo vivo al nunca satisfacerlo por completo, por eso la histérica puede seguir sintiendo una insatisfacción estructural, porque nada de lo que venga del Otro resuelve esa falta fundamental que constituye al sujeto. La belleza puede ser vista como un objeto que promete colmar esa falta, pero, al alcanzarlo, la histérica descubre que no era "eso" lo que realmente deseaba, desplazando su deseo hacia otro objeto o meta, por eso se termina por no saber muy bien qué es lo que quiere una mujer. Esta es la famosa pregunta que Freud se hacía, “¿Was will das Weib?” —traducida como “¿Qué quiere una mujer?”—. Para Freud, a pesar de todos sus años de investigación clínica, el deseo femenino se le presentaba como un misterio no resuelto. A diferencia del deseo masculino, que Freud veía más fácilmente articulado con la función fálica (es decir, con la lógica de tener o no tener el falo); el deseo de la mujer no sigue ese mismo patrón; para Freud el deseo femenino aparece más opaco, más indirecto y menos sometido a la lógica fálica. Esto abre una dimensión del deseo femenino más ambigua, menos normada.
Así pues, las mujeres dedicadas, por ejemplo, al cuidado de su cuerpo, que lo han “falicizado” (“no lo tengo -el falo-, pero lo soy”), se dedican a hacer dietas y ejercicio; se dedican al maquillaje y la vestimenta de moda; es decir, transforman su cuerpo en un objeto llamativo para la mirada del Otro. Este cuerpo, presentado como perfecto, es también un síntoma de la lucha histérica por ser vista y amada, pero siempre bajo la lógica de la insatisfacción: nunca es "lo suficientemente bella", por eso terminan haciéndose cirugías estéticas, una tras otra, compulsivamente, terminando desfiguradas; se someten a demasiadas cirugías y el resultado es una deformación o un cambio en su apariencia que no cumple con sus expectativas. La histérica, al buscar la belleza, puede estar atrapada en el goce fálico, intentando encarnar un ideal que el sistema patriarcal valida. Sin embargo, su insatisfacción también apunta a un rechazo inconsciente de reducirse a ese ideal, de tal manera que el goce femenino no se somete completamente al Otro.
jueves, 3 de abril de 2025
553. Las clínicas de urgencias subjetivas
Desde una perspectiva psicoanalítica, la atención se centra en reconocer la particularidad del individuo y su relación con el deseo, el síntoma y el inconsciente. Las crisis subjetivas son momentos de colapso psíquico, generados por conflictos inconscientes que alteran la estabilidad mental sin manifestaciones físicas evidentes, como en las urgencias médicas tradicionales.
A diferencia de la psicología o psiquiatría convencionales, que buscan intervenciones rápidas, las clínicas de urgencias subjetivas valoran el discurso del sujeto y la función del síntoma en su estructura psíquica. No se impone un diagnóstico inmediato; en cambio, el analista escucha cuidadosamente lo que la crisis revela del individuo, acompañándolo en su proceso sin apresurarlo. Se evita la supresión rápida de síntomas, enfocándose en comprender el significado del síntoma para el sujeto.
El tratamiento se basa en la escucha y el diálogo, permitiendo que el paciente dé sentido a su crisis, comprenda su posición frente a ella y encuentre su propia solución simbólica. Las crisis pueden reflejar un conflicto en la relación del sujeto con el Otro, el orden simbólico o su propio deseo. El objetivo es que, a través de la palabra, el individuo pueda articular sus deseos y el lugar que el síntoma ocupa en su psique.
Los casos típicos tratados en clínicas de urgencias subjetivas son: crisis de angustia o ataques de pánico: momentos de ansiedad extrema que paralizan al sujeto y que pueden ser manifestaciones de un conflicto inconsciente que no ha sido simbolizado; episodios depresivos agudos: la depresión, vista como una caída en la relación del sujeto con su deseo, puede manifestarse en urgencias donde el sujeto experimenta una sensación de vacío o desesperación; descompensaciones psicóticas: en algunos casos, un sujeto con una estructura psíquica frágil puede atravesar momentos de ruptura con la realidad, donde la urgencia subjetiva requiere una intervención especializada; y crisis existenciales o de identidad: situaciones en las que el sujeto enfrenta dudas profundas sobre su sentido de vida o su identidad, lo que puede llevar a un colapso emocional.
Estas clínicas, influenciadas por el psicoanálisis lacaniano, surgieron en Francia en los años 80 y 90, y se han expandido a otros países como Argentina, Brasil, México, España, y Estados Unidos. Desde entonces, han proliferado en diversos países, brindando atención integral y colaborando con otros profesionales de la salud mental cuando es necesario.
559. Las mutaciones radicales de nuestra civilización: aceleración, cuantificación y "desertificación"
Vivimos con la sensación universal de que la vida moderna es cada vez más acelerada, que el tiempo se escurre entre los dedos y que nunca ll...
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